Operación retorno. Los fusilados de Peralta. La vuelta a casa (1936 – 1978)
Saca de presos de la cárcel de Tafalla y asesinan a 9 de Peralta
En este mes se efectuaron numerosas sacas, de la cárcel y de las casas, y cortes de pelo a las mujeres. Fue un mes sangriento.
El día 2 de agosto, a media noche, entre las doce y la una, irrumpen en la cárcel de Tafalla una cuadrilla de matones de Peralta, Berbinzana, y de otros pueblos, llevándose a unas 20 personas, entre ellos varios de los presos de Peralta. A unos les llevaron hasta Muruarte de Reta, y a otros ni supieron dónde les habían llevado.
Fueron asesinados: José Casarejos Villafranca, Alejandro Castillo Martínez, Amadeo García Leyaristy, Antonio Goñi Basarte, Pedro Legaz Catalán, Jesús Lorente Pérez, Eusebio Malo Falcón, Félix Medrano Díaz, Félix Moreno Urroz. Manuel Pérez Irigaray estuvo presente en la muerte de sus compañeros y al hacerse de día le volvieron a la cárcel, dejándole para otra ocasión.
José Casarejos Villafranca, Feo, de 22 años de edad, soltero, jornalero de ideas socialistas, no significado. Era, según me han informado, una gran persona, alegre y jovial, «un elemento» al que la gracia le venía de familia.
Los Feos han sido en general buenos joteros, graciosos, cariñosos con todo el mundo y si no que se lo digan a Carmen y a Gloria, las Feas. Y aunque hace muchos años que murieron, Pilar y Rosa, hermanas de José, y Justa, la madre de Carmen, no las dejemos atrás en cuanto a gracia. Fue un don natural que no perdieron a pesar de haber sido una familia represaliada.
Así era José. ¿Fue tal vez la envidia de que se hacía querer por compañeros y también por las mozas del pueblo, lo que hizo que, uno de los que le matara, pretendía matarlos a todos ellos a cuchillo, denegándoselo, pero se sentó encima de José a fumarse un cigarrillo?
Desde el principio se supo quiénes les habían matado. Casualmente, el esposo de Pilar Casarejos Villafranca, hermana de José, estaba de asistente en la guerra (se había tenido que alistar al requeté para no ser fusilado), con un capitán de requetés. A la mañana siguiente, Marcelino González, el Tintorero, que así se llamaba, estaba con el capitán como cada día y éste le dijo:
«Esta noche hemos fusilado a un grupo de tu pueblo que estaba en la cárcel de Tafalla, entre los de Peralta que han venido a matarles había uno que le dicen el C…. y quería matarles a cuchillo, no lo he dejado, pues ya era bastante con matarles de un tiro. Después que los hemos fusilado, este tan valiente se ha sentado encima de un tal José, que le decían el Feo y tan tranquilo se ha fumado un cigarrillo encima de él».
Como devolvieron vivo a la cárcel a Manuel Pérez Irigaray, el Torradillo, contó a sus compañeros, quiénes habían estado del pueblo matando al resto de compañeros.
Cuando se cortaron los fusilamientos en retaguardia, el matón que se sentó encima de José marchó al Frente del Norte. Contado por él mismo como la mayor de las gracias, decía que entró en un pueblo de Vizcaya y se fue al templo, encontrando que faltaba en la Iglesia el Niño Jesús. Esto le cabreó y reunió a todo el pueblo exigiendo que apareciera la imagen, y apareció. Entonces les «exigió que pasasen todos por la iglesia para visitar al Niño Jesús y si no lo hacían, por sus bemoles, que lo pagarían con un tiro», acompañándolo con una blasfemia. «Ya lo creo que pasaron ya, no faltó ni uno», fanfarroneaba. Muchas personas en nuestro pueblo le oyeron contar esta hazaña.
Alejandro Castillo Martínez, Todosio, de 30 años, casado con Juanita Boneta y con una hija pequeñita entonces. Juanita también tenía otro hermano preso en Tafalla, Pedro Boneta, que sería fusilado el 21 de octubre en Monreal, y otros dos hermanos más murieron en el frente, José y Tomás.
Alejandro era de tendencias socialistas, republicano de pura cepa, era una buena persona. Recuerdo a María Castillo, su hermana, que le quería con toda el alma y lloraba al recordarle y decía: «¿qué males había cometido? ¿A quién hizo mal? nunca en la vida, nunca. ¡Pobrico, con lo bueno que era…!».
Los cuñados de Alejandro y Pedro Boneta fueron llevados juntos a la Cárcel de Tafalla. Pedro trabajaba de pastor para Jacinto Sayés, por lo que Margarita, la madre de Pedro, decidió marchar a pedir que hicieran algo por el hijo y el yerno. Acudió a una señora muy religiosa y católica, cercana familiarmente al ganadero y ésta le respondió a Margarita: «Es que no puedo hacer nada por tus hijos y yerno; como se han hecho republicanos por eso les matan, no tenían que haberse hecho republicanos».
Con esta familia nos unía una buena amistad. Aunque mi tío Nicolás y los hermanos de mi madre no trabajaban juntos, los pastores tenían muy buena relación, al margen del ganadero para el que trabajaran. ¡Cuánto lloró Margarita a sus hijos y a su yerno! La recuerdo que subía mucho a visitarles, sobre todo a Irene, la hija que tenía paralítica. También venía mucho a mi casa, para que le cosiera mi madre, y las conversaciones siempre recaían en las barbaridades de la guerra, de la represión sufrida en retaguardia.
Por diversas circunstancias, Margarita y su esposo tuvieron que encargarse de diez personas, a pesar de que eran ya mayores, pasando muchísimo para poder sacar adelante a todos.
Amadeo García Leyaresty, natural de Corella, secretario del Ayuntamiento durante los últimos años de la República, casado pero sin hijos, tenía 50 años cuando le asesinaron.
Había sido contratado por los concejales de derechas que entraron en 1934. Era un hombre recto, que velaba porque las cosas se hicieran dentro de las leyes vigentes, fueran las propuestas de un lado o del otro, pero esto molestaba a los concejales de la derecha cuando contravenía sus pretensiones.
Era socialista republicano y de todos era conocido, ya que no se escondía. Así, pues, fue encarcelado el día 21 de julio con el resto de peralteses llevados a Tafalla. Lo destituyeron inmediatamente, porque su saber podría ser un grave obstáculo para sus intereses.
Es asesinado y enterrado en Muruarte de Reta, y a los tres días fueron a desenterrarle. Llevaba en el bolsillo algún documento importante y un anillo, después echaron tierra encima.
Antonio Goñi Basarte, Goñi, soltero de 22 años de edad. Luchador socialista con arranque y tesón por los comunales.
Jornalero al que acuchillaron los derechas en el bar La Bombilla, como se relata anteriormente, en el año 1933.
Antonio era muy claro y no se amedrentaba, la cárcel no le hizo callar ni esconderse en la lucha del campesinado, lo que motivó que de inmediato lo encarcelasen nada más establecerse el golpe.
Casualmente, entre los miembros de la Junta de guerra estaba el padre de quien le diera las cuchilladas
Antonio es apresado el primer día, 21 de julio, y encarcelado en Tafalla. En la primera saca de los presos de Tafalla fue uno de los elegidos. Había que eliminarlo cuanto antes.
A su madre Andresa y a su hermana Filo les cortaron el pelo. Su madre era republicana hasta la médula, como diría mi padre.
Recordaba mi madre que el pañuelo que se puso cuando le cortaron el pelo ya no se lo quitó jamás después de la guerra. Y no por lo que le hicieron, sino por la muerte de su hijo y por lo que fueron perseguidos, pues todos sus hijos tuvieron que escaparse de Peralta. Con el pañuelo se cubría la cara cuanto podía para no ver ni hablar con nadie. Lloraba amargamente la muerte de Antonio.
Pedro Legaz Catalán, Catalán, el más joven de todo el grupo, con sólo 19 años. Pertenecía a UGT. A pesar de su corta edad se dedicó con entereza y anhelo a favor de unos repartos comunales más justos. Su trabajo de vaquero así se lo dictaba, lo cual le condenará y el día 21 de julio será apresado y llevado a la cárcel de Tafalla. Excelente persona, buenísimo me comentaba una señora que le conoció.
Como recordaréis, estaba en casa de la familia Chivite esperando a su amigo Juan, y les acusaron de tener una reunión clandestina basándose en el Artº 7º del Bando de Mola, que prohibían todo tipo de reuniones.
Cuando iban a matar a Pedro, y lo sabemos por testigos presenciales, adelantándose a los criminales les dijo: «Venga ya, matarme, si lo vais a hacer», y disparándole cayó el primero de todos.
Los compañeros en prisión le trataban con su cariño, le arropaban cuanto podían, ya que Pedro era el más joven de todos.
Cuando comenzamos a dar los primeros pasos de «Operación Retorno» me encontré con Antonia, hermana de Pedro Legaz, en la calle Mayor. Le di a conocer nuestro proyecto, pero era tal su amargura que dio contra todo y contra todos. Su hermanico era para ella lo más hermoso, lo más bueno de la familia…..
Recogida de los cuerpos.
Como puede observarse, estaban enterrados al pie de un montículo. El lugar donde estaban enterrados era una acequia. Les echaron encima la tierra que pudieron con piedra, pues era un terreno muy pedregoso.
Todos arriman el hombro, jóvenes y mayores y también las mujeres. Al fondo se ve una mujer que está retirando la maleza que los hombres van quitando. Comenzaron a sacar los restos, todos miramos conforme se iban recogiendo.
Fue la recogida de restos algo tan deseado que desde los más niños pasando por la juventud hasta los mayores nos afanamos un día y otro sin descanso con gran ilusión y cariño por rescatarlos a todos.
Traerles a casa nos daba gran satisfacción y alegría.
El señor mayor de la boina es Pablo Casarejos Villafranca, Feo. Pablo es hermano de José. Él y Antonia, su esposa, eran ya mayores pero no les impidió estar presentes en todo.
Pablo amaba entrañablemente a su hermanico y tuvo siempre un espíritu luchador. Dos personas se ven dentro de la fosa, que comenzaban a sacar los primeros restos. Todos miramos con atención.
De nuevo: «Aquí salen más». Antonio Goñi lleva unos huesos en la mano, vuelve la cabeza y mira hacia donde estos nuevamente salen.
Antonia Legaz que está justo detrás seguía fija en su observación atraída hacia el mismo lugar.
Fue algo increíble, pero desde el primer momento su atención estuvo fija y finalmente recibiría su compensación.
Todos íbamos recogiendo los huesos, que salían a trozos, y las piedras y las raíces que se habían introducido entre ellos no facilitaba su recogida. De nuevo pudimos descubrir los restos de otra persona. Justamente donde Antonia Legaz miraba y remiraba. Todos habían sido enterrados en una hilera continua, las cabezas hacia el alto del terreno. Un detalle de quienes les dieron sepultura, entre ellos Adolfo, que fue quien nos ayudó. Los otros dos habían muerto ya.
Los restos se sacaban con delicadeza y de pronto apareció un mechero de mecha, que estaba bien enrollada al mechero, una petaca y un pañuelo, y dentro de éste dos monedas de plata.
En cuanto Antonia vio el mechero lo reconoció, era el de su hermanico, y es que además no salió otro.
Las dos monedas de plata se las había dado su hermana Martina, unas horas antes de que lo sacaran a matar.
En décimas de segundo la explosión de Antonia fue de alegría aunque llorando, de sentimientos encontrados como en todos. Había sido mes y medio de búsqueda y al fin allí estaban ante nuestros ojos, al alcance de nuestras manos.
Antonia repetidamente nos decía: «Es el mechero de mi hermanico, su petaca, las dos monedas se las había dado mi hermana Martina el día antes que fue a verle, es mi hermanico, es mi hermanico…»
Cuando salió la cabeza reconoció inmediatamente la boca de su hermano, pues tenía los dientes montados unos encima de otros, como estaban en aquella cabeza.
Jesús Lorente Pérez, Milagrés, tenía 25 años de edad, natural de Andosilla, casado con Gloria Lezáun Ochoa, Chapilla, tenía una niña de meses. Todos los de mi edad y mayores recordamos su nombre, Olga. Fue registrada por lo civil. Hoy día se pone Olga a cualquiera, pero entonces el nombre, olía a bolchevique se lo hicieron quitar llamándose desde entonces Alicia Olga, si bien seguimos llamándole Olga. Me comentaba un día que este nombre le causaba dolor por los recuerdos que de entonces tenía. Está en Argentina pero nos escribimos asiduamente.
Gloria se casó en segundas nupcias y marchó a Argentina con su hijita muy pequeña, y siempre, aunque hubiese tan larga distancia, nunca les olvidamos.
Jesús quedó malherido, así que una vez que vio que se marchaba el camión con los «emisarios de la muerte» se incorporó y corrió hacia la Ribera, hacia Peralta, pero no pudo alcanzar por pocos metros los pinos del monte donde podría haberse refugiado. En su escapada fue visto por sus verdugos y echando marcha atrás fueron tras él.
Nos enseñaron el lugar exacto donde cayó abatido; le faltaban pocos metros para llegar a los pinos y nos decían: «Si se hubiera estado quieto hasta que se marcharan del todo, se hubiera salvado», pero su afán era escapar hacia la Ribera. Hubo personas que creyeron que allí le habían enterrado, no sabían quién, ya que quienes nos acompañaban sobre todo eran de Campanas, Muruarte y Biurrun.
Intentamos rebuscar la pieza de Unzué donde cayó abatido, pero fue inútil. Primero con picos, palas y azadones, y se intentó de nuevo dos veces más, con palas mecánicas. Se trabajó a fondo, pero no se encontró la menor prueba de que hubiera estado siquiera allí enterrado. Cuando buscábamos enseguida nos dábamos cuenta si estaban o no, precisamente porque la tierra donde habían sido enterrados salía más hueca, y en esta pieza todo era igual, piedra y más piedra.
El párroco habló con el dueño de la pieza de 90 años y estaba dispuesto a venir pero la hija no le dejó. Había visto dónde cayó muerto y para cubrir la sangre habían echado dos grandes piedras, pero nadie informaba de que allí alguien le hubiese enterrado y por los significativos datos que nos dio Adolfo de Muruarte, Jesús pudo ser llevado nuevamente en el camión con el resto de compañeros, por lo que estaría en el panteón, con los demás.
