Operación retorno. Los fusilados de Peralta. La vuelta a casa (1936 – 1978)
Octubre fue sangriento en cuanto cabe, pues asesinaron a treinta hombres y una mujer.
Asesinadas más de 400 personas en el Tercio Sanjurjo en una semana
Aniceto Soto Pérez, Soto, de 38 años de edad, casado con Teodora Zabal, tenían 5 hijos. Fue asesinado en el Tercio Sanjurjo el día 2 de octubre de 1936, el primer día de la masacre perpetrada entre los días 2 y 9 de octubre.
Los asesinados fueron muchos más, aunque Alfonso Goizueta interrumpió los que quedaban por fusilar en el campamento de San Gregorio.
Aniceto era un hombre formal, caminero consciente de la problemática del pueblo, junto a los demás miembros de UGT participó en las reivindicaciones que se pedían para los jornaleros. Tuvo como tantos que marchar al tercio, pero llegaban bien señalados, poniéndoles en puestos peligrosos en el campo de batalla o asesinándolos como hicieron en el Tercio Sanjurjo. Su hermano Gregorio sería fusilado días más tarde en Falces.
Se levantan voces en contra
La táctica de los nacionales en retaguardia había dado sus frutos; pero vieron que se les iba de las manos. Personas que de primeras estaban totalmente de acuerdo con seguir las normas de Mola en Navarra comenzaban a no estarlo, ante la magnitud de la masacre que habían originado en dos meses y medio en Navarra.
El comandante militar de Navarra, José Solchaga, hizo un comunicado el 2 de agosto prohibiendo que se ejecutasen actos violentos en contra de los presos, pero o no se lo creía del todo o no puso mayor empeño en hacerse obedecer, porque las cosas seguían el dictado de Mola. Así, el día 21 de agosto, en Tafalla hubo un despliegue militar de fuerzas al mando de General Millán Astray, lanzó un discurso violento y amenazante contra la izquierda desde el balcón del Círculo Carlista, que hizo perder la más mínima esperanza de alcanzar la libertad.
La cárcel de Tafalla, se hallaba abarrotada de presos, hombres y mujeres, y no era suficientemente espaciosa como para acoger a más de 100 presos. A pesar de estas malas condiciones se organizaron e intentaron vivir con buen ánimo y gran compañerismo.
Aunque las autoridades tafallesas les había dado confianza, los de Peralta y Berbinzana estaban convencidos que les iban a fusilar. Así se mostraba en muchas de las cartas enviadas.
En cartas de nuestros dos familiares podemos vislumbrar las pocas esperanzas que tenían:
«Tafalla, 5 de octubre de 1936
[…] yo por ti nada puedo hacer así que ten mucha paciencia, malo será que no llegue un día que podamos darnos un abrazo y olvidar las penas que estamos pasando entre la soledad que nos destierra […]
Blas Díez»
«Tafalla, 11 de octubre de 1936
[…] eres la única mujer que no ha estado con su marido, malo será que si vienes no no podamos ver […]
Blas»
«Tafalla, 13 de octubre de 1936
[…] Acabo de recibir tu carta y me dices que estás muy triste […] a lo mejor no te dure mucho esa clase de fiestas, ya sabes porque te lo digo, […]
Blas»
«Tafalla, 16 de octubre de 1936
[…] yo estoy impaciente pensando en lo peor, quiero saber todo lo que pasa para estar tranquilo y cuídate lo más posible que si tú te dejas pobres de nuestros hijos, bastante solos se ven […] malo será que te veas abandonada con tus hijos ni que pasen hambre […] Llorando te escribo estas letras que me da vergüenza el ver en la situación que estamos que tengan el corazón tan duro […] yo veo que tú estás desesperada y si te abandona tu familia ya habrá quién te de la mano.
Blas»
La traída al pueblo del teniente Castiella, y el asesinato de 73 personas en Monreal
La traída de los cuerpos sin vida de algunos voluntarios permitió caldear el ambiente a quienes insistían en «No alimentar a los cerdos de la cárcel». Las noticias corrían como la pólvora y la preocupación era inmensa.
La muerte del teniente Julián Castiella, muerto en Sigüenza, ya se había conocido, como el masivo funeral del día 18 de octubre. La homilía del sacerdote que dirigió la misa funeral fue una invitación y puesta en marcha para sublevarse contra los presos: «en la cárcel siguen viviendo, y estos honrados hijos del pueblo, voluntarios a defender la Patria y la Religión, están muriendo en el frente y los enemigos de la Patria y de la Iglesia siguen vivos […]».
En contra de la opinión de la familia, organizaron una manifestación que se dirigió amenazante hacia la cárcel, que a duras penas fue contenida por la guardia civil.
Se cortaron las visitas a la cárcel, como recoge Blas en una carta: «Chivite se ha enterado que iba a subir su mujer y se ha llevado un gran disgusto porque no se van a poder ver ya que están prohibidas las visitas».
En la cárcel todos sabían lo que ocurría. Si los de Peralta y Berbinzana no las tenían todas consigo, en esos días mucho menos.
Dos días antes de ser asesinado se dirige a su hija Lola:
«Cárcel de Tafalla, 19 de octubre de 1936
[…] hija mía, para ayudar a tu padre en el dolor y soledad de no teneros a mi lado desde hace casi tres meses, dame todas las noticias que tengáis. Tu madre no me las quiere decir, por no disgustarme, pero por unos u otros nos enteramos de todo. Ella lo hace por no disgustarme, pero aquí no hacemos más que pensar y pensar y cuando no recibes noticias piensas en algo peor. Esposa mía, ya sé todo cuanto está pasando afuera, ya me he enterado de la suerte de Carlos, José, Antonio y tantos otros. Casi todos han tenido la suerte de poder ver a su esposa e hijos; yo todavía no he tenido esa suerte… ¡Oh cuán doloroso es no poder veros y besaros y poder trabajar por vosotros! Si antes trabajando yo, pasábamos días malos, ¿qué será ahora que no estoy a vuestro lado? Aunque no me dices todo ya se unas cuantas cosas que están obrando cruelmente con vosotros, no temas. Ya pasarán estos tiempos tan fatales en que parece que el hombre ha perdido la conciencia y la humanidad.
Mira a ver qué puedes hacer. Habla con personas que puedan hacer algo por nosotros, pues cada día se ven las cosas más difíciles y estamos todos con el corazón en un puño. Esposa mía dales muchos besos a mis hijos ya sabes cuánto les he querido siempre […]
Blas Díez»
Mi tío José escribe en las mismas fechas mostrando su preocupación por la familia, las tareas del campo, si les pagan y han pagado algunas deudas. Las últimas son más cortas, evitando decirle a su madre las malas noticias sobre los presos.
«Prisión de Tafalla, octubre de 1936
[…] ya me mandará el jersey; alpargatas, calzoncillo de invierno, la manta me la mande esta semana, que aquí hace mucho frío […] mándeme también los calcetines, si puede me mande algo de dinero, no tengo nada de las cinco pesetas que me mandó. Muchos recuerdos de Ramiro, estamos todo el tiempo en la misma celda. Y me manda le dé muchos recuerdos. Sin más que decirles, muchos recuerdos para toda la familia, para la Maruja, Manolés y para todo el que pregunte por mí.
José Orduña»
El jersey lo había hecho mi abuela, y se lo había mandado ya junto con la ropa de invierno. Días más tarde de ser asesinado, se encontró mi madre con uno de los matones y llevaba puesta su ropa, ¡remangado tenía que llevarla pues era pequeño de estatura y mi tío era alto! Mi madre al verle le trató de matón y ladrón. El otro se puso gallico y le amenazó con llevarle al cuartel, pero mi madre no se amilanó y le animó incluso a que la llevara, que delante de todos descubriría que aquella ropa era de mi tío.
Mi madre no le habló jamás, había pasado la guerra hacía muchos años y el buen capullo le pidió un día explicaciones de por qué no le hablaba. Mucho le dijo entonces, y volvió a amenazarle que la iba a llevar al cuartel. «Sí, mira a ver si te atreves, vamos si tan gallo te sientes…». De nuevo volvió a grandes las orejas y se marchó.
El joven Julián Castiella, muerto en el frente, era novio de Josefina Barcos Orduña, de Peralta. Entre los carlistas y falangistas de uniforme se sumaron a la manifestación los matones a sueldo. Hubo un padre de Peralta, uno de los cabecillas, si bien salvó a muchas personas, todo hay que decirlo, que llevó a un hijo de 3 años sentado sobre sus hombros. Este hijo tuvo la mala suerte de morir en accidente. Era extraordinario, en Peralta se le apreciaba mucho. El padre había hecho mucho bien a mi familia, impidiendo que mataran a mi abuela Filomena y mi tío Rafael, a la señora Angelita, a mi madre y a otras muchísimas personas.
Era Juanito Asín, Pelos. El día del funeral de su hijo mi madre asistió, y al verle se echó a llorar diciéndole: «Hija mía, también tú vienes», mientras seguía llorando abrazado a mi madre.
Siempre pensó mi madre que su amargura y su llanto al verle fue recordando que entre los presos de Tafalla estaba mi tío y él había marchado en la manifestación con aquel hijo sobre sus hombros.
Aclararé que él no estaba entre quienes asesinaron a los presos. Era requeté, un cabecilla, pero desde el principio paralizó numerosas ejecuciones que se quisieron hacer.
La más grande de sus buenas acciones llegó en diciembre, impidiendo que el día de Navidad de 1936 fusilaran a todas las mujeres que se les había cortado el pelo. Algo que pedían varios de los cabecillas mujeres incluidas: «Hay que matar a los piojos y a las liendres y no dejar raza». Santiago Ruete, Anselmo Irigaray y algún otro se unieron a él y se detuvo la masacre.
Frustrado el linchamiento en Tafalla se formó una comisión de vecinos, carlistas en su mayoría, y al día siguiente se dirigió a las autoridades, para conseguir los permisos de fusilamiento, aludiendo al clamor popular que así lo pedía.
Dos días más tarde, a los 8 de la noche, comunican a los presos que no se acuesten, que les van a trasladar a Burgos. La orden de traslado estaba firmada por el General Solchaga.
En uno de los laterales de la prisión, los de Peralta y Berbinzana se prepararon para defenderse, poniendo colchones y camas en puertas y ventanas, pero ¿con qué podían defenderse ante las armas de los criminales? Los de Tafalla solicitaron entrevistarse con las autoridades y personas influyentes que anteriormente les habían garantizado su seguridad. Entre los presos de Tafalla había personas de gran solidez económica, política y social, como los concejales Ángel Menchaca, Saturio García, Cipriano Sola y Pedro Martinena.
Conforme pasa la noche, el desánimo va en aumento. Los concejales de Tafalla no consiguen localizar a ninguna de las personas solicitadas. El libro De la esperanza al terror lo describe así:
«Nadie quiere dar la cara. A las dos y media de la mañana, un numeroso grupo de requetés del Tercio Móvil de Pamplona llega a la cárcel y leen la lista de los que van a ser trasladados. Ningún nombre con cierta responsabilidad política fue omitido. Entre ellos el alcalde de Murillo del Cuende, Jesús Ederra, los concejales de Tafalla Ángel Menchaca, Saturio García, Cipriano Sola Pedro Martinena; los concejales de Berbinzana Faustino Chocarro y Miguel Elizalde; Lino Pascual secretario de UGT de Gallipienzo y otros más con cargos en las juntas directivas de las organizaciones de izquierda. En total se contabilizaban 64 personas, 27 de Tafalla, 15 de Peralta, 12 de Berbinzana, 3 de Cáseda, 3 de Gallipienzo, 2 de Murillo el Cuende y 2 de Caparoso y San Martín, quedando en duda si sacaron a una o dos personas más».
Bajaron a uno de Peralta desde el fuerte de San Cristóbal, pero sacamos a dos, ya que recogimos los restos de 73 personas (6 de ellas ya habían sido asesinadas el día 25 de octubre).
Aunque para justificar sus crímenes hablaban de que los elegidos eran cargos con responsabilidad política, también en eso mentían, pues de Peralta solamente Manuel Pérez Irigaray era de la Junta de UGT. Y así lo mismo de la mayoría.
Blas Díez Belloso, escribe su última nota a su esposa antes de que se lo lleven:
«Blas Díez
María ha muerto. Da un beso a mis hijos.
Ánimo que conmigo terminarán a tiros y para siempre, lo siento no poder verte adiós…
Blas Díez Belloso
Sin pertenecer a ningún partido.»
