4.4 – Octubre de 1936

Operación retorno. Los fusilados de Peralta. La vuelta a casa (1936 – 1978)

Octubre fue sangriento en cuanto cabe, pues asesinaron a treinta hombres y una mujer.

Asesinadas más de 400 personas en el Tercio Sanjurjo en una semana

Aniceto Soto Pérez, Soto, de 38 años de edad, casado con Teodora Zabal, tenían 5 hijos. Fue asesinado en el Tercio Sanjurjo el día 2 de octubre de 1936, el primer día de la masacre perpetrada entre los días 2 y 9 de octubre.

Los asesinados fueron muchos más, aunque Alfonso Goizueta interrumpió los que quedaban por fusilar en el campamento de San Gregorio.

Aniceto era un hombre formal, caminero consciente de la problemática del pueblo, junto a los demás miembros de UGT participó en las reivindicaciones que se pedían para los jornaleros. Tuvo como tantos que marchar al tercio, pero llegaban bien señalados, poniéndoles en puestos peligrosos en el campo de batalla o asesinándolos como hicieron en el Tercio Sanjurjo. Su hermano Gregorio sería fusilado días más tarde en Falces.

Se levantan voces en contra

La táctica de los nacionales en retaguardia había dado sus frutos; pero vieron que se les iba de las manos. Personas que de primeras estaban totalmente de acuerdo con seguir las normas de Mola en Navarra comenzaban a no estarlo, ante la magnitud de la masacre que habían originado en dos meses y medio en Navarra.

El comandante militar de Navarra, José Solchaga, hizo un comunicado el 2 de agosto prohibiendo que se ejecutasen actos violentos en contra de los presos, pero o no se lo creía del todo o no puso mayor empeño en hacerse obedecer, porque las cosas seguían el dictado de Mola. Así, el día 21 de agosto, en Tafalla hubo un despliegue militar de fuerzas al mando de General Millán Astray, lanzó un discurso violento y amenazante contra la izquierda desde el balcón del Círculo Carlista, que hizo perder la más mínima esperanza de alcanzar la libertad.

La cárcel de Tafalla, se hallaba abarrotada de presos, hombres y mujeres, y no era suficientemente espaciosa como para acoger a más de 100 presos. A pesar de estas malas condiciones se organizaron e intentaron vivir con buen ánimo y gran compañerismo.

Aunque las autoridades tafallesas les había dado confianza, los de Peralta y Berbinzana estaban convencidos que les iban a fusilar. Así se mostraba en muchas de las cartas enviadas.

En cartas de nuestros dos familiares podemos vislumbrar las pocas esperanzas que tenían:

«Tafalla, 5 de octubre de 1936

[…] yo por ti nada puedo hacer así que ten mucha paciencia, malo será que no llegue un día que podamos darnos un abrazo y olvidar las penas que estamos pasando entre la soledad que nos destierra […]

Blas Díez»

«Tafalla, 11 de octubre de 1936

[…] eres la única mujer que no ha estado con su marido, malo será que si vienes no no podamos ver […]

Blas»

«Tafalla, 13 de octubre de 1936

[…] Acabo de recibir tu carta y me dices que estás muy triste […] a lo mejor no te dure mucho esa clase de fiestas, ya sabes porque te lo digo, […]

Blas»

«Tafalla, 16 de octubre de 1936

[…] yo estoy impaciente pensando en lo peor, quiero saber todo lo que pasa para estar tranquilo y cuídate lo más posible que si tú te dejas pobres de nuestros hijos, bastante solos se ven […] malo será que te veas abandonada con tus hijos ni que pasen hambre […] Llorando te escribo estas letras que me da vergüenza el ver en la situación que estamos que tengan el corazón tan duro […] yo veo que tú estás desesperada y si te abandona tu familia ya habrá quién te de la mano.

Blas»

La traída al pueblo del teniente Castiella, y el asesinato de 73 personas en Monreal

La traída de los cuerpos sin vida de algunos voluntarios permitió caldear el ambiente a quienes insistían en «No alimentar a los cerdos de la cárcel». Las noticias corrían como la pólvora y la preocupación era inmensa.

La muerte del teniente Julián Castiella, muerto en Sigüenza, ya se había conocido, como el masivo funeral del día 18 de octubre. La homilía del sacerdote que dirigió la misa funeral fue una invitación y puesta en marcha para sublevarse contra los presos: «en la cárcel siguen viviendo, y estos honrados hijos del pueblo, voluntarios a defender la Patria y la Religión, están muriendo en el frente y los enemigos de la Patria y de la Iglesia siguen vivos […]».

En contra de la opinión de la familia, organizaron una manifestación que se dirigió amenazante hacia la cárcel, que a duras penas fue contenida por la guardia civil.

Se cortaron las visitas a la cárcel, como recoge Blas en una carta: «Chivite se ha enterado que iba a subir su mujer y se ha llevado un gran disgusto porque no se van a poder ver ya que están prohibidas las visitas».

En la cárcel todos sabían lo que ocurría. Si los de Peralta y Berbinzana no las tenían todas consigo, en esos días mucho menos.

Dos días antes de ser asesinado se dirige a su hija Lola:

«Cárcel de Tafalla, 19 de octubre de 1936

[…] hija mía, para ayudar a tu padre en el dolor y soledad de no teneros a mi lado desde hace casi tres meses, dame todas las noticias que tengáis. Tu madre no me las quiere decir, por no disgustarme, pero por unos u otros nos enteramos de todo. Ella lo hace por no disgustarme, pero aquí no hacemos más que pensar y pensar y cuando no recibes noticias piensas en algo peor. Esposa mía, ya sé todo cuanto está pasando afuera, ya me he enterado de la suerte de Carlos, José, Antonio y tantos otros. Casi todos han tenido la suerte de poder ver a su esposa e hijos; yo todavía no he tenido esa suerte… ¡Oh cuán doloroso es no poder veros y besaros y poder trabajar por vosotros! Si antes trabajando yo, pasábamos días malos, ¿qué será ahora que no estoy a vuestro lado? Aunque no me dices todo ya se unas cuantas cosas que están obrando cruelmente con vosotros, no temas. Ya pasarán estos tiempos tan fatales en que parece que el hombre ha perdido la conciencia y la humanidad.

Mira a ver qué puedes hacer. Habla con personas que puedan hacer algo por nosotros, pues cada día se ven las cosas más difíciles y estamos todos con el corazón en un puño. Esposa mía dales muchos besos a mis hijos ya sabes cuánto les he querido siempre […]

Blas Díez»

Mi tío José escribe en las mismas fechas mostrando su preocupación por la familia, las tareas del campo, si les pagan y han pagado algunas deudas. Las últimas son más cortas, evitando decirle a su madre las malas noticias sobre los presos.

«Prisión de Tafalla, octubre de 1936

[…] ya me mandará el jersey; alpargatas, calzoncillo de invierno, la manta me la mande esta semana, que aquí hace mucho frío […] mándeme también los calcetines, si puede me mande algo de dinero, no tengo nada de las cinco pesetas que me mandó. Muchos recuerdos de Ramiro, estamos todo el tiempo en la misma celda. Y me manda le dé muchos recuerdos. Sin más que decirles, muchos recuerdos para toda la familia, para la Maruja, Manolés y para todo el que pregunte por mí.

José Orduña»

El jersey lo había hecho mi abuela, y se lo había mandado ya junto con la ropa de invierno. Días más tarde de ser asesinado, se encontró mi madre con uno de los matones y llevaba puesta su ropa, ¡remangado tenía que llevarla pues era pequeño de estatura y mi tío era alto! Mi madre al verle le trató de matón y ladrón. El otro se puso gallico y le amenazó con llevarle al cuartel, pero mi madre no se amilanó y le animó incluso a que la llevara, que delante de todos descubriría que aquella ropa era de mi tío.

Mi madre no le habló jamás, había pasado la guerra hacía muchos años y el buen capullo le pidió un día explicaciones de por qué no le hablaba. Mucho le dijo entonces, y volvió a amenazarle que la iba a llevar al cuartel. «Sí, mira a ver si te atreves, vamos si tan gallo te sientes…». De nuevo volvió a grandes las orejas y se marchó.

El joven Julián Castiella, muerto en el frente, era novio de Josefina Barcos Orduña, de Peralta. Entre los carlistas y falangistas de uniforme se sumaron a la manifestación los matones a sueldo. Hubo un padre de Peralta, uno de los cabecillas, si bien salvó a muchas personas, todo hay que decirlo, que llevó a un hijo de 3 años sentado sobre sus hombros. Este hijo tuvo la mala suerte de morir en accidente. Era extraordinario, en Peralta se le apreciaba mucho. El padre había hecho mucho bien a mi familia, impidiendo que mataran a mi abuela Filomena y mi tío Rafael, a la señora Angelita, a mi madre y a otras muchísimas personas.

Era Juanito Asín, Pelos. El día del funeral de su hijo mi madre asistió, y al verle se echó a llorar diciéndole: «Hija mía, también tú vienes», mientras seguía llorando abrazado a mi madre.

Siempre pensó mi madre que su amargura y su llanto al verle fue recordando que entre los presos de Tafalla estaba mi tío y él había marchado en la manifestación con aquel hijo sobre sus hombros.

Aclararé que él no estaba entre quienes asesinaron a los presos. Era requeté, un cabecilla, pero desde el principio paralizó numerosas ejecuciones que se quisieron hacer.

