4.1 – Julio del 36

Operación retorno. Los fusilados de Peralta. La vuelta a casa (1936 – 1978)

A continuación expondré la vida y asesinatos de 89 personas de nuestro pueblo, y dos más de fuera, asesinadas en Peralta. Más de 3.400 personas fueron asesinadas en Navarra, sin haber existido frente de guerra. Hubo retaguardia, hubo asesinos y asesinados.

Nunca hemos olvidado a los nuestros ni les olvidaremos, pero no hemos buscado venganza, no hemos buscado represalias, ni hemos exigido juicios y penas carcelarias a quienes originaron la masacre del 36, que por justicia les correspondían. Ahora bien, que nadie pretenda que dar a conocer sus vidas es revanchismo y buscar la crispación. ¡No! Deseamos que se sepa la verdad oculta y tergiversada de nuestros familiares y, por encima de todo, queremos que se sepa para que «NUNCA MÁS» vuelva a ocurrir una guerra entre hermanos que tantas víctimas costó.

A diferencia de los otros, nuestros familiares fueron ocultados, diezmada su memoria como si de malas personas se trataran, hasta el punto de que muchos de ellos todavía no han sido reconocidos, ni registrados en ninguna parte. Y todavía quedan en las cunetas, sin haber podido recuperarlos…

Vivían dentro de una República a la que se había votado mayoritariamente en toda España, luego era legal, a nadie se le había impuesto por la fuerza de las armas; pero por la fuerza de las armas fue derrotada por sus contrarios y para lograrlo provocaron el Alzamiento Nacional a costa de miles y miles de hombres asesinados en retaguardia y el resto muriendo en el frente, al lado de los suyos o donde fueron obligados a luchar, antes de ser asesinados a sangre fría en el pueblo; y los miles de exiliados que perdieron su vida en muchos casos o bien tuvieron que vivir alejados de sus familias, de su tierra, de su España también.

El día 21 de julio comienzan los encarcelamientos y el primer asesinato

La mañana del 21 de julio, Felipe Balduz Martínez, Cuca, estaba acarreando en el campo cerca del lugar denominado «La Torre», cuando vio cómo desde allí venían varias personas, conocidos algunos de ellos, vistiendo trajes de requeté y bien armados. Quedó alarmado al ver que desde «La Torre» se dirigían al pueblo.

Algunos ya habían oído por la radio la noticia, así como el bando de Emilio Mola, aunque nunca pensaron lo que les iba a ocurrir a los izquierdas en Peralta.

Hacia el mediodía se corre por el pueblo que vienen por la «Cuesta de la Castellana» un nutrido grupo de «rojos». Mucha gente sube al monte para ver si es cierto, no las tienen todas consigo, y observa claramente que quienes se acercan al pueblo son boinas rojas, «requetés», y el resto camisas azules, «falangistas». Varían en la cantidad, pero nadie dice que fueran menos de 500 hombres.

José Celaya Huarte también escuchó la noticia. Padre de familia, campesino asalariado sufriendo como tantos la falta de tierra, de jornales, cazador a su vez como cuantos otros de izquierda y de derechas que ayudaban al mantenimiento de la familia, comiendo y vendiendo lo cazado.

José toma su escopeta de caza y se va a su encuentro. Cuando bajaban la cuesta, José descubre que no son republicanos, sino requetés y falangistas, y corre hacia el pueblo. Descubierto, comienzan a perseguirle.

Atraviesa el campo, saliéndose de la carretera. Va por detrás de los corrales de Sayés, y tomando la calle del Río, se encamina hacia su casa. Escucha, sin embargo, el vocerío que va tras él y entra primero en la calle Venta Blanca, escondiéndose en un pajar donde el dueño de la casa lo esconde bien cubierto con las pacas de paja. Mas José recapacita que si le descubren pueden hacerle algo al dueño que tiene criaturas. Le llama y le comenta su decisión de salir de allí. El dueño le insiste en que no salga pero, decidido, José salta por los corrales de la parte de atrás, los cuales vana parar a la calleja de Serafín. Las voces cada vez están más cerca y cruza rápidamente a la calle Aguardienterías 4, a la casa de Petra Irigaray. Ésta le esconde en el pajar detrás de unas pacas de alfalfa, y baja con sus hijos que estaban en la cocina esperando para comer, era el mediodía.

La calle se llena de nacionales, falanges y requetés; los vecinos salen a ver qué sucede. La esposa e hijos de José desconocen lo que está ocurriendo; vivían arriba del todo, como se indica en el plano de estas calles un poco más adelante.

Una vecina comenta que: «La calle del Río, Venta Blanca, Méndez Núñez, la carretera, el Cascajar (hoy Paseo nuevo de la Hermandad), estaban llenas de carlistas y falangistas; no sé de dónde salían tantos hombres, estos no sabían donde comenzar a buscar, pero apareció fulano en el balcón y les señaló dónde se encontraba escondido». (Fue un vecino de la misma calle). Entonces comenzaron a disparar contra la casa de Petra y José les respondió.

Petra, mujer extraordinaria, a la que tuve la dicha de conocer, suplicaba que no la mataran, que tenía mujer e hijos. Pero le mandan retirarse o que le matan también. José se hace fuerte en el pajar, y en vista de que no consiguen herirle, deciden colocar una bomba. Entonces, Juanito Asín, Pelos, primo carnal de Petra, lo impide: «¿no veis siquiera que vais a tirar toda la barriada?». Ceden y comienzan a subir a la casa, mientras Petra suplica nuevamente.

Mientras tanto, en la misma calle, un poco más arriba, la señora Angelita García de Gorraiz grita a toda aquella turba, increpándoles por lo que van a hacer, pues para ese momento ya se sabía a quién querían matar.

Un familiar muy cercano de José estaba entre ellos, cerca de casa de mi abuela, a unos 30 metros de casa de Petra. Cuando supo quién era el acorralado se marchó llorando hacia el portal. Mi madre me lo ha comentado muchas veces, pues desde el balcón le vio. Todavía existen vecinos que recuerdan perfectamente lo ocurrido. Parece ser que, aunque siguió siendo de derechas, aquello le marcó y ya no se le vio más. Quiero aclarar que durante la «Operación Retorno» no fue acusado nunca de haber pertenecido a ningún grupo de fusilamiento.

A Angelita García los nacionales le amenazaron con matarla si no se callaba, pero les gritaba más desenfrenada: «canallas, sinvergüenzas, ¿qué es lo que vais a hacer?, es padre de familia, canallas…».

Mi tío Rafael y mi abuela, estaban también en la calle. Mi tío también increpó a los agresores, tratándoles de «asesinos, que se vaya del pueblo, que les dejen en paz que lo único que quieren es paz y trabajo». Volviéndose un criminal de tomo y lomo de Peralta, Curro, el Pintor (no tiene familia en Peralta), encañona a mi tío con la pistola. Mi abuela, al ver esto, se interpuso para defenderle, y el matón le encañonó.

La señora Angelita, que estaba junto a mi tío y mi abuela, pues vivían frente a frente, volvió a gritar de nuevo tratando en esta ocasión de sinvergüenza a Curro. Mi madre, que observaba desde el balcón, bajó corriendo a la calle gritándoles asesinos, al tiempo que fue a detener al agresor. Con los chillos, Juanito Asín pudo ver alarmado lo que ocurría, pues mi abuela era prima segunda. Los que estaban con Curro se volvieron amenazantes. Todos iban armados con pistolas, fusiles, mosquetones, bombas y granadas de mano.

Juanito intervino llamando a la moderación, y paralizando lo que podía haber sucedido con ellos quienes protestaban. Se impuso a los bravucones armados, en particular a Curro el pintor, que se distinguió en el manejo de las armas. Terminada la guerra, se marchó a Barcelona, de donde vino alguna vez, pero ni siquiera encontró calor en los suyos, que le daban la espalda, y ya no volvió.

Juanito Asín consiguió paralizar a los agresores, y pidió a los vecinos que se metieran en casa. Mientras tanto continuaban los disparos hacia casa de Petra intentando matar a José Celaya, lo que culminaron cuando varios de ellos subieron hasta el pajar. De nada servían las súplicas de Petra. En la cocina, con sus hijos pequeños, escuchó horrorizada numerosos disparos y disparates con los que trataban a José.

José Celaya Huarte tenía 39 años, casado con Jesusa Busto, de cuyo matrimonio tenían dos hijos. Jornalero de UGT, religioso practicante como su familia.