La última carta de mi tío fue escueta. ¡Qué mentalizados estaban de que iban a ser fusilados!, que hasta la carta era de luto. Así se usaba entonces. Recuerdo perfectamente cuando alguien moría en la casa se escribía mientras se consideraba seguía el luto, con estos papeles de carta ribeteados de una franja negra y así mismo eran los sobres. También se ve perfectamente marcados labios de los besos que mi madre dio a esta carta, sobre todo:
«José Orduña
La ropa para entregar a Filomena Asín de Peralta.»
Algunos de ellos se negaron a salir, los de Peralta y Berbinzana se resistieron cuanto pudieron, siendo amenazados a punta de pistola. En las despedidas a sus camaradas quedaba patente a dónde les llevaban. A última hora quisieron salvar a algunos de Tafalla, pero se negaron: «la suerte que lleven nuestros compañeros la llevaremos también nosotros».
La postura de estos hombres se une en el recuerdo de sus familias a quienes llegué a conocer, por la buena acogida que se les dio en la cárcel a todos sus compañeros; de ello da las gracias Blas en una de sus hermosas cartas. ¡Por tantas cosas!
A la puerta de la cárcel, había ese día un muchacho de Peralta de guardián. Juanito Rodríguez. Amparado en la orden dada por el General Solchaga el día 2 de agosto, y por los dirigentes entonces del Ayuntamiento de Tafalla, de que no permitieran sacar a nadie para ser fusilado, se negó a darles paso. Solamente cuando a las dos y media de la madrugada aparecieron con la orden de sacar a quienes llevaban en lista, no le quedó más remedio que ceder. Cuando ya se los llevaba y tuvo que aguantar las mofas de los requetés que se los llevaban.
La supuesta rectitud de las órdenes del general Solchaga quedan en nada al comprobar que la orden de la saca de la cárcel de Tafalla se hizo con su firma.
Aquel día había matones de todos los pueblos de los presos dispuestos a llevar a cabo la matanza: de Peralta, de Berbinzana con el Chato Berbinzana en cabeza (él llevó buena fama de asesino, pero hubo muchos «Chatos Berbinzana» por toda Navarra) o de Funes,. Uno de Funes aún tuvo consideración con uno del pueblo, Ramiro Olea, que estuvo con mi tío los tres meses en la misma celda. al salir le dijo «vete de aquí y escóndete donde puedas». Al amparo de las sombras, Ramiro se escapó, estuvo unos días escondido y después marchó al Frente.
Llenaron dos autobuses de la Tafallesa y salieron con ellos.
Al ver que los autobuses se desviaban de Pamplona, tomando dirección a Monreal, algunos forcejearon sin conseguir nada.
Esperaron bastante tiempo hasta que los condujeron al lugar llamado «La Tejería», donde ya habían preparado varias fosas con anterioridad.
Los sacaban de los autobuses en grupos, atados con alambre por parejas, mientras varios curas daban la confesión. Tras asesinarlos, un requeté de uniforme les daba el tiro de gracia, tirándolos a continuación en las fosas.
Varios testimonios de gente que estuvo allí coincidían en señalar que el requeté encargado de rematarlos era el coadjutor de la parroquia de Murchante, Luis Fernández Magaña. Era el administrador del Conde de Rodezno, y se había alistado voluntario inmediatamente de producido el golpe militar, llamado Alzamiento.
(En Murchante también se hizo notar y asesinaron al dueño del estanco y a su empleado, haciéndose cargo del establecimiento)
Acabada la matanza los cuerpos fueron cubiertos con una capa de cal y enterrados por los horrorizados vecinos, a quienes se les obligó a participar.
Vida de los asesinados en Monreal el día 21
Tomás Asín Velasco, Torico, de 46 años de edad, casado con Petra Calvo, de cuyo matrimonio tenía una hija, Valen Asín Calvo. Jornalero, pertenecía a IR. Un gran hombre y de buen corazón, hasta el punto que se hicieron cargo de dos niños de un matrimonio que vino antes de la guerra pidiendo limosna. Mientras los padres buscaban un trabajo estable Tomás y Patro atendían a los dos niños, pero los padres desaparecieron sin saberse de ellos. Fusilado Tomás, Patro no les abandonó y siguió criándolos como a hijos hasta que ya murió, y ellos habían formado su propia familia, siempre siguieron queriéndose Valen y éstos como si fueran hermanos.
Juanito Bermejo Rox, Tororena, de 30 años de edad, casado con Felicidad Alonso, Melilla, de ideas socialistas, tenía un hijo.
Uno de los hermanos de Juanito podía haber hecho, y mucho, para que no lo mataran, pero no lo hizo, y eso que tuvo los tres meses que permaneció en la cárcel.
Por las cartas de Blas y mi tío se sabe que Felicidad iba a verle a menudo.
Estaban casados por lo civil, y dos días antes de que asesinaran a sus maridos, subieron a Feli y a Conce, la de José Chivite, para que se casaran por la Iglesia. Al hijo de Juanito, que le habían puesto de nombre Héctor, le pusieron Juan como su padre.
Después de la guerra, estaba Feli barriendo la calle y pasó un municipal de derechas y le mandó que se pusiera medias, a lo que Feli contestó: «No tengo para comprarme medias, me pongo lo que tengo, si no me hubierais matado a mi marido otra cosa hubiera sido». El otro sin responder ni media se marchó. ¿Curioso, no? Se asustaban de los mosquitos y se tragaban los moscardones.
Ya había pasado algún tiempo y a Feli se le ocurrió soltar el paquete que le habían dado de su marido después de matarle. Lo guardaba sin tocar, y al abrirlo encontró un papel escrito. Como no sabía leer se fue a casa de su cuñada María Osés, y en el papel decía: «Felicidad, os quiero mucho, enséñale a mi hijo que muero por defender la justicia y la libertad».
Feli pasó mucho y finalmente se marchó a Pamplona con su hijo, a casa de una cuñada, y allí fue saliendo a flote… La certeza de que su cuñado pudo salvar a su esposo y no lo hiciera, fue un sufrimiento añadido.
Pedro Boneta Irigaray, Cagaderecho, de 30 años, soltero, hijo de Leonardo y Margarita, trabajaba para Jacinto Sayés de pastor. Con él se llevaron a su cuñado Alejandro Castillo Martínez, fusilado el día 2 de agosto en Muruarte.
Su madre fue a pedirle ayuda a una persona muy religiosa y católica, muy allegada a la familia de Jacinto Sayés, que contestó a Margarita: «Es que no puedo hacer nada por tus hijos y yerno; como se han hecho republicanos, por eso les matan, no tenían que haberse hecho republicanos».
Pedro era un gran hombre, bueno y trabajador y muy amante de sus padres que, ya mayores, necesitaban ayuda económica, pues en la familia, tenían una hermana siempre de salud delicada, María, y la otra paralítica, Irene. Después Margarita se quedó con todos, hijas, nietos, nueras. ¡Qué malas eran aquellas familias!, ¿verdad?
Félix Blanco Arbeloa, el Sastre, de 24 años de edad, soltero, hijo del que fuera alcalde durante la República. De ideas socialistas, como su padre, joven, de nervio e impulsor, alegre y agradable en el trato, trabajaba de electricista.
Como podéis recordar se pasó los tres meses de presidio sin recibir ni visitas ni cartas, ni alimentos, y aún las mudas no se las daban. Félix tuvo que sufrir mucho con la prohibición de contacto familiar.
Julio Busto Blanco, Julín, de 38 años de edad, soltero, era cestero, de ideas socialistas.
Su tío Jacinto Busto, el hojalatero, me comentaba: «Mecagüen, pero si era un bendito, no se metía con nadie, yo no sé, no sé cómo pudieron matar a tantos hombres que eran la mar de normales, trabajadores y buenas personas. Que eran socialistas, pues ¿por qué no podían serlo? No me lo explico, qué hicieron semejante masacre, no me cabe en la cabeza hicieran con ellos lo que hicieron».
José Chivite Osés, Chivite, de 23 años de edad, casado por lo civil con Concepción, tenía una niña de meses, Josefina. Jornalero y de UGT. Trabajador, con mayor responsabilidad al estar casado y tener una niña, vivían con su madre Rosario por el monte, en unas cuevas. No llegaba para vivir en otra casa. Su posición económica como la de tantos jornaleros motivaron que se hicieran socialistas y apoyaran la lucha obrera, la búsqueda de una Reforma Agraria tan necesaria.
A Conce la subieron hasta Tafalla para que se casara por la Iglesia dos días antes de matarlos.
Juan Chivite Osés, Chivite, de 20 años de edad, soltero, de UGT como su hermano y con las mismas opiniones sobre la importancia de una Reforma Agraria tan necesaria sobre todo para los más pobres. Los matones habían sido a su casa para llevarse a su hermano José, pero cuando se lo llevaban, se cruzó con ellos, preguntando a su hermano qué ocurría. Le ataron también las manos a la espalda diciéndole: «Ala, tú también».
Hemos conocido a sus otros hermanos, y nadie podrá decir nada de ellos. Como me decía Jesús: «Si eran de buenos; el pequeño era todo alegría y el grande también, nunca se metieron con nadie, nunca tuvieron ni una pelea ni un quítate de ahí con nadie».
Blas Díez Belloso, Berbinzana, de 36 años de edad, jornalero, natural de Berbinzana, casado con María Irigaray, Pitona, con 4 hijos. No pertenecía a ningún partido.
Las cartas que Blas dirigía a su familia dejan bien claro la talla humana de aquel hombre. Lo mataron a la vez que a su hermano Nicolás, y ya habían asesinado a su otro hermano Ángel.
A Nicolás no le conocí pero también hemos podido ver cómo lo compartía todo con Blas. «Tengo un buen fiador, mi hermano», decía en una de sus últimas cartas.
María era muy guapa, sus ojos le hablaban. Como su hermanan Julia y demás tenían mucha gracia, y si bien siempre encontrabas en su imagen un rictus de tristeza. Durante los años que vivió jamás olvidó a Blas, hermano, cuñados. ¡Cuántas veces en mi casa no le vi llorar hablando con mis padres! Y años más tarde cada vez que hablábamos de todo aquello. Les marcó para toda su vida, a lo que se sumó la muerte accidental de su hijo César.
Conocí a Gerardo Díez, el hermano de Blas, un hombre que desprendía tal bondad, nobleza, honradez, afabilidad, que el conocerle fue una gran satisfacción.
Cándido Jericó Resano, Jericó, de 30 años de edad, casado con Agustina Lizarraga, de UGT. Cándido era hijo de Encarnación Resano a quien 6 días más tarde de matarle a él, la asesinarían cruelmente en Falces.
Cándido trabajaba en Pamplona de panadero, era un gran trabajador, apoyó la Reforma Agraria, no fue de los destacados, si bien se sabía era izquierda, de carácter alegre y servicial. Hemos conocido a su hermano Fermín, el mudo Jericó, como todos le decíamos con cariño. Trabajador en cuanto cabe y siempre con la sonrisa en los labios. Cuando se hablaba de la guerra, de su madre y su hermano, como de tantos otros, sus ojos se llenaban de lágrimas.
A Cándido lo cogieron preso en Pamplona el 21 de julio y lo llevaron al fuerte San Cristóbal, pero después fue llevado hasta Monreal, donde fue asesinado con sus paisanos el 21 de octubre.
Juanito Lezaun Pérez, Patán, de 32 años, soltero, hijo de Juan y Gregoria, jornalero y de UGT.
Estaba en casa trabajando cuanto le era posible para ayudar a sus padres ya mayores. Antonia, su hermana, cuando comenzamos «Operación Retorno» en el 78 inmediatamente quiso que les sacáramos y me hablaba de él y me lloraba amarga de su muerte. No comprendía cómo le habían matado, «nunca se metió con nadie», naturalmente era de UGT y apoyó el reparto de las tierras, firmó solicitudes que se hicieron al Ayuntamiento para que se diera trabajo y tierras a los pobres, pero no le hizo mal a nadie.
Carlos Malo Falcón, Malo, soltero, de 23 años de edad, no pertenecía a ningún partido, había venido de vacaciones del convento en que estaba estudiando para fraile. Totalmente contrario al Alzamiento Nacional, pues no justificaba la injusticia que se venía haciendo con los pobres, su propio hermano le exponía cuanto venía ocurriendo en el pueblo. Con su hermano fue apresado el día 21 de julio, si bien a su hermano le fusilaron el día 2 de agosto en Muruarte.
Justo Pérez Zuazo, Memoles, de 40 años, casado con Rosario Castillo, de quien tuvo dos hijos, jornalero de UGT.
Rosario, aunque se casó en nuevas nupcias, nunca le olvidó y quiso de inmediato que le trajesen a Peralta. Todos coinciden en que era un gran hombre, un buenazo. Hemos conocido muchos de nosotros a sus hijos y podemos constatarlo. Personalmente recuerdo a José con quien trabajé unos años, y aquel joven era una bellísima persona.