La más grande de sus buenas acciones llegó en diciembre, impidiendo que el día de Navidad de 1936 fusilaran a todas las mujeres que se les había cortado el pelo. Algo que pedían varios de los cabecillas mujeres incluidas: «Hay que matar a los piojos y a las liendres y no dejar raza». Santiago Ruete, Anselmo Irigaray y algún otro se unieron a él y se detuvo la masacre.

Frustrado el linchamiento en Tafalla se formó una comisión de vecinos, carlistas en su mayoría, y al día siguiente se dirigió a las autoridades, para conseguir los permisos de fusilamiento, aludiendo al clamor popular que así lo pedía.

Dos días más tarde, a los 8 de la noche, comunican a los presos que no se acuesten, que les van a trasladar a Burgos. La orden de traslado estaba firmada por el General Solchaga.

En uno de los laterales de la prisión, los de Peralta y Berbinzana se prepararon para defenderse, poniendo colchones y camas en puertas y ventanas, pero ¿con qué podían defenderse ante las armas de los criminales? Los de Tafalla solicitaron entrevistarse con las autoridades y personas influyentes que anteriormente les habían garantizado su seguridad. Entre los presos de Tafalla había personas de gran solidez económica, política y social, como los concejales Ángel Menchaca, Saturio García, Cipriano Sola y Pedro Martinena.

Conforme pasa la noche, el desánimo va en aumento. Los concejales de Tafalla no consiguen localizar a ninguna de las personas solicitadas. El libro De la esperanza al terror lo describe así:

«Nadie quiere dar la cara. A las dos y media de la mañana, un numeroso grupo de requetés del Tercio Móvil de Pamplona llega a la cárcel y leen la lista de los que van a ser trasladados. Ningún nombre con cierta responsabilidad política fue omitido. Entre ellos el alcalde de Murillo del Cuende, Jesús Ederra, los concejales de Tafalla Ángel Menchaca, Saturio García, Cipriano Sola Pedro Martinena; los concejales de Berbinzana Faustino Chocarro y Miguel Elizalde; Lino Pascual secretario de UGT de Gallipienzo y otros más con cargos en las juntas directivas de las organizaciones de izquierda. En total se contabilizaban 64 personas, 27 de Tafalla, 15 de Peralta, 12 de Berbinzana, 3 de Cáseda, 3 de Gallipienzo, 2 de Murillo el Cuende y 2 de Caparoso y San Martín, quedando en duda si sacaron a una o dos personas más».

Bajaron a uno de Peralta desde el fuerte de San Cristóbal, pero sacamos a dos, ya que recogimos los restos de 73 personas (6 de ellas ya habían sido asesinadas el día 25 de octubre).

Aunque para justificar sus crímenes hablaban de que los elegidos eran cargos con responsabilidad política, también en eso mentían, pues de Peralta solamente Manuel Pérez Irigaray era de la Junta de UGT. Y así lo mismo de la mayoría.

Blas Díez Belloso, escribe su última nota a su esposa antes de que se lo lleven:

«Blas Díez

María ha muerto. Da un beso a mis hijos.

Ánimo que conmigo terminarán a tiros y para siempre, lo siento no poder verte adiós…

Blas Díez Belloso

Sin pertenecer a ningún partido.»

La última carta de mi tío fue escueta. ¡Qué mentalizados estaban de que iban a ser fusilados!, que hasta la carta era de luto. Así se usaba entonces. Recuerdo perfectamente cuando alguien moría en la casa se escribía mientras se consideraba seguía el luto, con estos papeles de carta ribeteados de una franja negra y así mismo eran los sobres. También se ve perfectamente marcados labios de los besos que mi madre dio a esta carta, sobre todo:

«José Orduña

La ropa para entregar a Filomena Asín de Peralta.»

Algunos de ellos se negaron a salir, los de Peralta y Berbinzana se resistieron cuanto pudieron, siendo amenazados a punta de pistola. En las despedidas a sus camaradas quedaba patente a dónde les llevaban. A última hora quisieron salvar a algunos de Tafalla, pero se negaron: «la suerte que lleven nuestros compañeros la llevaremos también nosotros».

La postura de estos hombres se une en el recuerdo de sus familias a quienes llegué a conocer, por la buena acogida que se les dio en la cárcel a todos sus compañeros; de ello da las gracias Blas en una de sus hermosas cartas. ¡Por tantas cosas!

A la puerta de la cárcel, había ese día un muchacho de Peralta de guardián. Juanito Rodríguez. Amparado en la orden dada por el General Solchaga el día 2 de agosto, y por los dirigentes entonces del Ayuntamiento de Tafalla, de que no permitieran sacar a nadie para ser fusilado, se negó a darles paso. Solamente cuando a las dos y media de la madrugada aparecieron con la orden de sacar a quienes llevaban en lista, no le quedó más remedio que ceder. Cuando ya se los llevaba y tuvo que aguantar las mofas de los requetés que se los llevaban.

La supuesta rectitud de las órdenes del general Solchaga quedan en nada al comprobar que la orden de la saca de la cárcel de Tafalla se hizo con su firma.

Aquel día había matones de todos los pueblos de los presos dispuestos a llevar a cabo la matanza: de Peralta, de Berbinzana con el Chato Berbinzana en cabeza (él llevó buena fama de asesino, pero hubo muchos «Chatos Berbinzana» por toda Navarra) o de Funes,. Uno de Funes aún tuvo consideración con uno del pueblo, Ramiro Olea, que estuvo con mi tío los tres meses en la misma celda. al salir le dijo «vete de aquí y escóndete donde puedas». Al amparo de las sombras, Ramiro se escapó, estuvo unos días escondido y después marchó al Frente.

Llenaron dos autobuses de la Tafallesa y salieron con ellos.

Al ver que los autobuses se desviaban de Pamplona, tomando dirección a Monreal, algunos forcejearon sin conseguir nada.

Esperaron bastante tiempo hasta que los condujeron al lugar llamado «La Tejería», donde ya habían preparado varias fosas con anterioridad.

Los sacaban de los autobuses en grupos, atados con alambre por parejas, mientras varios curas daban la confesión. Tras asesinarlos, un requeté de uniforme les daba el tiro de gracia, tirándolos a continuación en las fosas.

Varios testimonios de gente que estuvo allí coincidían en señalar que el requeté encargado de rematarlos era el coadjutor de la parroquia de Murchante, Luis Fernández Magaña. Era el administrador del Conde de Rodezno, y se había alistado voluntario inmediatamente de producido el golpe militar, llamado Alzamiento.

(En Murchante también se hizo notar y asesinaron al dueño del estanco y a su empleado, haciéndose cargo del establecimiento)

Acabada la matanza los cuerpos fueron cubiertos con una capa de cal y enterrados por los horrorizados vecinos, a quienes se les obligó a participar.

Vida de los asesinados en Monreal el día 21

Tomás Asín Velasco, Torico, de 46 años de edad, casado con Petra Calvo, de cuyo matrimonio tenía una hija, Valen Asín Calvo. Jornalero, pertenecía a IR. Un gran hombre y de buen corazón, hasta el punto que se hicieron cargo de dos niños de un matrimonio que vino antes de la guerra pidiendo limosna. Mientras los padres buscaban un trabajo estable Tomás y Patro atendían a los dos niños, pero los padres desaparecieron sin saberse de ellos. Fusilado Tomás, Patro no les abandonó y siguió criándolos como a hijos hasta que ya murió, y ellos habían formado su propia familia, siempre siguieron queriéndose Valen y éstos como si fueran hermanos.

Juanito Bermejo Rox, Tororena, de 30 años de edad, casado con Felicidad Alonso, Melilla, de ideas socialistas, tenía un hijo.

Uno de los hermanos de Juanito podía haber hecho, y mucho, para que no lo mataran, pero no lo hizo, y eso que tuvo los tres meses que permaneció en la cárcel.

Por las cartas de Blas y mi tío se sabe que Felicidad iba a verle a menudo.

Estaban casados por lo civil, y dos días antes de que asesinaran a sus maridos, subieron a Feli y a Conce, la de José Chivite, para que se casaran por la Iglesia. Al hijo de Juanito, que le habían puesto de nombre Héctor, le pusieron Juan como su padre.

Después de la guerra, estaba Feli barriendo la calle y pasó un municipal de derechas y le mandó que se pusiera medias, a lo que Feli contestó: «No tengo para comprarme medias, me pongo lo que tengo, si no me hubierais matado a mi marido otra cosa hubiera sido». El otro sin responder ni media se marchó. ¿Curioso, no? Se asustaban de los mosquitos y se tragaban los moscardones.

Ya había pasado algún tiempo y a Feli se le ocurrió soltar el paquete que le habían dado de su marido después de matarle. Lo guardaba sin tocar, y al abrirlo encontró un papel escrito. Como no sabía leer se fue a casa de su cuñada María Osés, y en el papel decía: «Felicidad, os quiero mucho, enséñale a mi hijo que muero por defender la justicia y la libertad».

Feli pasó mucho y finalmente se marchó a Pamplona con su hijo, a casa de una cuñada, y allí fue saliendo a flote… La certeza de que su cuñado pudo salvar a su esposo y no lo hiciera, fue un sufrimiento añadido.

Pedro Boneta Irigaray, Cagaderecho, de 30 años, soltero, hijo de Leonardo y Margarita, trabajaba para Jacinto Sayés de pastor. Con él se llevaron a su cuñado Alejandro Castillo Martínez, fusilado el día 2 de agosto en Muruarte.