Después de ser asesinado de varios disparos, lo cogieron por los pies y le arrastraron por todas las escaleras hasta llegar a la calle. Bañado en la sangre que brotaba a borbotones de los balazos, de su cabeza y por los golpes recibidos. Varios de los vecinos, tras los cristales de sus casas, asustados, pudieron contemplarlo horrorizados, y nunca pudieron olvidarle. Y era sólo el comienzo.

Así terminó la vida de un buen hombre trabajador cien por cien, cariñoso con todo el mundo, amante de sus hijos y de su esposa; con el ideal de poder sacar adelante a su familia honradamente, como el resto de los fusilados. Como miembro de UGT, con razonamientos y la legalidad, intentó que los comunales volvieran a los vecinos, y que hubiera bases de trabajo más justas que las que tenían. Éste fue su delito, como el de tantos otros. Sin juicio alguno. Sólo hubo asesinos y asesinados.

Así dio comienzo la masacre más cruenta en Peralta.

Fue llevado al cementerio y al día siguiente le hicieron la autopsia, y según certificado médico había muerto de «hemorragias internas».

Esta fotografía, guardada por las hijas de su hermano Jesús, pone en un costado «tío José».

Varias veces, allá por el 78, hablé con Jesusa Busto, su esposa; mujer de una gran sencillez, en cuyo hermoso y dulce rostro se vislumbraba, como en tantos otros familiares, unos ojos bellos bañados fácilmente en lágrimas, una tristeza al tiempo que una gran dulzura. Perdió a su hijo por enfermedad y se fue a vivir con su hija a San Sebastián. Cuando hablaba de su esposo desgajaba con ternura los mil recuerdos de él, hombre sencillo y cariñoso.

Las opiniones que he recogido de personas que les conocieron, coinciden en lo mismo: «era una bellísima persona, y religioso». El párroco de Cáseda en el 36, asesinado por los nacionales por oponerse a que se fusilara a la gente, era tío carnal, hermano de su padre, y tenía dos hermanas religiosas.

Los asesinos y promotores de esta masacre han querido por todos los medios hacernos creer, entonces y después de la guerra, que eran poco menos que demonios, que iban en contra de la Iglesia y de la religión. Una cortina de humo para ocultar sus intereses económicos, políticos, autoritarios y antidemocráticos de la oligarquía, de la mano, en muchas ocasiones, del clero.

Petra Irigaray era votante de la derecha, como tantos otros, porque así lo aconsejaba la Iglesia, pero esto no fue impedimento para intentar salvar a José y enfrentarse a la jauría de asesinos que subieron a su casa amenazadoramente para matar a todo el que se les pusiera por delante.

También Angelita García era votante de la derecha por las mimas razones que Petra. Mujer de talla humana e inteligente, lo que vio aquel día y meses después, e incluso lo que sus hijos padecieron por culpa de Timoteo Escalera, siendo unos niños, fue terrible para ella.

El castigo que el cabo Escalera daba a los hijos de Angelita, poniéndolos con los brazos en cruz, y libros, fue una forma de castigarla porque se hubiese levantado contra la masacre de José Celaya Huarte, y un mes más tarde, intentando que no le cortaran el pelo a mi madre. (Muchas veces se ha hablado sobre el particular de esta valiente mujer y se tenía la convicción general de que lo que la salvó de una mayor represalia, fue que su esposo trabajaba para Nicanor Echarte, contribuyente y miembro de la CEDA en Peralta).

Todos ellos en éste día salvaron la vida gracias a la intervención de Juanito Asín, Pelos.

En los informes que recopilé encontré la razón de que Teresa Celaya, hermana de José, nunca se hablara con cierta familia, que resultó ser la que señaló dónde estaba escondido su hermano.

Se nos habla de perdón, pero, ¿han pedido alguno de ellos perdón por lo que hicieron? Nunca. Y lo que es más duro, todavía siguen manteniendo descendientes directos de aquellos, ya de sangre ya en ideas, que «fue algo que tuvo que hacerse». Nos «dejan» recoger a nuestros muertos, pero de Memoria histórica nada, que eso es crispar…

Lo ocurrido en éste día no se olvidó así como así, fue impactante y provocó gran dolor e indignación.

El Pensamiento Navarro, con fecha 25 de julio de 1936, recogía una nota en la página 2, del corresponsal en Peralta que decía así:

«Teodoro José Celaya Huarte, fue encontrado muerto con cinco tiros en las escaleras de una casa, días atrás, al hacer fuego contra la fuerza armada hiriendo levemente a un Guardia civil y a un fascista.»

Podía, evidentemente, haber herido a algún guardia civil o fascista, ya que llevaba la escopeta de caza y desde su escondite entre la alfalfa, cuando comenzaron a dispararle, aunque, de haberse producido, hubiera sido en defensa propia. Pero no fue así. todavía viven testigos presenciales, de diferentes ideas, y nunca han dicho cosa semejante, negándolo tajantemente.

Y como prueba definitiva está el comandante de la guardia civil, el cabo Escalera, que envió una nota al mismo periódico, justo al día siguiente de haber asesinado a Celaya, que decía: «Peralta, el comandante de la Guardia civil, comunica que en agresión contra el enemigo ha causado una baja este cuerpo», sin hacer alusión a ningún herido.

El día 26 vuelve a escribir el corresponsal en el mismo periódico, y en página 5 dice:

«De Peralta se ha recibido un parte oficial dando cuenta de que un individuo llamado Teodoro José Celaya Huarte, fue encontrado muerto días pasados de 5 tiros, en las escaleras de una casa, desde la que hizo fuego contra la Fuerza armada hiriendo levemente al comandante de la Guardia civil y a un fascista.»

Dice «un individuo llamado…» como si no lo conociera, pero ¡qué cara!, porque el corresponsal vivía a unos setenta metros de José. ¿Dónde estaba él cuando los «emisarios de la muerte» llenaban las calles Aguardienterías, Méndez Núñez, Venta Blanca, Río, Irurzun, la Tienda y el Cascajar? Está muy claro que lo que pretendían con estos comunicados era lavarse las manos como Pilatos y dar unas razones para que los lectores justificaran su muerte.

Mi tío Rafael inmediatamente se fue al frente y mi tío Tomás fue llamado a filas. Rafael fue herido de gravedad, fue atendido en Bergara (Gipuzkoa), estando varios meses hospitalizado. Para cuando vino a casa ya habían terminado los fusilamientos. Vino una temporada con permiso tras varios meses hospitalizado y sin tener noticias de él. Marchar al frente fue lo que les salvó de morir asesinados.

En la mañana del día 21 José Chivite, de 23 años, jornalero del campo, estaba almorzando en la cueva donde vivía en el monte, por encima de la iglesia. Su madre le había preparado el almuerzo para que se fuera a trabajar. Aparecieron ciertos «emisarios de la muerte», y lo detuvieron delante de su esposa Concepción y su recién nacida hija Josefina, llevándose también a Pedro Légaz Catalán, que se encontraba en el lugar. Se los llevaron con la acusación de reunión clandestina, basados en el artículo 7º del Bando de Mola.

En la cuesta se encontraron con Juan, hermano pequeño de José, que subía también a almorzar, llevándoselo también detenido al cuartel de la guardia civil.

No hacía mucho tiempo, Rosario Osés, madre de estos hermanos, viuda y con varios hijos, había solicitado ayuda para poder mantener a la familia. Los hermanos eran de la UGT, y aunque habían reclamado unos repartos comunales más justos para todos, no se habían destacado sindicalmente. Durante el resto del día estuvieron detenidos en el cuartel.

Presos el día 21 de julio

Mientras, «los emisarios de la muerte» fueron recorriendo las parcelas comunales que habían sido entregadas a la mayoría para ayudar a la subsistencia familiar, y detuvieron a bastantes hombres que llevaron al Ayuntamiento. Entre los detenidos del día se encontraba también el secretario don Amadeo García Leyaresty.

Los detenidos fueron: Tomás Asín Velasco, Torico, Juanito Bermejo Rox, Tororena, Félix Blanco Arbeloa, Sastre, Pedro Boneta Irigaray, Cagaderecho, Julio Busto Blanco, Julín, José Casarejos Villafranca, Feo, Alejandro Castillo Martínez, Todosio, hermanos José y Juan Chivite Osés, Chivites, Blas Díez Belloso, Berbinzana, Amadeo García Leyaresty (secretario del pueblo), Antonio Goñi Basarte, Pedro Légaz Catalán, Jesús Lorente Pérez, Milagrés, Juan Lezáun Pérez, Patán, hermanos Carlos y Eusebio Malo Falcón, Félix Medrano Díaz, Matute, Félix Moreno Urroz, Pollo, José Orduña Asín, Petiso, León Pérez Echarri, Apache, Manuel Pérez Irigaray, Torradillo, Justo Pérez Zuazo, Montaña, y Julián Notario Orduña, Cleto, que saltando del correo se escapó por el campo.