Me contaba mi madre y ahora me lo han comentado otras muchas personas que le conocieron que Jesús era: «buenísimo, alegre dicharachero, siempre de buen humor, siempre dispuesto a ayudar si le pedías un favor o veía que algo necesitabas, se brindaba y te ayudaba, lo mismo en el campo que en la casa, o en la cuadrilla». Su madre, natural de Andosilla, como él, era viuda. Mujer de gran fe, creyente y practicante. Jesús adoraba a su madre y aunque ya estaba casado y tenía una hijita pequeña, en ningún momento la abandonó, ayudándole cuanto le fue posible para subsistir.
Félix Moreno Urroz, Pollo, hijo de Joaquín y Francisca, de 20 años de edad, soltero, jornalero. Se me ha dicho que era un «buenazo», e inclinaba sus ideas jóvenes hacia la izquierda republicana, si bien no se destacó, era todavía muy joven y no le dieron tiempo de más. Buen hijo por encima de todo y amigo de los amigos con su talante honrado.
Félix Medrano Díaz, Matute, de 30 años de edad, soltero. Vivía con sus padres y pronto pudo darse cuenta de la mala repartición de los comunales, por lo que se unirá a tantos otros para reclamar sus derechos vecinales y no le importará estampar su firma con la del resto de vecinos reclamando estos derechos vecinales de un mejor reparto de las tierras comunales.
Eusebio Malo Falcón, Malo, de 30 años de edad, soltero, hijo de Hipólito y Luisa, era aguador. Con gran amabilidad, abastecía las casas de agua ya que no todo el mundo tenía agua corriente, tratando a todos por igual.
Era de la UGT, pues como no, la familia sufría las consecuencias de la pobreza ocasionada por los comunales mal repartidos y debían trabajar de noche y de día para salir adelante toda la familia: los padres, tres hermanas, Julia, María y Pilar, sy hermano más pequeño Carlos, que estudiaba en un convento de frailes. Acababa de venir de vacaciones y el día 21 de julio les llevaron presos a Tafalla, si bien a Carlos le dejaron preso hasta el 21 de octubre, día en que mataron en Monreal a los que quedaban en la cárcel.
En aquel entonces se venía de vacaciones precisamente enjulio. En nada se había metido, ni del lado de los izquierdas ni de los derechas, pero la familia era de izquierda y esto bastaba.
El resto de sus días se los pasó llorando. Ya con 59 años, envejeció de tal manera que parecía un anciano. La imagen de sus compañeros asesinados tan brutalmente nunca se iría de su mente.
Hay detalles de los asesinatos que te hieren el alma. Era el día 2 de agosto en la madrugada. Se celebraba en Muruarte el día de la Virgen. En la madrugada se oyeron disparos y más disparos, saben que siempre hay muchos cazadores por allá. Nos contaban vecinos de Muruarte, Unzué, Campanas y Biurrun, que en un principio pensaron que eran los cazadores y no se alarmaron, pero poco a poco se dieron cuenta que algo estaba sucediendo. Algunas personas a escondidas se acercaron al lugar de los hechos y vieron claramente lo que estaba ocurriendo. Adolfo y otros muchos testigos nos dijeron: «No lo olvidaremos jamás, era el día 2 de agosto día de la Virgen, nuestra patrona».
«A uno de estos —nos decían—, si no le dieron 40 tiros, no le dieron ninguno. Le tiraban a las piernas, a los brazos, uno tras otro, no para matarle, sino para herirle y hacerle sufrir hasta que murió acribillado. Quienes lo mataron eran unos criminales sin escrúpulos, no crean que les mataron gentes de por aquí, no les conocíamos de nada y por aquí nos conocemos todos». Entonces les explicamos que los asesinos eran de Peralta y Berbinzana.
«Parece que tenían a mano las cuerdas de segadora, pues con ellas se valieron para maniatarles y torturarles». Adolfo contó hasta catorce cuerdas que ataban las piernas de uno.
A la mañana siguiente acudieron las mujeres de los alrededores y vieron la masacre. Algunas fueron a buscar al entonces párroco de Campanas, aquél de quien ya he comentado era de Peralta, que fue uno de tantos, y que en Pamplona le despacharon de conventos, iglesias y colegios religiosos por celebrar misa con las pistolas encima.
No sabían aquellas personas que los muertos y el sacerdote eran de Peralta, pero cuando el cura vio quiénes eran, que eran nada más y nada menos que vecinos de Peralta y de izquierdas, se negó a rezar y dijo: «¿Rezar a estos un responso? A éstos no los quieren ni los cuervos». Y dando media vuelta se marchó. Cuando fuimos a recogerles habían pasado 42 años, pero todavía mujeres y hombres de estos pueblos lo recordaban y ellos fueron quienes nos dieron todos los detalles.
Estaban enterrados en terreno de Muruarte, propiedad de Adolfo, que con dos más del pueblo les enterraron.
Sin embargo, la búsqueda y localización del lugar exacto, hasta que contactamos con Adolfo, nos llevó mucho tiempo, pues las informaciones iniciales eran equivocadas.
Fue la señora del Restaurante Teré y su hija, de Campanas, las que nos pusieron sobre la pista, junto con la viuda del alcalde del 36 en Muruarte, que nos atendieron con todo cariño.
Aunque no se ha podido saber a dónde les llevaron a los que quedaban del grupo de detenidos en Tafalla, sí puedo presentar unas cartas de tres de los compañeros de Peralta y por dos de éstas podemos saber que efectivamente les sacaron de la cárcel.
La primera es de Blas Díez, esposo de María Irigaray, Pitona, que escribe a su esposa. Aunque no pone fecha, Pedro Boneta escribe en la misma hoja por detrás a sus padres y es del día 3 de agosto:
«Querida esposa hijos salud os deseo así como nosotros gozamos de ella, me supongo que ya habrá alguna noticia nuestra, pues ahí verás si hay alguna persona que pueda informar bien por nosotros sin mas recibes un fuerte abrazo y besos a los hijos. Hasta la tuya.
Blas Díez»
Pedro Boneta escribe así:
«Tafalla 3 de agosto de 1936
Mis queridos padres, me alegraré que al recibo de mis cortas letras se encuentren bien, yo bien, la presente sirve para decirles que, en vista de los rumores que se corren, les escribo para que estén tranquilos, porque aquí, estamos bien.
Sin más que decirles un abrazo de su hijo.
Pedro Boneta»
Mi tío escribe también una carta el mismo día 3 de agosto. En una de las 26 que se guardan de Blas dice que: «si no las entregan al punto de la mañana no las echan hasta el día siguiente». Así pues ellos escribieron en cuanto pudieron hacerlo para que llegasen cuanto antes.
«Tafalla a 3 de agosto de 1936. [1ª carta del día 3 de agosto]
Querida madre, cuatro letras para decirle que me encuentro bien de salud. La siguiente sirve para decirle que mire de qué manera nos saquen de Tafalla, ya irá a casa de Juanito y le dice que haga lo que pueda y que le diga a Jesús.
Mirarlo enseguida, que urge. Sin más, se despide, lágrimas de su hijo, muchos recuerdos para todos.
Madre al mismo tiempo le habla a las personas más significadas de Peralta, que hagan lo que puedan por nosotros, por los 12 que estamos, pidan clemencia por nosotros, que estamos muy tristes. Adiós madre de mi alma. Hasta la suya.
José Orduña»
Las tres cartas tienen un denominador común, por una parte tranquilizar a sus familias, ya saben que se llevaron a unos compañeros e imaginan lo peor y por otra parte ven la necesidad que tienen de que se haga algo por ellos desde fuera, de ahí las cartas de Blas y mi tío José, como seguramente lo hicieron los demás, pidiendo que hablasen con personas influyentes.
Aquello no se lo esperaban, esperaban un juicio pero no una saca y los inmediatos asesinatos. Vuelven a escribir Blas y mi tío el mismo día 3 de agosto, ya están más sosegados, si bien les embarga una gran tristeza y preocupación y conocen ya lo ocurrido aunque sea a medias.
«Prisión de Tafalla 3 de agosto de 1936
Querida madre, cuatro letras para decirle que me encuentro bien de salud. Gracias a Dios.
La siguiente sirve para decirle que mire de qué manera se nos saque de Tafalla, ya madre mía creo que habrán sabido la gran tragedia de nuestros compañeros. Parece mentira que tengan el valor de matar a quienes siempre fuimos amigos y convecinos.
Estamos como tontos y con el alma en un hilo, nada hicimos de lo que pueda acusarnos la Justicia, pero no nos hacen juicio.
Por favor, madre, mire a ver que puede hacer por todos nosotros, hable con Jesús y Juanito, ellos saben bien cómo soy pues mucho he trabajado para ellos. Son personas influyentes, todos somos del pueblo y saben que nada malo hemos hecho.
Madre, no puedo seguir escribiéndole, las lágrimas se agolpan a mis ojos, la muerte de nuestros compañeros, entre ellos el primo Antonio, nos ha dejado consternados.
Madre, ¿quién va a trabajar ahora por vosotras? Vosotras hermanas cuidarla mucho, ya sabéis que nunca estuvo bien de salud. No se preocupe por mí madre.
En el Frente no todos mueren y mis hermanos ya volverán. Adiós, madre de mi alma, adiós hermanas mías. Quien mucho os quiere.
Blas Díez»
Eran cuatro hermanos y una hermana. Creía la madre que Ángel había muerto pero escapó, y el día 10 de agosto, cuando fueron a buscarle para matarle, fue nuevamente detenido e inmediatamente le mataron y se llevaron a la mujer a la cárcel. Nicolás estaba preso así mismo con Blas en la cárcel de Tafalla y el cuarto hijo, Gerardo, tuvo que alistarse al requeté y estaba en el frente, así que puede uno imaginar el suplicio de aquella madre y también de los hermanos.
Puede observarse que dice en la carta: «Ayer estuvimos de marcha sin saber dónde». Y conocen lo que había sucedido, pues mi tío dice claramente: «La muerte de nuestros compañeros, entre ellos el primo Antonio». Por ello, ambos vuelven a insistir en que hablen con personas influyentes del pueblo.
Anselmo Irigaray era uno de los citados. Dionisia es cuñada de Blas, hermana de María, ésta estaba sirviendo en Cadreita en casa de los marqueses de Cadreita y su marido era de derechas, y buena persona, si bien a Blas y a Carlos Burdaspar, cuñado también con su hermano José, de nada les sirvió. No pudieron hacer nada, como lo demuestra la gran amistad que siguieron teniendo con la hermana y sus hijos.
Las dos personas que nombra ni tío, Juanito y Jesús, eran hermanos; había trabajado mucho para ellos en el campo y conocían muy bien cómo era. Mi abuela, junto con mi tía Pilar -entonces de 14 años-, fue a casa de Jesús, llevó la carta y le suplicó que hiciese algo por todos ellos. Jesús le respondió: «Yo no puedo hacer nada por tu hijo ni por los otros, son de los del puño en alto y aún te sobra una hija en casa» (lo decía por mi madre).
Hasta comenzada la búsqueda no había sabido de estos hermanos, pero la relectura de las cartas de mi tío hizo que le preguntara a mi madre por ellos y me lo contara.
Un día pasé delante de él y venía cara a cara por la acera el criminal que además le robó la ropa a mi tío José y se la puso. A éste, ya entonces mi madre al encontrárselo en la calle y ver la ropa de mi tío que la llevaba puesta le trató de ladrón y asesino. Él se puso gallico, pues su estatura no le permitía ser gallo, si no tenía un fusil, pistola o mosquetón. Tras cruzarnos, se me ocurrió mirar hacia atrás y, qué casualidad, inmediatamente se juntaron. Sin pensarlo dos veces les dije en voz puesta: «¡Ah que bien, Dios los cría y ellos se juntan!». Ninguno respondió nada y se metieron en la cochera.
Con las cartas queda muy claro que habían sacado a más hombres que los que asesinaran en la madrugada del día 2 de agosto. Al final de su carta Blas comenta que están agradecidos del pueblo de Tafalla, desde los familiares y amigos de los presos que también se encuentran de Tafalla les llegan algunas ayudas y visitas dándoles ánimo.
Parece que Blas recibió carta de María, le da ya algunos datos de lo ocurrido e inmediatamente vuelve a escribir el mismo día 3 de agosto:
«Tafalla 3 de agosto de 1936
Querida esposa e hijos, salud os deseo así como nosotros gozamos de ella, yo bien. Gracias a Dios.
María he recibido la tuya la que me sirvió de mucha alegría, aunque veo que estás triste porque os han cortado el pelo, pues el pelo crece y se puede arreglar, pues dices que no escriba tan triste como la otra pues si la carta es triste según dices yo estuve más cuando me distes las noticias que nunca hubiera pensado yo, sabes que para ti es toda mi esperanza y sólo en ti puedo pensar así que cuanto te ponga en la carta es porque te tengo el pensamiento en ti y cuando veo visitas paso un rato triste.
María quien te viera con el pelo cortado y los pendientes largos, poco me importaría siempre que yo estuviera en libertad […] Hay que tener paciencia, solo estoy impaciente cuando espero tus noticias y tardan en venir. Cuando cojo tu carta en mis manos la beso así como cuando cierro ésta pues me parece que te beso a ti, así que ya que no te puedo ver deseo me des noticias cuantas sepas pues no me asustan por duras que sean y ya me mandarás aquel retrato de los hijos si es que esta ya que también quisiera tener el tuyo para verte a menudo y besarte así que estaré algún rato pensando que estoy con vosotros, puesto que no pasa ni un minuto sin tenerte en mi pensamiento.
Yo nunca hubiera creído el amor tan grande a la familia, aunque yo ya sabes que nunca he sido malo María […] sabrás que Ángel ha muerto y Gerardo está en el frente, así que no quiero decir nada de Berbinzana pues en todos los sitios hay algo, también te digo que aquí se encuentra Idelfonso hermano de Fortún, Paco el de los violines, Miguel el hijo de Alfaro […] así que aquí pasa como a vosotras con el pelo, cuando entramos mucho sonreímos y decíamos: otro al cajón […] Ya me dirás si la recibes la carta abierta o cerrada […]
Pili ya sé que te estarás aburriendo tanto escribir pero ya sabes la situación que me encuentro y deseo tener noticias, me dices también que mi última carta era muy triste y que no se la leíste toda a María pues a mí me parecía era de alegría algo más triste podía haber sido era el día que tuve la noticia de la muerte de mi hermano y después la carta que me hizo que pasara mal rato….