José Orduña Asín, Petiso, de 27 años de edad, soltero de UGT, hijo de Lorenzo y Filomena.
Se responsabilizó de sus hermanos más pequeños y de su madre, siempre enferma de corazón y riñón. Haciendo las veces del cabeza de familia desde que tenía 17 años, al morir por accidente laboral su padre, mi abuelo.
Mi madre y mis tíos le querían mucho, había sido para ellos como un padre. Muchas personas en Peralta me han hablado de él sin ir a preguntarlo, y todos a una me han comentado la talla humana que tenía como persona, y trabajador.
León Pérez Echarri, el Apache, de 34 años de edad, casado con Jesusa Asín, hermana de Tomás Asín, fusilado el mismo día. Tenían tres hijos, jornalero también de UGT dispuesto siempre a dar la talla en todo, trabajador, buena persona, amante de su familia, incluida su madre, a quien ayudaba cuanto le era posible. Apoyó siempre las reivindicaciones que se hacían a favor de los pobres.
Conocí a su madre Elena, tuvo que dedicarse a espigar como tantas hacían para poder solucionar su pobreza. La muerte de su hijo la dejó tan escachada que sólo se dedicaba a espigar para vender lo recogido y comprar lo más indispensable para vivir. Ya muy mayor la siguió manteniendo caridad ajena. Fuimos vecinas y la oí hablar muchas veces de su hijo: «Con él lo he perdido todo, todo, hasta las ganas de vivir», les decía a mis padres.
Jesusa Asín, su esposa, había contraído nuevamente matrimonio. Su hijo trabajaba en la Audiencia de Pamplona y un buen día le avisó de haber encontrado un documento relativo a su padre. Jesusa vio en el documento el nombre de quien se había hecho responsable del asesinato del grupo de Monreal. Y era primo carnal de Jesusa, bien conocido por el pueblo, pues pertenecía a la cuadrilla de la muerte «el águila negra», bien conocidos por sus crímenes en toda la Ribera y resto de Navarra, La Rioja y Vascongadas.
Jesusa vino a Peralta como tantas otras veces y se lo encontró. Este como lo más normal del mundo la saludó y ella le negó el saludo y le trató de matón. Él todavía se puso gallo ¡pues no tenía poco orgullo!, y entonces ella le descubrió clara y llanamente cómo se había enterado de lo que le estaba diciendo, cortándole: «No se te ocurra saludarme en tu vida, canalla, matón, que dejaste a mis hijos sin padre…».
Manuel Pérez Irigaray, el Torradillo, de 59 años de edad, soltero, se dedicaba a vender barquillos. Pertenecía a la Junta de UGT.
Los niños le adoraban ya que aunque no tuvieran dinero para comprar, él siempre tenía algún barquillo para darles. Era una gran persona que se codeaba con todos por igual. Su amabilidad y servicialidad parece ser era en él, virtud.
Por su sensibilidad hacia las injusticias se hizo socialista. Aparte de que tenía inteligencia, su trabajo le proporcionaba tiempo para trabajar dentro de la Junta y así lo hizo, hasta que el día 21 de julio se lo llevaron a Tafalla.
Fue testigo directo de los asesinatos de sus compañeros, que le dejó marcado. Su compañero Ramiro Olea durante los 3 meses de presidio decía: «Desde el día que mataron a los de Muruarte el pobre hombre vivió como un muerto». Según familiares de los presos «parecía un hombre mayor, envejecido, desconocido».
Búsqueda incansable de los asesinados el día 21 en Monreal
Fue el grupo de Monreal de los que más nos costó encontrar.
Sabíamos por Lola Díez, hija de Blas, que con los de Peralta que quedaban en la cárcel hasta el día 21 de octubre se encontraban también más personas de Berbinzana, Tafalla y algún otro pueblo, por lo que el día 8 de mayo de 1978, lunes, nos marchamos a Berbinzana, Lola Díez, su hijo Javier Ostivar con la novia Mª Pilar Fernández y yo. Allí nos encontramos con un primo carnal de Lola, Ángel, al que expusimos el motivo de nuestra visita: «Venimos para hablar con vosotros pues vamos a sacar a mi padre, al tío Nicolás y a tu padre, para poder llevarles a Peralta. Vamos a hacer un panteón y así enterraremos a todos allí». Ángel se marchaba al campo con su señora, y ambos se mostraron un tanto extraños, no dijeron nada. Lola les dijo que íbamos a casa de su tío Gerardo.
Nos recibió con todo el cariño del mundo, y mientras hablábamos, llamaron y eran Ángel con su esposa. El pobre no comprendía nada de lo que le habíamos expuesto y preguntó: «¿Qué es lo que me habéis dicho?, no entiendo nada ¿qué le pasó a mi padre? ¿dónde murió? ¿qué le hicieron?».
Gerardo se echó a llorar. No sabía cómo explicarle a su sobrino lo ocurrido. Habían sido tres hermanos los que habían fusilado y a Gerardo no le mataron porque corrió al frente. A duras penas le contó lo ocurrido.
¿Por qué no sabían nada ni Ángel ni su hermano?
Su padre, también Ángel, se había escondido en el campo cuando intentaron cogerlo, pero una vez lo encontraron le fusilaron (sus restos no se pudieron recoger por más que se miró, el terreno era un barranco de Santacara y se supone que se los iría llevando el agua. A la madre de Ángel, Julia Elizalde, la llevaron a la cárcel, estaba embarazada y estando en la cárcel, nació una niña, que murió.
Una vez fuera se fue a vivir con sus padres, que se habían encargado de cuidar de los dos hijos. No salió muy fuerte de la cárcel pero debía trabajar como pudiera para sacar a sus hijos adelante. Se dedicó a lavar en el río o en las casas, por lo que su poca salud se agravó, y tuvo tuberculosis, que la llevó a la tumba.
Los abuelos siguieron cuidando de sus nietos y nunca les dijeron nada de lo pasado, les daba mucha pena, ya que eran tan niños y habían perdido a los padres y a la hermana.
Fue muy duro para Ángel conocer la verdad, y el llanto de todos fue unánime. Le recuerdo tantas veces y me dolió mucho que después de tanto buscarle no pudieran sacar sus restos.
El mundo es un pañuelo y ahí aparecen nuestros vecinos, los mencionados «yeseros». Eran muy amigos del «Chato Berbinzana» y éste se los llevó a su pueblo. Allí no les conocía nadie y podrían vivir sin que nadie les mirase mal. Un día fueron a comprar leche a casa de una señora que tenía cabras. al conocer que era de Gallipienzo, le soltaron una fanfarronada de matones: «Mecagüen, de Gallipienzo eran dos hermanicos que matamos en Falces, quisieron morir cantando una jota, les atamos los brazos y cantando una jota a la Virgen de Ujué los matamos».
Aquellos dos hermanicos eran ni más ni menos que dos hijos de esta pobre mujer. Como era todavía tiempo de guerra calló, pero al día siguiente se negó a darles más.
De esta manera y otras semejantes se descubrieron mucho de cuanto habían hecho, pues los matones bocazas no tienen remedio.
El «Chato Berbinzana» fue uno de los más temidos criminales del 36. Su nombre hacía temer lo peor si se nombraba en cualquier lugar de Navarra y La Rioja. Que con sus secuaces estuviera cerca, era presagio de que la muerte acechaba.
Cierto es que hubo otros muchos por todos los pueblos que se llevaron poco o nada con él, pero ciertamente parece que fue caporal, un individuo que sustituía la inteligencia con bestialidad.
Ciertas informaciones afirman que, terminada la contienda, le dejaron de lado sus mentores, y ante sus reclamaciones le pusieron un puesto de poca relevancia para cubrir las apariencias. Pero se tomó a mal que le pagaran con desprecio después de todos los «servicios» prestados.
El tío de Lola, Gerardo nos llevó a visitar a otros familiares, pero ninguno sabía el lugar donde se encontraban.
Lo mismo ocurrió en reuniones con vecinos de Caparroso y Marcilla.
El 16 de mayo vinieron de Berbinzana, el señor Gerardo y el señor Alfaro, que nos plantearon que también querían en el pueblo recoger a los suyos, y en eso quedamos, como lo habíamos acordado con los anteriores. Si se identificaban los cuerpos no había problema, cada pueblo se llevaba los suyos, y si no era posible la identificación, cada pueblo se llevaría el número de los que hubiesen sido asesinados. Al fin y al cabo todos ellos eran lo mismo e igual de queridos para todos.
En Pamplona estuvimos con Juana Mari Burdaspar, y visitamos a las hermanas Tere y Nieves Ricarte Zoco, Francesas, Juanita Castillo viuda de Agustín Rodríguez, Pimpozo, Jesusa Asín, viuda de León Pérez, el Apache, con Juanita Boneta, viuda de Alejandro Castillo Todosio, y algunas otras, que nos acogieron con sumo interés y estaban de acuerdo en la exhumación de los restos.
Pero en la vida no todo es miel y una de las personas que fuimos a visitar nos recibió con gran altivez, negándose en redondo a dar su permiso para exhumar los restos de su marido.
La conversación fue muy desagradable, a pesar de que le hablábamos con mucho respeto. Cuando le comentamos que todavía no sabíamos el lugar donde estaban, estalló en una risa hueca y burlona diciendo: «¿No tenéis ni idea de dónde están?, yo sí que lo sé». Le rogué que nos dijera el sitio, mas se negó. Nos marchamos y al despedirnos le dije con naturalidad y sin enojo que no se preocupara, que alguien más lo sabría y de una u otra forma los encontraríamos. Bajábamos las escaleras sin hablar, y Juana Mari Burdaspar me dijo cómo había tenido tanta paciencia. No podíamos obligar a nadie, pero de una u otra forma nos enteraríamos, como así fue.
Días más tarde recordó mi madre que había una señora de Peralta Encarna Rox, Puchera, que vivía en Tafalla, aunque no sabía las señas. Ella se había encargado de llevarles la ropa limpia y recoger la sucia, incluso les lavaba. Su hermana Teresa, la Pastora, nos dio las señas y el 18 de mayo fuimos a visitarle Lola Díez, Javier Ostivar, Pilli Fernández, Juanjo, Gerardo, Alfaro de Berbinzana y yo. A partir de aquí prácticamente todo fue coser y cantar.
Encarna nos acompañó a visitar algunas familias, y salvo una, el resto dieron su conformidad. Una de ellas, llorando nos dijo: «Sí, sí, antes de que yo me muera». Era, la señora Adelaida San Martín, esposa del concejal de Tafalla Pedro Martinena, propietaria de una tienda de lencería en la calle Mayor de Tafalla.
Después marchamos a la tienda de la viuda de Saturio García. Nos atendió la hija y su esposo, y nos comentó que conocían el lugar, que habían ido muchas veces a llevar flores. Seguidamente nos mandó a la casa para que estuviéramos con su madre y la reacción fue igual que la de la señora Adelaida.
Tras hablar con el párroco de la Iglesia de Santa María, que nos escuchó con sumo interés, prometiéndonos su ayuda, dimos por terminada la visita. Al fin sabíamos que este segundo grupo de presos de Tafalla estaba en Monreal, y conocíamos el lugar exacto.
Mi madre lloró de alegría, al saber que íbamos a poder recoger a su hermano. Don Francisco Iraceburu, párroco de todos los pueblecitos cercanos a Monreal, se encargó de hablar con el de Monreal, don Miguel Zabalza. Al día siguiente pude hablar con él por teléfono y concertamos una visita para el día siguiente cuando me mostró el lugar donde estaban enterrados.
Ambos párrocos nos brindaron su ayuda incondicional buscando contactos que nos dijeran los lugares exactos, ya que había varios grupos de fusilados de diferentes pueblos. Desde entonces don Miguel nos ayudó cuanto estuvo en su mano.
Quien estuvo de párroco en aquellas fechas fatídicas 1936-1939 en Monreal, había colocado en un árbol una cruz y un letreo que decía así: «Respeten este lugar, es cementerio de 1936».
¿Qué pasó con aquel sacerdote, que de la noche a la mañana desapareció y nada han vuelto a saber de él?
Al fin los habíamos encontrado y la alegría se consolidó en todos nosotros.
Seguía sin ser localizado el grupo de cinco de la cárcel de Pamplona fusilados el 26 de octubre. Teníamos noticias de que pudieran estar en Ibero, y decidimos ir allí Juanjo, Mercedes Ulibarrena y su esposo. En Ibero nos esperaban Leonor Irisarri, Félix y Matías Guinduláin, y Loli Busto, esposa de Félix.