Llamaron a varios familiares para que se despidieran, mas no a todos les permitieron verse. La resistencia de los vecinos en la calle Aguardienterías cuando fueron a matar a José Celaya Huarte, se lo guardaron siempre, muy en especial el cabo Escalera.

Estos 24 hombres fueron atados con cuerdas y cargados en el Correo de Funes, el «Escachamatas», y llevados a la cárcel de Tafalla.

José Irigaray Osés, Pitón, Victoriano Irisarri Amatriáin, Tallador, Isidoro Itúrbide Campo, La Putana, Francisco Ulibarrena Catalán, Arroyo, y Félix Vidondo Itúrbide, Montañés, fueron cogidos en casa en la misma noche del día 21, y atados les llevaron a la cárcel de Pamplona, 29 hombres en total.

Nuevas personas encarceladas

Posteriormente fueron llevados a la cárcel de Pamplona: Cándido Jericó Resano, Juanito Castillo, Roico, Manuel Pérez, Manolé, y otros. Roque Burdaspar Bermejo y Vicente Pérez Pellejero, fueron llevados al fuerte San Cristóbal.

Con la imposición del nuevo Ayuntamiento golpista, ya tenían una excusa «legal» para legalizar sus crímenes. Así, en algunas Actas de defunción tuvieron la cara de poner que eran por «actos de guerra».

El Alcalde Félix Blanco y el concejal Jesús Boneta son sacados del pueblo

En la madrugada del 22 dos hombres más eran sacados de sus casas, pero esta vez para salvarles la vida.

El alcalde Félix Blanco Moreno tenía la suerte echada, como el resto del Ayuntamiento. A su hijo Félix ya lo habían llevado a la cárcel de Tafalla. Vivían en la calle Aguardienterías, junto a José Celaya.

En esa calle vivían muchas familias de izquierdas.

Al hijo del alcalde Félix Blanco y a José Orduña, mi tío, se los llevaron presos a la cárcel de Tafalla y serían asesinados conjuntamente el día 21 de octubre en Monreal.

También se llevaron preso a Serapio Mena, y su cuñado Juanito Castillo, El Roico, fue avisado por José Ciordia Rodríguez de que se escapara cuanto antes pues les había escuchado que iban a ir a por él. Aquella misma noche por la parte de atrás de la casa que daba al río se escapó, y fue a Falange para ir al frente, pero ya habían dado el chivatazo de su huida y en cuanto apareció por Pamplona lo detuvieron, donde estuvo prácticamente toda la guerra, con Alejandro Barcos Osés, Caños, Manuel Pérez, Manolé, Cándido Jericó Resano, Jericó, José Martínez, Pastrana, que les cogieron presos en Pamplona si bien eran de Peralta. Algunos otros vecinos de la calle Arguandienterías tuvieron que marchar al frente de inmediato, al comprobar en pocas horas de lo que eran capaces aquellas personas.

Juanito vivía en la calle del Río, hoy número 19, que da a la calle Aguardienterías, y Serapio Mena abajo del todo, en frente de su cuñado Juanito, justo hoy Aguardienterías 24, en frente de donde fue asesinado José Celaya.

Aquí se enfrentaron con los «emisarios de la muerte» cuatro mujeres y un hombre.

Orestes Guerendiáin había salido elegido concejal en las elecciones del 12 de abril de 1931, y lo fue con la mayoría de votos. A una con los concejales de izquierda, apoyó que los comunales fueran repartidos entre todos e incluso que se hiciese cuanto antes un estudio referente al Cascajo, reclamando a Rafael Aizpún que hiciese de inmediato el trabajo que se le había encomendado.

En la madrugada del día 22 de julio Orestes padre y su hijo Martín, que meses más tarde moriría en el frente, sacaron de Peralta, camuflado, a Félix Blanco. Le llevaron a Zaragoza y fue escondido en una casa hasta bien pasada la contienda. Félix no quiso volver ya más a Peralta, con la única excepción del funeral de su hermana Julia.

También colaboró para sacarlo Santiago Ruete. Era cuñado de Elisa, la hermana de Félix Blanco, y habían compartido el primer Ayuntamiento de la República, apoyando el reparto de los comunales.

En una ocasión Julia Blanco, hermana de Félix, marchó a Zaragoza y pidió le dijesen al menos el nombre de la calle que estaba escondido su hermano, pero no se la dieron por precaución, pues anteriormente le estuvieron siguiendo a Elisa, hija mayor de Félix, cuando en el tren, se dirigía a Zaragoza a llevarle víveres. Al darse cuenta, en Castejón hizo trasbordo hacia otro lugar y después volvió a Marcilla de nuevo.

Sabemos que entre las derechas hubo personas buenas, como la familia de Orestes. Su único varón, Martín, estuvo en el frente. Tenía 21 años y no fue voluntario sino por la llamada a filas desde los 16 hasta los 21 años.

Martín murió en el frente en diciembre de 1936. Unos días antes de morir vino con unos días de permiso, pasó a despedir a mi abuela: «Señora Filomena, vengo a despedirme, ya no nos volveremos a ver». Mi abuela le decía: «Hijo mío, no digas eso ¿por qué no te vamos a volver a ver?». «¡Si usted viera todo lo que está pasando! No, ya no nos volveremos a ver, no tenían que haber armado esta guerra, está muriendo mucha gente inocente. Le traigo este hornillo de carbón vegetal para que tenga un recuerdo mío». Mi abuela intentó animarle y dándole un abrazo se despidió convencido de que moriría, como así fue.

La otra persona que fue sacada del pueblo en la madrugada del 22 de julio fue Jesús Boneta Campo, trabajador incansable en defensa de los derechos de los trabajadores. Jesús vivía en Méndez Núñez haciendo esquina con Venta Blanca. Quienes le sacaron, los hermanos Velasco Troyas, vivían en la calle Aguardienterías.

Estas dos casas estaban cerca de la de José Celaya. Le sacaron del pueblo en una galera cargada de estiércol, por la noche, como era la costumbre. Estas galeras llevaban por debajo del fondo una lona fuerte donde se transportaba agua fresca, alimentos, utensilios de trabajo, etc., que utilizaron para esconderlo. Al pasar por el puente la guardia civil les echó el alto y repetidamente pincharon por todo el contenido de estiércol. Pasado el control lo llevaron hasta Tafalla. En una casa cercana a la iglesia de Santa María fue escondido varios meses hasta que pudieron pasarle por la frontera vistiéndole de cura. En Tafalla los sacerdotes de Santa María no estuvieron de acuerdo con el Alzamiento Nacional, sus parroquianos eran las familias más humildes.

Algunos se pasaron a Francia

Durante años escuché a mis padres hablar de esto y se alegraban de que se hubieran salvado. Recuerdo decir a mi madre muchas veces «toda mi vida hubiera dado mi pelo, para que dejaran a los hombres con vida, menos mal que algunos pueden contarlo», y me hablaban de Juanico y Marichu, de Pedro Arbeloa y Nati, de Gregorio Velasco Troyas, de Jesús Boneta, del primo carnal de mi madre Felipe Asín Pérez, El Gato, Justo Arbeloa, Chicholé, y Antonio Velasco Aranaz, Gemelo, de quienes nada se sabía. Algunos salvaron su vida en el exilio, otros murieron en campos de concentración después de la guerra.

Juanico cruzó la frontera el 10 de septiembre del 36 por Aragón, y el 9 de abril del 39 lo hizo mi tío Felipe Asín Pérez. Ambos fueron apresados y llevados al campo de concentración francés de GURS. Allí estuvieron Dionisio Alonso Campo y Pedro Arbeloa.

Con el tiempo, algunos aún pudieron disfrutar de su familia como Pedro Arbeloa y Nati, como Juanico y Marichu; Gregorio Velasco Aranaz, huido a Francia, nunca más volvió a Peralta, Jesús Boneta Campo volvió con la democracia, pero tan deteriorado de salud que pocos años después moriría en San Sebastián al lado de su esposa.