Blas Díez»
(Pili era hermana de los hermanos Chivite. María, la esposa de Blas, no sabía leer ni escribir correctamente y Pili se encargaba de escribir en nombre de María y de leerle las cartas de Blas.)
Las cartas de Blas son emotivas, largas, y se ve el cariño que tiene a su esposa e hijos. Aclara cómo su tristeza es debida a las noticias que le ha dado su esposa, «Las noticias que nunca hubiera esperado». Y por otra parte había conocido la muerte de su hermano Ángel. Conoce así mismo en la carta última de su esposa que le han cortado el pelo a María y aún le anima a tener paciencia.
Pablo Casarejos Villafranca, hermano de José, asesinado el día 2 de agosto en Muruarte y primo a su vez de mi padre, me explicó un día lo ocurrido con su hermano: «Al otro grupo de Peralta que estaba en la cárcel de Tafalla con mi hermano, los mataron los mismos y algunos más, que los que mataron a mi hermanico, pues se llevaron más de 60 de la cárcel, los de Peralta y de otros pueblos. C….., sabe muy bien dónde les mataron y enterraron».
Para mi madre era una tortura permanente que apareciesen todos salvo su hermano José y el resto de compañeros. A mí me dolía decirle un día y otro no sabemos dónde están, pero ánimo que ya saldrán. Así pues, informada por Pablo de estos detalles, me propuse de buenas maneras preguntarle al tal C…. nos dijera dónde estaban. Un día que habíamos tenido una reunión en casa de Juanjo, me marchaba a casa ero subí por la calle Matapadres, con intención de poder encontrarle, pues normalmente me marchaba a casa por la carretera.
Justamente comenzaba a subir la calle Matapadres (hoy Espoz y Mina) cuando le vi cruzar por la calle Mayor, en el trozo de bocacalle que hay entre lo que es hoy la Librería Irigaray y la Agencia de Viajes. Al reconocerle eché a correr con el ánimo de alcanzarle. Aunque era bastante mayor que yo, llegué a la calle Mayor en un voleo pero no lo vi. Era imposible que hubiera llegado a su casa, pues estaba a bastante distancia de donde le vi. Deduje que también corrió o se escondió. No vivía en la calle Mayor, pero sí en sus inmediaciones.
A partir de que comenzamos a trabajar en «Operación Retorno», este elemento cada vez que me lo encontraba volvía la vista para otro lado o daba la vuelta. Era familia lejana de mi madre, y siempre tuvo un comportamiento normal con nosotros hasta estas fechas.
Al Cándido Casarejos, padre de José, también le quisieron matar. Era muy mayor, pero enterado de que iban a ir a por él, acompañado por su hija Pilar —ya casada con Marcelino González— llegaron por el monte hasta Pamplona. Se escondían de día y andaban por la noche. En Pamplona se escondió en casa de una cuñada, hermana de su esposa, hasta pasar la revancha.
A las hermanas de José y a la madre, Teodora Villafranca Ruete, les cortaron el pelo. Les hacían ir al campo y trabajar para ellos desde que salía el sol hasta que se metía; mal alimentadas y a veces por no darles, no les daban ni agua para beber en aquel verano infernal del 36, y por supuesto, jornal mucho menos.
Como los hombres o estaban en la cárcel o en el frente o fusilados, los caciques del pueblo no tenían personal para realizar sus labores, por lo que echaron mano de las mujeres de izquierdas para hacer las labores del campo, trillar, coger maíces, remolacha, limpiar las escuelas, las calles, la iglesia y la casa consistorial, y todo con burlas grotescas.
Toda la familia de los Casarejos-Villafranca, fueron bien perseguidos y represaliados, algunos de ellos se libraron de la muerte gracias, por ejemplo, a Santiago Ruete, miembro de la Junta de guerra, y de Anselmo Irigaray.
Santiago Ruete supo que al marido de Justa Villafranca, Ricardo Irigaray, Pitón, iban a llevárselo a matar, a las pocas noches de que se llevaran al cuñado Félix Castillo. Santiago le avisó para que se escapara, y aprovechando la noche se escapó hasta Pamplona, a casa de Margarita, su cuñada, donde ya estaba escondido Cándido Casarejos.
Le cortaron el pelo a Justa Villafranca y a su hija María, de 16 años de edad. Curiosamente, el que llevaba la lista para los cortes de pelo no llevaba a ninguna de las dos, pero una vecina, energúmena como pocos, observando que no se llevaban a ninguna de esta familia, comenzó a vociferar que se las llevaran, les cortaron el pelo y aún la cabeza.
De inmediato llegó la orden de que a madre e hija les cortaran el pelo, y les llevaron a la peluquería de Juanito Antomás, el Fati. Éste se quedó muy apesadumbrado y Justa le animó a ejecutar la orden que le habían dado: «Corta el pelo sin temor, éste ya saldrá, a quienes les han cortado la cabeza ya nunca más volverán a la vida».
Finalmente, Gregorio Villafranca, hermano de Justa y Gregoria, conoce que está amenazado de muerte. Además, alguien que todavía no se sabe quién fue quería inculparlo, le colocó en la ventana de la cocina que daba a la Plaza Progreso una caja de municiones, a la vista de todo el mundo que pasara por la casa. (Conozco la versión por la familia y por Nieves Ruete, hija de Santiago Ruete, que a tantos salvó de la muerte). Gregorio avisó a Santiago Ruete, y éste salió del horno donde estaban amasando la harina para el pan del día siguiente, llegándose hasta la casa de Gregorio. Cogió la caja y se la llevó a su casa.
Anselmo Irigaray y Santiago Ruete, salieron al frente de esto y haciéndose responsables totalmente de Gregorio, le salvaron de ser fusilado. Dudando de los «emisarios de la muerte», se fue a Pamplona, a casa de su hermana Margarita. Así pues, en casa de Margarita, donde estaban escondidos Cándido Casarejos y Ricardo Irigaray. Gregorio había sido concejal republicano y todo esto ocurría en los primeros días del golpe.
Encuentran a Julián Orduña, Cleto, y lo asesinan en Peralta
Julián Notario Orduña, Cleto, de 30 años de edad, soltero, vivía con su madre viuda para la que era el único sostén, se inclinaba hacia las personas socialistas o de UGT con quienes trabajaba en el campo.
Por la noche logra llegar a casa de un tío carnal que antes de que amanezca pide a Julián salir de su casa, no vayan a encontrarle y tomen represalias contra su familia. Vuelve a huir y se esconde en el monte.
Su madre, Cleta, le llevaba comida por las noches, pero alguien le vio y la denunciaron a la guardia civil. Santiago García se entera de lo que estaba ocurriendo y avisa a Cleta para que evite llevar nuevamente comida a su hijo porque la estaban vigilando.
Pero los «emisarios de la muerte» que advierten que la madre no sale de casa, le obligan a salir por el monte y por el campo para llamar a su hijo. Al oírle gritar que le llevaba la comida Julián no respondió comprendiendo que algo sucedía.
El sacerdote don José Boneta, que estaba de vacaciones, se encontró con él y le dio dinero para que pudiese comer y se escapase por la noche, pero con la mala fortuna de ser vistos por dos matones. El día 2 de agosto de 1936, por la mañana temprano, lo encontraron escondido en la Cabaña del Chino y allí mismo le mataron.
Fue enterrado en una finca de Guillermo Castillo, Reniega, junto a una higuera de la que nunca volvieron a coger su fruto por respeto al allí enterrado.
En febrero de 1977, 41 años después de este hecho, estaba mi padre ingresado en el Hospital de Pamplona. En la habitación contigua había un señor de Funes que entabló trato con el compañero de mi padre y mi padre, hablando de aquellos tiempos, y nos comentó lo siguiente:
«Me mandó mi madre que le llevara la costa a mi padre cuando yo tenía 8 años, mi padre estaba trabajando en San Mauricio [lugar entre Peralta y Funes, de ambos pueblos] me encontré a dos de Peralta, fulano y mengano, y me dice: «Chiquito, ¿Quieres ver a un rojo muerto?» Yo pensé que sería algún animal que habían cazado pues iban los dos con pistolas y un fusil cada uno y les dije que sí, entonces me llevaron hasta la cabaña del Chino y allí estaba un hombre muy grande, muerto, envuelto en sangre, eché a correr y sin parar y asustado vivo, llegué hasta casa y ya no volví más al campo. No le he olvidado nunca, le recuerdo como si le estuviera viendo ahora mismo, tampoco se me olvidó la cara de los matones que después reconocí en Peralta».
Estos dos personajes eran ni más ni menos los que don José Boneta descubrió cuando hablaba con Cleto. Ambos, asesinos del pueblo. De uno de ellos particularmente recuerdo que murió rabiando como un cosaco y se le presentaban en su lecho de muerte todos los que había asesinado.
Cuando fuimos a pedir permiso a los Reniega para sacarlo y enterrarle con todos, nos quedamos de piedra cuando nos comentaron hacía dos años lo habían sacado y se habían llevado sus restos a Funes. J. Luis y Pedro Jesús Castillo, Reniegas, se quedaron consternados, después de tantos años respetando aquel sitio. Una persona de Funes, extrañado de que nunca labraran aquel corro ni comieran de la higuera, les preguntó el motivo, y se ofreció a hablar con el enterrador de Funes para llevar los restos al cementerio. Quedaba pues la posibilidad de que estuviera en Funes.
Hablamos del asunto con Emiliano Cid, El Chino, enterrador en 1978, imaginando que los restos se habrían echado al osario del cementerio de Funes, pero cual fue nuestra sorpresa cuando Emiliano, nos dice: «Tranquilos, no tenéis que ir a Funes, porque está aquí, el enterrador de Funes me habló de lo que ocurría y lo trajimos aquí y en lugar de echarlos al osario, por si acaso algún día se buscaban los enterré en frente». Así pues los recogimos también y reposan junto a los demás en el Panteón.
Es asesinado en Peralta un joven de Beire
En la mañana del día 4 de agosto Dionisio Zufía Escobés, de 30 años, natural de Beire, se encontraba descansando en una de las cuevas que estaban al comienzo de las eras, junto a Vallacuera.
Al llegar los trilladores le ven, lleva un hatillo de ropa y algo de comida, es preguntado por uno de estos (requeté por más señas) qué hace por allí, respondiéndole el joven que va huyendo de Beire porque allí se está haciendo una masacre con la gente, por culpa de los curas, los requetés y los falangistas. Mientras hablaban se presentaron los que le seguían, entre ellos uno de Olite que le decían El niño valiente, que junto con el requeté de Peralta lo mataron.
El requeté marchó a casa a comer muy ufano y lo habló en la mesa: «No he podido menos que matarle, madre, el canalla aún decía que la culpa de todo la tiene el clero, los carlistas y falangistas, así que no nos ha quedado más remedio que hacerlo».
Un hermano más pequeño estaba a la mesa comiendo y tras escuchar a su hermano dejó de comer y levantándose le dijo a su madre: «Esto no es para mí, así que me voy al frente, moriré defendiéndome pero nunca seré un asesino», y sin terminar de comer se marchó para no volver; tuvo la desgracia de morir en el frente.
Aunque fueran casos esporádicos e insuficientes, está claro que no todo el mundo estuvo de acuerdo con lo que se llevó a cabo en la retaguardia, y así como muchos hombres de izquierda marcharon al frente para librarse de una muerte segura si se quedaban en Peralta, también los hubo de la derecha que hicieron lo mismo huyendo del horror del que estaban siendo testigos.
La madre de Dionisio recibió la noticia por boca de un pariente presente en la ejecución. Tristemente, no pudieron recoger sus restos por ignorarse el lugar exacto.
Nuevas cartas desde la cárcel de Tafalla
El día 5 de agosto vuelven a escribir Blas y mi tío José.
«Prisión de Tafalla, 5-8-36
Querida esposa e hijos, salud os deseo así como nosotros gozamos de ella.
La presente sirve para decirte que he recibido tu carta y me ha servido de mucha alegría, pues cada día que pasa sin saber noticias, se me hace un año, así que haz por darme alguna noticia que no me asustan las que tú me des, pues anoche trajeron a 8 más, así que hay que tener paciencia.
Ya me dirás si va Carlos a trabajar pues no me das ningún pormenor así que dame las que más puedas darme, de aquí te puedo poner poco y de cuidado.
Tú verás de que pongan bien de nosotros, aunque nunca hemos hecho más que trabajar mucho, así qui no hay que estar dormidos y pueda pasar otro tanto como el hecho anterior, es muy triste […]
Así que ten tranquilidad y paciencia que yo bastante tengo […]
Blas Díez»
(Se refiere a Carlos Burdaspar, eran cuñados, estaba casado con Julia Irigaray, hermana de María, 7 días más tarde sería fusilado en Milagro.)
Es notable la preocupación que tienen después de haber ocurrido los fusilamientos de los compañeros. Ellos siguen pensando que nada malo han hecho, que solamente han hecho trabajar y más trabajar por lo que no es justo que les hagan nada, pero ante lo acaecido ya no tienen confianza de que así sea. Mi tío escribe el mismo día.
«Prisión de Tafalla, 5-8-36
Querida madre, hermanos, hermanas y demás familia. Salud les deseo cuando esta llegue a sus manos la mía es buena y la de mis compañeros. Gracias a Dios.
La presente sirve para decirle que he recibido su carta por la cual veo están todos buenos. Respecto a la mala suerte que hemos tenido, de que se lleven a los compañeros de aquí y no sabemos el paradero de ellos ni lo sabremos ya, para toda la vida, así que estamos medio tontos.
Madre, de todos los que nos hemos quedado aquí les dé un abrazo a la familia del primo Antonio.
Madre, si puede girar algo de dinero lo giren a nombre de Encarna porque las 20 ptas que traje las hemos gastado para todos, así que haga lo posible por girar algo porque no tengo ni un perra.
Sin más que decirle por ahora reciban un fuerte abrazo de su hijo que les quiere y no les olvida y dar muchos recuerdos para todos mis hermanos y hermanas y demás familia.
José Orduña
Madre le digan a la madre del sastre que le escriban que está intranquilo por no saber nada de la familia de Félix Blanco.»
El primo Antonio, no era otro que Antonio Goñi. Mi abuelo materno y la madre de Antonio eran primos carnales.
Félix Blanco era el hijo del alcalde el cual no sabía nada de la familia. Lo que va sabiendo, es gracias a los compañeros que pudieron ser visitados por sus familiares o por las cartas que estos recibían. Mi tío, en varias cartas escribe pidiendo noticias para Félix Blanco, lo que hace suponer que no le permitían que le llegase carta, paquete ni visita alguna.