Juanjo, que trabajaba en Ibero, había contactado con algunas personas, para que pudieran informarnos sobre el particular, y nos dieron información precisa y real de que en ese mismo día ni en otros hubiesen llevado a personas de Peralta. Que las 20 personas de ese mismo día sacadas de la cárcel de Pamplona eran de Larraga, y que estaban enterrados en dos grupos de 10, al pie de un pequeño montículo, conocido como «Las tres cruces», porque una señora de Larraga, Orosia Frauca, vivía entonces en Ibero y encargó las tres cruces en hierro para señalar el lugar para una posible búsqueda posterior.
Visitamos a la señora en Pamplona, que nos confirmó la versión recogida en Ibero y que ella los conocía a todos.
Una vez que supimos que los presos del segundo grupo de Tafalla estaban en Monreal, nos pusimos en contacto con los demás pueblos que estaban con los nuestros, Berbinzana, Caparroso, Cáseda, Gallipienzo, Murillo el Cuende, Funes, San Martín de Unx, Pamplona, Tafalla y Peralta.
En cuanto a la fosa de Falces, se comenzó a vislumbrar una solución para exhumar a todos a la vez, pues el párroco que estaba en 1936 dejó anotado el orden en el que estaban enterrados según fechas de enterramiento. Así pues se contactó con todos los pueblos que tenían fusilados allí y poco a poco se fue haciendo más fácil la localización. Había restos de Gallipienzo, Larraga, Olite, Funes y Peralta.
Habíamos hablado con el enterrador de Monreal, y quedamos en ir. El párroco, llamó al enterrador. ¡Pobre hombre! tenía 16 años cuando les enterraron y su hermano unos 20 años. Llorando decía que no lo había olvidado nunca.
«¿Ud sabe todo lo que hicieron con ellos, toda la noche, toda la noche haciéndoles sufrir, no sé cómo podían hacer esas cosas. No vaya a creer que les mataron gente de por aquí, no, no».
«Les obligaban a confesarse y al que no quería le daban de golpes, les tenían atados metidos primeramente en los autobuses en los que les trajeron, pero cuando les apetecía sacaban a algunos y les hicieron mil injurias, y aún se reían, fue horrible, horrible. Cuando ya habían matado a todos y estaban metidos en las zanjas echamos cal viva encima de ellos. Se hizo allí mismo un almuerzo y como no estaban todavía cubiertos de tierra, les echaban los huesos encima y aún hacían chistes de ello, y todos a carcajada. Fue horrible, horrible y tantos hombres, no hay derecho, ¡qué horror!»
Conforme nos lo contaba lloraba como un chiquillo, a veces no podía continuar porque le embargaba la emoción, y se cubría el rostro con las manos. Se llamaba Pablo Ojer, Lorduras.
Bajamos nuevamente al lugar donde estaban, pues ya había otras tumbas con menos hombres y eran de Aoiz, Aós, Yesa, y Pamplona; éstos estaban en una explanada. El grupo de los presos de Tafalla estaban más hacía el río, debajo de los árboles y plantas que habían crecido exuberantemente.
De primeras calculamos los restos de 64 personas los que íbamos a recoger, pero fueron finalmente 73.
La hija de Saturio García de Tafalla nos ofreció en su nombre y en el de su madre, utilizar el panteón familiar para guardar provisionalmente los restos.
Luis Luri de Azagra, que llevaba el restaurante de Arlas, se ofreció a llevar los cajones en su furgoneta. Lo mismo hizo Alfredo Ruete, Koske, que ya nos había ayudado anteriormente.
Cuando fuimos a sacar los de Falces nos acompañó don Juan José Catalán, pero después del funeral de Peralta, divulgó que Ángel Vidondo se había metido con la familia Sagardía, lo cual es totalmente mentira. En la homilía de Ángel Vidondo se puede comprobar que no dijo ni una sola palabra alusiva ni de esta familia ni de ninguna otra.
Una vez que todos los pueblos teníamos los permisos familiares y de sanidad, marchamos de los siete pueblos a recoger sus restos. Acudimos unas 150 personas, no olvidemos que eran 64 presos, después encontramos más. La carretera se llenó de coches, gente mayor, jóvenes y niños acudimos en busca de nuestros seres queridos. Muchos de nosotros nos conocíamos de siempre, otros acabábamos de hacerlo, pero fue notable la gran voluntad de todos en ayudarnos. Hermanarnos unos con otros, colaborando todos a una con todos sin excepción.
Dentro de la arboleda al fondo se hallaban los presos de Tafalla y de Pamplona. La unidad de nuestros seres queridos en aquellas fosas comunes, hizo que surgiera entre nosotros el mismo sentimiento de hermandad.
Hablando con Pilar García de Cáseda, a quien le mataron al padre, Antero García, me decía: «Para mí es igual si tengo en Cáseda los restos de mi padre o son los de otro compañero, es exactamente igual, ellos sufrieron la misma muerte, se hermanaron en ella, yo les quiero como si todos fueran uno, como si todos ellos fueran mi padre y sé que en los otros pueblos fueron recogidos con el mismo cariño y esto me basta». Y así fue realmente el espíritu que nos unió a todos.
De Tafalla vino la Cruz Roja. El conductor era nieto de un fusilado de Murillo el Fruto, y su padre, Jesús Ausejo, compañero de estudios de Ángel y Tomás Vidondo de Peralta; vive en Tafalla, no faltaba ni un sólo día para ayudarnos en lo que pudiera. Su padre había sido fusilado en la primera revuelta del Fuerte San Cristóbal en 1937.
El terreno había cambiado después de 42 años, por lo que Pablo Ojer, el enterrador, no acertaba a distinguir el lugar exacto. Además estaba muy afectado y al ver aparecer tanta gente todavía se conmocionó más.
Se comenzó primeramente a limpiar de maleza y plantas, se sabía que aquél era el lugar y aunque costara había que empezar. El alcalde Antonio Salas de Monreal se fue al pueblo para buscar entre los vecinos más información y se tuviera más seguridad. El hermano de Ojer, vivía, pero no salía ya de casa. Finalmente, entre todos coincidieron con el sitio, podía estar un poco más a la derecha o a la izquierda, pero estábamos en el lugar preciso.
Comenzó a llover de lo lindo, pero se siguió trabajando, se comenzaban a ver algunos restos. Los que estaban dentro de la fosa se calaron, pero allí nos dieron las ocho y media de la tarde y quedamos en volver al día siguiente.
Se estaban sacando los restos de uno de ellos, que pertenecían a alguien de una gran complexión física. Al mostrarlo, Lola comentó llorando: «Yo creo que éste será mi padre, pues era muy fuerte». Su tío Gerardo, llorando también lo dijo: «Sí hija mía, éstos son los restos de tu padre, éste es tu padre». Al no aparecer ningún otro con esa constitución, quedó claro que era el padre de Lola Díez.
Carlos Pérez Gogorza estaba afanoso buscándolos con sumo cuidado, mientras les hablaba: «Pobricos, ¿qué hicieron con vosotros?, ¿qué males habíais cometido? Ya estáis saliendo, os vamos a llevar a casa, pobricos, cuánto hicieron con vosotros».
Cuando la guerra, Carlos tenía 4 años, pero quiso mucho a su hermano Eugenio y se desvivió por todos. En muchos momentos el cariño con que les hablaba hacía que lloráramos todos emocionados.
Mi tía Pilar y mi madre recordaban que a su hermano le faltaba un diente en el lado izquierdo. Así pues estábamos pendientes de ello y al poco de salir el padre de Lola, salió mi tío José Orduña Asín. Esta vez fue Javier Lorea quien sacó la cabeza. Al verla vimos que era él.
Mi madre se metió en la fosa, es la primera mujer que se ve bajando, a la izquierda.
Javier Lorea también fue uno de los que trabajó sacando restos de lo lindo. Los que no podían trabajar dentro de las fosas, nos dedicábamos a recoger los restos y colocarlos en unos u otros cajones. Estos estaban marcados con el nombre de los pueblos y algún otro sin ninguna referencia, para los restos que no conocíamos.
Ya llevábamos un rato sacando restos cuando Ojer se me acercó ya más tranquilo, al ver que salían los restos y nos dijo:
«Quería decirles, que, a los cuatro días de que mataran a este grupo vinieron con cinco hombres más y una mujer y están enterrados a un lado de éstos pero en la misma fosa.
No sé de dónde eran pero sí se que les mataron los mismos que mataron a los primeros, pues no se me han olvidado ya jamás, si volviera a verles les reconocería.
Justo a los cuatro días de matar a estos que trajeron de Tafalla nos volvieron a llamar a mi hermano y a mí para que volviésemos, que había que enterrar a otros, era sobre las ocho y media de la noche. Como ya sabíamos lo que había ocurrido el día 21 que nos amenazaron con matarnos también si no íbamos, sin rechistar fuimos mi hermano y yo. Como estaba lloviznando hicieron pronto el trabajo, los mataron rápidamente en el alto y cuando los mataron los echaron abajo y nos dijeron: «Ya están para enterrar, pero esperar, que tenemos ahí una loca, ya la vamos a traer y los enterráis a todos juntos».
¡Sí, sí, loca!, la tenían encerrada en uno de los coches, cuando terminaron con los cinco primeros se fueron al coche donde la tenían y la fueron violando uno tras otro, la pobre gritaba y forcejeaba, pero no le sirvió de nada, como ella se resistía la sujetaban los otros y se echaban iguales carcajadas que cuando hicieron sufrir a los del primer día.
Después le dieron dos tiros y cogiéndola entre dos, la echaron encima de los otros desde el alto. Llevaba un quimono blanco con medios melocotones y al echarla encima de los otros, los faros dejaron ver lo que habían hecho con ella, estaba en estado. Luego nos enteramos que era una maestra de la Normal de Pamplona, a su marido le mataron en el Perdón. Allá a los años vinieron familiares a informarse si estaba aquí en Monreal, pero no sabría decir quiénes eran. Cuando les dimos los detalles de cómo era y cómo iba vestida nos dijeron que era de ella misma».
Acordamos ponernos de nuevo en contacto sobre este grupo, y le pedimos encarecidamente que indagara en el pueblo por si alguno sabía algo más. Le comenté al alcalde lo contado por Ojer y lo que nos pasaba con un grupo de Peralta de Ibero pero que en el pueblo nos aseguraron que no estaban, prometiéndonos indagar sobre ello. Fueron muchas las personas de Monreal que nos ayudaron, a quienes estamos muy agradecidos.
Nuevamente aparecieron dos cabezas prácticamente juntas e iguales y los antebrazos atados con un alambre: «Esos son los Chivite». Junto a sus restos salió un pequeño paquete, eran las monedas que habían usado para casarlos por la Iglesia.
Una señora (Esperanza Sánchez de Tafalla) con el pelo blanco comentó: «Ese es Juan Chivite, el pequeño de los hermanos». Le pregunté si lo había conocido: «¿Ves mi pelo?, pues está así desde el día siguiente que les sacaran de la cárcel». «Nos hicimos novios en la cárcel sin conocernos, solamente hablábamos a través de las celdas». Se vieron por primera vez el día que se los llevaron. Esperanza Sánchez, tenía 24 años y estaba presa con 11 mujeres más; creyeron que se las llevarían también, pero las dejaron.
El agua seguía cayendo sin descanso y a eso de las ocho y media de la tarde dejamos todo para el día siguiente. Los restos, como ya habíamos acordado con la familia de Saturio García de Tafalla, los trasladamos en sus respectivos cajones hasta Tafalla y los recogimos en el panteón.
En Monreal estaban Leonor y María Irisarri. Les comentaron lo que nos había dicho Ojer, el enterrador, y creímos que era casi seguro que los 5 asesinados del día 25 de octubre eran los que llevábamos tantos días buscando.
Al día siguiente nos encontramos con Nieves Vidondo, hija de Félix uno de los cinco asesinados el día 25 de octubre, y le informamos: «¿Dónde?». «En Monreal». Nieves se echó a llorar.
Volvimos a Monreal y Carlos Pérez Gogorza, Cholo, llevó una lona para poder proseguir con menos molestias, pues seguía lloviendo mucho. A las tres de la tarde recogimos y los dejamos para el fin de semana siguiente. Estos tres hombres, cada día venían puntualmente, por lo que yo llegué a creer que tendrían algún familiar. Algún día en lugar de venir tres, venían dos, pero siempre los mismos y cada día se colocaban a mi lado y yo hablaba con ellos con toda normalidad. Volveré sobre el tema más adelante.
Félix y Matías Guinduláin, pero sobre todo Félix, estaban mosqueados porque presentían que les ocultábamos algo. Él no sabía muchas cosas de lo ocurrido en la guerra, menos todavía de algunos matones o responsables de aquellas muertes. Nosotros recogíamos cada día más información y había cosas que preferíamos callar para evitar el sufrimiento de los familiares.