Recordemos que fueron asesinados su padre, su hermano y su cuñado. A su hermano Carmelo, de 14 años, cuando fueron para llevarle también a matar, al ver que era un crío se conformaron con darle una soberbia paliza.

Es asesinada la segunda persona en Peralta

Pedro Alfaro Urroz, de 39 años de edad, casado con Eusebia Orduña con dos hijos, jornalero del campo, afiliado a UGT.

El día 21 de julio, a la vuelta del campo, Pedro Alfaro, Pilastra, y Bibiano Goñi subían del campo, siendo cacheados e insultados en el puente por unos jóvenes, fanfarrones, armados con revólveres.

Al llegar a sus casas contaron lo ocurrido a sus esposas Jesusa Irigaray y Eusebia Orduña.

El día 23, hacía las dos y media de la madrugada llamaron a la puerta con fuertes golpes. Pedro preguntó quién era, respondiendo: «La Justicia». Pedro se malviste saliendo con las alpargatas fuera, y al hacer mención de llevárselo, Pedro hizo ademán de terminar de vestirse, respondiéndole que no hace falta. Le ataron las manos a la espalda y junto a casa, delante de su esposa, le dispararon a bocajarro sus pistolas los asesinos.

Brusca y animadamente lo arrastraron hasta las Cuatro Esquinas. Allí descansaron y uno de ellos se fumó un cigarrillo sentándose encima de Pedro. De los balazos brotaba la sangre en abundancia, que dejó un reguero por la cuesta. La esquina izquierda, calle Hornos Medina con Solana Alta, se quedó impregnada de tal forma de sangre, que al ser la calle de tierra no desaparecía la mancha así lloviera o nevara.

Tras descansar, volvieron a arrastrarle hasta la calle Mayor. Allí esperan los mandamases, los que no se mancharon directamente las manos de sangre, pero daban las órdenes de asesinar. No obstante, uno de los miembros de la Junta de guerra, al ver cómo le arrastraban, les ordenó traer una camilla y que lo llevaran al cementerio.

Entre los que esperaban en la calle Mayor había gente adinerada y muy amigos de los curas. Una y otra vez estuvieron presentes en los fusilamientos. Lo mismo ocurría con quienes organizaban los pelotones de fusilamiento, algunos de ellos pertenecientes a los grandes patronos y de mucha iglesia, que pagaron «para que se corte hasta la raíz, de todos ellos», como muchas veces dijeron.

Una vez que los asesinos se llevan a su esposo arrastrado por la cuesta, Eusebia llama al hijo y le pide que vaya a casa de su tío Jesús, hermano de su padre. Éste, informado de lo ocurrido, marcha al cementerio con su sobrino y allí se encuentran con un cuadro que nunca olvidaron: la cabeza de Pedro estaba serrada por la mitad.

Ante este espectáculo Jesús comienza a gritar llamándoles asesinos, junto con su sobrino, todavía un niño, que contemplaba el cuerpo destrozado de su padre. Se dirigen a Jesús diciéndole: «O te callas, o no sales vivo de aquí, y vete inmediatamente y traes una caja para tu hermano».

Tenían que justificar de alguna forma su muerte y, tras hacerle la autopsia, inscribieron su acta de defunción. Hacia las diez de la mañana del día 24 reza así el informe de su autopsia: «muere en su domicilio a consecuencia de hemorragias internas».

Pero esto no era todo; había que dar pública comunicación y encubrir la trágica verdad. Para ello, el corresponsal de Diario de Navarra y de El Pensamiento Navarro, la misma persona indicada anteriormente, escribiría el 26 de julio, domingo, en la página 7:

«En Peralta en noches pasadas en una colisión con la Fuerza Pública, resultó muerto el vecino de esta villa Pedro Alfaro Urroz, en cuyo poder tenía un revólver recién descargado».

No existía ningún revólver y mucho menos descargado, solamente tenía la escopeta de caza y se la habían quitado en el puente los mozos que le echaron el alto a él y a Bibiano Goñi el día de antes.

Pedro y su familia vivían por el monte, cerca de la calle Rincón de la LLorona, y allí vivieron su esposa Eusebia e hijos durante muchos años. Eusebia siempre evitó pasar por donde arrastraron a su marido.

Pedro defendió los comunales como lo hicieron tantos otros, reclamándose mediante solicitudes, pero nunca se metió con nadie, era callado, pero alegre, como su hermano Jesús, y nunca hizo mal a nadie.

Algunos de los emisarios de la muerte habían sido izquierdas

Hubo quienes habiendo pertenecido a grupos de izquierda, se vendieron al mejor postor y fueron los mayores asesinos y alcahuetes. Entre los más sanguinarios, uno que era de Izquierda Republicana y que comenzado el Movimiento cambió de chaqueta.

También de la noche a la mañana un personaje que llegó a tener puesto de secretario de UGT, que incluso envió algún escrito al Ayuntamiento, encabezándolo personalmente, al comenzar el golpe dio la vuelta a la chaqueta, hasta el punto de mandar matar a su novia Marieta Balduz.

Por ciertos datos que tengo, ese personaje pudo estar metido en UGT por mandato de un primo suyo de la derecha de bastante poder, patrono acaparador de tierra, para saber quiénes eran afiliados, y controlar los movimientos de UGT y demás grupos de izquierda. Tras la guerra fue bastante apoyado por el citado primo y patrón.

Llegada la Democracia, los hijos de dicho acaparador coaccionaron a peones y familiares a quienes habían ayudado económicamente, amenazándoles con quitarles los privilegios que gozaban si votaban a la izquierda. De algunos lo consiguieron, de otros no.

Peralta vivía cargada de incertidumbre y terror, viendo a los criminales pulular por el pueblo y no sabiendo dónde se habían llevado a sus familiares apresados, convencidos a su vez de que aquellos «emisarios de la Muerte» serían capaces de todo.

De la noche a la mañana se había convertido en una guarida de rufianes, ávidos de sangre y rapiña, de villanía y sadismo. Su hacer fue nauseabundo, monstruoso.

Exhumación de los dos primeros asesinados

Cuando encontramos las actas de defunción de José y Pedro en las que se inscribía que se les había practicado la autopsia, pensamos era pura burocracia. Ni Juanjo Orduña, sobrino carnal de Eusebia Orduña, esposa de Pedro Alfaro, sabía lo ocurrido.

Sacamos primeramente los restos de José Celaya, que estaba en sitio propio, pero su esposa e hija dieron su permiso para que fuera enterrado en el panteón con todos. Al sacarlos pudimos observar que tenía la cabeza serrada. Se hacían cábalas, no encontrando sentido a esto.

Tardamos en encontrar los restos de Pedro por los cambios habidos en el cementerio durante 42 años, pero finalmente salieron y cuál no sería la sorpresa general cuando observamos que la cabeza de Pedro también estaba serrada.

Informamos en el Ayuntamiento de lo que habíamos comprobado, y puede uno imaginarse la protesta de todos ante aquel doble crimen. El hijo, que estaba presente cuando lo sacamos, nos comentó lo que había sucedido, según ha quedado expuesto.

Para comprender el proceder inhumano de los asesinos es importante conocer el «Bando» de Emilio Mola, que da sentido a todo ello.

No voy a entrar en consideraciones al respecto, cada cual que lo haga por sí mismo, pero las órdenes de Mola eran precisas:

«los castigos sean ejemplares, por la seriedad con que se impondrán y la rapidez con que se llevarán a cabo, sin titubeos ni vacilaciones».

Como así lo llevaron a la práctica.

Muchas personas y sacerdotes, incluidos obispos, han querido echar un tupido velo sobre lo ocurrido, negaron durante años que hubiesen hecho nada, no parecía sino que nuestros familiares se hubieran matado a sí mismos o se hubieran esfumado. Por ello he querido dar testimonio precisamente de dos sacerdotes que fueron testigos presenciales de toso aquello. Se nos ha acusado a las familias de vulnerar el buen nombre de ciertos sacerdotes de nuestros pueblos y de ciertas personas muy católicas según ellos, pero la realidad no es otra. ¡Si lo que hicieron es de católicos!…

Está escribiendo un libro un sacerdote en el que quiere hacernos ver que no fueron tantos los sacerdotes que tomaron parte activa en la represión, unos cinco o seis según me ha dicho un colaborador del libro, pero desde estas líneas no me queda más remedio que contradecir su opinión, ya que los hechos son muy, pero que muy diferentes, y es triste, sí, reconocerlo, pero la realidad no es otra y como dice don Casimiro Saralegui «Soy más amigo de la Verdad».