Este comportamiento parece una forma de venganza por no haber podido coger al padre para matarlo. Los otros hermanos estaban ambos en el frente y uno de ellos, Pepe, moriría.
En la carta se comprueba la solidaridad que tenían entre ellos.
María Irigaray, esposa de Blas Díez, también acude a quien cree puede hacer algo por todos y ésta lo hace por medio de una carta que envía a Pamplona, donde se encontraban. No tenemos la carta que escribió, pero sí la respuesta de Petra, la esposa de Anselmo Irigaray, en cuya casa María había estado sirviendo, y siempre demostraron que la apreciaban. dice así:
«Pamplona, 6-8-1936
Apreciable María: Recibí tu carta ayer tarde y como Anselmo no viene a casa hasta muy tarde no le pude enterar de tu carta. Cuando vino se la entregué y hoy pensaba irar a ver si podía hacer algo, pero esta tarde ha tenido que salir para Guadarrama y no sé cuando volverá, pues como están todos sujetos a las órdenes superiores no sé cuando dispondrán de que venga. Cuando regrese hará cuanto le sea posible por poder atenderte. Mis chicos están con la tropa que va a Madrid hechos unos valientes defendiendo nuestra Santa Causa Dios y Patria, y no quieren venir ni a descansar pues en todos los lugares han entrado en fuego y Dios vela por ellos que no han tenido ni una pequeña herida ni un catarro.
En mis oraciones por España no os olvido y ruego a Dios cesen estas luchas y los equivocados vuelvan al verdadero camino.
Excuso decirte que esas pobres criaturas me rajan el corazón tanto por vuestra desgracia material como por el perjuicio espiritual que este estado de cosas les ocasiona.
No confíes en nuestro poder que es muy poco pues con los militares no sirven influencias pero de nuestra voluntad puedes estar segura que es grande y si es posible se le atenderá.
Pediré al señor sepas resistir esta actuación difícil pero vuelve tu corazón a Dios. Él te ayudará, pues en la ayuda de los hombres no encontrarás el consuelo verdadero. Te hablo por experiencia propia pues en las contrariedades mi consuelo ha sido el señor y Él me ha ayudado. Animo. Sabes que no te olvida tu afftma.
Petra.»
Imagino que nada pudo hacer Anselmo en esta ocasión por Blas y demás compañeros. Hemos visto cómo salvó a Gregorio Villafranca y meses más tarde fue uno de los que se preocupó porque no hubiera más fusilamientos.
De todas formas queda patente lo que muchas de aquellas personas de derechas pensaban de los republicanos y del Alzamiento Militar: «Santa Causa, Dios y Patria» y «los equivocados vuelvan al verdadero camino». Está muy claro cuál era el pensamiento, si bien en esta persona no se desprende el odio que en otras se vio tan palpable.
Estando mi padre en Madrid como sargento del ejército republicano, se enteró de que había una religiosa de Peralta, sor Juana Malumbres, tía carnal de Juana Mª y Javier Malumbres. Acompañado por dos soldados más, fueron a visitar a esta religiosa, y al verles se alborotaron.
Todas negaban que hubiera ninguna religiosa de Peralta en aquel convento. Mi padre no perdió la calma y las convenció de que nada iba a sucederles, que se había enterado que vivía allí una religiosa de Peralta e iba a visitarle, y al mismo tiempo a ofrecerles ayuda si la necesitaban, que Azaña incluso les había dado la orden tajante de que no se molestase a los religiosos.
Se calmaron y llamaron a sor Juana. Mi padre se presentó y habló con ella, se brindó a ayudarles si lo necesitaban, pidiéndoles que atendieran por igual a los heridos que les llevaran, fueran nacionales o republicanos, «todos estamos defendiendo a España, cada cual con sus propias ideas».
Cuando sor Juana vino a Peralta después de la guerra, al ser preguntada cómo lo había pasado en el Madrid republicano, constató que no se habían metido con ellas para nada… Inmediatamente, la echaron del pueblo y creo que no volvió más.
Casualidades de la vida, fue un sobrino carnal de esta religiosa, Ricardo Malumbres, médico en Zaragoza, quien después de dos años de enfermedad de mi padre con fiebres maltas y paralítico por una punción en la columna vertebral, mal hecha, le curó las fiebres e informó a mi madre de la causa de su parálisis.
Recientemente conocí el caso de otra religiosa de Peralta, de la Caridad, a la que le preguntaban por el calvario que habrían pasado con los republicanos en su zona, pero también respondió de igual manera que la anterior.
De nuevo Blas escribe el día 7 de agosto. En su carta se comprueba, como en todas las que escribió, el cariño hacia su esposa María y hacia sus hijos, pero por supuesto no olvida a vecinos y compañeros sobre todo si éstos han sido asesinados:
«Tafalla, 7 de Agosto de 1936
Querida esposa […] nosotros gozamos de ella a Dios Gracias.
María ya he recibido tu carta y por ella veo que ha sido imposible que vendrías pues para una vez que tenía permiso, he salido lucido y menos mal que han venido mi madre y mi hermanica y me han sacado de visita les había escrito que venías y quería venir mi madre para verte pues por ahora me he quedado de a pie así que toda mi ilusión se ha quedado una, otra vez será pero no quiero que me hagas consentir te estaba esperando en el auto y no has venido […] ven cuando quieras pero otra vez ni me hagas otra como esta que te estaba esperando en el auto y no has venido, pues yo nunca he visto una mentira tan clara como esta, no quiero que me alegréis para luego quedarme más triste […] llevo dos días disgustado y menos mal que he recibido esta carta que me ha tranquilizado un poco desde las 10 hasta las 11 mis pensamientos han sido malos pensando que algo iba a pasar, pero una vez en mis manos he visto que todos estabais bien, se corre que se van a hacer Consejos de Guerra, no sé si será cierto si se hacen y salgo libre ya estoy voluntario […]
Blas Díez»
Nueva carta de Blas:
«Tafalla, día 8 de agosto de 1936
Querida esposa e hijos […] Envíame todas las noticias que puedas todo cuanto puedas ponerme, ya sé que son mucho más largas que lo que me pones, pero mándame todas las que puedas de la familia que es lo único que deseo […] Quiero que escriba la Lola algunas letras y que me de noticias de la Juanita la de Todosio [Esta era, Juanita Boneta Irigaray viuda de Alejandro Castillo asesinado en Muruarte el día 2 de agosto] aunque estará muy disgustada puesto que es tan triste el perder un ser que tanto se quiere. También nosotros lo sentimos mucho y por los demás que han corrido la misma suerte […] Aquí estamos bien aunque hoy cumplo siete días que, gracias al sol que se presentó […] [Se refiere al día 2 de agosto en el que le sacaron de la cárcel para ser fusilado, pero les volvieron de nuevo a la cárcel] Así pues que ánimo María […]
Blas Díez»
Es apresada Encarnación Resano Falcón
El día 4 de agosto celebra la Iglesia la festividad de Santo Domingo de Guzmán, quien instituyó el rezo del Santo Rosario en honor de la Virgen María. Fue costumbre en Peralta, que, en honor del Santo y por supuesto de la Virgen del Rosario, se hiciese un novenario del rezo del Santo Rosario por las calles, pero en agosto, a partir del día 4 de agosto se rezaba por las tardes.
Según nos comentara a mi madre y Fermín Jericó Resano, el mudo Jericó, el día 8 de agosto le llevaron presa a su madre Encarnación Resano, la Morica.
Al atardecer del día 8 de agosto, coge el banco que guardaba en la entrada y lo saca a la calle a tomar la fresca, como lo hacía todas las noches de verano. Al sacarlo, en la calle lógicamente hizo ruido al dejarlo en el suelo. Se sienta de cara a la pared, costumbre entonces en las mujeres para evitar que ninguno que pasara por la calle les pudiera ver las piernas.
Encarnación era muy sorda, y había que gritarle para que te oyera. Justo en esos momentos en que ella sacaba el banco, llegaba el Rosario por la calle Tejedores —entonces Galán y García Hernández—, se sentó como cada tarde y por la sordera no se percató de esto.
Una vecina cuatro casas más arriba que ella y otra de la calle Mayor, rápidamente le denuncian a dos falangistas que acompañaban la procesión, acusándole de haber hecho ruidos y de haberle dado la espalda al Rosario. Inmediatamente, cogen a Encarnación llevándola a la cárcel, donde estuvo recluida hasta el día 26 de octubre, en que fue asesinada en Falces. ¿Esto era el celo cristiano?
Curiosamente, llegando a cierta edad, estas dos señoras quedaron mudas de por vida, por alguna enfermedad.
El citado corresponsal de Diario de Navarra y Pensamiento navarro, no tardó en enviar sus dardos envenenados sobre la pobre mujer, y así el día 19 de agosto, en las «GACETILLAS» de página octava, con el titular «Las hay zafias» escribía una más de sus despiadadas crónicas: (Ahora en los archivos electrónicos sin el encabezamiento insultante.)
«GACETILLAS
Peralta fue detenida noches pasadas la vecina de dicha villa Encarnación Resano Falcón de 57 años, porque al pasar por delante de su casa la procesión de la Hora Santa salió a la calle con un banco con el que pegó en el suelo para llamar la atención y se sentó de espaldas a la procesión en plan de mofa y escarnio a las imágenes en cuyo momento unos falangistas que le vieron la cogieron y la llevaron a la cárcel.
Esta individua según informes oficiales es de pésimos antecedentes y agitadora de masas de tal manera que en cuantas alteraciones de orden público han ocurrido en dicha villa siempre aparecía a la cabeza la individua de referencia».
Vi este artículo por primera vez en el 78, cuando estábamos recogiendo los restos de nuestros familiares. Me lo entregó, junto con otros documentos de interés, José Mª Jimeno Jurío. Me quedé de una pieza, porque había oído hablar siempre bien de esta mujer.
Todas las acusaciones vertidas por el corresponsal eran rechazadas tajantemente con mucha indignación por las personas a las que consulté. Aunque se quedaron más tranquilas al conocer la sucia pluma de quien lo había escrito.
En casa de Filo Goñi Basarte (hermana de Antonio Goñi, fusilado en Muruarte de Reta) le saqué el tema haciéndome eco de las palabras del corresponsal. Filo casi lloró: «Pero quién te ha dicho a ti semejantes embustes, qué pobrica, si se pasaba la vida trabajando lavando y planchando para todo el mundo…».
Es repugnante y nauseabundo comprobar la maldad que utilizó para tirar por tierra la fama de sus convecinos, porque no comulgaban con ruedas de molino y por supuesto, no eran de sus ideas políticas, ni semejantes.
En las actas del Ayuntamiento se encuentran numerosas denuncias de diversas personas, y ni en una sola se menciona para nada que Encarnación sea todo cuanto el corresponsal expone, ni que hubiera tenido la más leve disputa o denuncia.
En otro escrito titulado «Los brazaletes», del conocido corresponsal, publicado en Diario de Navarra el 16 de agosto, queda claro el engendro ideológico y la falta de humanidad de este individuo. Cuando lees tales «razonamientos» y otros por el orden, te parece mentira que se llegara a tales aberraciones de pensamiento y acción. Da escalofríos que existiera la frialdad y vehemencia febril de autoconvencimiento de que matar, robar, violar, marginar, humillar, de mil formas y maneras, etc., etc., etc., era lo que según el corresponsal «procedía hacer».
Llama la atención cuando se refiere a quienes «no los ahorcan por muchos miles de duros…». Entre estas personas se encuentran José Arricibita, Serafín Irigaray, Plácido Bayo y su esposa Mª Josefa Goizueta, y otros que, aun siendo de derechas, por ningún concepto, no solamente no dieron sus votos a nadie, sino que estuvieron en desacuerdo absoluto con el Levantamiento Militar.
«LOS BRAZALETES
Los primeros días de restauración y por orden de las autoridades militares, se dispuso que para distinguirnos las derechas de las izquierdas, estas en la bocamanga se colocasen un brazalete blanco y por parte, una indicación con los colores de la Patria, pero sin prescindir en ningún momento del blanco y las derechas, un brazalete con los colores nacionales.
Así se hizo con muy buen acuerdo para que las autoridades, sepan con quien tratan… Parece que muchos tienen a menos el ostentar el brazalete que les corresponde, o sea el blanco y digo que les corresponde porque hasta el día que estalló este glorioso movimiento militar han sido los elementos más significados y los mayores enemigos de las derechas.
Algunos se excusan diciendo que votaron a las derechas, pero lo pero es mentir, porque gracias a Dios en el comité de derechas, del que tengo sumo gusto de ser su secretario, sabemos al detalle, todos los electores, absolutamente todos en cualquier momento todos cuantos trabajamos en asuntos electorales (Que ojalá no trabajemos más) podemos decir: éste es de derechas, éste es de izquierdas, éste es abstenido (Estos últimos son los que desagradan a todos) y mucho más cuando se trata de alguno que hoy no los ahorcan por muchos miles de duros….
Que por ahora cada uno lleve el brazalete que le corresponde, en premio a sus actuaciones anteriores, que cuando purguen bien la falta, será ocasión para pensar lo que proceda».
No se olvide que para estas fechas en que escribió el corresponsal los suyos habían asesinado ya a 29 peralteses…..
El Ayuntamiento golpista beneficia al cabo Escalera
Mientras se va llevando a cabo la masacre organizada por la derecha, el Ayuntamiento se reúne el día 14 de agosto para tratar diversos temas.
¿Qué pactos hicieron con el cabo Escalera? Buscando datos en los libros de actas del Ayuntamiento, encontré una del día 14 de agosto de 1936, que sin lugar a dudas demuestra a las claras que los hubo:
«1º. Previa la conveniente discusión se acordó por unanimidad garantizar a D. Eusebio García Barcos, la renta de 600 pesetas en concepto de alquiler por el piso primero de la casa que posee y que se destinará para el Jefe de la guardia civil de este puesto, cuya renta será obligado el ayuntamiento a pagar al Sr. García por trimestres vencidos y aún cuando el mismo por cualquier circunstancia quedase algún tiempo sin ocupar o habitar ya que el piso de referencia se compromete el propietario a reservarlo siempre para el fin indicado. La duración del presente contrato será de un año y éste se considerará prorrogado por uno más si ninguna de las partes…..».