Félix nos lo planteó un día claramente y Juanjo le dijo que entre las personas con las que convivía normalmente había gente a la que no iba a poder mirar igual. Estuvieron en mi casa y les informé de cuanto pude informarle, pues había un familiar responsable de la muerte de su abuelo, que había mandado que le inscribiese fallecido en el término de Monreal.
Tomás Vidondo fue informado por su hermana Rita de lo que pasaba y nos pidió que le avisáramos, pues podía reconocer a su tío enseguida, ya que llevaba un puente de platino y unas muelas postizas.
Aunque el decreto de confesión le impedía dar más datos, el párroco de Monreal certificó que las familias de los cinco asesinados podían llevarse los restos con la seguridad de que eran sus familiares. Alguien del pueblo sabía que eran los de Peralta.
Félix y Loli su esposa fueron informados por el párroco de que entre aquellos restos estábamos sacando a su abuelo.
Al conocer los datos, Leonor Irisarri volvió con otra esperanza, convencida de que entre los restos de aquellas seis personas asesinadas estaba su padre. Quien mandó se hiciera la inscripción sabía muy bien que estaban en Monreal, si bien mintió, dando otros lugares.
Javier Vidondo, hijo de Félix, lloró amargamente cuando descubrió el acta de defunción de su padre, más al ver la firma del responsable de su muerte en Tafalla, un familiar no de sangre, pero familiar muy directo.
En el nuevo viaje a Monreal vino Tomás Vidondo, y al poco de comenzar apareció una medalla de plata de la Milagrosa. Tomás la reconoció: «Aquí está mi tío, llevaba una medalla de la Milagros, que le llevó sor Vitoria» (monja de la Caridad de Peralta). Cuando apareció la cabeza allí estaba el puente de platino de su tío.
Estaban todos los familiares de los 5 hombres asesinados el día 25, entre ellos José Luis Ulibarrena y su hermana Mercedes, Esperanza González, esposa de José Irigaray, Pitón; Julia Irigaray, hermana de José, Lola Díez, sobrina, Javier Vidondo, hijo de Félix, y los nietos de Félix y Matías Vidondo, y otros sobrinos y nietos; Leonor y María Irisarri… Por el tamaño y otros detalles identificaron a todos. Efectivamente, salieron donde había indicado Pablo Ojer.
Fue una gran alegría, tras las incógnitas que habíamos tenido, que allí estuvieran los cuerpos de Victorino Irisarri, Félix Vidondo, José Irigaray, Isidoro Itúrbide y Francisco Ulibarrena, junto con el de la maestra.
Finalmente, el sexto día apareció Juanito Lezáun Pérez, Patán, el hermano de Antonia Lezáun. Su cabeza tenía un tiro en la nuca: «Juanito, Juanito ya has salido, ya has salido, pobrico, pobrico, cuánto hemos sufrido todos…».
Terminamos de sacar a todos, nos despedimos de la gente de Monreal, dándoles las gracias a Ojer, al alcalde y a otros vecinos que habían venido.
En Tafalla hicimos el reparto por pueblos, y se dejaron en un cajón los restos que habían aparecido de más, entre ellos el de la maestra de Pamplona, por si aparecían sus familiares reclamándolos. Si no fuera así, se recogerían en el panteón de Tafalla.
Estábamos muchas personas para recogerles y llevárnoslos para nuestros pueblos. Al ver tal cantidad algunos exclamaban cómo habían podido matar a tantos. Carlos el Cholo respondió: «y aún tiene alguno la poca vergüenza de estar aquí, ni la tuvieron ni la tendrán». El aludido era de Peralta, pero no se dio por enterado, se ve que tenía buenos bemoles y sangre fría.
Apareció por el panteón el párroco de Cáseda que nos comentó que se corría por el pueblo de Cáseda que pudiera estar el párroco de entonces, don Eladio Celaya Zalduendo natural de Peralta, asesinado también, porque los responsable no lo negaban.
Concepción Toledo, sobrina de Eladio, me habló de una señora de Cáseda que sabía de su muerte y que le habían cortado la cabeza igual que a San Juan… Así que quedamos en entrevistarnos con esa señora que vivía en la Chantrea.
Grupo de asesinados el día 25 en Monreal
El día 25 de octubre a las 8 de la tarde firmaron la libertad José Irigaray Osés, Vitoriano Irisarri Amtatriain, Isidoro Itúrbide Campo, Francisco Ulibarrena Catalán y Félix Vidondo Itúrbide. Una vez firmada los subieron en un automóvil y les llevaron hasta Monreal donde serían asesinados rápidamente, ya que estaba lloviendo y tenían en el coche para violarla a la pobre joven encinta, profesora de la Normal en Pamplona.
José Irigaray Osés, Pitón, de 43 años de edad, casado con Esperanza González, tenían 3 hijos. Jornalero de UGT.
Trabajador en el campo, a una con su cuñado Carlos Burdaspar, Jesús Boneta y otros trabajaron para conseguir un mejor reparto de las tierras comunales, por la justicia y la libertad. Con él habían fusilado a 5 familiares directos y otros tantos más indirectos.
Victoriano Irisarri Amatriain, Tallador, de 51 años de edad, casado con María Ricarte, tenían 4 hijos.
Pertenecía a la Junta del PRA y trabajaba en la Azucarera de Marcilla. Detenido el día 21 de julio, permaneció en la cárcel hasta el día de su muerte, tras firmar la libertad.
Había estado de concejal antes de la República y trabajó por los comunales y demás intereses de los más necesitados sobre todo. Fuera ya del Ayuntamiento, siguió trabajando a una con los concejales republicanos como uno más para conseguir la Reforma Agraria, preocupándose siempre de que se diera trabajo a los jornaleros y se les repartiera el comunal. Económicamente estaba bastante bien, con tierras propias, mas esto no les impidió trabajar por los demás.
Isidoro Itúrbide Campo, la Putana, tenía 63 años de edad, casado, poseía tierras propias por lo que su situación económica era buena.
Vivía en Argentina y vino a Peralta, de donde era natural, a pasar una temporada. Era de Izquierda Republicana y fue el promotor de inculcar el espíritu republicano entre sus compañeros y amigos.
Era, según me han comentado, un hombre de mucha personalidad y cultura, atento con todo el mundo, y en sus horas libres hablaba con unos y otros exponiendo sus ideas republicanas y trabajando con los republicanos. Era tío de Victoriano Irisarri y de los Capotillos, y Vidondos.
Francisco Ulibarrena Catalán, Arroyo, de 46 años de edad, natural de Funes, casado con Jacinta Arellano, tenía tres hijos, entre ellos el escultor peraltés J.Luis Ulibarrena. Camionero de profesión y tabernero, en cuyo rótulo anunciador se leía esto: «El sol sale para todos». Mi padre era vecino, y me habló muchas veces de él, un hombre muy trabajador, un manitas. Él mismo se arreglaba el camión, con cualquier tipo de soluciones.
Félix Vidondo Itúrbide, de 51 años de edad, viudo con dos hijos, Nieves y Javier. Labrador con bastantes tierras propias y trilladora, contrataba a jornaleros para los trabajos necesarios en sus respectivas épocas. Presidente de Izquierda Republicana.
Como sus hermanos, su tío Isidoro Itúrbide y su primo Victoriano Irisarri, no dejaron de preocuparse por los campesinos y jornaleros de todo gremio que vivían circunstancias de máxima pobreza, y como uno más luchó por su pueblo, por sus propios jornaleros, siendo a su vez patrón de grandes sentimientos y actuaciones humanitarias. Pero esto no agradaba a la mayoría de grandes propietarios de la tierra.
Las mujeres a las que les cortaron el pelo fueron obligadas a duros trabajos
Como ejemplo de los muchos que se dieron, de actuaciones contra mujeres a las que habían cortado el pelo, están Juanita Pérez Gogorza, Bolera, y Carmen Castillo Pérez, Meletona, a las que obligaron a trabajar en una trilladora de Félix Vidondo, que ya estaba preso en Pamplona. Aunque Marino Pasarín era el encargado, había como vigilante de turno uno de derecha, que obligaba a Juanita y Carmen a quitarse los pañuelos con los que cubrían sus cabezas rapadas, teniendo que cargar los fajos de mies sobre sus cabezas y acercarlos a la trilladora. En un día de inmenso calor pidieron agua, pero el derecha, no les permitió beber. Avanzada la tarde les indicó para beber un lugar alejado donde no había nada, riéndose a carcajadas. Marino exponiéndose a cualquier cosa de aquellos matones perdió ya la paciencia y se plantó al derecha. Cuando éste les ordenó que se quedaran para barrer la era nuevamente Marino se le plantó y mandó a éstas a sus casas y dirigiéndose al chulo: «Si quieres que barran la era, traes aquí a tus hijas, sinvergüenza».
Por estos parajes mataron al joven de Beire, Dionisio Zufia Escobés, del que no pudimos conocer el lugar exacto, y por informaciones de José Castillo Sola, Carrizo, había algunos más, pero la gente de Calahorra no conocían exactamente quiénes y cuándo habían sido asesinados, ya que lo hicieron con familias enteras y otras muchas se habían exiliado. (Lo que antes eran las eras, pasaron con el tiempo a ser piezas de cereales y parece ser que al labrar y arar salieron restos.)
Tres personas más asesinadas en Falces
La noche del 25 de octubre, tres personas más, serían llevadas a Falces y en la madrugada del día 26 fueron asesinadas. Los matones se llevaron de sus casas a León Asín Osés, Luis Lorente Osés y Vicente Moreno Campo hasta un rastrojo de Falces cercano al cementerio.
León Asín Osés, Torico, de 75 años de edad, casado con Heladia Velasco, tenían cuatro hijos, jornalero de Izquierda Republicana.
Hacía 5 días de la muerte de su hijos Tomás Asín Velasco y de su yerno León Pérez Echarri en la Tejería de Monreal, cuando se lo llevaron. Los curas implicados en la represión le obligaron a confesarse, pero León se negó: «¿Con vosotros me voy a confesar yo, que venís a fusilarme?». Los sacerdotes que le acompañaban le dieron a besar el crucifijo con golpes en la boca. Los matones le exigieron que gritase «Viva España», pero les contestó «Viva la República», «Viva Azaña», repitiendo el intento.
Enfurecidos cogieron una botella de gasolina y rociándole, encendieron una cerilla y le dieron de arder. Envuelto en llamas el pobre hombre corría dando alaridos de dolor. Entre los presentes en tan macabro asesinato se hallaban dos nietos, uno de sangre y otro político.
El nieto de sangre, Félix Alonso, Chupacha el grande, como tantos otros, había sido obligado a llevar a Falces a quienes iban a ser fusilados y a los matones, entre ellos los dos sacerdotes. Normalmente no conocía a quiénes llevaba y ese día tampoco, pero al escuchar los alaridos de su abuelo le reconoció y saltó del camión corriendo hacia él y quitándose la chaqueta se la echó encima cubriéndole el cuerpo para apagarle el fuego, que había prendido en todo su cuerpo. «Ya basta, ya basta», gritaba llorando. Uno de los matones lo remató.
En cuanto pasó la guerra Félix se fue a trabajar a Pamplona y mientras vivió su madre y su abuela venía a verles, pero ya después no se le vio por Peralta.
Mi padre me contó muchas veces esta historia, y la de otros matones que se vanagloriaban de haber jugado al balón con dos cabezas de fusilados.
Luis Lorente Fernández. El de la navarrita. Natural de Funes, de 34 años de edad, casado con Benedicta Osés, con dos hijos. Uno de ellos era una niña, a la que antes de la guerra mataron accidentalmente unos de Funes con un carro. Los mismos que asesinaron a Luis, junto con vecinos de Peralta.
Estaba afiliado a la UGT. Por los informes que tengo era una bellísima persona, trabajador, honrado, y cariñoso con todo el mundo.
Vicente Moreno Campo, Lázaro, de 36 años de edad, casado con María, no tenía hijos, era de UGT.
Le escuché muchas veces a su esposa, e incluso a su segundo marido, que «era un gran hombre, un buenazo», idéntica opinión a las que he buscado recientemente.
Son asesinados las últimas personas de Peralta
A última hora de la tarde, ya casi de noche, preparaban el camión en la puerta del cuartel de la guardia civil. Entre ellos los dos sacerdotes de Peralta.
En la cárcel había dos personas, José Marzal Irisarri, que había sido detenido hacía algunas semanas, por una denuncia de un vecino de Falces que le debía bastante dinero de moler harina (José Marzal era propietario del molino mayor que había en Peralta), tras una discusión en la que el de Falces quería que le moliera sin pagar su deuda.