Los acontecimientos iniciales ocurridos en Peralta se asemejan a lo ocurrido en cualquier rincón de nuestra querida Navarra. Si recorriésemos pueblo por pueblo veríamos que fueron bastantes más los que de una u otra forma tomaron parte activa en la represalia y que si bien hubo quien dio su vida por mantenerse contrario, los hubo en mayor escala apoyando el Alzamiento Nacional.

Recorrí prácticamente toda la Ribera de Navarra y varios pueblos de La Rioja entre 1978-1981, ayudando a recoger los restos de los fusilados, y aunque me duela decirlo fue en muchos pueblos, incluida Calahorra, donde el clero y religiosos de diferentes congregaciones estuvieron a una con los promotores, cuando no fueron ellos mismos. Y repito que los hubo y muchos que no estuvieron de acuerdo, y aunque parezca mentira otros fueron manejados como marionetas por sus propios superiores y éstos a su vez por otros semejantes.

Fueron manejados por los que ostentaban el poder capitalista y latifundista de las tierras, lo que no hubiese ocurrido si antes de todo esto, ellos, los sacerdotes, la Iglesia, hubiese estado más abierta a las nuevas culturas, si hubiese estado más al lado de los más necesitados, no con unas limosnas, no con palabras de paciencia, etc. ¡No!, sino exigiendo Justicia. Pero en la mayoría de los casos, salvo excepciones no lo estuvo. Hubo pueblos, como en Azagra, que ya el día 19 de julio se presentaron numerosos camiones de Estella con gentes armadas y de uniforme de requetés y entre ellos numerosos curas y frailes a los que se les conoció por la coronilla que entonces llevaban bien marcada en la cabeza.

Era imprescindible que se nombrara la Junta de guerra, si bien como ya ha quedado expuesto ésta fue formada antes de pronunciarse el Alzamiento Nacional. Teniendo ya la Junta de guerra registrada y el Nuevo Ayuntamiento constituido era perfecto para dar curso a todos los atropellos que se produjeron. Los unos a los otros se acusaban entre sí y entre sí se apoyaban. Tenían prisa de empezar y el mismo día 8 de julio de 1936 dos miembros destacados carlistas de la Junta de guerra, fueron al cuartel preguntando si comenzaban ya. Como hemos podido ver en páginas anteriores en Navarra no se tomó parte en el Golpe de Estado hasta el día 19 a las órdenes de Mola.

De todas formas, conforme vaya exponiendo los hechos nombraré a quien hizo cuanto pudo por sus convecinos, familiares y no familiares.

Primera saca de siete hombres para asesinar

En la madrugada del día 25 de julio, día de Santiago, comienzan las sacas de grupos de personas, para llevarlos a asesinar. Fueron siete las personas que asesinaron ese día:

Pedro Basarte Lorente, Leocadio Boneta Antomás, Santiago Boneta Campo, Félix Castillo Tomeo, Antonio García Osés, Félix Manzano Pérez y José Pérez Antomás.

Pedro Basarte Lorente, Churrero, de 38 años de edad, era natural de Funes, casado con Teodora García. Con tres hijos, el mayor Benito Basarte, fue sacerdote salesiano; todos en Peralta le conocemos y conocemos su bondad. Pedro era churrero, como trabajo extra para ayudar al mantenimiento de la familia; su ocupación como la de tantos otros era el campo.

Como ya hemos visto, se destacó solicitando al Ayuntamiento el reparto de los comunales. Por ello sufrió boicot de trabajo; más tarde fue procesado con otras 9 personas por gritar al paso de una manifestación antirrepublicana el 18 de noviembre de 1934, y condenado a 6 meses de prisión.

Tanto sus hijos, como vecinos y familiares de Peralta y Funes no dudan en catalogarle como «una bellísima persona». Era todo cariño con la gente, religioso practicante, pero contrario al orden establecido desde siglos pasados por los latifundistas terratenientes de toda España y, sobre todo de Peralta. Este fue su delito.

Cuando iban a matarle junto a sus compañeros, en la Venta San Miguel, pidió confesar y se le oyó rezar a la Virgen de Nieva una salve. Quien escuchó y observó lo que estaba sucediendo en aquella madrugada del 25 de julio de 1936 lo contó en su día.

Leocadio Boneta Antomás, de 59 años de edad, casado con Petra Campo, tenía 5 hijos, algunos de ellos ya casados y el más pequeño, Carmelo de 14 años de edad.

Leocadio era padre de Jesús Boneta Campo, nuestro querido concejal, y padre de Santiago Boneta Campo al que asesinaron con él.

El parentesco con Jesús fue suficiente para darles un buen escarmiento, hasta el punto de que fueron tres los asesinados, Leocadio, Santiago hijo y Ricardo Zabal Taniñe, yerno, Carmelo golpeado y azotado y Jesús en el exilio.

Económicamente no estaban tan mal como otros. Trabajaba en la azucarera de Marcilla, tenían una tienda de ultramarinos atendida sobre todo por Petra, su esposa, a la que todos ayudaban si era necesario, y a su vez tenían tierra propia. Sin embargo, esta situación no les impidió luchar por quienes no tenían nada.

Entonces las tiendas de ultramarinos vendían de todo: piensos, harina, calzados y demás. Tanto ella como mi abuela Gertrudis, que también tenía tienda de ultramarinos, tenían buena clientela, pero también algunos asiduos tramposos, los mismos que el día que fueron a por Leocadio entraron en la tienda y además de llevarse lo que querían una y otra vez, le rompieron los cuadernos donde estaba anotado cuanto debían.

Su vida en Peralta era intachable, persona de criterio, hombre de gran temple, trabajador en cuanto cabe, amante de su familia, de su pueblo; estaba unido a sus hijos en sus inquietudes de lucha reivindicativa por una vida más justa y en libertad para todos sus convecinos.

Curiosamente, Leocadio ingresó en el ejército como soldado con 19 años de edad y permaneció 12 años en la guerra de Filipinas por lo que, una vez licenciado, le concedieron licencia absoluta, junto con un informe sobre su comportamiento ejemplar.

Cuando fue a la mili era pastor de Carmen Arricibita. Cuando volvió se casó con Petra Campo, y se dedicó a la agricultura, pero esto no impidió que su antigua patrona siguiera siendo una gran amiga de la familia, ella y sus familiares más directos, la experiencia que habían venido con él mientras fuera pastor, fue excelente.

He tenido la suerte de conocer a tres de sus hijos, Matilde, Felisa y Carmelo, y a sus nietos: Otur y Gali hijos de Jesús, Amelia y Blanca, hijos de Matilde, Roberto hijo de Santiago y Antonio, Pedro y Jesús hijos de Felisa, y puedo decir que la semilla de su humanidad cayó en tierra buena, transmitida de generación en generación.

Santiago Boneta Campo, de 25 años de edad, hijo de Leocadio, casado con Jesusa Campo, quienes tuvieron un hijo, Roberto, que era un bebé de meses cuando su padre fue asesinado.

Muchas personas coinciden en que Santiago «era una bellísima persona, trabajador, y atento con su esposa e hijo pequeñito todavía». Con su hermano Jesús, si bien más en la sombra, luchó también por los mismos ideales de justicia.

La situación económica de Santiago no era tan alarmante, como lo fuera para otros. Él trabajaba en el campo a una con su padre. Su esposa Jesusa Campo era una modista de primera, por lo que con el trabajo de ambos podían mantenerse con más facilidad que otras familias.

cuando fue llamado en la madrugada, todavía besó a su pequeño hijo Roberto. Tan solo tenía unos meses, lo abrazó contra su pecho y también a su esposa. Fueron breves momentos, mientras aguardaban los «emisarios dela muerte».

Santiago vivía en la calle La Tienda, número 21, donde hoy existe una gran casa nueva sobre el terreno de dos casas anteriores.

Padre e hijo, los dos juntos, sin poder salvar sus vidas, ante sus asesinos…

Félix Castillo Tomeo, Castillico, de 52 años de edad, casado con 5 hijos, era cabo de serenos.

Vivía frente a frente de los hermanos Chivite, a quienes hacía 4 días se los habían llevado a Tafalla presos. Vivían en las casas detrás de la Parroquia, que eran medio cuevas, y conforme iban naciendo más hijos las iban ampliando con piedra o ladrillos. A pesar de las condiciones en que sobrevivían, teniendo que bajar diariamente a lavar al río, o a coger agua de algunos grifos cercanos, aquellas mujeres llevaban a sus hijos y esposos bien limpios.