Hasta la fecha, los guardias civiles vivían todos en el cuartel, desde el mayor al menor, por lo que resulta evidente lo que significa el regalo que le ofrece el nuevo Ayuntamiento golpista, como bien se encargó él de demostrar.
Recientemente visité a una persona de la derecha de toda la vida, pero de los que no aprobaron tal masacre y se expusieron a la represión por su ayuda a personas de izquierda a quienes iban a fusilar.
Salió a relucir el conocido Timoteo Escalera y su expresión fue: «¡Aquel hombre fue un canalla, qué mala persona fue, era un demonio, cuántas salvajadas hizo, cómo trataba a la gente».
Alejandro Barcos, concejal republicano, tres años de aquí para acá
Alejandro Barcos Osés, Caños, concejal republicano, andaba preocupado ante lo que venía ocurriendo en el pueblo. Habló con su amigo y vecino Manuel Campo, el Merdero, y le comentó que había pensado marcharse al frente antes de que le matasen, pues bien sabía que estaba en el punto de mira y en cualquier momento podrían detenerle y asesinarle como venían haciendo con otros.
Manuel Campo le dijo que también él lo había pensado pero que no tenía valor para dejar a sus hijos tan pequeños y a su mujer. Aunque Alejandro le hacía ver el panorama, Manuel no cambió su forma de pensar. Manuel sería asesinado 4 días más tarde.
Alejandro Barcos salió de su casa con mucho pesar, dejando esposa e hijos, pero creyó que era lo más seguro y se marchó a la Legión a Zaragoza, siendo enviado al Tercio Sanjurjo.
Con el Tercio Sanjurjo fue llevado a San Gregorio, cerca de la Academia General Militar. Ya en San Gregorio, les ordenan que dejen todo el cargamento que llevaban, haciéndoles salir fuera. Felipe Marín, de Marcilla, estaba allí y consiguió sobrevivir, contándonos lo sucedido. Fueron formados por compañías y metidos en una nave «terrible».
De allí fueron sacando grupos de 20 personas y llevados a unos 200 metros de la Academia Militar, y en la ladera de un pequeño montículo iban siendo asesinados. Luego, los volvían a cargar al camión y atravesaban Zaragoza, dejando regueros de sangre por las calles por donde pasaban, hasta llegar al cementerio de Torrero. Allí habían abierto una gran fosa e iban echándolos en ella, cubriéndolos con tierra que habían sacado. Entre estos fusilados se encontraba el peraltés Aniceto Soto Pérez, fusilado el día 2 de octubre.
Comenzó esta masacre el día 2 de octubre y terminó el día 9. Gracias a un capitán de requetés que estaba al frente y que no estaba de acuerdo con lo sucedido, se dirigió a los presentes les dijo: «Todos ustedes están aquí para fusilarles, si alguno conoce a algún militar, político o alguien importante de un paso al frente».
Gregorio Legaz Silvestre, de Peralta, conocía que don Alfonso Goizueta estaba en Zaragoza. Era militar de alto cargo y era el responsable de la RENFE, así pues dio un paso al frente comunicándole al capitán lo referente a don Alfonso Goizueta, que, como él, era de Peralta.
Alfonso Goizueta fue puesto al corriente, acudió al campamento haciéndose responsable de todos aquellos hombres y logrando que se cortaran los fusilamientos. Muchos en Peralta le estuvieron agradecidos hasta su muerte.
Fueron muchos los soldados que trasladaron allí y entre estos la mayoría de la Ribera de Navarra. En 7 días fusilaron a más de 400 hombres, como consta en los libros del cementerio de Torrero y en los registros de la Academia Militar de Zaragoza.
El mismo capitán, al conocer que Gregorio tenía otros dos hermanos en el frente, Ignacio y Paco, le informó que de los tres uno tenía que volver al pueblo, tal como lo establecía la ley. El capitán dio curso al papeleo pertinente para que Gregorio volviera a casa, por estar ya casado y tener una hija. Los tres hermanos habían ido al frente por no ser asesinados en el pueblo, donde sí asesinaron a otro hermano, José, que estaba paralítico.
Gregorio, casado y con una hija, vivía en una casa de un derecha. Al estar Gregorio en el Tercio Sanjurjo, el derecha despachó a la mujer de la casa.
Estando Alejandro Barcos en el Tercio Sanjurjo es enviado a casa licenciado por enfermedad, porque una pierna se le inflamaba considerablemente. Vuelve a Peralta e inmediatamente se advierte su presencia y es advertido que se marche nuevamente, pues su vida sigue corriendo peligro.
Alejandro poseía un horno donde se preparaba la mimbre para hacer cestas, maletas, etc., que se hacían en su taller, en otros del pueblo y sus alrededores, dando trabajo a varias familias. Fue al horno, donde estaban trabajando, pero al estar debajo de la peña era prácticamente necesario pasar por delante del cuartel de la guardia civil, que entonces estaba donde hoy está el taller y casa de Pinillas.
Al pasar, lo hizo sin ningún remilgo, ni buscó esconderse, pues había cumplido en la Legión el tiempo que pudo y estaba licenciado por enfermedad. De vuelta para casa le detuvo el cabo Timoteo Escalera, que le llevó detenido por la calle Mayor vieja, donde vivía Alejandro y tenían una fonda. Josefina, la hija mayor, estaba fregando y vio la escena, y se lo dijo a su madre inmediatamente.
Dolores, su esposa, acudió a casa de su hermano Pedro, de derechas, casado con la baronesa, que vivía en la calleja Matapadres, para que intercediera por su marido, como así fue, evitando que le mataran. Sin embargo, Escalera le advierte que no se escapase del pueblo, que había sobre él una denuncia y ésta se mantenía.
Marchó a Pamplona y se presentó a la Falange, de donde le metieron preso en la cárcel provincial. Allí se encontró con Juanito Castillo, el Roico, José Martínes, Pastrana, y Manuel Pérez, Manolé, y en ésta permaneció varios meses.
Dolores marchaba a verle todas las semanas. Una señora que se llamaba Carmen, la Pescadera, muy amiga de los manolés, familia a su vez de los carrizos, vendía pescado en Pamplona, se comportó con ellos como si de un familiar se tratara; se encargaba de lavarles la ropa, de llevarles paquetes, recados y cuanto era preciso.
Hicieron una revisión en la cárcel y Alejandro les presentó el documento de licenciado por enfermedad que le habían dado en la Legión. El capitán que estaba al cargo le aconsejó volver al frente, ya que habiendo sido republicano era un peligro, y si bien el haber estado en el frente era un salvoconducto, no era seguro, por lo que le aconsejaban volver al frente para evitar que cualquier día saliera de la cárcel para ser fusilado como lo eran otros.
Un martes que era día de visita el centinela dice a Dolores que su marido va a ser liberado, pero le aconseja que los más jóvenes —Alejandro Barcos y Juanito Castillo— vayan nuevamente al frente, porque estarán más seguros.
Son enviados ambos a Oñate, donde encuentran a un tal Asín de Peralta, que tenía algún puesto de responsabilidad y les metió de inmediato en la cocina con la intención de librarles de estar presentes en las batallas, lo que salvó sus vidas.
Estando todavía en Oñate, un telegrafista que por aquellos años estaba en Peralta, animó a Dolores a que hablase con el gobernador, y así lo hizo. Dolores expuso todo lo acaecido con su marido y le preguntó la causa por la que fuera a la cárcel cuando le habían licenciado por enfermedad en los primeros meses de la guerra. El gobernador le informó que pesaba sobre Alejandro una denuncia en las dependencias de la Guardia civil desde el día 21 de julio.
La denuncia hacía referencia a los hechos ocurridos el 21 de julio cuando falangistas y requetés perseguían a José Celaya, acusándole de haberse enfrentado a ellos.
Aclarados los hechos, el gobernador le aconsejó que pidiera en el pueblo un certificado de buena conducta. Acudió Dolores al párroco con el que tenía la familia muy buena relación, mas éste se lo negó en redondo.
Dolores visitó a algunos miembros de la Junta de guerra, pero ninguno de ellos quiso darle este certificado y tampoco en el Ayuntamiento. Finalmente, fue dado de alta en el ejército mandándole jubilado por el informe de buena conducta de la Legión y ser enfermo crónico.
Santiago Ruete, miembro de la Junta de Guerra, salvó a cuantos pudo de la muerte
Santiago Ruete, Koske, era miembro de la Junta de guerra, pero ayudó y salvó a muchos de la muerte. Parece ser estaba al margen de lo que se cocía en las reuniones de la Junta de guerra, ya sea por su trabajo de panadero, ya porque prescindían un tanto de él cuando observaron su empeño desde primeras en salvar a la gente que podía. Ya he comentado que de alguna forma llevaban las cosas entre tres o cuatro.
Es cierto que Manuel Campo Osés, el Merdero, esposo de una prima carnal suya murió fusilado, pero sospecho que no sabía nada, pues salvó a todos los familiares de los que tuvo conocimiento que les iban a fusilar, a concejales republicanos que habían sido compañeros en el primer Ayuntamiento de la República, e incluso a otras personas que acudieron pidiéndole ayuda.
Un sobrino de Manuel Campo me comentó que Santiago Ruete no conocía que le iban a fusilar. Ya se lo habían llevado cuando alguien le avisó y de inmediato envió a buscarlo para salvarle, pero era ya demasiado tarde. Hubiese sido muy extraño que no hubiese salvado al marido de su prima carnal con quien además les unía una gran amistad.
Otro de los concejales de la República por los que intercedió fue Jesús Cabeza Osés. Llegado el alzamiento comienzan a meterse con su esposa Pilar, que en todo el tiempo que su esposo estuvo de concejal nunca se metió en política. Ambos eran unas maravillosas personas.
Jesús había sido un trabajador nato en la lucha por los comunales y por los objetivos que se habían planteado al presentarse para el Ayuntamiento, escuelas, sanidad, vivienda, bienestar social para todos, libertad, igualdad… Algo más que suficiente para que llegado el Movimiento se le tuviese en el punto de mira para fusilarle.
Jesús era cuñado de Santiago Ruete y, por supuesto, si lo hizo con quienes no eran familiares, con mayor razón lo hizo con el esposo de su hermana.
Nuevamente se llevan a dos personas de Peralta para ser asesinados el 11 de agosto
El día 11 de agosto nuevamente se llevan a dos personas de casa en la madrugada. Esta vez no van muy lejos, la carretera entre Peralta y Funes. Los asesinados Sebastián Castillo Pérez, Meletón, y Daniel González García Carretero.
Sebastián Castillo Pérez, Meletón, tenía 20 años, soltero; trabajaba con su padre en el campo, poseían tierras y a renta, lo que no quitaba para que fueran partidarios de que los comunales fueran equitativamente repartidos. Era de UGT.
Sebastián y su padre habían sido testigos del intento de quema de los maíces en la plaza de toros, y conocían a los provocadores, razón suficiente para ir a por ellos.
Supimos que habían sido asesinados a la izquierda de la carretera de Funes, frente de la pieza del Mayorazgo, dejándoles allí toda la noche. Les llevó un voluntario con su coche, usando los faros para que los asesinos cumplieran su cometido. Sebastián se enfrentó a los matones, retándoles uno por uno. Al dispararle dio vivas a la Virgen de Nieva. A la mañana siguiente les pasaron a enterrar a la pieza del Mayorazgo, donde hubo algún grupo más de fusilados.
El que los hubiesen matado a la izquierda de la carretera nos hizo pensar que estaban enterrados al lado de una puentilla que había, y se miró y remiró pero no encontramos nada, suponiendo todos que tal vez alguna riada se los hubiera llevado. Su madre, la señora Josefa Pérez de Meletón, cuando había riadas lloraba pensando que su hijo y el compañero fueran arrastrados por el agua.
Los abuelos y los padres de la Juli y Chata la gitana y demás hermanos, en aquel entonces solían acampar cuando venían por Peralta en esta pieza y alrededores, y pudieron ver algunos fusilamientos y sus tumbas, aunque no sabían de quiénes eran. A estas opiniones se sumaban otras similares.
Estuvimos con los que llevaban la pieza, pero sus informaciones, confusas y sin sentido, no llevaban a ninguna parte. Un día les dijimos que si los habían sacado al labrar que nos lo dijera claramente, contestándonos afirmativamente, y que los habían metido a todos en la mitad de la pieza a mucha profundidad. Pero la búsqueda fue infructuosa, perdiendo la esperanza.
Un día cercano a los funerales nos mandó recado un Fernandillo que vivía en Zumárraga, que nos diría exactamente dónde estaban, porque siendo un crío de 14 años estaba con las vacas de pastor en la pieza y, escondido, vio cómo y dónde les enterraron.
Nos llevó hasta el lugar exacto donde les habían enterrado, un brazal para el riego, al otro lado de la carretera. Pero al verlo, se dio cuenta de que había desaparecido casi todo: «Creo que no les encontraréis. Meletón estaba hacia el interior del brazal y el Carretero al otro lado, junto a la pieza, pero aquí ha desaparecido el brazal».
Cuál no sería nuestra alegría cuando apareció la suela de una alpargata de pie grande, que pudo ser de Sebastián. Pero esto fue todo lo que sacamos, justo donde había sido enterrado.
Al tiempo de celebrado el segundo funeral vino a casa una señora de Peralta y me comentó lo siguiente:
«Hace ya varios años estaban en el cementerio las hermanas Valentina y Mª Luisa Ezpeleta, que iban mucho, y escucharon un coche que paró en la puerta, el coche era rojo y pequeño. Salieron dos hombres y entraron unos bultos envueltos en periódicos; bajaron hasta el panteón de Boneta, dejaron los dos bultos y echaron a correr montándose en el coche nuevamente.
Fueron a ver qué eran los paquetes y encontraron los restos de dos personas; una de ellas había tenido que ser alta, los huesos eran muy largos. En cada uno de los dos paquetes había una calavera. Luego eran restos de dos personas».
Pero las dos hermanas habían muerto.
Supe que la señora Josefa, madre de Sebastián, había estado sirviendo en casa de Boneta. Llamé a Funes a casa de unos amigos para informarme si los que llevaban la finca del Mayorazgo habían tenido un coche pequeño rojo, y me confirmaron que sí, dándome hasta la marca del coche y la matrícula. También sabemos por personas de Funes que entre los asesinos de David y Sebastián había gente de Funes y de Peralta.
Son muchas casualidades para que no fueran sus restos, pero el enterrador que entonces estaba ya no vivía, por lo que poco pudimos conocer al respecto.