Su madre fue a pedirle ayuda a una persona muy religiosa y católica, muy allegada a la familia de Jacinto Sayés, que contestó a Margarita: «Es que no puedo hacer nada por tus hijos y yerno; como se han hecho republicanos, por eso les matan, no tenían que haberse hecho republicanos».

Pedro era un gran hombre, bueno y trabajador y muy amante de sus padres que, ya mayores, necesitaban ayuda económica, pues en la familia, tenían una hermana siempre de salud delicada, María, y la otra paralítica, Irene. Después Margarita se quedó con todos, hijas, nietos, nueras. ¡Qué malas eran aquellas familias!, ¿verdad?

Félix Blanco Arbeloa, el Sastre, de 24 años de edad, soltero, hijo del que fuera alcalde durante la República. De ideas socialistas, como su padre, joven, de nervio e impulsor, alegre y agradable en el trato, trabajaba de electricista.

Como podéis recordar se pasó los tres meses de presidio sin recibir ni visitas ni cartas, ni alimentos, y aún las mudas no se las daban. Félix tuvo que sufrir mucho con la prohibición de contacto familiar.

Julio Busto Blanco, Julín, de 38 años de edad, soltero, era cestero, de ideas socialistas.

Su tío Jacinto Busto, el hojalatero, me comentaba: «Mecagüen, pero si era un bendito, no se metía con nadie, yo no sé, no sé cómo pudieron matar a tantos hombres que eran la mar de normales, trabajadores y buenas personas. Que eran socialistas, pues ¿por qué no podían serlo? No me lo explico, qué hicieron semejante masacre, no me cabe en la cabeza hicieran con ellos lo que hicieron».

José Chivite Osés, Chivite, de 23 años de edad, casado por lo civil con Concepción, tenía una niña de meses, Josefina. Jornalero y de UGT. Trabajador, con mayor responsabilidad al estar casado y tener una niña, vivían con su madre Rosario por el monte, en unas cuevas. No llegaba para vivir en otra casa. Su posición económica como la de tantos jornaleros motivaron que se hicieran socialistas y apoyaran la lucha obrera, la búsqueda de una Reforma Agraria tan necesaria.

A Conce la subieron hasta Tafalla para que se casara por la Iglesia dos días antes de matarlos.

Juan Chivite Osés, Chivite, de 20 años de edad, soltero, de UGT como su hermano y con las mismas opiniones sobre la importancia de una Reforma Agraria tan necesaria sobre todo para los más pobres. Los matones habían sido a su casa para llevarse a su hermano José, pero cuando se lo llevaban, se cruzó con ellos, preguntando a su hermano qué ocurría. Le ataron también las manos a la espalda diciéndole: «Ala, tú también».

Hemos conocido a sus otros hermanos, y nadie podrá decir nada de ellos. Como me decía Jesús: «Si eran de buenos; el pequeño era todo alegría y el grande también, nunca se metieron con nadie, nunca tuvieron ni una pelea ni un quítate de ahí con nadie».

Blas Díez Belloso, Berbinzana, de 36 años de edad, jornalero, natural de Berbinzana, casado con María Irigaray, Pitona, con 4 hijos. No pertenecía a ningún partido.

Las cartas que Blas dirigía a su familia dejan bien claro la talla humana de aquel hombre. Lo mataron a la vez que a su hermano Nicolás, y ya habían asesinado a su otro hermano Ángel.

A Nicolás no le conocí pero también hemos podido ver cómo lo compartía todo con Blas. «Tengo un buen fiador, mi hermano», decía en una de sus últimas cartas.

María era muy guapa, sus ojos le hablaban. Como su hermanan Julia y demás tenían mucha gracia, y si bien siempre encontrabas en su imagen un rictus de tristeza. Durante los años que vivió jamás olvidó a Blas, hermano, cuñados. ¡Cuántas veces en mi casa no le vi llorar hablando con mis padres! Y años más tarde cada vez que hablábamos de todo aquello. Les marcó para toda su vida, a lo que se sumó la muerte accidental de su hijo César.

Conocí a Gerardo Díez, el hermano de Blas, un hombre que desprendía tal bondad, nobleza, honradez, afabilidad, que el conocerle fue una gran satisfacción.

Cándido Jericó Resano, Jericó, de 30 años de edad, casado con Agustina Lizarraga, de UGT. Cándido era hijo de Encarnación Resano a quien 6 días más tarde de matarle a él, la asesinarían cruelmente en Falces.

Cándido trabajaba en Pamplona de panadero, era un gran trabajador, apoyó la Reforma Agraria, no fue de los destacados, si bien se sabía era izquierda, de carácter alegre y servicial. Hemos conocido a su hermano Fermín, el mudo Jericó, como todos le decíamos con cariño. Trabajador en cuanto cabe y siempre con la sonrisa en los labios. Cuando se hablaba de la guerra, de su madre y su hermano, como de tantos otros, sus ojos se llenaban de lágrimas.

A Cándido lo cogieron preso en Pamplona el 21 de julio y lo llevaron al fuerte San Cristóbal, pero después fue llevado hasta Monreal, donde fue asesinado con sus paisanos el 21 de octubre.

Juanito Lezaun Pérez, Patán, de 32 años, soltero, hijo de Juan y Gregoria, jornalero y de UGT.

Estaba en casa trabajando cuanto le era posible para ayudar a sus padres ya mayores. Antonia, su hermana, cuando comenzamos «Operación Retorno» en el 78 inmediatamente quiso que les sacáramos y me hablaba de él y me lloraba amarga de su muerte. No comprendía cómo le habían matado, «nunca se metió con nadie», naturalmente era de UGT y apoyó el reparto de las tierras, firmó solicitudes que se hicieron al Ayuntamiento para que se diera trabajo y tierras a los pobres, pero no le hizo mal a nadie.

Carlos Malo Falcón, Malo, soltero, de 23 años de edad, no pertenecía a ningún partido, había venido de vacaciones del convento en que estaba estudiando para fraile. Totalmente contrario al Alzamiento Nacional, pues no justificaba la injusticia que se venía haciendo con los pobres, su propio hermano le exponía cuanto venía ocurriendo en el pueblo. Con su hermano fue apresado el día 21 de julio, si bien a su hermano le fusilaron el día 2 de agosto en Muruarte.

Justo Pérez Zuazo, Memoles, de 40 años, casado con Rosario Castillo, de quien tuvo dos hijos, jornalero de UGT.

Rosario, aunque se casó en nuevas nupcias, nunca le olvidó y quiso de inmediato que le trajesen a Peralta. Todos coinciden en que era un gran hombre, un buenazo. Hemos conocido muchos de nosotros a sus hijos y podemos constatarlo. Personalmente recuerdo a José con quien trabajé unos años, y aquel joven era una bellísima persona.

José Orduña Asín, Petiso, de 27 años de edad, soltero de UGT, hijo de Lorenzo y Filomena.

Se responsabilizó de sus hermanos más pequeños y de su madre, siempre enferma de corazón y riñón. Haciendo las veces del cabeza de familia desde que tenía 17 años, al morir por accidente laboral su padre, mi abuelo.

Mi madre y mis tíos le querían mucho, había sido para ellos como un padre. Muchas personas en Peralta me han hablado de él sin ir a preguntarlo, y todos a una me han comentado la talla humana que tenía como persona, y trabajador.

León Pérez Echarri, el Apache, de 34 años de edad, casado con Jesusa Asín, hermana de Tomás Asín, fusilado el mismo día. Tenían tres hijos, jornalero también de UGT dispuesto siempre a dar la talla en todo, trabajador, buena persona, amante de su familia, incluida su madre, a quien ayudaba cuanto le era posible. Apoyó siempre las reivindicaciones que se hacían a favor de los pobres.

Conocí a su madre Elena, tuvo que dedicarse a espigar como tantas hacían para poder solucionar su pobreza. La muerte de su hijo la dejó tan escachada que sólo se dedicaba a espigar para vender lo recogido y comprar lo más indispensable para vivir. Ya muy mayor la siguió manteniendo caridad ajena. Fuimos vecinas y la oí hablar muchas veces de su hijo: «Con él lo he perdido todo, todo, hasta las ganas de vivir», les decía a mis padres.

Jesusa Asín, su esposa, había contraído nuevamente matrimonio. Su hijo trabajaba en la Audiencia de Pamplona y un buen día le avisó de haber encontrado un documento relativo a su padre. Jesusa vio en el documento el nombre de quien se había hecho responsable del asesinato del grupo de Monreal. Y era primo carnal de Jesusa, bien conocido por el pueblo, pues pertenecía a la cuadrilla de la muerte «el águila negra», bien conocidos por sus crímenes en toda la Ribera y resto de Navarra, La Rioja y Vascongadas.

Jesusa vino a Peralta como tantas otras veces y se lo encontró. Este como lo más normal del mundo la saludó y ella le negó el saludo y le trató de matón. Él todavía se puso gallo ¡pues no tenía poco orgullo!, y entonces ella le descubrió clara y llanamente cómo se había enterado de lo que le estaba diciendo, cortándole: «No se te ocurra saludarme en tu vida, canalla, matón, que dejaste a mis hijos sin padre…».

Manuel Pérez Irigaray, el Torradillo, de 59 años de edad, soltero, se dedicaba a vender barquillos. Pertenecía a la Junta de UGT.