Aquella noche Félix descansaba en su cama. Hasta hacía cuatro días había sido sereno, pero como sus otros compañeros, alguaciles y serenos, les habían echado del puesto, como al resto de concejales, incluido el alcalde y el secretario.

Los que habían sido destituidos de sus cargos en 1931 por su comportamiento contra los vecinos, entraron nuevamente a sus puestos y alguno de ellos fue un látigo, un desnaturalizado contra sus convecinos.

Como los otros compañeros, Félix es despertado a golpes en la puerta y voces descompuestas. «Un momento; ya me visto» responde. Y desde la calle le dicen: «No hace falta, sal como quieras». Su esposa Gregoria Villafranca, tiembla, presagiando lo peor. No hay tiempo de despedirse, de afuera meten prisa, todavía se dan un abrazo temblorosos ambos, pues ya estaba demasiado claro el proceder de los asesinos.

Un nieto hijo de su hija Margarita, me informó de que Félix, como cabo de serenos, hizo una visita a la cárcel de Peralta para atender a una pobre presa, y se encontró a un antiguo concejal del Ayuntamiento anterior a los nombrados en la República, abusando de ella. El exconcejal tenía llave propia y Félix denunció el hecho, siendo sancionado el concejal tras devolver la llave.

Así pues, en cuanto el exconcejal se pudo vengar lo hizo sin dilación. Es verdad que Félix era socialista, pero también lo es que, el exconcejal fue el causante de su captura y ejecución. Uno de sus nietos me aseguró escuchar muchas veces esto en boca de su abuela, de su madre y de sus tíos carnales.

Todavía vive su hija Margarita, y sobrinos carnales, como Carmen Irigaray, Gloria y Luis Villafranca. También viven nietos pero estos no lo conocieron. Fueron los hijos y Carmen Irigaray, que vivía junto a ellos, quienes escucharon y vieron salir a Félix de su casa en la madrugada del 25 de julio para no volver más. Carmen les conocía muy bien, las madres eran hermanas. Cuando me hablaban de él, repetían que: «Era un bendito, ¡si era de bueno! ¿Por qué, por qué lo mataron y a los demás, por qué?», opinión compartida por quienes no tenían lazos familiares con él.

Conocí a sus hijos y a su esposa Gregoria. Era prima de mi abuela paterna, y recuerdo su rostro como si ahora lo viera, reflejo de bondad y del sufrimiento que tuvieron que paras, primero, arrebatándole el marido, y luego por la muerte de su hijo Félix en el frente, y tantas cosas que sufrió.

Antonio García Osés, de 34 años de edad, casado con Carmen Medrano, y con una hija de 6 años, Rosina.

Había estudiado en un colegio de frailes, al parecer era muy listo, pero no tenía vocación de fraile y se salió, poniéndose a trabajar con su padre como pastor, para José Arrecibita, padre de Alfredo. Estuvo durante la República de presidente y secretario de la UGT a una con Jesús Boneta Campo, con quien trabajó codo con codo por el bienestar social del pueblo, prioritariamente por un reparto comunal más justo, sanidad, cultura, etc. Incluso dio algunos mítines.

Su cultura e inteligencia las puso al servicio de quienes no sabían ni leer ni escribir y trabajó tenazmente. También formaba parte del grupo de teatro de Peralta. Las obras representadas eran a veces una llamada a la concienciación popular, denunciando ciertos atropellos e incidiendo en temas de importancia.

Todo el grupo de teatro fue castigado de una u otra forma; fueron fusilados, Antonio García, José Pérez Antomás, José Pérez Ramírez y Balbino Bados, que fue director mientras estuvo en Peralta, y sufrió el exilio Felipe Asín Pérez; a las mueres les cortaron el pelo, e incluso a Marieta Balduz quisieron matarla.

La detención se produce en iguales circunstancias que sus compañeros. vivía en la calle Tejedores, actualmente el número 11. Carmen, su esposa, inmediatamente baja tras de él y corre a casa de José Arricibita, y cuando ya está cerca de la casa del amo (así decían a los patronos), se encontró con otro ganadero que al verla le saludó: «Hola chiquita, ¿qué vida llevas?». Carmen le responde: «Se han llevado a mi marido y voy a casa del amo para ver si puede hacer algo por él». El ganadero le dice: «Ahora mismo se iba el camión, han bajado a coger gasolina y se van ya». Cualquiera se preguntará qué hacía el tal ganadero a esas horas de la noche —aunque fuera verano, pues en aquellos tiempos que se iban a la cama bastante antes que ahora—, conociendo, además, el detalle del camión y la gasolina. ¿No? Por lo visto fue Antonio al último a quien cargaron en el camión.

Antonio trabajaba para José Arricibita, que trataba a sus asalariados con respeto y cariño. Cuando salía el tema de sus pastores tanto los padres como los hijos, Alfredo y Blanquita, siempre lo hicieron apesadumbrados por lo que les habían hecho. Nuestra amistad con esta familia ha sido grande y aunque parezca mentira por la distancia social que en aquel entonces existía entre patronos y asalariados, existió una relación muy importante. Cuando comenzamos «Operación Retorno», hablé varias veces con Alfredo, tenían gran estima y aprecio por Antonio y por todos sus pastores, por los que nada pudieron hacer.

Los Arrecibita fueron contrarios al Alzamiento Nacional. Se salvaron de la muerte por intercesiones particulares de miembros de la Junta de guerra. A José le montaron incluso en un camión con otros más para llevárselo a matar, pero el Jefe de la Junta de guerra, que era cuñado, dio la orden de que le dejasen libre, librándole en más de una ocasión, como a Serafín Irigaray, ambos cuñados entre sí, y cuñados del Jefe de la Junta de guerra.

Antonio fue compañero de mi tío Nicolás, y les oí hablar de él muchas veces, como del resto de los pastores. Sus comentarios coinciden totalmente con los informes que en la actualidad he recibido de él. De su inteligencia y de su humanidad, buen compañero, alegre, afable siempre, y también de una profunda religiosidad.

Como secretario de la UGT apoyó el escrito de Jesús Boneta en el que pedía el respeto para quienes practicaban la religión, como para quienes no lo hacían.

Félix Manzano Pérez, de 23 años de edad, soltero y terminando la carrera de Magisterio. Como su padre, de Izquierda Republicana.

Desde siempre he escuchado sobre este joven, de su padre y de toda su familia, que eran extraordinarios. Se dice de él: era un joven modelo de virtud en todos los sentidos, religioso, humano, inteligente, comprensivo con sus semejantes sobre todo con aquellas personas que no sabían leer ni escribir, a los que gratuitamente les enseñaba en sus horas libres.

como al resto de compañeros, en la noche aparecen por casa y le ordenan les acompañen en nombre de la justicia. Su padre era militar y estaba en casa, pero nada pudo hacer; incluso a los seis días justos le matarían a él también. Félix era sobrino carnal de Pedro Basarte. Su madre y la esposa de Pedro eran hermanas, luego también en esta ocasión se llevan a dos familiares nuevamente.

Félix tenía novia, Pilar Orduña, Mingorra, y antes de ser asesinado se quitó el reloj y se lo mandó con Félix Alonso, Chupacha, (al que obligaban a llevar a quienes iban a asesinar). Pilar era peluquera, y a muchas de las que les cortaron el pelo, conforme les iba creciendo ella se lo iba arreglando.

José Pérez Antomás, de 32 años de edad, casado con Pilar Castillo, con una hija muy niña todavía, Ana Mari.

José era pastor, trabajaba para Jacinto Sayés. Como tantos pobres, aspiraban a un reparto de los comunales y a unos sueldos más justos y acordes con la carestía de la vida. Pertenecía al Grupo artístico de Teatro y cantaba muy bien las jotas.

Era de UGT, si bien no fue significado, un gran hombre, alegre y bondadoso, amante de su familia y de su hijita que era la alegría de su vida.

Una vez que tuvieron a los siete hombres montados en el camión se los llevaron hasta la Venta de San Miguel y allí fueron asesinados. Les acompañó algún sacerdote y alguno como Pedro Basarte se confesó, mientras algún otro les contestó: «¿Con vosotros vamos a confesarnos? ¿Qué males hemos cometido para que nos matéis y vosotros no hacéis nada para evitarlo? Dios os juzgará».