Su hermano don Juan Marzal, sacerdote de Peralta, se mantuvo alerta, tratando de que nada le pasase. A media tarde aparecieron por las inmediaciones de la cárcel un grupo compuesto por vecinos de Falces, Funes y Peralta y sin tapujos hablaron que se lo iban a llevar esa misma noche a fusilar. Mi suegro al oír esto marchó a casa de don Juan Marzal y le comunicó lo que había oído.
Con la ayuda de Santiago Ruete dieron orden de que lo sacaran de la cárcel. Cuando los matones vieron que no estaba, cogieron en su lugar a Encarnación Resano Falcón, madre del mudo Jericó. La metieron al camión y los llevaron hasta Falces, donde les asesinaron junto al cementerio.
Con Encarnación se llevaron también a Pedro Castillo Caballero, Estanislao Irigaray Amatriain, Agustín Rodríguez Irisarri, Gregorio Soto Pérez, Pedro Urroz Corro y Juan Ricarte Zoco. A éstos los sacaron de sus casas.
De nuevo los coadjutores de Peralta les invitaban a confesarse, y si alguno no quería les daban con el crucifijo en la boca. A Encarnación le dispararon en sus genitales, y la dejaron desangrándose pero sin morir. A la mañana un pastor de Falces que en 1978 tenía 83 años, recordaba con toda clase de detalles cómo la encontró en la tapia del cementerio, todavía viva, que a duras penas pudo decirle que era de Peralta.
Bajó el pastor al pueblo y buscó al alcalde, que llamó a algún otro y al enterrador y subieron con el pastor al cementerio, donde encontraron a Encarnación tal como les había contado el pastor. Entonces el alcalde «mandó darle el tiro de gracia para que no sufriera más». Ése fue su comentario a la familia pocos días más tarde.
Aclararé que el alcalde de Falces era de Peralta, cuñado de Cándido Jericó Resano, hijo de Encarnación, que hacía 6 días habían asesinado en Monreal.
¿No había hospital acaso? ¿Si había durado tantas horas, no era posible extraer la bala y curarle? ¡Era más fácil dar los tiros de gracia, claro!
El alcalde comentó así mismo a la familia que ;«se había encargado personalmente de que se le pusiera una caja de muertos y se la enterrara dentro del cementerio», y así lo creyeron siempre.
Pedro Castilllo Caballero, Cebollero, de 47 años de edad, viudo con dos hijos, un hijo y una hija.
El hijo marchó al frente y allí le mataron. Ya no le quedaba más que su hija, entonces de 19 años. Pedro, pertenecía a UGT, trabajaba en la Azucarera, hombre responsable y de bien.
Su hija Ángela nunca jamás lo ha olvidado, nunca ha dejado de sentir la huela desgarradora que dejó impresa en ella la muerte de su padre, lo único que le quedaba en la vida, y para más escarnio fue el novio quien se lo llevó a matar.
Se volvía a repetir el caso de Marieta Balduz. Pero no terminó con ello, ante el rechazo de Ángela por lo que había hecho con su padre, divulgó que Ángela era una mujer fácil y tuvo que soportar más de un insulto o solicitudes obscenas de cerdos asesinos. En este sentido fue una de las que más sufrió. Ante todo esto, una tía carnal, Margarita Castillo Caballero, que era de derechas, se hizo cargo de ella actuando con Ángela como una madre.
Estanislao Irigaray Amatriain, Alcaldillo, de 47 años de edad, casado con Francisca Osés, con 3 hijos, de UGT, jornalero.
Conocí a los hijos de Estanislao, bellas personas, callados, respetuosos. Miguel quedó viudo teniendo sus hijos pequeños y les cuidó con el esmero de una madre, a estos y a sus nietos también huérfanos muy pronto; Jesús trabajador, formal; Tomás demasiado bueno para este mundo.
Agustín Rodríguez Irisarri, Pimpozo, de 45 años de edad, casado con Juanita Castillo, con dos hijos.
Trabajaba en la Azucarera de Marcilla, afiliado a la UGT. No se cambia la información recibida, hace 28 años fue la esposa quien me informó sobre Agustín, hombre extraordinario lleno de una bondad natural por la que nadie a su lado se veía desprotegido, era según me han comentado servicial y lleno de bondad en su trato. Y qué curioso, hablas con personas de derechas y coinciden con la misma información que me han dado personas de izquierdas.
Gregorio Soto Pérez, Soto, de 36 años de edad, soltero, también de UGT, su otro hermano había sido asesinado en el tercio Sanjurjo el día 2 de octubre.
Persona formal, con inquietud por la justicia agraria y social. Éste fue su objetivo y por ello estaba en UGT, fiel hasta el final de sus días, se quedó en casa para cuidar de sus padres ya mayores, por trabajar para ellos, pero esto no servía para los asesinos.
Pedro Urroz Corro, Moscas, de 43 años de edad, casado con Pilar Burdaspar, no tenía hijos, de Izquierda Republicana, jornalero.
Pedo, hombre muy trabajador y aunque no tuviera hijos y no necesitara tanto, no estaba de acuerdo con la injusticia con la que se trataba a los jornaleros y por supuesto de que la tierra la tuvieran entre cuatro, siendo comunal. Así pues, como tantos otros se hizo de IR, para luchar por la Reforma Agraria, por la justicia y la libertad. Y lo hizo sin esconderse, cara a cara cuando era necesario, pero nunca se metió con nadie ni tuvo problema alguno.
Juan Ricarte Zoco, de 35 años, casado con Pilar Francés, tenían 2 hijas, Nieves y Teresa, jornalero y perteneciente a la UGT.
Juan, parece ser era un hombre muy callado, trabajador, sufría en sus propias carnes la carestía a la que estaban obligados los jornaleros campesinos, de ahí su pertenencia a UGT, con la esperanza de que, un día pudieran cambiar su situación y con ella, la de su familia.
Entre las personas enterradas en Falces estaba Encarnación Resano. Incluso algunos familiares creían que había sido presa en octubre en el mes del Rosario, si bien su hijo Fermín a mi madre y a mí nos decía que había estado tres meses en la cárcel, pero no recordaba el día exacto, quizás el día 8 de agosto. Tampoco los familiares lo sabían con exactitud, quienes vivían eran entonces muy jóvenes y algunos sobrinos ni vivían.
Por el escrito del corresponsal de Diario de Navarra sabíamos que fue en agosto y no en octubre cuando se la llevaron a la cárcel. Puesto que estaban enterrados en orden de los días que les habían ido matando, era fácil saber de dónde eran unas u otras tumbas, pero yo tenía preocupación por los restos de Encarnación, ya que de Funes había también dos mujeres, de agosto. Confiamos que efectivamente estaban en orden de enterramiento y que los de Peralta eran los últimos.
Íbamos a ir por la tarde todos los pueblos; por la mañana me llamó José María Jimeno Jurío y me dijo:
«Josefina, ¿vas a ir esta tarde a Falces? Pues estate bien atenta a ver cómo sale Encarnación, ya que el pastor que la encontró, que aún vive, me ha comentado que de caja nada, que el enterrador que entonces estaba era un canalla hasta el punto de enganchar al caballo los cadáveres si éstos estaban más lejos del cementerio y los llevaba arrastrando por el campo como si fueran rastrillos.
A la señora de Peralta que el pastor atendió, además de no ponerle caja, la metió entre dos de Peralta, uno lo puso cara arriba, después la metió a ella y luego puso el tercero encima de ella bocabajo mofándose de ella con que «no le faltaría sexo hasta la eternidad»».
Así pues estuvimos alerta para comprobar esto, lo sabíamos algunos, Juanjo Orduña, Luis Villafranca, mi madre y yo, por lo que vigilábamos las cinco tumbas que había de Peralta para ver si efectivamente el informe era verídico.
En la primera que se abrió estábamos al lado izquierdo de la tumba. El enterrador del 78 en Falces, Fermín Jericó, Valen Asín, nieta de León, y un primo carnal.
Comenzó a salir la tierra, con paja requemada, y el enterrador preguntó: «¿No le dieron de arder a uno de Peralta?». Persuadidos de que era él, comprobamos que efectivamente le habían dado de arder. Luego era cierto lo que me contara mi padre sobre el particular.
Ningún otro resto salió con paja requemada.
A la derecha de la tumba de León Asín se sacaron los restos de Luis Lorente Fernández y de Vicente Moreno Campo.
Estábamos ya terminando de recoger los restos de León y dos tumbas más a la derecha de ésta, habían sacado ya los restos de una persona. Estaba boca abajo, le reconocieron las personas mayores y aseguraron era Pedro Urroz Corro, Moscas.
Javier Lorea, que estaba en la tumba donde ya se había reconocido a Pedro Urroz, levantó otra cabeza en la mano. El mudo comenzó a llorar: «Mama, mamá, mamá…». con él lloramos todos. Nunca lo hemos olvidado.
al ser un lugar de secano, ya que el cementerio está en el monte, los restos se guardaron más completos que en otros lugares. Encarnación tenía un pelo muy negro y largo recogido en un moño. Sus restos conservaban gran mata del pelo negro y largo.
Gloria Villafranca dijo: «Saldrán las horquillas que llevaba sujetando el moño». Pedro Jesús Pérez Resano, hijo de Beatriz Resano, la sobrina que recogió al mudo en su casa comentó: «No saldrán porque cuando a la mañana siguiente fue mi madre a llevarle el desayuno como todas mañanas, el que estaba en la cárcel de guardián le dijo a mi madre que se la habían llevado por la noche y le entregó un paquetico. Cuando vino a casa mi madre lo abrió y eran las horquillas y las peinetas recogidas en un papel, por dentro estaba escrito con lapicero y decía así: «Adiós hijas mías, ya no nos veremos más, me voy al cielo, donde seré feliz»».
Además del pelo había trozos del delantal, de la falda, las medias casi completas.
Debajo de ella salieron los restos de Juan Ricarte Zoco. Era pequeño de estatura y así eran los restos.
Luego la versión dada por el pastor a Jumeno Jurío era totalmente cierta.
Seguidamente salieron otras dos tumbas con los restos de Pedro Castillo Caballero y Agustín Rodríguez Irisarri, en una, y en la otra Estanislao Irigaray Amatriain y Gregorio Soto Pérez.
Al lado de las nuestras estaba otra, con tres de Olite, entre ellos quien fuera teniente alcalde antes del Alzamiento, Juan García Lacalle. Los de Olite comenzaron a inquietarse, pues estaban saliendo los restos, pero no aparecían las cabezas.
Se sabía que a Juan García Lacalle le había pasado el camión por encima de la cabeza una y otra vez, hasta deshacerla, y parecía lógico pensar que las otras dos eran aquellas cabezas de que contaba mi padre habían jugado con ellas al fútbol en Falces, gente de su cuadrilla, miembros casi todos de la «cuadrilla de la muerte». Ningún otro salió sin cabeza en todo el cementerio.
Estábamos contemplando aquellos restos cuando aparecieron los restos del padre de Mariano Remón de Gallipienzo.
Allí salieron los de una mujer y una niña. Por sus botas que todavía se conservaban y el tamaño de la cabeza, calculamos que tendría entre 4 o 5 años. Su cráneo estaba roto por el tiro que le dieron, con un tiro en la nuca, seguramente con un mosquetón. ¿Qué había hecho aquella criaturita? Desgraciadamente, no supimos de dónde era.
Junto a la tumba de estas tres personas, se abrió otra en la que se encontraron los restos de los hermanos Ferrer de Gallipienzo, fusilados la misma noche que el padre de Mariano Remón, el día 18 de septiembre, con dos más. A todos ellos les asesinaron los matones del Chato Berbinzana, algunos de Peralta, entre estos hermanos Yeseros.
Las dos mujeres de Funes salieron más arriba, más cerca de la pared del cementerio, tenían la esperanza de reconocerlas, pues una llevaba un pañuelo blanco y efectivamente salió. Pilar Pardo tenía 9 hijos, Luciana Viguria no los tenía.
Ya habíamos recogido prácticamente a todos, seguíamos intentando recoger a Sebastián y Daniel para antes de hacer el funeral, pero como ya he expuesto fue imposible.
Uno de Peralta enterrado en Murillo el Cuende
Teodoro Asín Arpón, Cartucho, hermano del Caballero Asín, tenía 27 años, soltero, trabajaba en Mélida de jornalero, era miembro de la UGT. Mi madre me habló de él, que era una buena persona.
Nos enviaron recado por parte de un tal X de Murillo el Cuende, de que había uno de Peralta enterrado en una viña de Murillo. Nadie nos había dado señales de que hubiera algún fusilado más, pero fuimos a indagar. Nos dio todos los pormenores, pero cuando llegamos al lugar donde estaba enterrado había pasado por encima la autopista y de la viña había desaparecido un gran trozo, justamente donde se le había enterrado.