Los niños le adoraban ya que aunque no tuvieran dinero para comprar, él siempre tenía algún barquillo para darles. Era una gran persona que se codeaba con todos por igual. Su amabilidad y servicialidad parece ser era en él, virtud.

Por su sensibilidad hacia las injusticias se hizo socialista. Aparte de que tenía inteligencia, su trabajo le proporcionaba tiempo para trabajar dentro de la Junta y así lo hizo, hasta que el día 21 de julio se lo llevaron a Tafalla.

Fue testigo directo de los asesinatos de sus compañeros, que le dejó marcado. Su compañero Ramiro Olea durante los 3 meses de presidio decía: «Desde el día que mataron a los de Muruarte el pobre hombre vivió como un muerto». Según familiares de los presos «parecía un hombre mayor, envejecido, desconocido».

Búsqueda incansable de los asesinados el día 21 en Monreal

Fue el grupo de Monreal de los que más nos costó encontrar.

Sabíamos por Lola Díez, hija de Blas, que con los de Peralta que quedaban en la cárcel hasta el día 21 de octubre se encontraban también más personas de Berbinzana, Tafalla y algún otro pueblo, por lo que el día 8 de mayo de 1978, lunes, nos marchamos a Berbinzana, Lola Díez, su hijo Javier Ostivar con la novia Mª Pilar Fernández y yo. Allí nos encontramos con un primo carnal de Lola, Ángel, al que expusimos el motivo de nuestra visita: «Venimos para hablar con vosotros pues vamos a sacar a mi padre, al tío Nicolás y a tu padre, para poder llevarles a Peralta. Vamos a hacer un panteón y así enterraremos a todos allí». Ángel se marchaba al campo con su señora, y ambos se mostraron un tanto extraños, no dijeron nada. Lola les dijo que íbamos a casa de su tío Gerardo.

Nos recibió con todo el cariño del mundo, y mientras hablábamos, llamaron y eran Ángel con su esposa. El pobre no comprendía nada de lo que le habíamos expuesto y preguntó: «¿Qué es lo que me habéis dicho?, no entiendo nada ¿qué le pasó a mi padre? ¿dónde murió? ¿qué le hicieron?».

Gerardo se echó a llorar. No sabía cómo explicarle a su sobrino lo ocurrido. Habían sido tres hermanos los que habían fusilado y a Gerardo no le mataron porque corrió al frente. A duras penas le contó lo ocurrido.

¿Por qué no sabían nada ni Ángel ni su hermano?

Su padre, también Ángel, se había escondido en el campo cuando intentaron cogerlo, pero una vez lo encontraron le fusilaron (sus restos no se pudieron recoger por más que se miró, el terreno era un barranco de Santacara y se supone que se los iría llevando el agua. A la madre de Ángel, Julia Elizalde, la llevaron a la cárcel, estaba embarazada y estando en la cárcel, nació una niña, que murió.

Una vez fuera se fue a vivir con sus padres, que se habían encargado de cuidar de los dos hijos. No salió muy fuerte de la cárcel pero debía trabajar como pudiera para sacar a sus hijos adelante. Se dedicó a lavar en el río o en las casas, por lo que su poca salud se agravó, y tuvo tuberculosis, que la llevó a la tumba.

Los abuelos siguieron cuidando de sus nietos y nunca les dijeron nada de lo pasado, les daba mucha pena, ya que eran tan niños y habían perdido a los padres y a la hermana.

Fue muy duro para Ángel conocer la verdad, y el llanto de todos fue unánime. Le recuerdo tantas veces y me dolió mucho que después de tanto buscarle no pudieran sacar sus restos.

El mundo es un pañuelo y ahí aparecen nuestros vecinos, los mencionados «yeseros». Eran muy amigos del «Chato Berbinzana» y éste se los llevó a su pueblo. Allí no les conocía nadie y podrían vivir sin que nadie les mirase mal. Un día fueron a comprar leche a casa de una señora que tenía cabras. al conocer que era de Gallipienzo, le soltaron una fanfarronada de matones: «Mecagüen, de Gallipienzo eran dos hermanicos que matamos en Falces, quisieron morir cantando una jota, les atamos los brazos y cantando una jota a la Virgen de Ujué los matamos».

Aquellos dos hermanicos eran ni más ni menos que dos hijos de esta pobre mujer. Como era todavía tiempo de guerra calló, pero al día siguiente se negó a darles más.

De esta manera y otras semejantes se descubrieron mucho de cuanto habían hecho, pues los matones bocazas no tienen remedio.

El «Chato Berbinzana» fue uno de los más temidos criminales del 36. Su nombre hacía temer lo peor si se nombraba en cualquier lugar de Navarra y La Rioja. Que con sus secuaces estuviera cerca, era presagio de que la muerte acechaba.

Cierto es que hubo otros muchos por todos los pueblos que se llevaron poco o nada con él, pero ciertamente parece que fue caporal, un individuo que sustituía la inteligencia con bestialidad.

Ciertas informaciones afirman que, terminada la contienda, le dejaron de lado sus mentores, y ante sus reclamaciones le pusieron un puesto de poca relevancia para cubrir las apariencias. Pero se tomó a mal que le pagaran con desprecio después de todos los «servicios» prestados.

El tío de Lola, Gerardo nos llevó a visitar a otros familiares, pero ninguno sabía el lugar donde se encontraban.

Lo mismo ocurrió en reuniones con vecinos de Caparroso y Marcilla.

El 16 de mayo vinieron de Berbinzana, el señor Gerardo y el señor Alfaro, que nos plantearon que también querían en el pueblo recoger a los suyos, y en eso quedamos, como lo habíamos acordado con los anteriores. Si se identificaban los cuerpos no había problema, cada pueblo se llevaba los suyos, y si no era posible la identificación, cada pueblo se llevaría el número de los que hubiesen sido asesinados. Al fin y al cabo todos ellos eran lo mismo e igual de queridos para todos.

En Pamplona estuvimos con Juana Mari Burdaspar, y visitamos a las hermanas Tere y Nieves Ricarte Zoco, Francesas, Juanita Castillo viuda de Agustín Rodríguez, Pimpozo, Jesusa Asín, viuda de León Pérez, el Apache, con Juanita Boneta, viuda de Alejandro Castillo Todosio, y algunas otras, que nos acogieron con sumo interés y estaban de acuerdo en la exhumación de los restos.

Pero en la vida no todo es miel y una de las personas que fuimos a visitar nos recibió con gran altivez, negándose en redondo a dar su permiso para exhumar los restos de su marido.

La conversación fue muy desagradable, a pesar de que le hablábamos con mucho respeto. Cuando le comentamos que todavía no sabíamos el lugar donde estaban, estalló en una risa hueca y burlona diciendo: «¿No tenéis ni idea de dónde están?, yo sí que lo sé». Le rogué que nos dijera el sitio, mas se negó. Nos marchamos y al despedirnos le dije con naturalidad y sin enojo que no se preocupara, que alguien más lo sabría y de una u otra forma los encontraríamos. Bajábamos las escaleras sin hablar, y Juana Mari Burdaspar me dijo cómo había tenido tanta paciencia. No podíamos obligar a nadie, pero de una u otra forma nos enteraríamos, como así fue.

Días más tarde recordó mi madre que había una señora de Peralta Encarna Rox, Puchera, que vivía en Tafalla, aunque no sabía las señas. Ella se había encargado de llevarles la ropa limpia y recoger la sucia, incluso les lavaba. Su hermana Teresa, la Pastora, nos dio las señas y el 18 de mayo fuimos a visitarle Lola Díez, Javier Ostivar, Pilli Fernández, Juanjo, Gerardo, Alfaro de Berbinzana y yo. A partir de aquí prácticamente todo fue coser y cantar.

Encarna nos acompañó a visitar algunas familias, y salvo una, el resto dieron su conformidad. Una de ellas, llorando nos dijo: «Sí, sí, antes de que yo me muera». Era, la señora Adelaida San Martín, esposa del concejal de Tafalla Pedro Martinena, propietaria de una tienda de lencería en la calle Mayor de Tafalla.

Después marchamos a la tienda de la viuda de Saturio García. Nos atendió la hija y su esposo, y nos comentó que conocían el lugar, que habían ido muchas veces a llevar flores. Seguidamente nos mandó a la casa para que estuviéramos con su madre y la reacción fue igual que la de la señora Adelaida.

Tras hablar con el párroco de la Iglesia de Santa María, que nos escuchó con sumo interés, prometiéndonos su ayuda, dimos por terminada la visita. Al fin sabíamos que este segundo grupo de presos de Tafalla estaba en Monreal, y conocíamos el lugar exacto.

Mi madre lloró de alegría, al saber que íbamos a poder recoger a su hermano. Don Francisco Iraceburu, párroco de todos los pueblecitos cercanos a Monreal, se encargó de hablar con el de Monreal, don Miguel Zabalza. Al día siguiente pude hablar con él por teléfono y concertamos una visita para el día siguiente cuando me mostró el lugar donde estaban enterrados.

Ambos párrocos nos brindaron su ayuda incondicional buscando contactos que nos dijeran los lugares exactos, ya que había varios grupos de fusilados de diferentes pueblos. Desde entonces don Miguel nos ayudó cuanto estuvo en su mano.

Quien estuvo de párroco en aquellas fechas fatídicas 1936-1939 en Monreal, había colocado en un árbol una cruz y un letreo que decía así: «Respeten este lugar, es cementerio de 1936».

¿Qué pasó con aquel sacerdote, que de la noche a la mañana desapareció y nada han vuelto a saber de él?