Daniel González García, Carretero, de 33 años de edad, soltero trabajaba con un hermano. De oficio carpinteros, entre otras cosas hacían carros. Según contaban en 1978 personas ya mayores, era una persona callada, servicial, nunca se metió con nadie, siempre trabajando día y noche. Pero el solo hecho de que fuera de UGT fue más que suficiente para sus asesinos. Tenía familiares muy cercanos a la CEDA, pero o no pudieron o no les interesó hacer nada por él.
Fue una gran pena no poder enterrarlos junto con los demás.
El 12 de agosto asesinan a otros cuatro vecinos de Peralta
Al atardecer del 12 de agosto, llevan a cabo cuatro nuevos asesinatos: Felipe Balduz Martínez, Carlos Burdaspar Bermejo, Tomás Pellejero Sárnago y Eugenio Pérez Gogorza.
Felipe Balduz Martínez, Cuca, de 34 años de edad, soltero, de ideas socialistas, labrador. Fue el primero que vio salir a los rebeldes armados desde donde trabajaba, cerca de la finca la Torre de Peralta.
Había estado preso con su hermano Benito, Carlos Burdaspar, Jesús Boneta, Pedro Boneta, Serapio Mena, Antonio Goñi, Félix Blanco y demás a raíz del consejo de guerra mencionado, por contestar los gritos antirrepublicanos de los manifestantes de derechas.
Como sus hermanos, Felipe poseía una gracia natural y especial y era consecuente con la problemática de la tierra, siendo uno más de los que lucharon por conseguir un reparto comunal más justo. Fue sacado de casa en la tarde del 12 de agosto y junto a los otros tres compañeros fue llevado a Milagro, donde fueron asesinados.
Carlos Burdaspar Bermejo, Guarra, de 32 años de edad, casado con Julia Irigaray, Pitona, con dos hijos, Oscar y Carlos. Como sus hermanos Roque y Matías era socialista.
Fue colaborador permanente de Jesús Boneta. Luchó codo con codo con ilusión y entusiasmo por alcanzar la Reforma Agraria. Procesado en el consejo de guerra de julio de 1935.
En la mañana del día 12 un alguacil que en su día no muy lejano se vendió al ayuntamiento del Movimiento tras haber estado en las filas socialistas, fue a su casa a buscarle. Carlos estaba en la trilladora trabajando, y así se lo dijo su esposa Julia, a la que el alguacil respondió como quien no sabía de que iba la cosa: «Pues cuando venga de trabajar le dices que se persone en el Ayuntamiento que quieren hablar con él».
Al volver a casa Carlos se encontró con el alguacil dándole el recado. Carlos subió al ayuntamiento y salió en la noche con sus tres compañeros, camino de Milagro donde fueron asesinados.
A su hermano Roque lo fusilarían un mes más tarde, Matías se libró por estar en el frente. Eran primos de mi madre, hijos de primos carnales, con quienes se mantenía una gran familiaridad. ¡Con qué amargura lloraba Matías la muerte de sus dos hermanos! En cuanto pudo se marchó a Pamplona con su esposa e hijos. Era muy sensible y vivió siempre con el recuerdo de sus hermanos.
Tomás Pellejero Sárnago, Pellejero, de 33 años de edad, casado con Asunción Echeverría, tenía dos hijos.
Tenía una taberna en la calle Solana Alta, al final, cerca de la iglesia. Según me han contado era un hombre extraordinario, de una gran bondad. Su esposa trabajaba desde niña de sirvienta en casa de José Arrecibita. Como en tantas otras, captabas en su rostro la bondad y el sufrimiento padecido.
Tomás era socialista y de gran inteligencia. Muchos de los que acudían a la taberna también lo eran, y poco a poco fueron fusilándolos o tuvieron que marchar al frente.
Eugenio Pérez Gogorza, Manolé, soltero, de 22 años de edad. Hijo de Manuel y Julia. Era de UGT.
De Eugenio y su familia sé bastantes cosas. Era novio de mi madre y la familia siempre la quiso como si de una nuera se tratara, tratándonos con mucho cariños. El señor Manuel siempre que me veía se le llenaban los ojos de lágrimas. Puesto que ellos me habían dado gran cariño yo les correspondí siempre por igual.
Eugenio, al ver lo que estaba sucediendo, decidió marcharse al frente. Se había librado de la mili por tener una pequeña lesión en el corazón, pero decidió marchar con los de su quinta. Por la tarde bajó a casa de mi abuela para merendar con mi madre y despedirse, pues se iban esa misma tarde, y se fue a su casa (vivía detrás de la parroquia, calle Tadeo 16, donde hoy vive su hermano Julio, Cholín).
Un rato después un vecino que horas antes pasó por buen amigo, le llevó a su casa a la guardia civil, exigiéndole que si tenía armas las entregase. Este vecino fue de los que se hicieron pasar por izquierdas y después, como diría mi padre, fueron los mayores vendidos y esquiroles, siendo capaces de denunciar a sus compañeros y aún matarlos.
Estaba a punto de irse al frente con los de su quinta, cuando el mismo vecino le dijo que había orden de que se presentase en el cuartel. Dudó qué hacer, y tras hablar con su hermano Eduardo y en casa de su novia, decidió saber qué era lo que había en el cuartel. Eran las 8 de la tarde y ya no le vieron jamás.
Eugenio no se dejó matar fácilmente, y aunque estaba atado intentó escapar saltando la tapia del cementerio, pero en la misma tapia le dieron un tiro en la rodilla. Cuando se recogieron sus restos buscaron la bala entre los huesos de la rodilla y allí estaba.
A Eugenio le asesinó uno de Falces, el Gato. Él mismo lo contó, bravucón, en un bar de Falces después de matarles: «Acabo de matar al chulo de Peralta». Le preguntaron quién era y añadió: «Eugenio Manolé. ¡Ahora que nos ha dado una murga… ha intentado escaparse, pero en la tapia del cementerio le he metido un tiro en la pierna y allí sa quedao, después le he dao el tiro de gracia y se acabó…!». En el bar se encontraba un tío carnal de Eugenio, el hombre, llorando, se marchó a casa con el corazón destrozado.
Cuando fueron a sacar sus restos iban con la convicción de que sería fácil. Mi tío Nicolás sabía por un amigo pastor de Milagro que estaban junto a una tumba al lado de la tapia de una señora que se apellidaba Larreina, en el cementerio se encontraron con que habían echado encima una plancha de cemento sobre la que se hizo el osario.
No obstante, ayudados por gente de Milagro, el enterrador, el alguacil, el secretario y otras personas, y con el permiso del Ayuntamiento, picaron incansables la plancha de cemento, pero los primeros restos que aparecieron eran de la huesera. Carlos Pérez y Carlos Osés siguieron afanosos sin perder la esperanza.
Por fin los encontraron, produciéndose escenas muy emotivas cuando Carlos recogió los restos de su hermano.
Los presos de la cárcel de Tafalla escriben el 11 de agosto sin saber nada de lo que está pasando. Veamos algún extracto de sus cartas.
«Prisión de Tafalla, 11-8-36
Querida madre y hermanos, y demás familia. Salud les deseo cuando ésta llegue a sus manos, la mía buena hasta la fecha, gracias a Dios.
[…] De lo que me dice de las parcelas pues haga Ud lo que quiera. También le digo que se ha corrido que se llevan hasta la quinta del treinta, así que si se llevan a Tomás y a Rafael, pues no pasen pena que ya volverán.
[…] y a la vez le digo que tengan mucho cuidado con hablar nada.
Sin más que decirles por ahora de mí. Recuerdos a toda la familia de mi parte y Ud reciba lo que quiera de su hijo.
José Orduña»
«Tafalla, 11 de agosto 1936 [1ª carta del día 11 de agosto]
Querida esposa e hijos […] tu carta me sirvió de mucha alegría pues estaba con mucha pena puesto que no sabía si estabas bien o no, pues aquí hay 8 mujeres de Tafalla de las más significadas, pues tú ten cuidado y haz de tu voluntad cuanto puedas ya que yo me encuentro entre paredes no nos encontremos los dos para dejar a los hijos solos, así que hay que tener paciencia y pecho, pues yo ya tengo bastante, pues según noticias que tengo van al servicio tres quintas y tendrá que ir mi hermano Gerardo, fíjate cómo se queda la abuela en casa sola y con tanto sufrimiento […]
Ya me darás noticias si sabes de tu hermano y me mandas las señas para yo saber de Guarra […] [Se refiere a Carlos Burdaspar, su cuñado que sería fusilado al día siguiente, así mismo era primo de mi tío, parecía como si presagiasen lo que iba a suceder.]
Blas Díez»
«Tafalla, 11 de agosto 1936 [2ª carta de este día]
Querida esposa e hijos, salud os deseo así como yo la tengo. A Dios gracias.
María acabo de recibir tu carta la que me ha servido de mucha alegría, ya hacía dos días que la estaba esperando. María me dices que no pudiste estar con los que vinieron pues han venido más que los que tú piensas pues no hagas caso de mí lo que me preocupa eso que dices que estás enferma pues no hace falta más que eso para que yo esté siempre pensando […] María me dices que le escriba a tu dueña pues yo más quiero que le escribas tú, pues puedes conseguir más y sabes puede hacer para que tú puedas venir pues mañana viene la mujer de Tororena y su cuñada.
María también quiera saber la vida que tú haces pues no me dices una palabra de si andas bien o mal, explícame algo sea como sea, ánimo no me asusta nada y procura por tí y por los hijos […] pues yo tengo poca esperanza así que quiero que me cuentes todo cuanto sepas ya que no puedo tener tranquilidad, hazte fuerte y échate el mundo por encima pues yo ya lo tengo, así que, pecho y que venga lo que quiera […] yo vivo de milagro así que por tí y por los hijos haz cuanto tengas a tu alcance, será difícil vernos pues yo estoy tranquilo esperando un día deseado, las noticias no son muy agradables para mí, no para ti y para los hijos, […] quiero saber quién aboga por ti, pues tú no me dices nada de nadie, también me dices que le escriba a la viuda de Ayerra pues no sé lo que escribir […] y como no me contestó a la otra y ame dirás si te tratas con ella y si le hace fiestas al chico así le podré escribir y si quieres que le escriba a tu amo me mandas la carta. Sin más recibe el corazón de éste que no te olvida besos para los hijos y recuerdos para todo el mundo.
Blas Díez.»
A la mañana siguiente de que les mataran, mi madre, Dolores Orduña, que todavía no conocía nada, se encaminó a casa de Eugenio tomando la calle del Río. al pasar por la casa de un carlista jaimista, primo carnal de mi abuelo materno, una hija que estaba en el balcón al ver a mi madre le grita a otra vecina: «¿Sabes a quién han matado esta noche?, al Eugenio Manolé», y a continuación se echó una sonora carcajada. (De qué poco te sirvieron tus carcajadas, con la cruz que te tocó llevar, tú la llevaste buena, ni fuiste feliz, ni dejaste que tus hijos lo fueran hasta que pudieron desprenderse de tus faldas.)
Mi madre quedó petrificada y llorando, corrió a casa de los Manolés para conocer lo que de cierto había. Se puede uno imaginar la consternación de toda la familia que ya conocían lo sucedido. Un hermano acompañó a mi madre hasta casa, y la noticia le afectó de tal manera que tuvo que hacer cama. De joven, no tenía una salud fuerte y esta noticia le propinó una gran tensión depresiva y anémica.
Tres o cuatro días más tarde mi madre es llamada al cuartel de la guardia civil. Acude y ya en el despacho del cabo Escalera, éste la interrogó sobre el paradero de mi abuelo Lorenzo. Mi abuelo había muerto cuando mi madre tenía 9 años, o sea, hacía ya 10 años, pero el gran canalla, y le pongo buen nombre, con un mosquetón en la mano daba de golpes a mi madre en el vientre, insistiendo en que le dijera dónde estaba escondido su padre, con amenazas de dejarle seca.
Apareció por el cuartel Julio Elcid (tesorero del Círculo Jaimista) y al conocer lo que estaba sucediendo se enfrentó al cabo Escalera dando por sentado que lo que respondía mi madre era cierto y que no se le ocurriera volver a molestarla, enviando a mi madre a su casa. Este incidente agravó la salud de mi madre considerablemente y tuvo que ser atendida por el médico.
Inmediatamente vuelve a escribir mi tío por cuya carta ya se ha enterado de lo que le ha ocurrido a Manolé y a los demás. Se le nota más preocupado. Desde la cárcel se comunica con mi abuela por carta y le va diciendo pormenores de las parcelas, dónde están, qué hay que hacer con ellas, trillar, recoger la fruta, la alfalfa, las maíces, etc. Mi abuela probablemente no le expuso claramente lo sucedido y él no sabía ¡que les habían quitado todo! Se preocupa de sus hermanos que están en el frente.
«Prisión de Tafalla, 16 de agosto del 36
Querida madre me alegraré que al recibo de estas cortas letras se encuentren con la más completa salud que yo les deseo, yo estoy bien gracias a Dios.
No me acordé al escribirle de la parcela de las maíces está al linte de […] estarán ya para coger […] ya irán lo antes posible no se las lleven […] de lo que dice de Rafael me figuro malas noticias de él, de que haya venido Tomás me he visto muy contento […]
Muchos recuerdos para la familia de Manolé y les acompaño al sentimiento y a las familias de los demás compañeros como del primo Carlos […] Recuerdos de Ramiro. Sin más se despide su hijo que no les olvida.
José Orduña»
Dos días más tarde vuelve a escribir mi tío, tranquilizando a su madre por no poder subir a verle. En la misma escribe Félix Blanco el sastre, que sigue sin saber nada por parte de la familia.
«Señora Filomena le hago saber que mandé la ropa con la de José, me extraña que no la hayan mandado con la de su hijo. Haber si le dice a la tía Julia, para saber su paradero que no sé a quién se la darían ya que iban las dos juntas. Sin más muchos recuerdos para la familia de mi madre y de la tía Julia, para Dolores, Pilar y demás de parte del sastre.
Félix Blanco»
¡Pobre Félix!, cuánto tuvo que costarle aquel silencio interminable sin recibir una sola letra de casa pues no le permitían recibir correspondencia. Por medio de la tía Julia, de mi abuela, mi tío y Encarna Rox, recibía ropa y las noticias que podían darle, pero está muy claro que hasta la ropa le negaban.