Mi madre intentaba recordar personas que pudieran faltarnos y un buen día me comenta «¿sabes que a un hermano de Máximo Asín, después de la guerra nunca le he vuelto a ver?, trabajaba en Mélida o por ahí cerca, pero ni se ha oído se haya muerto, ni he vuelto a verle y como fuimos vecinos, siempre venía a ver a la abuela Filomena».
En el momento que vi a Máximo Asín le pregunté por su hermano, si vivía. Me dijo que no y que le habían fusilado, «pero cuando la guerra». Me contó ciertos detalles que aunque no aclaraban bien todo, implicaban a dos de Peralta.
Tras las informaciones que me diera Máximo Asín, que decía que un peraltés conocía el lugar exacto donde se hallaba y qué había ocurrido con su hermano, le pedí informes a ese peraltés, que pensábamos que estaba limpio. Pero este individuo no permitió colaborar porque «le ponían muy nervioso aquellas cosas».
Finalmente conocimos exactamente lo ocurrido. Teodoro no sabía leer, llegaron a Mélida los dos percales de Peralta, entre ellos el de ;«los nervios», y mandaron a Teodoro a Murillo el Cuende para que entregara el papel a un tal X de Murillo. Teodoro marchó ni corto ni perezoso e hizo lo que le encargaron. El tal X de Murillo leído el papel, le ordenó le siguiese y llegando a la viña le ordenó hiciese una fosa y una vez terminada le dio un par de tiros y allí mismo le enterró.
Un pastor vio cuanto ocurría en la viña. El asesino tiró el papel y una vez se marchó lo cogió: «Haz que cabe una fosa y cuando la remate le das un par de tiros y lo entierras». Los de Peralta habían tenido la osadía de explicarle a Máximo lo ocurrido con su hermano, sin decirle que habían sido ellos los autores de la orden.
Cuando llegamos a Murillo para indagar sobre el enterrado en Murillo, acudimos al hijo de Jesús Ederra, alcalde del 36 asesinado en Monreal. El matrimonio no podían creer que el tal X nos hubiera enviado el recado, pues era «uno de los mayores criminales de aquí y de los alrededores». Repasando los nombres del pueblo, que es pequeño, se dieron cuenta de que un pastor se llamaba como el criminal, y así fue. Este pastor era el que nos mandaba recado con unos de Caparroso que conocíamos de las exhumaciones. (Hace cosa de un mes me comunicaron que todavía vivía el asesino.)
Uno de Peralta asesinado en Valtierra
Personas de Valtierra nos informaron de que a un señor joven de Peralta le habían asesinado en Valtierra, e indagamos sobre él.
Eusebio Ricarte Zoco, de unos 39 años de edad, hijo de Simón y Guillerma, soltero, carpintero en Valtierra, miembro de la UGT, al que le apodaban el Peraltica fue asesinado en Valtierra el primero de todos, el 20 o 21 de julio. Pretendían dar un rápido escarmiento y eligieron a Eusebio por no ser de Valtierra.
Su hermano Juan fue asesinado en Falces el día 27 de octubre, en el último grupo de fusilados de Peralta.
Don Eladio Celaya Zalduendo, párroco de Cáseda, asesinado por los nacionales
Habíamos quedado en ir a la Chantrea, para hablar con la señora de Cáseda, en cuanto Concepción Toledo nos concertase una entrevista. Allí nos habló de don Eladio, que se hizo por encima de todo amigo de los más pobres, y de cuantos le necesitaban, cualquiera que fuese su color.
Nos comentó que le hicieron sufrir mucho personas recalcitrantes de la derecha casedana. Intentaron desterrarle, le difamaron y se ensañaron con él cuanto les vino en gana. Finalmente, con un grupo de casedanos entre los que estaba su propio hermano se lo llevaron a matar el día 14 de agosto. Diario de Navarra informaba del hecho, incluyendo a «una mujer joven y no mal parecida», pero nada decía de que don Eladio iba en ese grupo.
Siguió contándonos que a don Eladio lo mataron al pasar de Cáseda hacia las Bardenas y «a mi hermano y a los otros con mi hermano le llevaron hasta el frente de Sanjurjo y allí les fusilaron el mismo día 14 de agosto». La expresión primera de esta señora fue: «A don Eladio le cortaron la cabeza igual que a San Juan». En aquellos momentos creí que era una expresión como cualquier otra, pero no era así.
El párroco don Manuel ya me había comunicado que «por el pueblo se hablaba sin tapujos de que a don Eladio se lo habían cargado los nacionales y tenía que ser verdad cuando éstos no decían ni palabra». Aunque hay diferentes versiones de la ejecución, todas indistintamente coincidían en que había sido asesinado, y no muerto de muerte natural.
Fue quien puso en marcha la Caja Rural Católica para que los más necesitados pudieran disponer de préstamos a bajo interés y poder comprar simiente para la siembra, abonos, aperos para trabajar la tierra. Aunque la Caja estaba abierta a cualquier persona que lo necesitase.
Llevaba con meticulosidad todas sus notas, y también las referidas a los préstamos que hiciera, el nombre y la cantidad del préstamo.
Aquello supuso en Cáseda que muchos pudieran hacer frente a la vida con más holgura. En aquel entonces muchas personas no sabían leer ni escribir, y de ahí su gran ayuda prestada cuando él les ayudaba en cuantos menesteres les era necesario conocer ciertas leyes o simplemente de cuentas, etc. Con ello evitó en muchos casos que nadie fuera engañado. Todo ello le hizo ser querido por la mayoría de las gentes del pueblo.
Otra de las obras que llevó a cabo fue la de construir un granero para recoger los cereales quienes no disponían de él, evitando los problemas de deterioro y pérdida de valor por las malas condiciones de almacenamiento.
Don Eladio apoyó desde un principio que los comunales fueran entregados a los vecinos del pueblo, con ellos dialogó y promovió entrevistarse con Rafael Aizpún…
Cuando comenzaron las matanzas pidió a la Junta de guerra que no lo hicieran, pero al continuar, el 8 de agosto marchó a Pamplona para denunciar estas cosas al Obispado, donde le respondieron: «Aquí no tienes nada que hacer, arréglatelas como puedas».
Un vecino de Cáseda se lo encontró en la calle de la Merced, próxima al obispado, y estaba descorazonado.
Al volver por la tarde a Cáseda, se encontró que le habían quitado los colchones de la casa.
Esa misma noche se pasó a la Parroquia, era el día 13 de agosto. Por la mañana del día 14 bautizó a un niño. (Entonces se bautizaban a primera hora de la mañana y no se tardaban muchos días en bautizarlos ya que la mortandad en niños era inmensamente mayor que ahora y las familias cristianas lo hacían cuanto antes por costumbre por un lado, pero así mismo previniendo no muriesen sin bautizar.)
La mañana del 14 comenzó a cursar el acta de nacimiento de un niño que acababa de bautizar, pero ésta quedó sin terminar.
Esa misma mañana recibió una visita del Jefe de la Junta de guerra para comunicarle que se había tenido una reunión de la Junta y se había acordado que se le fusilase, pero que él se había opuesto pues no estaba de acuerdo y para que no le pasase nada se estaría con él hasta la hora que saliese el coche de línea para que saliera del pueblo sin problemas.
Este señor seguía insistiendo entre vecinos del pueblo que no lo mataron porque «estuve con él acompañándole y le llevé hasta el coche de línea donde se marchaban varios vecinos para el frente».
Pero esos vecinos fueron asesinados en el tercio Sanjurjo ese mismo día, concretamente 8 detenidos acompañados por los matones para dejarlos en Zaragoza a buen recaudo.
Por eso, durante mucho tiempo los casedanos pensaron que lo habían desterrado y lo habían sacado ellos mismos del pueblo ya que Eugenio, Jefe de la Junta de guerra, fue quien le acompañó. Según la opinión de varios casedanos el tal Eugenio no era un angelito.
Cuando estaba terminando de escribir el libro una persona de Cáseda me informó de lo que ocurrió en aquella aciaga mañana del 14 de agosto de 1936, por boca de un testigo.
«Le acompañó hasta el autobús Eugenio, Jefe de la Junta de guerra, y cuando el autobús había pasado ya Cáseda, en terreno cercano o ya en las Bardenas, paró el autobús, le bajaron y le mataron pero no como a los demás, le cortaron la cabeza, separándosela del cuerpo».
Versión coincidente con la de la señora de la Chantrea.
El día 19 de septiembre de buenas a primeras llegó un coche con un féretro herméticamente cerrado. Los hombres que lo llevaban no eran del pueblo, y nadie les conoció.
Cuando le pidieron a Teresa Celaya ver a don Eladio respondía que no se podía ver: «los hombres que lo han traído me han prohibido terminantemente que se abra el féretro pues está en alto grado de descomposición».
En la misma mañana se trajo a Peralta, a la casa paterna, en la calle Tienda, 19, donde vivía su sobrino Jesús Celaya. Allí acudieron Juana Aráiz, laToleda, sobrina carnal de don Eladio y con ella su hija Concepción Toledo.
Pero el día 12 de septiembre, o sea 7 días antes de aparecer muerto, se recibe en la parroquia de la Asunción de Cáseda un comunicado del párroco de Peralta, Tomás Biurrun que les informa del fallecimiento de don Eladio, que se encontraba accidentalmente, y al que le dieron los sacramentos:
«El día 12 de septiembre de 1936, a las 9 y media de la mañana en ésta parroquia de la Asunción de Cáseda, tuvimos referencia de D. Tomás Biurrun, párroco de Peralta del fallecimiento de D. Eladio, párroco de esta parroquia. Recibió en Peralta, donde se hallaba accidentalmente los sacramentos de penitencia y Extrema Unción».
El año pasado las sobrinas pidieron que se les permitiera ver cuanto había relacionado con su tío pero no se pudo hallar. ¡Qué casualidad! ¿Ha desaparecido? Resulta que la nota fue vista y copiada por José María Jimeno Jurío entre 1975-1978 y ahora ¿ha desaparecido? José Mª Jimeno recopilaba en esos años todos los datos de los fusilados de Navarra en archivos parroquiales, ayuntamientos, sindicatos, etc.
En el 2º capítulo «Pasos Burocráticos», se encuentra el acta de defunción de don Eladio y puede comprobarse que efectivamente se inscribe el día 19 de septiembre, 7 días más tarde de que el párroco de Peralta comunicase a la parroquia de Cáseda que había fallecido.
La inscripción la solicita «Ignacio Campo», vecino o amigo probablemente de la familia. Ignacio fue una buena persona.
Aparece que «muere a las cuatro de la mañana, en su domicilio de Peralta, calle Tienda, 19, el día 19 de septiembre (era la casa paterna donde vivía su sobrino Jesús Celaya), pero, sin embargo, fue traído desde Cáseda por la mañana, no de madrugada, puesto que en Cáseda fue en la mañana temprano de dicho día cuando le llevaron a la casa parroquial.
En el acta se determina que «murió de bronquitis crónica».
Según se nos informó en 1978 en Cáseda había una doble acta de defunción en la que constaba «había muerto en Cáseda en su domicilio el día 19 de septiembre de 1936 a consecuencia de colitis crónica».
En el Ayuntamiento de Cáseda no queda ni rastro de don Eladio. Curioso.
Por último, en dicha acta aparece al final:
«Leída esta acta, se sellaron el del Juzgado y la firman el Sr. Juez los testigos no manifestantes por no saber de que certifico».
Tal cual suena, no sabe el juez, ni los testigos que certifican la muerte de don Eladio. Así de clara estaba su muerte, algo había que poner, como se hizo con el sobrino. Dos meses antes había escrito «muerto por hemorragias internas».
Naturalmente, las producidas por los asesinos.
Según me indicara la sobrina Concepción Toledo, se hizo el funeral y lo enterraron el día que lo trajeron. En la lápida del cementerio y en el recordatorio que de él hizo la familia pone que murió el día 19 de septiembre de 1936.
Nadie consultado en Cáseda, ha informado que hubiera muerto por enfermedad o en su cama, muchos no sabían qué había pasado exactamente pero de lo que sí estaban seguros era de que le habían matado.
Fue sobre todo en el 78 cuando muchas personas perdieron el miedo y expusieron claramente lo que había ocurrido.
Don Eladio fue enterrado en el terreno familiar del cementerio junto a un hermano fallecido en 1931 y una hermana en 1932.
La barbarie cometida en tres meses levanta ampollas
Ya habían asesinado a 86 personas de Peralta cuando un buen día acudieron por las oficinas de la Azucarera de Marcilla un grupo de matones de Peralta, Funes, Marcilla y Caparroso, solicitando del gerente Miguel Fernández (padre de Mª Jesús Fernández, boticaria de Peralta, que tenía toda la vida la farmacia en la calle Mayor, hoy calle Dabán 21) que se les facilitase todos los nombres de las personas de estos pueblos que fueran de izquierdas para llevarles a fusilar.