Al fin los habíamos encontrado y la alegría se consolidó en todos nosotros.

Seguía sin ser localizado el grupo de cinco de la cárcel de Pamplona fusilados el 26 de octubre. Teníamos noticias de que pudieran estar en Ibero, y decidimos ir allí Juanjo, Mercedes Ulibarrena y su esposo. En Ibero nos esperaban Leonor Irisarri, Félix y Matías Guinduláin, y Loli Busto, esposa de Félix.

Juanjo, que trabajaba en Ibero, había contactado con algunas personas, para que pudieran informarnos sobre el particular, y nos dieron información precisa y real de que en ese mismo día ni en otros hubiesen llevado a personas de Peralta. Que las 20 personas de ese mismo día sacadas de la cárcel de Pamplona eran de Larraga, y que estaban enterrados en dos grupos de 10, al pie de un pequeño montículo, conocido como «Las tres cruces», porque una señora de Larraga, Orosia Frauca, vivía entonces en Ibero y encargó las tres cruces en hierro para señalar el lugar para una posible búsqueda posterior.

Visitamos a la señora en Pamplona, que nos confirmó la versión recogida en Ibero y que ella los conocía a todos.

Una vez que supimos que los presos del segundo grupo de Tafalla estaban en Monreal, nos pusimos en contacto con los demás pueblos que estaban con los nuestros, Berbinzana, Caparroso, Cáseda, Gallipienzo, Murillo el Cuende, Funes, San Martín de Unx, Pamplona, Tafalla y Peralta.

En cuanto a la fosa de Falces, se comenzó a vislumbrar una solución para exhumar a todos a la vez, pues el párroco que estaba en 1936 dejó anotado el orden en el que estaban enterrados según fechas de enterramiento. Así pues se contactó con todos los pueblos que tenían fusilados allí y poco a poco se fue haciendo más fácil la localización. Había restos de Gallipienzo, Larraga, Olite, Funes y Peralta.

Habíamos hablado con el enterrador de Monreal, y quedamos en ir. El párroco, llamó al enterrador. ¡Pobre hombre! tenía 16 años cuando les enterraron y su hermano unos 20 años. Llorando decía que no lo había olvidado nunca.

«¿Ud sabe todo lo que hicieron con ellos, toda la noche, toda la noche haciéndoles sufrir, no sé cómo podían hacer esas cosas. No vaya a creer que les mataron gente de por aquí, no, no».

«Les obligaban a confesarse y al que no quería le daban de golpes, les tenían atados metidos primeramente en los autobuses en los que les trajeron, pero cuando les apetecía sacaban a algunos y les hicieron mil injurias, y aún se reían, fue horrible, horrible. Cuando ya habían matado a todos y estaban metidos en las zanjas echamos cal viva encima de ellos. Se hizo allí mismo un almuerzo y como no estaban todavía cubiertos de tierra, les echaban los huesos encima y aún hacían chistes de ello, y todos a carcajada. Fue horrible, horrible y tantos hombres, no hay derecho, ¡qué horror!»

Conforme nos lo contaba lloraba como un chiquillo, a veces no podía continuar porque le embargaba la emoción, y se cubría el rostro con las manos. Se llamaba Pablo Ojer, Lorduras.

Bajamos nuevamente al lugar donde estaban, pues ya había otras tumbas con menos hombres y eran de Aoiz, Aós, Yesa, y Pamplona; éstos estaban en una explanada. El grupo de los presos de Tafalla estaban más hacía el río, debajo de los árboles y plantas que habían crecido exuberantemente.

De primeras calculamos los restos de 64 personas los que íbamos a recoger, pero fueron finalmente 73.

La hija de Saturio García de Tafalla nos ofreció en su nombre y en el de su madre, utilizar el panteón familiar para guardar provisionalmente los restos.

Luis Luri de Azagra, que llevaba el restaurante de Arlas, se ofreció a llevar los cajones en su furgoneta. Lo mismo hizo Alfredo Ruete, Koske, que ya nos había ayudado anteriormente.

Cuando fuimos a sacar los de Falces nos acompañó don Juan José Catalán, pero después del funeral de Peralta, divulgó que Ángel Vidondo se había metido con la familia Sagardía, lo cual es totalmente mentira. En la homilía de Ángel Vidondo se puede comprobar que no dijo ni una sola palabra alusiva ni de esta familia ni de ninguna otra.

Una vez que todos los pueblos teníamos los permisos familiares y de sanidad, marchamos de los siete pueblos a recoger sus restos. Acudimos unas 150 personas, no olvidemos que eran 64 presos, después encontramos más. La carretera se llenó de coches, gente mayor, jóvenes y niños acudimos en busca de nuestros seres queridos. Muchos de nosotros nos conocíamos de siempre, otros acabábamos de hacerlo, pero fue notable la gran voluntad de todos en ayudarnos. Hermanarnos unos con otros, colaborando todos a una con todos sin excepción.

Dentro de la arboleda al fondo se hallaban los presos de Tafalla y de Pamplona. La unidad de nuestros seres queridos en aquellas fosas comunes, hizo que surgiera entre nosotros el mismo sentimiento de hermandad.

Hablando con Pilar García de Cáseda, a quien le mataron al padre, Antero García, me decía: «Para mí es igual si tengo en Cáseda los restos de mi padre o son los de otro compañero, es exactamente igual, ellos sufrieron la misma muerte, se hermanaron en ella, yo les quiero como si todos fueran uno, como si todos ellos fueran mi padre y sé que en los otros pueblos fueron recogidos con el mismo cariño y esto me basta». Y así fue realmente el espíritu que nos unió a todos.

De Tafalla vino la Cruz Roja. El conductor era nieto de un fusilado de Murillo el Fruto, y su padre, Jesús Ausejo, compañero de estudios de Ángel y Tomás Vidondo de Peralta; vive en Tafalla, no faltaba ni un sólo día para ayudarnos en lo que pudiera. Su padre había sido fusilado en la primera revuelta del Fuerte San Cristóbal en 1937.

El terreno había cambiado después de 42 años, por lo que Pablo Ojer, el enterrador, no acertaba a distinguir el lugar exacto. Además estaba muy afectado y al ver aparecer tanta gente todavía se conmocionó más.

Se comenzó primeramente a limpiar de maleza y plantas, se sabía que aquél era el lugar y aunque costara había que empezar. El alcalde Antonio Salas de Monreal se fue al pueblo para buscar entre los vecinos más información y se tuviera más seguridad. El hermano de Ojer, vivía, pero no salía ya de casa. Finalmente, entre todos coincidieron con el sitio, podía estar un poco más a la derecha o a la izquierda, pero estábamos en el lugar preciso.

Comenzó a llover de lo lindo, pero se siguió trabajando, se comenzaban a ver algunos restos. Los que estaban dentro de la fosa se calaron, pero allí nos dieron las ocho y media de la tarde y quedamos en volver al día siguiente.

Se estaban sacando los restos de uno de ellos, que pertenecían a alguien de una gran complexión física. Al mostrarlo, Lola comentó llorando: «Yo creo que éste será mi padre, pues era muy fuerte». Su tío Gerardo, llorando también lo dijo: «Sí hija mía, éstos son los restos de tu padre, éste es tu padre». Al no aparecer ningún otro con esa constitución, quedó claro que era el padre de Lola Díez.

Carlos Pérez Gogorza estaba afanoso buscándolos con sumo cuidado, mientras les hablaba: «Pobricos, ¿qué hicieron con vosotros?, ¿qué males habíais cometido? Ya estáis saliendo, os vamos a llevar a casa, pobricos, cuánto hicieron con vosotros».

Cuando la guerra, Carlos tenía 4 años, pero quiso mucho a su hermano Eugenio y se desvivió por todos. En muchos momentos el cariño con que les hablaba hacía que lloráramos todos emocionados.

Mi tía Pilar y mi madre recordaban que a su hermano le faltaba un diente en el lado izquierdo. Así pues estábamos pendientes de ello y al poco de salir el padre de Lola, salió mi tío José Orduña Asín. Esta vez fue Javier Lorea quien sacó la cabeza. Al verla vimos que era él.

Mi madre se metió en la fosa, es la primera mujer que se ve bajando, a la izquierda.

Javier Lorea también fue uno de los que trabajó sacando restos de lo lindo. Los que no podían trabajar dentro de las fosas, nos dedicábamos a recoger los restos y colocarlos en unos u otros cajones. Estos estaban marcados con el nombre de los pueblos y algún otro sin ninguna referencia, para los restos que no conocíamos.

Ya llevábamos un rato sacando restos cuando Ojer se me acercó ya más tranquilo, al ver que salían los restos y nos dijo:

«Quería decirles, que, a los cuatro días de que mataran a este grupo vinieron con cinco hombres más y una mujer y están enterrados a un lado de éstos pero en la misma fosa.

No sé de dónde eran pero sí se que les mataron los mismos que mataron a los primeros, pues no se me han olvidado ya jamás, si volviera a verles les reconocería.

Justo a los cuatro días de matar a estos que trajeron de Tafalla nos volvieron a llamar a mi hermano y a mí para que volviésemos, que había que enterrar a otros, era sobre las ocho y media de la noche. Como ya sabíamos lo que había ocurrido el día 21 que nos amenazaron con matarnos también si no íbamos, sin rechistar fuimos mi hermano y yo. Como estaba lloviznando hicieron pronto el trabajo, los mataron rápidamente en el alto y cuando los mataron los echaron abajo y nos dijeron: «Ya están para enterrar, pero esperar, que tenemos ahí una loca, ya la vamos a traer y los enterráis a todos juntos».