Una vez asesinados, los cargaron en el camión trasladándolos fuera de las tapias del cementerio de Tafalla. Al día siguiente personas de Tafalla fueron obligadas a enterrarles dentro, no sin antes haberles practicado a todos la autopsia.

Después de Jesús Celaya y Pedro Alfaro era el primer grupo que mataban de Peralta. Ayudados de los focos del camión, les dispararon a bocajarro sobre el cuerpo, piernas, brazos, en sus partes. Aparte del camionero que fue obligado a llevarles, hubo otros testigos, que ya desde entonces contaron a sus familias los hechos.

Sus ropas estaban impregnadas de sangre y podía contemplarse la cantidad de tiros recibidos. En la de Félix Castillo, contaron hasta siete disparos.

La familia de Félix Manzano Pérez compró el terreno donde estaban enterrados. Eran dos grupos de tres, y uno solo, Pedro Basarte. Teodora, su esposa, no se enteró que había que pagar el sitio cada cierto periodo de tiempo, y cuando se quisieron exhumar sus restos no se puso, ya que habían sido depositados en el osario.

En Tafalla, sin embargo, los inscribieron en el libro del cementerio, como se puede comprobar en la fotografía 27. Allí no tuvieron problemas para llevar unas flores o visitar la tumba.

En las ropas que les entregaron los familiares pudieron comprobar la saña de los asesinos. Primeramente, las guardaron tal cual, después las lavaron y volvieron a guardarlas, pero llegó un momento en el que decidieron quemarlas por los recuerdos tan dolorosos que les traían. Tanto Carmen Villafranca como Amelia Zabal sintieron haberlo hecho, después de haberlas guardado tantos años, pues me decían: «Ahora podían ser una prueba de cuanto decimos».

Al sacar sus restos el día 26 de mayo de 1978, en ambas tumbas se confirmó que se les había practicado la autopsia, las dos tumbas salieron con tres cráneos serrados de lado a lado. En la fotografía 26 se pueden ver tres de ellas, así como una lápida dedicada, en la que se lee: «Recuerdo de su esposa hijos y hermanos».

No todo el mundo tuvo las facilidades habidas en Tafalla.

En el libro del cementerio están inscritos todos el día 26, aunque todos conocemos muy bien en Peralta que fueron asesinados en la madrugada del día 25 de julio de 1936.

Ensañamiento tras los cortes de pelo a las mujeres. achuchan a los nilos para que también se mofen de ellas

El día que le cortaron el pelo a Petra estaba sola en casa. Fueron a por ella y a por sus hijas Matilde y Felisa, pero estas estaban con Carmelo en el campo, librándose del corte de pelo. Cuando volvían del campo se encontraron con bastantes mujeres a las que les habían rapado la cabeza, llevándolas en procesión por todo el pueblo para que todos las vieran, para escarmiento de unos y mofa de otros. Incluso hubo quien achuchaba a los niños para que se riesen de ellas.

Las hicieron salir cuando los niños salían de la escuela y las pasearon desde las escuelas, carretera, calle mayor, vuelta por el cuartel de la guardia civil ubicado éste donde hoy está la casa de Pinillas, frente al puente, y vuelta de nuevo por la carretera hasta llegar al Ayuntamiento.

Les hicieron llevar escobas y pozales. En la esquina de la casa que había en la hoy calle Irurzun 21, estaba una mujer joven entonces, forastera ella, casada con el chulo que le quitó a mi abuela las tierras que llevaba mi tío José.

Esta individua se mofaba vilmente de las pobres mujeres, jóvenes, niñas y mayores que pasaban con el pelo rapado, e incitaba a los críos para que se rieran de ellas. Esto sucedía en la esquina de las hermanas Martínez, las Trompetas. Justo en frente vivía el Bayo, hoy está ubicada la C.A.N. Testigos, las mismas mujeres a las que se les había rapado el pelo y la veían y escuchaban.

El matrimonio Plácido Bayo y Mª Josefa Goizueta (hermana de quien salvara en el tercio de Sanjurjo a unos 1.600 hombres destinados a ser fusilados) vieron desde el balcón el cortejo o procesión, como muchas describían aquella cruel mofa: «Nos llevaron en procesión por la carretera, calle Mayor,… para que se rieran de nosotras». El matrimonio Bayo se metió para adentro exclamando: «¡Por Dios, esto no se puede ver, qué humillación!». Así lo atestiguaron personas que iban el el cortejo, que vieron y escucharon las palabras del matrimonio Bayo-Goizueta, como de la burlona con saña de la esquina de enfrente, y otras más por supuesto.

Era este matrimonio de los más ricos del pueblo, pero fueron totalmente contrarios al Alzamiento Nacional, por lo que ni directa ni indirectamente se mezclaron con la masacre y con quienes la provocaron y ejecutaron.

Los hijos de Petra, viendo aquello, inmediatamente volaron a casa a buscar a su madre, la cual no estaba y pensaron lo peor, sintiéndose impotentes sin saber qué hacer. Cuando apareció la madre con el pelo rapado, todavía recuerdan las nietas, y los dos hijos que viven su expresión, llorando: «Dios mío, Dios mío, cómo han podido hacerme esto a mi edad».

Cuando hablé con Antonia Manzano, hermana de Félix, y le expuse el propósito de exhumar todos los restos y traerlos al Panteón (entonces todavía en proyecto), respondió de inmediato afirmativamente. Entre otras cosas me decía por carta: «Como sabes están enterrados mi hermano y demás compañeros todos juntos en Tafalla en sitio propio que compramos la familia, pero el saber vuestra intención de que todos estén juntos nos parece bien y por consiguiente doy el permiso en nombre de toda la familia», y firmaba Antonia Manzano, la cual vivía en San Sebastián.

Así pues, teniendo el consentimiento de todos, en posesión de los permisos de Sanidad, y avisados todos los familiares de que se iba a realizar la exhumación de los restos, el día 26 de mayo de 1978 por la mañana se exhumaron.

En Peralta arrancaron la hoja del libro de defunciones del 36 en el cementerio

Cuando ya estábamos sacando los restos de Peralta vinieron familiares de dos personas de Calahorra y de Funes, que habían sido asesinadas justo enfrente del cementerio de Peralta, en una viña, el día 8 de septiembre de 1936.

Quienes les fusilaron eran de Calahorra y de Funes. Quien daba las órdenes era un significado industrial de Calahorra, tanto por su posición social, como por su participación en la represión. Personas de Peralta recordaban el hecho e incluso fueron de Peralta quienes tuvieron que enterrarles. Y cuando los familiares de Calahorra y Funes vinieron a buscarles, los enterradores como Pedro Zapater nos ayudaron, y vieron que uno de los asesinados llevaba una placa de taxista en la camisa.

El industrial de Calahorra sabía muy bien que el taxista más el joven, a quienes trajo obligados, eran amigos de uno de los que iban a fusilar. el taxista fue engañado por el industrial diciéndole que le llevaban a Pamplona para llevarle al frente. Al llegar a Peralta le ordenó parar y atándoles les mandó matar.

Era tan canalla, que trajo a un chaval que era como un hijo de uno de los de Calahorra, que le había enseñado a leer y a escribir, y les había ayudado a la familia porque eran muy pobres. Sólo tenía 16 años, pero el industrial le trajo para que le matara. Lloraba cuando nos lo contaba cuando vino también para recoger los restos. El mismo sentenciado dirigiéndose al joven le tranquilizó con palabras de compresión: «Tranquilo hijo, no te preocupes, haz lo que te dicen, yo ya he vivido muchos años, ahora tienes que vivir tú», y encañonado por un mosquetón, llorando y cerrando los ojos disparó hiriéndole tan sólo, luego el cabecilla le dio el tiro de gracia.

El taxista, volvió a Calahorra y, una vez dejó al magnate industrial en su casa, se vino de nuevo a Peralta. En el lugar de las ejecuciones se quitó la placa de taxista y la colocó en la camisa de su amigo, por si acaso un día podían sacarle, para que le reconocieran.

Los de Peralta nos informaron que habían sido enterrados dentro del cementerio, cerca de la pare de abajo del panteón de los Arrecibita, junto al pasillo central. Buscábamos y no salían, entonces Emiliano Cid, El Chino, el enterrador que teníamos en 1978, decidió mirar en el libro del cementerio y buscar la hoja del 36: cuál sería su sorpresa y la de todos los presentes cuando al abrir el libro, había sido arrancada de cuajo y lo fue en aquellos días, se notaba perfectamente pues el corte no estaba envejecido. Por más que Emiliano buscó no se encontró, no obstante se siguió cavando y al final se encontraron un poco más abajo de donde se empezó, cerca de donde sacamos a Pedro Alfaro Urroz.