Miguel Fernández, requeté de toda la vida, al oir semejante petición les hizo ponerse firmes y se hizo responsable de todos ellos amenazándoles al mismo tiempo que si a uno solo de aquellos hombres les pasaba algo, ellos iban a pagar con su vida la de cualquiera de aquellos. Le habían presentado una lista de varios hombres, pero exigían todos cuantos fueran de izquierdas que por supuesto había muchos más. Él les despachó con cajas destempladas y volvió a amenazarles.
De la Azucarera de Marcilla asesinaron a 5 de Peralta dejaron a sus vecinos sumidos en una gran angustia, era rara la familia de izquierdas que no tuviera uno o varios familiares asesinados, incluso algunos derechas eran familiares de algunos de los asesinados y, si bien no todos, pero algunos comenzaron a pensar que aquello había sido una locura, que aquello se estaba pasando de la raya.
Alguno de los cabecillas a quienes apoyaban otros tantos mangarranes ávidos de sangre y también del dinero que les pagaban por matar, y las esposas de algunos de estos matones también, se dejaron decir por el pueblo donde quiera que fueran: «hay que pasar la peineta, se han matado los piojos, ahora hay que matar las liendres, a grandes y pequeños que no quede raza».
Las mujeres de dos de estos mangarranes, matones a sueldo, estaban riñendo en la entrada del jefe de la Junta de guerra, ya que a uno de los maridos le pagaban a 10 pesetas por cada hombre que mataba y al de la otra le pagaban 8 pesetas. Bajaba por las escaleras Martina Legaz Catalán, hermana de Pedro Legaz asesinado el día 2 de agosto en Muruarte. Martina era la encargada en el matadero de echar los cerdos a las cerdas y había marchado a recoger los permisos. Al oír discutir se paró en las escaleras y escuchó la discusión. No podían verle ya que entre la puerta de la calle y las escaleras había otra puerta.
Podéis pensar que si sólo hubieran matado a los de Peralta, puesto que había tantos asesinos a poco les hubiera llegado, pero ambos eran de los que marchaban por los pueblos para hacer el trabajo sucio de matar. Unos preparaban los pelotones y los otros asesinaban por cuatro cuartos y aún por nada. Les he llamado a todos ellos «emisarios de la muerte», pero se les decían «pelotones de matar», «juntas de matar», «cuadrilla de la muerte», «cuadrilla del águila negra», bien conocidas en Peralta, ya que casi todos ellos eran de Peralta y también de Funes, Falces, Berbinzana…
En las cárceles seguían algunos hombres como Alejandro Barcos, Caños, Juanito Castillo el Roíco y Manuel Pérez, Manolé. Fueron llamados los tres. A Juanito y a Alejandro se les propuso que fueran al frente como medio de salvar la vida más fácilmente. Alejandro le mostró la licencia que le habían dado por enfermedad pero estudiado todo y conociendo había una denuncia en el cuartel contra él, se le aconsejó que volviera al frente, pues en Peralta el mejor día se lo podían llevar y fusilar.
A Manuel, que era mayor, le dicen que su mujer le busque en cuanto pueda alguien que le firme un certificado de buena conducta del pueblo y con ello podrá salir de la cárcel, de lo contrario cualquier día pueden venir y llevárselo. Así pues, comunica a la señora Julia lo propuesto por el comandante de la cárcel, al tiempo que reciben notificación por parte de Gregorio Legaz de lo que le comentara el Capitán de Legionarios, esto es: que solicitase juicio de guerra y presentase la firma de alguien que hubiese sido de derechas de toda la vida.
Sin pérdida de tiempo la señora Julia comienza a buscar la tan necesaria firma. Primeramente acude al jefe de la Junta de guerra, el cual se la niega. La señora Julia le dijo: «Bajo su responsabilidad caerá, si matan a mi marido». A continuación, acudió al nuevo secretario, natural de Artajona, como ella, pero tampoco éste quiso firmarle. Era falangista, y se negó en redondo a dársela ni hacer nada por él: «Qué me importa que seas de Artajona, arréglatelas como puedas».
Julia acudió al párroco Tomás Biurrun, que también se niega. Manuel y su familia eran vecinos y Julia le increpó amargamente por su negativa, pero no cambió de opinión. Por último, acudió a Santiago Ruete y éste le firmó y se brindó a que si en algo podía ayudarles que contaran con él.
Con esta firma Manuel pudo ser juzgado y fue absuelto. Pero a pesar de todo, y de tener 50 años, por precaución se quedó en el requeté haciendo menesteres del cuartel, se sentía más seguro que viniendo a Peralta.
Juanita Pérez Gogorza hija de Julia y Manuel, Manolé, entre unas y otras cosas no se encontraba muy bien, pues ya he comentado le llevaron a las trilladoras, a recoger maíces y a barrer por las calles. Cada día buscaban algo nuevo con que humillarla y fastidiarla, su hermano Eugenio fusilado, su padre preso, todo hizo mella psicológicamente en ella y trastornó su salud, así que la señora Julia decidió mandarla una temporada a Zaragoza con unos amigos, hasta que pasara un poco aquella situación.
Estuvo unos tres meses, las cosas parecían haberse apaciguado un poco. Pero no hizo más que verle una vecina y amenazó a la señora Julia de que le iban a cortar otra vez el pelo a Juanita y que se esperase, que no le iban a dejar en paz.
Ni corta ni perezosa fue en busca de Santiago Ruete que le dijo que se fuera tranquila. Llamó al marido de aquella vecina, que era un buen lagarto, y lo puso a caldo diciéndole a su vez que no se enterase que la molestaban ni a ella ni a ningún otro miembro de la familia. Y ya le dejaron en paz.
Alguien puede pensar que mi amistad con Nieves Ruete, hija de Santiago, Koske, es lo que me hace hablar de su padre así, pero estos datos los he recibido de personas que fueron atendidas por él.
Ante todo este cúmulo de desgracias, de atropellos y barbarie, se comenzó a levantar una opinión de alarma. Por un lado, el capitán de Legionarios de Zaragoza, a través de las informaciones de Gregorio Legaz, tomó cartas en el asunto, unido a otros del pueblo que también se interesaron.
Conocemos las gestiones de Miguel Arricibita Revuelta a favor de Militón Castillo, Meletón, y la visita a la viuda del secretario asesinado en Muruarte, Amadeo García, y las represalias del cabo Timoteo Escalera.
Miguel Arricibita, hijo, habló con la Junta de guerra y con Anselmo Irigaray, muy preocupado porque al llegar del frente se encontró con casi un centenar de fusilados, más de 100 mujeres con el pelo al cero y un largo etc.
De los miembros de la Junta de guerra, Santiago Ruete se unió a ellos para acabar con todo aquello.
Muchas personas, incluidas mujeres, acudían a los asesinatos
Muy católicas y apostólicas también aquellas santas mujeres que acudían a los asesinatos, enteradas por sus maridos o amigos que iban a realizar la faena en nuestro pueblo y sus alrededores. Y después hacían comentarios morbosos, de cómo había muerto el uno, de cómo el otro se temblaba, o el otro había estado muy gallardo, de cuántos tiros y quiénes se los habían dado, etc.
Una testigo, que todavía vive, estuvo presente entre ciertas personas de relevancia religiosa, que comentaban las matanzas: «Hoy han caído 5 más», «Pues más abono para el monte».
Cada vez que sigo recordando tantos y tantos detalles, recuerdo al sacerdote que está escribiendo un libro sobre la participación en la guerra civil de la Iglesia y que se atreve a decir que solamente estuvieron implicados 3 o 4 sacerdotes, siendo repulsa. Cómo tienen valor de seguir mintiendo de esta manera, de querer encubrir unas verdades tan reales. Concretamente en Peralta, de 5 sacerdotes vinculados a la parroquia, tres de ellos estuvieron implicados hasta las orejas.
Amaina la represión
Es a partir de noviembre cuando la Iglesia comienza a moderar el discurso beligerante que le había llevado a calificar la guerra como una Cruzada. Actitud que en el caso de Peralta se vería reflejada en el apoyo del párroco a todo lo que sucedía, junto con la participación directa de dos de sus curas, formando parte de las cuadrillas de matones.
Cuando ya Navarra estaba empapada de sangre y las cunetas llenas de cadáveres se comenzó a oír por boca del obispo «¡No más sangre! ¡No más sangre!», a mediados de noviembre.
La represalia por un hombre de Tafalla que había muerto en el frente, se saldó con 67 asesinados el día 21 de octubre en Monreal.
José Mª Jimeno Jurío escribió sobre la falta de valor del Obispo Olaechea en «El clero y la guerra civil (1936-1939)», donde relata cómo, tras participar en varios actos de exaltación falangista, con bendición de bandera incluida, besamanos y canto del Cara al Sol, y habiendo callado durante el primer mes de asesinatos, el obispo calificó el Alzamiento Nacional como «Cruzada» el 23 de agosto («por la causa de Dios y por España, porque no es una guerra […] es una Cruzada y la Iglesia […] no puede menos de poner cuanto tiene a favor de sus cruzados»), fecha de la solemne procesión con la imagen de Santa María la Real por las calles de Pamplona, mientras enviaba confesores a la matanza que se celebraba en la corraliza bardenera de Valcaldera:
«Dos meses más tarde Falange Española celebró en Pamplona el aniversario de su fundación (22 de octubre) con una misa de campaña ante las autoridades y militares asistentes. El prelado dijo en el sermón que profesaba cariño a la Falange por ser obispo, por ser patriota y por ser amante del obrero.
Durante aquel verano trágico para millares de familias de campesinos pobres habían acudido al palacio episcopal sacerdotes y seglares para exponer el drama de las detenciones, encarcelamientos, ejecuciones y humillaciones impuestas en un sector de la población, solicitando su ayuda. Guardó un silencio tolerante. El pastor no tenía valor para dar la vida por sus ovejas perseguidas, reconoció que no tenía madera de mártir. Vires non habebat (No tenía fuerzas) según atestiguan Marino Ayerra, y el propio Iturralde.
No alzó su voz hasta el día 15 de noviembre, menguantes ya la locura en las ejecuciones arbitrarias. Lo hizo ese día en la parroquia pamplonesa de San Agustín con ocasión de la imposición de las insignias a favor de la Cruzada. En este discurso pidió que no se vertiera más sangre «que la que quiera el Señor que se vierta, intercesora, en los campos de batalla para salvar a nuestra Patria, la decretada por los tribunales de justicia y no otra sangre»».
Ante la petición del obispo, el párroco de Peralta se sumó a la campaña que estaban llevando a cabo el teniente coronel de la guardia civil Miguel Arricibita, Anselmo Irigaray, Santiago Ruete, Juanito Asín, José Mª Jiménez y algún otro de las fuerzas de derechas.
Esto le sirvió para dárselas después de salvador de los feligreses de Peralta, pretendiendo ocultar que participó en la preparación de algún grupo como el de Funes, y que con su visto bueno se asesinó a diferentes personas que guardaba en su punto de mira. En Peralta se habían asesinado para el 27 de octubre 87 personas. Quiso apuntarse al «No más sangre, no más sangre» del obispo, pero era ya demasiado tarde. Se hizo conocer bien en el pueblo desde mucho antes de la guerra y dentro de la guerra, y a fe que dejó huella.
Los familiares nunca olvidaron su participación activa en la represión, así como la de uno de los coadjutores adscrito a Peralta y a otro natural de Peralta, párroco en aquel entonces de Campanas, pero que con su coche andando de un lado para otro con sus pistolas encima, fueron conocidos ambos por muchos de nuestros pueblos colindantes y en la cuenca de Pamplona, a donde llevaban hombres de la Ribera, sobre todo, para ser asesinados por sus contornos.
Otro artículo del «corresponsal» de Peralta
Con 87 asesinados escribe el corresponsal en enero de 1937:
«como corresponsal del Movimiento de la población en 1936 […] este pueblo eran contados los que no habían cumplido las normas cristianas y cívicas y hoy gracias a Dios, las familias, con verdadero amor se han entregado en todo y por todo a la única verdad, que es la Iglesia Católica. al fin se arroja al demonio de las almas cristianas y que en la vida jamás se repetirán aquellas groserías que por añadidura la titularon «por lo civil»».
(El Pensamiento Navarro, 5-1-1937, p. 5)
Terminamos los artículos de este corresponsal que llenó de ignominia el nombre de Peralta por uno u otro lado. Su apoyo incondicional a la violencia desatada y la ideología que destilan sus artículos tienen nombre y apellidos en la porqueriza de la infamia.
Operación retorno. Los fusilados de Peralta. La vuelta a casa (1936 – 1978)