¡Sí, sí, loca!, la tenían encerrada en uno de los coches, cuando terminaron con los cinco primeros se fueron al coche donde la tenían y la fueron violando uno tras otro, la pobre gritaba y forcejeaba, pero no le sirvió de nada, como ella se resistía la sujetaban los otros y se echaban iguales carcajadas que cuando hicieron sufrir a los del primer día.

Después le dieron dos tiros y cogiéndola entre dos, la echaron encima de los otros desde el alto. Llevaba un quimono blanco con medios melocotones y al echarla encima de los otros, los faros dejaron ver lo que habían hecho con ella, estaba en estado. Luego nos enteramos que era una maestra de la Normal de Pamplona, a su marido le mataron en el Perdón. Allá a los años vinieron familiares a informarse si estaba aquí en Monreal, pero no sabría decir quiénes eran. Cuando les dimos los detalles de cómo era y cómo iba vestida nos dijeron que era de ella misma».

Acordamos ponernos de nuevo en contacto sobre este grupo, y le pedimos encarecidamente que indagara en el pueblo por si alguno sabía algo más. Le comenté al alcalde lo contado por Ojer y lo que nos pasaba con un grupo de Peralta de Ibero pero que en el pueblo nos aseguraron que no estaban, prometiéndonos indagar sobre ello. Fueron muchas las personas de Monreal que nos ayudaron, a quienes estamos muy agradecidos.

Nuevamente aparecieron dos cabezas prácticamente juntas e iguales y los antebrazos atados con un alambre: «Esos son los Chivite». Junto a sus restos salió un pequeño paquete, eran las monedas que habían usado para casarlos por la Iglesia.

Una señora (Esperanza Sánchez de Tafalla) con el pelo blanco comentó: «Ese es Juan Chivite, el pequeño de los hermanos». Le pregunté si lo había conocido: «¿Ves mi pelo?, pues está así desde el día siguiente que les sacaran de la cárcel». «Nos hicimos novios en la cárcel sin conocernos, solamente hablábamos a través de las celdas». Se vieron por primera vez el día que se los llevaron. Esperanza Sánchez, tenía 24 años y estaba presa con 11 mujeres más; creyeron que se las llevarían también, pero las dejaron.

El agua seguía cayendo sin descanso y a eso de las ocho y media de la tarde dejamos todo para el día siguiente. Los restos, como ya habíamos acordado con la familia de Saturio García de Tafalla, los trasladamos en sus respectivos cajones hasta Tafalla y los recogimos en el panteón.

En Monreal estaban Leonor y María Irisarri. Les comentaron lo que nos había dicho Ojer, el enterrador, y creímos que era casi seguro que los 5 asesinados del día 25 de octubre eran los que llevábamos tantos días buscando.

Al día siguiente nos encontramos con Nieves Vidondo, hija de Félix uno de los cinco asesinados el día 25 de octubre, y le informamos: «¿Dónde?». «En Monreal». Nieves se echó a llorar.

Volvimos a Monreal y Carlos Pérez Gogorza, Cholo, llevó una lona para poder proseguir con menos molestias, pues seguía lloviendo mucho. A las tres de la tarde recogimos y los dejamos para el fin de semana siguiente. Estos tres hombres, cada día venían puntualmente, por lo que yo llegué a creer que tendrían algún familiar. Algún día en lugar de venir tres, venían dos, pero siempre los mismos y cada día se colocaban a mi lado y yo hablaba con ellos con toda normalidad. Volveré sobre el tema más adelante.

Félix y Matías Guinduláin, pero sobre todo Félix, estaban mosqueados porque presentían que les ocultábamos algo. Él no sabía muchas cosas de lo ocurrido en la guerra, menos todavía de algunos matones o responsables de aquellas muertes. Nosotros recogíamos cada día más información y había cosas que preferíamos callar para evitar el sufrimiento de los familiares.

Félix nos lo planteó un día claramente y Juanjo le dijo que entre las personas con las que convivía normalmente había gente a la que no iba a poder mirar igual. Estuvieron en mi casa y les informé de cuanto pude informarle, pues había un familiar responsable de la muerte de su abuelo, que había mandado que le inscribiese fallecido en el término de Monreal.

Tomás Vidondo fue informado por su hermana Rita de lo que pasaba y nos pidió que le avisáramos, pues podía reconocer a su tío enseguida, ya que llevaba un puente de platino y unas muelas postizas.

Aunque el decreto de confesión le impedía dar más datos, el párroco de Monreal certificó que las familias de los cinco asesinados podían llevarse los restos con la seguridad de que eran sus familiares. Alguien del pueblo sabía que eran los de Peralta.

Félix y Loli su esposa fueron informados por el párroco de que entre aquellos restos estábamos sacando a su abuelo.

Al conocer los datos, Leonor Irisarri volvió con otra esperanza, convencida de que entre los restos de aquellas seis personas asesinadas estaba su padre. Quien mandó se hiciera la inscripción sabía muy bien que estaban en Monreal, si bien mintió, dando otros lugares.

Javier Vidondo, hijo de Félix, lloró amargamente cuando descubrió el acta de defunción de su padre, más al ver la firma del responsable de su muerte en Tafalla, un familiar no de sangre, pero familiar muy directo.

En el nuevo viaje a Monreal vino Tomás Vidondo, y al poco de comenzar apareció una medalla de plata de la Milagrosa. Tomás la reconoció: «Aquí está mi tío, llevaba una medalla de la Milagros, que le llevó sor Vitoria» (monja de la Caridad de Peralta). Cuando apareció la cabeza allí estaba el puente de platino de su tío.

Estaban todos los familiares de los 5 hombres asesinados el día 25, entre ellos José Luis Ulibarrena y su hermana Mercedes, Esperanza González, esposa de José Irigaray, Pitón; Julia Irigaray, hermana de José, Lola Díez, sobrina, Javier Vidondo, hijo de Félix, y los nietos de Félix y Matías Vidondo, y otros sobrinos y nietos; Leonor y María Irisarri… Por el tamaño y otros detalles identificaron a todos. Efectivamente, salieron donde había indicado Pablo Ojer.

Fue una gran alegría, tras las incógnitas que habíamos tenido, que allí estuvieran los cuerpos de Victorino Irisarri, Félix Vidondo, José Irigaray, Isidoro Itúrbide y Francisco Ulibarrena, junto con el de la maestra.

Finalmente, el sexto día apareció Juanito Lezáun Pérez, Patán, el hermano de Antonia Lezáun. Su cabeza tenía un tiro en la nuca: «Juanito, Juanito ya has salido, ya has salido, pobrico, pobrico, cuánto hemos sufrido todos…».

Terminamos de sacar a todos, nos despedimos de la gente de Monreal, dándoles las gracias a Ojer, al alcalde y a otros vecinos que habían venido.

En Tafalla hicimos el reparto por pueblos, y se dejaron en un cajón los restos que habían aparecido de más, entre ellos el de la maestra de Pamplona, por si aparecían sus familiares reclamándolos. Si no fuera así, se recogerían en el panteón de Tafalla.

Estábamos muchas personas para recogerles y llevárnoslos para nuestros pueblos. Al ver tal cantidad algunos exclamaban cómo habían podido matar a tantos. Carlos el Cholo respondió: «y aún tiene alguno la poca vergüenza de estar aquí, ni la tuvieron ni la tendrán». El aludido era de Peralta, pero no se dio por enterado, se ve que tenía buenos bemoles y sangre fría.

Apareció por el panteón el párroco de Cáseda que nos comentó que se corría por el pueblo de Cáseda que pudiera estar el párroco de entonces, don Eladio Celaya Zalduendo natural de Peralta, asesinado también, porque los responsable no lo negaban.

Concepción Toledo, sobrina de Eladio, me habló de una señora de Cáseda que sabía de su muerte y que le habían cortado la cabeza igual que a San Juan… Así que quedamos en entrevistarnos con esa señora que vivía en la Chantrea.

Grupo de asesinados el día 25 en Monreal

El día 25 de octubre a las 8 de la tarde firmaron la libertad José Irigaray Osés, Vitoriano Irisarri Amtatriain, Isidoro Itúrbide Campo, Francisco Ulibarrena Catalán y Félix Vidondo Itúrbide. Una vez firmada los subieron en un automóvil y les llevaron hasta Monreal donde serían asesinados rápidamente, ya que estaba lloviendo y tenían en el coche para violarla a la pobre joven encinta, profesora de la Normal en Pamplona.

José Irigaray Osés, Pitón, de 43 años de edad, casado con Esperanza González, tenían 3 hijos. Jornalero de UGT.

Trabajador en el campo, a una con su cuñado Carlos Burdaspar, Jesús Boneta y otros trabajaron para conseguir un mejor reparto de las tierras comunales, por la justicia y la libertad. Con él habían fusilado a 5 familiares directos y otros tantos más indirectos.

Victoriano Irisarri Amatriain, Tallador, de 51 años de edad, casado con María Ricarte, tenían 4 hijos.

Pertenecía a la Junta del PRA y trabajaba en la Azucarera de Marcilla. Detenido el día 21 de julio, permaneció en la cárcel hasta el día de su muerte, tras firmar la libertad.