Sin descanso, día a día, infligieron tales vejaciones entre sus convecinos, hombres y mujeres sin importar la edad, el núcleo familiar. Nada les detenía, su sed de aniquilamiento físico y moral de sus convecinos fue incansable y cada día emprendían una nueva acción con la que esgrimir sobre sus víctimas el terror más atroz.
Las consignas de Mola se seguían en Peralta al pie de la letra:
«Es necesario crear una atmósfera de terror, hay que dejar sentir el dominio eliminando sin escrúpulos a todo el que no piense como nosotros. Tenemos que causar una gran impresión, todo aquél que sea abierta o secretamente defensor del Frente Popular debe ser fusilado. La acción debe ser en extremo violenta para REDUCIR lo antes posible al enemigo mediante castigos ejemplares, enérgicos y rápidos…».
Y nuestro corresponsal, fiel a lo dictado por Mola, hacía sus propias declaraciones e interpretaciones, como ya hemos podido leer en el artículo ;«LOS BRAZALETES»: «que cuando purguen bien la falta, será ocasión para pensar lo que proceda».
Tres de Artajona en busca de Melitón Castillo
Hacía 3 o 4 días que habían asesinado a Sebastián Castillo Pérez en Funes, cuando tres individuos de Artajona llegaron a Peralta a por su padre. Hacia el mediodía, Miguel Arrecibita estaba en la calle Mayor, delante de su casa, se le acercaron y le preguntaron dónde vivía Melitón Castillo. Miguel les indicó el recorrido. Pero se dio cuenta de que iban armados y les echó el alto: «Ni se les ocurra tocar un solo pelo de ese hombre, ya pueden correr del pueblo, y pobres de Uds si le ocurriese algo».
Eran de Artajona, pero venían llamados por gente del pueblo. Por la tarde Miguel Arrecibita tuvo que personarse en el cuartel reclamado por el cabo Escalera, que se puso como un energúmeno amenazándole que no se acordara de aquello.
Enterados algunos derechas de lo ocurrido, echaron el alto al cabo Escalera, pues Miguel Arrecibita tenía un hijo que era teniente coronel de la guardia civil, y ello pudiera tener malas consecuencias para todos.
Así las cosas con Melitón Castillo, le ordenaron que con Serafín Irigaray vayan enterrando a cuantos aparezcan muertos por terrenos de Peralta, de cualquier pueblo que sean, cosa que debieron hacer junto con otros como Pedro Zapater y Vicente Villafranca.
Dos nuevos asesinados en Marcilla, el día 16
Los incidentes se suceden sin cesar y el día 16 asesinan a Luis Boneta González y Serafín Portolés Salvatierra.
Luis Boneta González, Machillo, de 39 años de edad, soltero y jornalero. Estaba al cargo de sus padres y era de UGT. Hombre de gran corazón, que veía las injusticias con que se trataba a los jornaleros y la necesidad de un reparto comunal más equitativo, y el proceder más justo de la patronal.
Luis era cuñado de José Irigaray Osés, que permanecía preso en la cárcel de Pamplona, y cuñado de María, esposa de Blas, y de Julia, viuda ya de Carlos Burdaspar, asesinado 4 días antes en Milagro.
Serafín Portolés Salvatierra, Portolés, tenía ya 45 años, natural de Tudela, casado con Julia Balduz, que tenía 3 hijos de su primer marido, y una hija pequeña de Serafín. De oficio picapedrero, era de la UGT. Hombre de temple y buen trabajador, su trabajo no impidió que apoyara la Reforma Agraria. Siempre estuvo al lado de los campesinos.
Fueron fusilados en las Planillas, y enterrados en el cementerio de Marcilla. Al entonces enterrador y concejal por el PNV de Marcilla, muy amigo de Luis, le obligaron a enterrarles de noche bajo amenaza de muerte. Sus restos no pudieron exhumarse, ya que a causa de un incendio en el cementerio fueron echados al osario.
Otro hijo de Peralta es llevado a fusilar el día 17 de agosto
Benito García Calvo, Andarín, de 50 años de edad, casado con Lucía Resano, tenía 5 hijos, y vivía en Olite. Natural de Peralta, era de oficio caminero. Primo carnal de Antonio García Osés, asesinado en Tafalla el día 25 de julio. Como Antonio, era muy inteligente y trabajador.
El día 19 de julio un grupo de izquierdas se reúnen en casa de Benito García para oír la radio. Una mujer les denunció en el cuartel, fueron detenidos y la casa desmantelada de arriba abajo (la radio se la llevó un carlista). A Benito le desterraron a Peralta, donde tenía toda la familia.
El día 17 de agosto llegaron a Peralta 4 matones con un chófer de Olite, obligado. El pobre chófer se tapaba la cabeza con la chaqueta; Benito le reconoció enseguida y le dijo: «Ya te he reconocido, Jacinto, pero sé que han sido éstos los que te han obligado».
Le mataron en unas huertas de Marcilla. Su viuda e hijas pudieron ver en la audiencia de Pamplona los nombres de los dos vecinos denunciantes. No de todos los que fusilaban se exigía estos requisitos, pero se dieron estos casos. Más adelante expondré el caso del grupo que quedaba en la cárcel de Tafalla.
Cuatro personas son asesinadas en Caparroso, uno paralítico
Dos días más tarde, el 19 de agosto, fueron asesinados y enterrados en Caparroso José Legaz Silvestre, Esteban Osés Arbeloa, Julián Pérez Osés y Ricardo Zabal Taniñe.
José Legaz Silvestre, Legaz, de 36 años de edad, era paralítico, hijo de Román y María.
A pesar del analfabetismo existente, José sabía leer perfectamente, le bajaban hasta la plaza principal y allí hablaba con unos y otros, le gustaba mucho leer el periódico, sobre todo El socialista. Su mayor diversión era tocar la armónica, haciéndolo muy bien; una sobrina todavía la guarda.
Le acusaron de tener un arma, que no era sino la armónica. Subieron a por él algunos pájaros del pueblo, vivía en el monte, en la calle Alta Poyo de Tejedores, y le arrastraron por las calles para bajarle. De esto se encargó uno de tantos. La madre clamaba desesperada y dolorida ante tal monstruosidad, maldiciéndole: «No te deseo otra cosa, sino que el primer hijo que tengas sea igual que éste». Y aunque parezca mentira, así sucedió; el primer hijo de aquel individuo fue y sigue siendo paralítico. (Ninguna culpa tiene de lo que hiciera su padre, y es apreciado en el pueblo ya que siempre fue buena persona.)
La impotencia de la madre era grande, y se desahogó tratándoles de todo, por lo que también quisieron llevársela a matar. Se corrió por el pueblo y llegó a oídos de José Boneta (sacerdote). De inmediato intercedió por aquella mujer, y aún consiguió que a ella no le hicieran nada.
Don José se libró del castigo por ser de familia más rica del pueblo, con grandes influencias políticas. Su sobrino Felipe Sorrosal Boneta era del Comité de las fuerzas de la derecha, representante del Casino Agrícola (CEDA). Don José vivía con otro hermano soltero Manuel, y su casa estaba unida con la de su sobrino.
José Legaz debía permanecer siempre sentado en una silla o acostado en cama, por la parálisis de sus piernas. Sus restos fueron reconocidos inmediatamente, y en ellos se encontró que el tiro le había sido dado encima de la sesera, tirado en el suelo.
Esteban Osés Arbeloa, Carrizo, de 30 años de edad, casado con Pilar Romero, con una hija, Amelia.
Era de UGT y fue fuerte en la lucha por los comunales, una gran persona. Serio y responsable, al tiempo que cariñoso.
Su esposa, aunque casada en segundas nupcias, nunca le olvidó y habló a su hija de su padre para que supiera de él. Era natural de Lodosa y cuál no fue su asombro cuando un vecino de Peralta, natural de Lodosa, fue a por su marido a matarle. Viéndole le dijo: «¿Tú vienes a matar a mi marido? ¿Cómo tienes valor?».
Julián Pérez Osés, Primo, de 36 años de edad, soltero, labrador con inclinaciones socialistas, pero no pertenecía a ningún partido político ni a ningún sindicato.
He buscado datos sobre él y los he recibido de familiares tanto de ideas afines como de ideas contrarias, y tanto por un lado como por el otro me han hablado muy bien de él. Una hermana y sus hijas vivían con él, y no sabían dónde ponerle. Un vecino le delató al párroco: «No he visto en mi vida echar más disparates que a Pérez». Fueron a por él, encargándose de matarlo un vecino. Para que no le reconocieran se metió en una cochera de otro vecino, pero el padre de Julián lo conoció.
Ricardo Zabal Taniñe, Vinorría, de 34 años de edad, casado con Matilde Boneta Campo, de cuyo matrimonio tenía 2 hijas, Amelia y Blanca.
Ricardo era una excelente persona, trabajador, hombre responsable tanto en el trabajo como en casa, amante de sus dos pequeñas hijas y de su esposa, socialista, que a nadie hizo mal, con nadie se metió.
No estaba de acuerdo con las injusticias que se llevaban a cabo en el pueblo y fuera de él, y pretendía una mayor atención escolar, justicia social para todos. Esto y estar casado con Matilde, hermana de Jesús Boneta, eran motivos suficientes para matarlo.
Se habían propuesto acabar con todos los hombres de la familia Boneta, más al habérseles escapado de las manos Jesús, a quien tanto odiaban.
A Ricardo le asesinaron en Caparroso. Pero no les bastó con matarlo. Se ensañaron con él sacándole los ojos y, como al resto del grupo, le cortaron las orejas. Una prima carnal de Matilde, que vive en Caparroso, y otra prima de Esteban Osés, junto con dos o tres personas más, acudieron al cementerio al saber que eran de Peralta y llevaron unas sábanas donde les envolvieron antes de enterrarles, y se encontraron con todo esto.
Cuando fueron al cementerio no sabían quiénes eran, simplemente que eran de Peralta, encontrándose con que eran dos de ellos familiares. No saben si las atrocidades se las hicieron antes o después de asesinarlos.
Cortes masivos de pelo a jóvenes y mayores en la segunda quincena de agosto
A más de cien mujeres se les cortó el pelo, la mayoría jóvenes. Viudas, madres, hermanas, novias e hijas de fusilados en su gran mayoría. Algunas habían tomado parte en la manifestación del 1 de mayo de ese mismo año, o bien habían repartido papeletas de izquierda para las votaciones, otras ni eso.
Ya el 3 de agosto en carta de Blas Díez a su esposa se constata que habían cortado el pelo a algunas mujeres, como a su esposa María Irigaray. Y en otra respuesta de Blas vemos que, al menos, se lo cortaron dos veces.
Comenzaron con las casadas, pero en la segunda quincena de agosto lo hicieron con las jóvenes, de cualquier condición. También niñas, como a mi tía Pilar, con sólo 14 años.
Las primeras jóvenes fueron Juanita Pérez Gogorza, Manolé, hermana de Eugenio Pérez, asesinado el día 12 en Milagro, y Gloria Lezaún, la Chapilla, viuda de Jesús Lorente Pérez asesinado el día 2 de agosto en Unzué.
Cuando fueron a cortarle el pelo Juanita, de sólo 17 años, lloraba amargamente. Le habían matado ya a su hermano y el entonces alcalde, dándole una palmada en la espalda le dice riéndose: «No llores Manolé que esto no es nada para lo que os vamos a hacer».
Casi todos aquellos asesinos y salvajes han desaparecido ya, pero cuando vivían parecía como si nada hubiesen hecho, o que estuviesen satisfechos de lo protagonizado, no dando nunca el más mínimo detalle de arrepentimiento.
Ya en la democracia, venía una vez Juanita Pérez, Manolé, en el autobús, en el que viajaba el ex-alcalde del 36 leyendo el periódico. Iba sentado delante de Juanita y de buenas a primeras dice: «¡Ya volverá la tortilla ya, y el día que vuelva ya veremos lo que pasa!».
Al escucharle, Juanita le replicó con ganas y otra señora de Azagra que comprendió de inmediato de qué se trataba le dijo: «¿qué pasa, que es uno de tantos?, ya veremos si ahora haríais lo mismo…». El ex-alcalde tuvo que callarse. Lo cuento porque iba en el autobús y presencié lo ocurrido.
En una partida de cartas, recién comenzada la democracia, algunos le reprocharon su comportamiento en la guerra y el ex-alcalde contestó echándole la culpa al cabo Escalera «porque era mucho malo». Sin comentarios. En la misma mesa, otro día, por dar cierta contestación, un vecino de toda la vida de derechas, que no participó en la represión, le dio un puñetazo haciéndole tragarse el puro que fumaba.
Tras ser interrogada por el cabo Escalera tras haberle matado al novio, mi madre enfermó, teniendo que hacer cama. Dos noches más tarde, le comunicaron que por orden de Escalera tenía que cortarse el pelo. El médico Miguel Martínez lo prohibió terminantemente por el estado de salud en que se encontraba. Pero Escalera insiste.
Junto a la cabecera de mi madre estaba la señora Angelita García de Gorráiz y Carmelo Orduña, Culopaja, que aún vive y puede corroborarlo, y un joven barbero que tenía Juanito Asín, Pelos. Así las cosas, se personó el cabo Escalera dispuesto a cortarle él mismo el pelo.
Había custodiando la entrada de la casa dos requetés y dos falangistas. Carmelo habló con el cabo Escalera exponiendo cómo estaba mi madre y la orden dada por el médico, pero su respuesta fue fulminante: «Quiero los tirabuzones inmediatamente encima de la mesa de mi despacho, o yo mismo subo y le corto la cabeza con los tirabuzones puestos».
Ante la postura de Escalera, Carmelo habló con la señora Angelita, y convencieron a mi madre que se dejara cortar el pelo. Y así lo hicieron, entre los lloros del barbero, que era un crío, para llevárselos al capullo de Escalera.
Tantas y tantas cosas hizo este gusano en el pueblo y fuera; y aún tenía la cara de decir que él era de fuera y «que eran los del pueblo los que le denunciaban a unos u otros». La mala saña la demostró por Funes, Caparroso, Murillo, Falces, Carcastillo, Calahorra y otros pueblos de la Rioja, donde fue tristemente conocido.
Carmelo ha sido persona de derechas, también su padre, pero buenas personas que nunca mancharon sus manos de sangre ni apoyando el Movimiento. Incluso su padre apoyó y trabajó por la Reforma Agraria y así consta en el Ayuntamiento durante la República.