El otro compañero asesinado era de Funes, Esteban Monasterio Cárcar, de 46 años de edad, tenía ocho hijos y era caminero. Llevaba tiempo de guarda en la caseta de camineros que había en la Cuesta de la Castellana.

Al comenzar la sublevación, el cabo Timoteo Escalera y algunos otros cabecillas de Peralta y Funes le obligaron a desnudar a los asesinados por terreno de Peralta y Funes, sobre todo por Moratiel y Altos de Peralta, incluida la Castellana y carretera de Andosilla, donde fueron fusilados cantidad de hombres, mujeres y niños de Navarra y de La Rioja, sobre todo de Calahorra, Arnedo y Alfaro.

Asesinado un caminero al que le obligaron a ser testigo de los horrores

El día 8 de septiembre a eso de las 11 de la noche llamaron, como tantas otras noches a la puerta de Esteban Monasterio, éste les contestó: «ahora me visto» y le respondieron «no hace falta, date prisa». Salió y fuera le esperaban los «emisarios de la muerte» de Peralta y Funes. Le hicieron montar en uno de los vehículos que llevaban y le trajeron hasta la viña de enfrente al cementerio donde fue asesinado con los otros dos de Calahorra. Con los asesinos estaba Escalera.

¿Cómo fue que de la noche a la mañana, aquel caminero al que obligaban a proveerles de ropas, anillos, relojes, estilográficas, etc., fueran a matarlo?

Muy sencillo, uno de los grupos que habían matado entre Funes y Peralta, por Moratiel, era de Alfaro. Entre ellos había un médico, hijo de personas muy representativas de Alfaro, y éstos movieron todos los hilos que fueron necesarios para que su hijo fuera exhumado e inmediatamente llevarle a Alfaro.

Cuál no fue la sorpresa de los familiares cuando encontraron a su hijo desnudo totalmente junto con los demás. Ante aquella nueva canallada exigieron responsabilidades y los cabecillas acusaron al pobre caminero. Éste, mientras no se llevaban las cosas, las guardaba en casa, donde encontraron un traje azul marino del médico exhumado, pero no la estilográfica y un anillo.

Antes de que Esteban Monasterio pudiera contar lo que le obligaban a hacer, aquella misma noche lo asesinaron.

Justamente habíamos hecho los funerales nosotros cuando vinieron buscando a mi casa información sobre otro grupo de Calahorra. Casualmente apareció en aquellos momentos una hija de Esteban, que vivía fuera de España, y al venir de vacaciones se informó de lo que estábamos haciendo y quiso buscar a su padre juntamente con sus otros hermanos.

Estaban los de Calahorra en casa cuando ella apareció y nos explicó lo ocurrido realmente con su padre. El de Calahorra se echó a llorar, pues sabía que a su padre le habían quitado el anillo y que había sido un caminero de Funes. Guardaba gran rabia contra aquél caminero, pero al conocer que aquella persona también era hija de un fusilado y conocer lo sucedido fraternizó totalmente con la hija y perdonó al padre que no había sido el culpable de lo ocurrido.

Sacan a otra persona para asesinar el día 30

Jacinto Manzano Liberal, de 59 años, natural de Aliseda, casado con María Pérez natural de Peralta, de cuyo matrimonio tenían 3 hijas y un hijo.

El día 30 de julio se había dado la orden de que se presentaran los que estuvieran bajo juramento de armas. Jacinto Manzano Liberal ni se había enterado de la orden dada, consternados como estaban con la muerte de su hijo Félix Manzano hacía 5 días en Tafalla.

A comienzos de la República Jacinto estaba al frente del Partido Republicano Federal; en 1934 crea el Consejo Local de Acción Republicana, ejerciendo como secretario Fidel Chaurrondo, quien sería fusilado un mes más tarde.

Jacinto Manzano era bien conocido entre sus convecinos. Como militar era recto, pero de una gran sensibilidad ante los problemas ajenos, de ahí que tomara parte y aun formara estos dos grupos republicanos con el fin de mejor servir a sus convecinos.

Nadie en absoluto, ni aun personas de derechas con las que en diversas ocasiones hemos hablado de Jacinto y de su hijo Félix, han hablado mal de éstos, al contrario las consideraban «personas extraordinarias y de profundos principios religiosos practicantes todos ellos».

El hecho de que no se presentara fue más que suficiente para que la Junta de guerra le sentenciara a muerte. Y así, en la noche de este mismo día fueron a por él. Le llevaron en un carro hasta Unzué, pasando por la Venta de San Miguel, donde habían asesinado a su hijo Félix hacía sólo 5 días. Al pasar por los Escolapios de Tafalla pidió confesarse, y se lo permitieron. Le estaba confesando el superior al tardar piensan que los frailes le van a ayudar a escapar y llaman nuevamente a las puertas inquietos: «Ya está bien». Entre los verdugos iba un militar conocido de Jacinto, y de otros muchos del pueblo.

El escolapio que le confesó salió con él y les dijo a los verdugos y acompañantes: «¿Sabéis acaso lo que vais a hacer?, vais a matar a un santo». Le arrancaron de su lado y se lo llevaron. Para ellos Jacinto era un republicano, un rojo más a quien había que exterminar.

Conocemos estos detalles porque, entre otros, el que llevaba el carro era obligado. Por otra parte los mismos asesinos solían contar sus hazañas fanfarroneando y así fuimos conociendo muchas de las cosas. Cuando contaban lo que les había dicho el sacerdote se mofaban todavía y le añadían insultos.

Jacinto fue fusilado y enterrado en Unzué. Una persona que vivía allí engañó a la familia durante muchos años diciéndoles que cuidaba la tumba, que se encargaría de que no la cambiaran, etc. La familia, agradecida, incluso le habían hecho algunos regalos. Lamentablemente, cuando en 1978 se fue a recoger sus restos y traerlos a Peralta se pudo comprobar cómo habían sido engañados. Según los vecinos de Unzué hacía mucho que no existía la tumba, por lo que se supone que los restos de Jacinto Manzano reposan en el Osario.

Testigos presenciales en Unzué, comentaron que murió con una medalla entre los dedos y cuando fueron a enterrarle no pudieron cogérsela.

A pesar de las informaciones recibidas, después de hacer el primer funeral, seguimos intentando buscar a los que faltaban y con esta ilusión de encontrarles le escribí al alcalde de Unzué, el cual me respondió así:

«UNZUE a 19 de enero de 1979.
Dña. Josefina Campos.
PERALTA

Estimada señora: Recibí su muy atenta carta de 27 de noviembre último, a la que con agrado quiero corresponder.

No le había contestado antes porque he estado empeñado en conocer el sitio donde pudiera hallarse enterrado el Sr. que cita en la suya. La verdad es que he preguntado a casi todos los vecinos que puedan dar razón de aquella época y muchos de ellos recuerdan que efectivamente, saben que se halla enterrado en el cementerio de esta localidad, pero que como existen muchas tumbas en el lugar, más o menos, que me indica, es difícil apreciar de una manera segura la que corresponde al que Ud. indica.

Por otra parte no conocemos detalle de la persona o personas que pudieron enterrarle y por ello se nos hace muy difícil encontrar el cuerpo del mismo.

Ya sabe Ud. que me tiene a su disposición para ayudarle y darle toda clase de facilidades. Seguiré preguntando y me ocuparé de este asunto y claro está, si averiguo algo seguidamente se lo comunicaré.

Reciba un afectuoso saludo de su afmo.

Firmado: Ángel María Ojer»

Después de esta carta la familia Manzano contactó con quienes les habían prometido cuidar de la tumba, pero nada nuevo se supo. Pudieron echarse sus restos al Osario como ya comento, pero la carta del alcalde indica que había enterrados más personas de esa época y asesinados que no sabían quienes eran, si bien estaban enterrados dentro del mismo cementerio y no los habían tocado. No todo el mundo sabía donde estaban sus familiares, y así mismo algunos pueblos no se movilizaron para sacar los restos. Así pues don Jacinto Manzano Liberal no pudo ser recogido.

Solamente en 10 días de julio habían asesinado a 10 personas y habían llevado a la cárcel a 32 personas. Éstos, con la excepción de 5 personas, fueron asesinados uno u otro día.

Operación retorno. Los fusilados de Peralta. La vuelta a casa (1936 – 1978)