Había estado de concejal antes de la República y trabajó por los comunales y demás intereses de los más necesitados sobre todo. Fuera ya del Ayuntamiento, siguió trabajando a una con los concejales republicanos como uno más para conseguir la Reforma Agraria, preocupándose siempre de que se diera trabajo a los jornaleros y se les repartiera el comunal. Económicamente estaba bastante bien, con tierras propias, mas esto no les impidió trabajar por los demás.

Isidoro Itúrbide Campo, la Putana, tenía 63 años de edad, casado, poseía tierras propias por lo que su situación económica era buena.

Vivía en Argentina y vino a Peralta, de donde era natural, a pasar una temporada. Era de Izquierda Republicana y fue el promotor de inculcar el espíritu republicano entre sus compañeros y amigos.

Era, según me han comentado, un hombre de mucha personalidad y cultura, atento con todo el mundo, y en sus horas libres hablaba con unos y otros exponiendo sus ideas republicanas y trabajando con los republicanos. Era tío de Victoriano Irisarri y de los Capotillos, y Vidondos.

Francisco Ulibarrena Catalán, Arroyo, de 46 años de edad, natural de Funes, casado con Jacinta Arellano, tenía tres hijos, entre ellos el escultor peraltés J.Luis Ulibarrena. Camionero de profesión y tabernero, en cuyo rótulo anunciador se leía esto: «El sol sale para todos». Mi padre era vecino, y me habló muchas veces de él, un hombre muy trabajador, un manitas. Él mismo se arreglaba el camión, con cualquier tipo de soluciones.

Félix Vidondo Itúrbide, de 51 años de edad, viudo con dos hijos, Nieves y Javier. Labrador con bastantes tierras propias y trilladora, contrataba a jornaleros para los trabajos necesarios en sus respectivas épocas. Presidente de Izquierda Republicana.

Como sus hermanos, su tío Isidoro Itúrbide y su primo Victoriano Irisarri, no dejaron de preocuparse por los campesinos y jornaleros de todo gremio que vivían circunstancias de máxima pobreza, y como uno más luchó por su pueblo, por sus propios jornaleros, siendo a su vez patrón de grandes sentimientos y actuaciones humanitarias. Pero esto no agradaba a la mayoría de grandes propietarios de la tierra.

Las mujeres a las que les cortaron el pelo fueron obligadas a duros trabajos

Como ejemplo de los muchos que se dieron, de actuaciones contra mujeres a las que habían cortado el pelo, están Juanita Pérez Gogorza, Bolera, y Carmen Castillo Pérez, Meletona, a las que obligaron a trabajar en una trilladora de Félix Vidondo, que ya estaba preso en Pamplona. Aunque Marino Pasarín era el encargado, había como vigilante de turno uno de derecha, que obligaba a Juanita y Carmen a quitarse los pañuelos con los que cubrían sus cabezas rapadas, teniendo que cargar los fajos de mies sobre sus cabezas y acercarlos a la trilladora. En un día de inmenso calor pidieron agua, pero el derecha, no les permitió beber. Avanzada la tarde les indicó para beber un lugar alejado donde no había nada, riéndose a carcajadas. Marino exponiéndose a cualquier cosa de aquellos matones perdió ya la paciencia y se plantó al derecha. Cuando éste les ordenó que se quedaran para barrer la era nuevamente Marino se le plantó y mandó a éstas a sus casas y dirigiéndose al chulo: «Si quieres que barran la era, traes aquí a tus hijas, sinvergüenza».

Por estos parajes mataron al joven de Beire, Dionisio Zufia Escobés, del que no pudimos conocer el lugar exacto, y por informaciones de José Castillo Sola, Carrizo, había algunos más, pero la gente de Calahorra no conocían exactamente quiénes y cuándo habían sido asesinados, ya que lo hicieron con familias enteras y otras muchas se habían exiliado. (Lo que antes eran las eras, pasaron con el tiempo a ser piezas de cereales y parece ser que al labrar y arar salieron restos.)

Tres personas más asesinadas en Falces

La noche del 25 de octubre, tres personas más, serían llevadas a Falces y en la madrugada del día 26 fueron asesinadas. Los matones se llevaron de sus casas a León Asín Osés, Luis Lorente Osés y Vicente Moreno Campo hasta un rastrojo de Falces cercano al cementerio.

León Asín Osés, Torico, de 75 años de edad, casado con Heladia Velasco, tenían cuatro hijos, jornalero de Izquierda Republicana.

Hacía 5 días de la muerte de su hijos Tomás Asín Velasco y de su yerno León Pérez Echarri en la Tejería de Monreal, cuando se lo llevaron. Los curas implicados en la represión le obligaron a confesarse, pero León se negó: «¿Con vosotros me voy a confesar yo, que venís a fusilarme?». Los sacerdotes que le acompañaban le dieron a besar el crucifijo con golpes en la boca. Los matones le exigieron que gritase «Viva España», pero les contestó «Viva la República», «Viva Azaña», repitiendo el intento.

Enfurecidos cogieron una botella de gasolina y rociándole, encendieron una cerilla y le dieron de arder. Envuelto en llamas el pobre hombre corría dando alaridos de dolor. Entre los presentes en tan macabro asesinato se hallaban dos nietos, uno de sangre y otro político.

El nieto de sangre, Félix Alonso, Chupacha el grande, como tantos otros, había sido obligado a llevar a Falces a quienes iban a ser fusilados y a los matones, entre ellos los dos sacerdotes. Normalmente no conocía a quiénes llevaba y ese día tampoco, pero al escuchar los alaridos de su abuelo le reconoció y saltó del camión corriendo hacia él y quitándose la chaqueta se la echó encima cubriéndole el cuerpo para apagarle el fuego, que había prendido en todo su cuerpo. «Ya basta, ya basta», gritaba llorando. Uno de los matones lo remató.

En cuanto pasó la guerra Félix se fue a trabajar a Pamplona y mientras vivió su madre y su abuela venía a verles, pero ya después no se le vio por Peralta.

Mi padre me contó muchas veces esta historia, y la de otros matones que se vanagloriaban de haber jugado al balón con dos cabezas de fusilados.

Luis Lorente Fernández. El de la navarrita. Natural de Funes, de 34 años de edad, casado con Benedicta Osés, con dos hijos. Uno de ellos era una niña, a la que antes de la guerra mataron accidentalmente unos de Funes con un carro. Los mismos que asesinaron a Luis, junto con vecinos de Peralta.

Estaba afiliado a la UGT. Por los informes que tengo era una bellísima persona, trabajador, honrado, y cariñoso con todo el mundo.

Vicente Moreno Campo, Lázaro, de 36 años de edad, casado con María, no tenía hijos, era de UGT.

Le escuché muchas veces a su esposa, e incluso a su segundo marido, que «era un gran hombre, un buenazo», idéntica opinión a las que he buscado recientemente.

Son asesinados las últimas personas de Peralta

A última hora de la tarde, ya casi de noche, preparaban el camión en la puerta del cuartel de la guardia civil. Entre ellos los dos sacerdotes de Peralta.

En la cárcel había dos personas, José Marzal Irisarri, que había sido detenido hacía algunas semanas, por una denuncia de un vecino de Falces que le debía bastante dinero de moler harina (José Marzal era propietario del molino mayor que había en Peralta), tras una discusión en la que el de Falces quería que le moliera sin pagar su deuda.

Su hermano don Juan Marzal, sacerdote de Peralta, se mantuvo alerta, tratando de que nada le pasase. A media tarde aparecieron por las inmediaciones de la cárcel un grupo compuesto por vecinos de Falces, Funes y Peralta y sin tapujos hablaron que se lo iban a llevar esa misma noche a fusilar. Mi suegro al oír esto marchó a casa de don Juan Marzal y le comunicó lo que había oído.

Con la ayuda de Santiago Ruete dieron orden de que lo sacaran de la cárcel. Cuando los matones vieron que no estaba, cogieron en su lugar a Encarnación Resano Falcón, madre del mudo Jericó. La metieron al camión y los llevaron hasta Falces, donde les asesinaron junto al cementerio.

Con Encarnación se llevaron también a Pedro Castillo Caballero, Estanislao Irigaray Amatriain, Agustín Rodríguez Irisarri, Gregorio Soto Pérez, Pedro Urroz Corro y Juan Ricarte Zoco. A éstos los sacaron de sus casas.

De nuevo los coadjutores de Peralta les invitaban a confesarse, y si alguno no quería les daban con el crucifijo en la boca. A Encarnación le dispararon en sus genitales, y la dejaron desangrándose pero sin morir. A la mañana un pastor de Falces que en 1978 tenía 83 años, recordaba con toda clase de detalles cómo la encontró en la tapia del cementerio, todavía viva, que a duras penas pudo decirle que era de Peralta.

Bajó el pastor al pueblo y buscó al alcalde, que llamó a algún otro y al enterrador y subieron con el pastor al cementerio, donde encontraron a Encarnación tal como les había contado el pastor. Entonces el alcalde «mandó darle el tiro de gracia para que no sufriera más». Ése fue su comentario a la familia pocos días más tarde.

Aclararé que el alcalde de Falces era de Peralta, cuñado de Cándido Jericó Resano, hijo de Encarnación, que hacía 6 días habían asesinado en Monreal.

¿No había hospital acaso? ¿Si había durado tantas horas, no era posible extraer la bala y curarle? ¡Era más fácil dar los tiros de gracia, claro!