Mi tío, enterado del estado de salud de mi madre y también de mi abuela y escribe una carta desde la cárcel de Tafalla:
«Prisión de Tafalla, 30 de agosto de 1936
Querida madre y hermanas […]
Recibí la vuestra por la que me llevé gran disgusto de saber estaban enfermas.
Madre no tenga pena por nada y se anime y a Dolores que deje las penas a un lado, pasarlo lo mejor posible, no vayas a hacer como siempre, no comer, pues no vas a arreglar nada y tienes que levantar la moral.
Pilar, a ver si cuidas de madre y de Dolores, ya que estás sola, dale lo que les haga falta […]
Muchos recuerdos para toda la familia, para la familia «Manolé» y para María.
José Orduña
Ya le dirá a tía Julia que le escriba al sastre.»
También Blas escribe a María. No tener noticias de casa para él es un martirio, más sabiendo lo que se está haciendo en el pueblo.
«Tafalla, 19 de agosto de 1936
Querida esposa e hijos […]
Recibí la tuya la que me sirvió de mucha alegría, pues aquí se ve la alegría en la cara de cada uno cuando recibes noticias de casa […]
No deseo otra cosa que estas cuatro letras, así que no dejéis de escribirme por ninguna cosa lo que te sea más urgente lo haces […] en medio de mi tristeza siento una gran alegría cuando estoy esperando tu carta y viene ésta, así que tú verás si quieres darme alegría escribe a vuelta de correo, pues se me hace el día tan largo cuando espero tu carta y no la recibo […]
Besos para todos.
Blas Díez»
El día 24 de agosto responde Blas a María:
«Tafalla, 24 de agosto de 1936
Querida esposa […]
De lo que me dices de venir pues tú verás pues sería mi mayor alegría, si dispones viaje me lo dices para pedir permiso, no sea que vengas y no me puedas ver, así que tú verás […] La Vicenta viene todos los domingos a verme [era la hermana a la que junto a su madre si les dejaban marchar desde Berbinzana].
De lo que me dices que vas a ir a trabajar a una fábrica pues tu verás si estás con fuerzas, si te obliga por los hijos ya sabes que yo también trabajaba cuanto podía por todos vosotros […]
Dime si te ha pagado el Chato y lo que te ha pagado que no me dices nada del campo, quiero saber todo lo que tenemos por el campo […]
Con todo mi cariño para todos.
Blas Díez»
Van pasando los días y la esperanza se va agotando, por lo que agradecen sobremanera recibir carta de casa; se interesan por todo y por todos, la incertidumbre que existe entre rejas es absoluta. Algunos tuvieron la suerte de poder recibir la visita de los suyos, pero Blas no pudo volver a ver a su esposa e hijos, como mi tío José.
Las mujeres a quienes les cortaron el pelo se pusieron unos pañuelos para cubrir sus cabezas, pero se los hacían quitar.
Cortaron el pelo a más de 100 mujeres, obligándoles a ir al Ayuntamiento para firmar que lo habían hecho ellas, voluntariamente.
Continúa la represión en Peralta
Mientras, en Peralta sigue la represión más brutal contra las familias de izquierda, destacados o no, miembros de UGT, socialistas, CNT, comunistas, en suma republicanos.
Ya le habían cortado el pelo a Juanita Pérez, cuando Simón Ciordia, Caramboto, avisó al señor Manuel, Manolé, que escapase, que iban a ir esa misma noche a por él, o a por su hija Juanita. Manuel lo piensa detenidamente, tiene fácil escapar, pues la trasera del corral y de la casa es monte, pero piensa que si escapa se llevan a su hija. Así pues, espera alerta toda la noche y decide marcharse a Pamplona a la mañana en el autobús y alistarse a la Falange, para intentar salvar la vida.
Coge la Tudelana a las 8 de la mañana y cuando llega a Pamplona le esperaba la policía, deteniéndole con un sinfín de acusaciones, que meses después, en juicio de guerra no pudieron probar. Fue llevado a la cárcel de Pamplona donde permanecería casi toda la guerra.
Desde la cárcel de Tafalla mi tío José y Blas Díez siguen escribiendo, sin conocer que les habían dejado sin nada.
Descansan una semana y el día 26, un nuevo asesinato
José Velasco Troyas, Velasco, es asesinado el día 26. Casado con Angelines Gil, de Calahorra, con una hijita de días, Mª Asunción.
José Velasco era maestro, y había ejercido en Yesa, durante dos años de interino, donde se le apreciaba sobremanera. Poco antes de comenzar el golpe se dio una charla en las Escuelas de Yesa y entre otras cosas se dijo a los asistentes:
«Vosotras mujeres ¿podéis permitir que vengan los comunistas y que delante de vuestras narices digan: «Esa mujer me gusta» y os la quitan? y que estéis padre y madre con una hija que esté guapa y bien y que lleguen y digan: «Esta pa mí». ¿Podéis consentir eso?».
José estaba presente y soltó un discurso desmintiendo tenaz y claramente la propaganda que estaban dando de los comunistas y dirigiéndose en primer lugar al conferenciante le dice: «Eso que estás diciendo es mentira, baja tú aquí a ver si te llevas a mi mujer, ni tú ni nadie».
Este episodio, fue el acicate para sentenciarle a muerte en cuanto tuvieron ocasión. Primeramente fue echado de su puesto. Al llegar el Movimiento, José se marcha a Pamplona, y en una visita a Peralta para ver a su esposa y a su hija recién nacida, le detienen. Lo llevan a Falces y le asesinan a media noche cerca de la calzada. Fue enterrado en el cementerio, de donde posiblemente pudo ser trasladado a Peralta.
Nuevo asesinato de otro peraltés en el Perdón
Félix García Resano, de 24 años de edad, soltero, hijo de Benito García y de Lucía Resano, ambos naturales de Peralta, fue fusilado en el Perdón el día 27 de agosto.
Félix residía en Olite, su padre hacía 10 días había sido fusilado. Inteligente como él, luchador nato por los comunales, fue teniente-alcalde del Ayuntamiento republicano de Olite. Su delito para ser asesinado.
Llevaba preso desde el día 31 de julio con otros 19 compañeros. Al igual que otros 12 compañeros más de Olite, fueron obligados a firmar un papel en el que constaba su puesta en libertad; fuera de la cárcel les esperaba el «camión de la muerte» para llevarlos al Perdón y asesinarlos.
Félix, como su padre, era caminero, muy inteligente y trabajador, de carácter afable y servicial, y luchador nato a favor de la Reforma Agraria y de una justicia social para todos.
La foto es de dos casquillos de balas que encontraron dos amigos en el Perdón tras la exhumación de alguno de los grupos de fusilados. Al construirse Potasas aparecieron esparcidos por la tierra gran cantidad de restos humanos. Todavía puede leerse el número en uno de ellos: «P 6º 3 29».
Tres nuevas víctimas del holocausto vivido en Peralta
El día 30 de agosto se llevan a tres hombres más: Esteban Echeverría Moreno, José Pérez Ramírez y Manuel Villar Osés.
Esteban Echeverría Moreno, Potochón, tenía ya 65 años, casado tenía un solo hijo. Esteban era de la CNT, luchó por los comunales, por los derechos de los trabajadores todos. Era cristiano practicante.
Todavía vive un testigo de aquellos hechos. Entre la casa de Esteban y la contigua quedaba un rincón, donde se escondió un familiar muy directo de él. Iban tres, los otros dos llaman a la puerta y le dice a Esteban que baje. Estaba ya vestido junto a la ventana esperando a que tocasen a la misa primera. Una vez en la calle le ataron y se lo bajaron por la cuesta. Aquel Caín marchaba detrás de él, tratando de que no le viese. Aunque en el viaje hasta Olite pudo comprobar Esteban quién era.
En casa del vecino testigo ya habían matado a uno de los hombres, otro había sido amenazado de muerte, lo que evitó gracias a Santiago Ruete. Cuando oyeron pegar en la puerta de Esteban los hijos del vecino se levantaron intranquilos esperando la visita y agachados en la ventana observaron cuanto ocurría, incluso vieron cómo el traidor se fumaba un cigarrillo mientras esperaba.
Amelia Elizondo, sobrina carnal de Esteban, se izo cargo en el 78 de los permisos para exhumar a su querido tía: «Era buenísimo, yo estuve en su casa y me cuidó y trató como si fuera su propia hija».
José Pérez Ramírez, Gato. Era el pregonero del pueblo, de 65 años de edad, soltero, vivía con su hermana Teófila.
Fue José una persona extraordinaria, de buen corazón, su trabajo lo realizó con gran esmero al servicio de los vecinos, fue querido por ellos. Cantaba bien las jotas como su hermana Teófila Pérez, pertenecía al cuadro de teatro de Peralta, y a su bondad unía el buen ánimo alegre y jovial a pesar de su edad, haciéndose querer por familiares, amigos y vecinos.
José fue uno de los alguaciles nombrados por la República después de que se les abriese el expediente a los tres serenos anteriores.
De los nombrados en la República, dos de ellos fueron fusilados, José y Félix Castillo Romeo, fusilado el día 25 de julio. Los otros huyeron al Tercio.
De todos los municipales, ya serenos o alguaciles, todo el mundo me ha hablado de ellos extraordinariamente, familiares y conocidos.
Recuerdo a Ricardo Antomás, el Brujo, una persona sencilla, amante de sus hijos, al que le tocó pasar bastante por haber sido sereno de la República. Tuvo que marchar al Tercio junto con Ángel Martínez. Persona cordial y respetuosa, y puedo hablar de ello con conocimiento de causa; fui amiga de su hija Josefina Antomás, durante muchos años.
Manuel Villar Osés, Chifla, de 49 años de edad, casado con Julia Gorostiza, tenían 8 hijos, algunos muy pequeños. Miembro de Izquierda Republicana. Hombre serio y trabajador, sabe que el reparto equitativo de las tierras comunales no se consigue de la noche a la mañana, ni diciendo amén a todo lo que digan los terratenientes y grandes patronos. Luchó al lado de tantos otros jornaleros por conseguir una Reforma Agraria y Social más justa.
Llegaron los asesinos con ellos a las afueras del cementerio de Olite, y dirigiéndose a Manuel Villar le exigen que grite «Viva España» y «Viva Franco». Manuel gritó bien alto «Viva la República» y «Viva Azaña». Los asesinos cayeron como alimañas salvajes sobre Manuel, le cortaron el pene con una navaja y se lo metieron en la boca diciéndole: «Ahora chifla cuanto puedas». Uno de los matones le dio el tiro de gracia.
Teodoro, hijo de Manuel, me lo comentó muchas veces. Sus ojos se llenaban de lágrimas, no podía resistir saber cómo había sido tratado su padre.
En Olite lo supieron de inmediato. Algunos acudieron a la ejecución y lo comentaron por las tabernas; pero aún hay más, abandonados a las afueras del cementerio, a los tres días sus cuerpos comenzaron a descomponerse y vecinos de Olite denunciaron los hechos y decidieron darles de arder y evitar contagios. Los enterraron dentro del cementerio, de lo que nos enteramos por vecinos de Olite cuando fuimos a sacar sus restos.
Asesinado al negarse a gritar «Viva España»
El día 30 de agosto por la tarde un señor de unos 50-55 años vino hacia el pueblo, llevaba un hatillo con ropa y algunos utensilios, una perola de porcelana y una botella. Viene acompañado por un perro, y al pasar por el huerto de los Meletones, Carmen y Pilar le dieron unos cuantos melocotones, al tiempo que le advirtieron que tuviera cuidado, y le contaron lo que habían hecho con su hermano y su padre. Recogió agradecido los melocotones y también las advertencias.
Cruzó el puente y en el paseo del Arga, dos de los matones le abordan exigiéndole que diga «Viva España», a lo que responde con vivas a Azaña y a la República. Vuelven a increparle, pero con más tesón responde lo mismo.
Estos dos personajes, de los más dañinos (aunque lo fueron todos) lo llevaron al cuartel de la guardia civil y el cabo Escalera mandó fusilarlo. Le llevaron hasta Zarrampablo (término del campo hacia Funes) y en la huerta del Chino, padre de Silvia Martínez, le asesinaron y le enterraron ellos mismos. Le echaron dos grandes piedras, una sobre la cabeza y otra en la tripa. Cuando las retiramos, encontramos sus restos y los de su perro, y junto con la perolica, atada la tapa con un alambre y una botella que todavía conservaba un poco de vino.
Silvia nos dijo cuando íbamos a recoger sus restos: «Entrad en la pieza y en el brazal, a 6 pasos del camino está enterrado». Y efectivamente, allí salieron sus restos.
Había pasado tiempo desde que sucediera esto, cuando vieron al cabo Timoteo Escalera que iba con muletas. Finalmente se enteraron del porqué. Aquel mendigo era hermano de un comandante del Ejército que, al desaparecer su hermano, comenzó a indagar y atando cabos, llegó a conocer lo ocurrido. Vino a Peralta y se presentó ante Escalera, y le dio tal paliza que le rompió una pierna.
Marieta Balduz es sacada de casa para ser fusilada
Marieta Balduz, Cuca, hermana de Benito y de Felipe, a quien mataron en Milagro, es visitada por los matones para llevársela a matar. La señora Petronila, esposa de Juan Barcos, vivía entonces al lado de Marieta (hoy es Julián Gayarre, 10 y 12, más o menos), con quienes les unía una estrecha amistad. Petronila estaba en el balcón y vio lo que estaba ocurriendo. Inmediatamente bajó a casa de los Pavolos, que vivían un poco más abajo. Llamó a José Jiménez, que era miembro de la Junta Directiva del Círculo Católico de Obreros. Era requeté e inmediatamente se puso el uniforme y fue a impedir se llevaran a Marieta.
Habían sido vecinos de toda la vida y se respetaban. Según informaciones recibidas por personas de izquierda, José Jiménez fue buena persona que nunca se manchó las manos de sangre y ayudó a salvarse a quien pudo.
José pide explicaciones del porqué de aquella detención y le informan de que había dado la orden el novio de Marieta… El mismo que llegó a ser secretario de UGT y llegado el Movimiento fue un traidor. ¿Se vendió o era un infiltrado en UGT?
A Marieta y a dos de sus hermanas les cortaron el pelo, e intentaron matarle por dos veces más. En la última tentativa, intervino nuevamente José Jiménez, que con su peso político consiguió que el párroco, así como Santiago Ruete, miembro de la Junta de guerra, se interpusieran y ya no volvieron a molestarla.
Operación retorno. Los fusilados de Peralta. La vuelta a casa (1936 – 1978)