El alcalde comentó así mismo a la familia que ;«se había encargado personalmente de que se le pusiera una caja de muertos y se la enterrara dentro del cementerio», y así lo creyeron siempre.

Pedro Castilllo Caballero, Cebollero, de 47 años de edad, viudo con dos hijos, un hijo y una hija.

El hijo marchó al frente y allí le mataron. Ya no le quedaba más que su hija, entonces de 19 años. Pedro, pertenecía a UGT, trabajaba en la Azucarera, hombre responsable y de bien.

Su hija Ángela nunca jamás lo ha olvidado, nunca ha dejado de sentir la huela desgarradora que dejó impresa en ella la muerte de su padre, lo único que le quedaba en la vida, y para más escarnio fue el novio quien se lo llevó a matar.

Se volvía a repetir el caso de Marieta Balduz. Pero no terminó con ello, ante el rechazo de Ángela por lo que había hecho con su padre, divulgó que Ángela era una mujer fácil y tuvo que soportar más de un insulto o solicitudes obscenas de cerdos asesinos. En este sentido fue una de las que más sufrió. Ante todo esto, una tía carnal, Margarita Castillo Caballero, que era de derechas, se hizo cargo de ella actuando con Ángela como una madre.

Estanislao Irigaray Amatriain, Alcaldillo, de 47 años de edad, casado con Francisca Osés, con 3 hijos, de UGT, jornalero.

Conocí a los hijos de Estanislao, bellas personas, callados, respetuosos. Miguel quedó viudo teniendo sus hijos pequeños y les cuidó con el esmero de una madre, a estos y a sus nietos también huérfanos muy pronto; Jesús trabajador, formal; Tomás demasiado bueno para este mundo.

Agustín Rodríguez Irisarri, Pimpozo, de 45 años de edad, casado con Juanita Castillo, con dos hijos.

Trabajaba en la Azucarera de Marcilla, afiliado a la UGT. No se cambia la información recibida, hace 28 años fue la esposa quien me informó sobre Agustín, hombre extraordinario lleno de una bondad natural por la que nadie a su lado se veía desprotegido, era según me han comentado servicial y lleno de bondad en su trato. Y qué curioso, hablas con personas de derechas y coinciden con la misma información que me han dado personas de izquierdas.

Gregorio Soto Pérez, Soto, de 36 años de edad, soltero, también de UGT, su otro hermano había sido asesinado en el tercio Sanjurjo el día 2 de octubre.

Persona formal, con inquietud por la justicia agraria y social. Éste fue su objetivo y por ello estaba en UGT, fiel hasta el final de sus días, se quedó en casa para cuidar de sus padres ya mayores, por trabajar para ellos, pero esto no servía para los asesinos.

Pedro Urroz Corro, Moscas, de 43 años de edad, casado con Pilar Burdaspar, no tenía hijos, de Izquierda Republicana, jornalero.

Pedo, hombre muy trabajador y aunque no tuviera hijos y no necesitara tanto, no estaba de acuerdo con la injusticia con la que se trataba a los jornaleros y por supuesto de que la tierra la tuvieran entre cuatro, siendo comunal. Así pues, como tantos otros se hizo de IR, para luchar por la Reforma Agraria, por la justicia y la libertad. Y lo hizo sin esconderse, cara a cara cuando era necesario, pero nunca se metió con nadie ni tuvo problema alguno.

Juan Ricarte Zoco, de 35 años, casado con Pilar Francés, tenían 2 hijas, Nieves y Teresa, jornalero y perteneciente a la UGT.

Juan, parece ser era un hombre muy callado, trabajador, sufría en sus propias carnes la carestía a la que estaban obligados los jornaleros campesinos, de ahí su pertenencia a UGT, con la esperanza de que, un día pudieran cambiar su situación y con ella, la de su familia.

Entre las personas enterradas en Falces estaba Encarnación Resano. Incluso algunos familiares creían que había sido presa en octubre en el mes del Rosario, si bien su hijo Fermín a mi madre y a mí nos decía que había estado tres meses en la cárcel, pero no recordaba el día exacto, quizás el día 8 de agosto. Tampoco los familiares lo sabían con exactitud, quienes vivían eran entonces muy jóvenes y algunos sobrinos ni vivían.

Por el escrito del corresponsal de Diario de Navarra sabíamos que fue en agosto y no en octubre cuando se la llevaron a la cárcel. Puesto que estaban enterrados en orden de los días que les habían ido matando, era fácil saber de dónde eran unas u otras tumbas, pero yo tenía preocupación por los restos de Encarnación, ya que de Funes había también dos mujeres, de agosto. Confiamos que efectivamente estaban en orden de enterramiento y que los de Peralta eran los últimos.

Íbamos a ir por la tarde todos los pueblos; por la mañana me llamó José María Jimeno Jurío y me dijo:

«Josefina, ¿vas a ir esta tarde a Falces? Pues estate bien atenta a ver cómo sale Encarnación, ya que el pastor que la encontró, que aún vive, me ha comentado que de caja nada, que el enterrador que entonces estaba era un canalla hasta el punto de enganchar al caballo los cadáveres si éstos estaban más lejos del cementerio y los llevaba arrastrando por el campo como si fueran rastrillos.

A la señora de Peralta que el pastor atendió, además de no ponerle caja, la metió entre dos de Peralta, uno lo puso cara arriba, después la metió a ella y luego puso el tercero encima de ella bocabajo mofándose de ella con que «no le faltaría sexo hasta la eternidad»».

Así pues estuvimos alerta para comprobar esto, lo sabíamos algunos, Juanjo Orduña, Luis Villafranca, mi madre y yo, por lo que vigilábamos las cinco tumbas que había de Peralta para ver si efectivamente el informe era verídico.

En la primera que se abrió estábamos al lado izquierdo de la tumba. El enterrador del 78 en Falces, Fermín Jericó, Valen Asín, nieta de León, y un primo carnal.

Comenzó a salir la tierra, con paja requemada, y el enterrador preguntó: «¿No le dieron de arder a uno de Peralta?». Persuadidos de que era él, comprobamos que efectivamente le habían dado de arder. Luego era cierto lo que me contara mi padre sobre el particular.

Ningún otro resto salió con paja requemada.

A la derecha de la tumba de León Asín se sacaron los restos de Luis Lorente Fernández y de Vicente Moreno Campo.

Estábamos ya terminando de recoger los restos de León y dos tumbas más a la derecha de ésta, habían sacado ya los restos de una persona. Estaba boca abajo, le reconocieron las personas mayores y aseguraron era Pedro Urroz Corro, Moscas.

Javier Lorea, que estaba en la tumba donde ya se había reconocido a Pedro Urroz, levantó otra cabeza en la mano. El mudo comenzó a llorar: «Mama, mamá, mamá…». con él lloramos todos. Nunca lo hemos olvidado.

al ser un lugar de secano, ya que el cementerio está en el monte, los restos se guardaron más completos que en otros lugares. Encarnación tenía un pelo muy negro y largo recogido en un moño. Sus restos conservaban gran mata del pelo negro y largo.

Gloria Villafranca dijo: «Saldrán las horquillas que llevaba sujetando el moño». Pedro Jesús Pérez Resano, hijo de Beatriz Resano, la sobrina que recogió al mudo en su casa comentó: «No saldrán porque cuando a la mañana siguiente fue mi madre a llevarle el desayuno como todas mañanas, el que estaba en la cárcel de guardián le dijo a mi madre que se la habían llevado por la noche y le entregó un paquetico. Cuando vino a casa mi madre lo abrió y eran las horquillas y las peinetas recogidas en un papel, por dentro estaba escrito con lapicero y decía así: «Adiós hijas mías, ya no nos veremos más, me voy al cielo, donde seré feliz»».

Además del pelo había trozos del delantal, de la falda, las medias casi completas.

Debajo de ella salieron los restos de Juan Ricarte Zoco. Era pequeño de estatura y así eran los restos.

Luego la versión dada por el pastor a Jumeno Jurío era totalmente cierta.

Seguidamente salieron otras dos tumbas con los restos de Pedro Castillo Caballero y Agustín Rodríguez Irisarri, en una, y en la otra Estanislao Irigaray Amatriain y Gregorio Soto Pérez.

Al lado de las nuestras estaba otra, con tres de Olite, entre ellos quien fuera teniente alcalde antes del Alzamiento, Juan García Lacalle. Los de Olite comenzaron a inquietarse, pues estaban saliendo los restos, pero no aparecían las cabezas.

Se sabía que a Juan García Lacalle le había pasado el camión por encima de la cabeza una y otra vez, hasta deshacerla, y parecía lógico pensar que las otras dos eran aquellas cabezas de que contaba mi padre habían jugado con ellas al fútbol en Falces, gente de su cuadrilla, miembros casi todos de la «cuadrilla de la muerte». Ningún otro salió sin cabeza en todo el cementerio.

Estábamos contemplando aquellos restos cuando aparecieron los restos del padre de Mariano Remón de Gallipienzo.

Allí salieron los de una mujer y una niña. Por sus botas que todavía se conservaban y el tamaño de la cabeza, calculamos que tendría entre 4 o 5 años. Su cráneo estaba roto por el tiro que le dieron, con un tiro en la nuca, seguramente con un mosquetón. ¿Qué había hecho aquella criaturita? Desgraciadamente, no supimos de dónde era.

Junto a la tumba de estas tres personas, se abrió otra en la que se encontraron los restos de los hermanos Ferrer de Gallipienzo, fusilados la misma noche que el padre de Mariano Remón, el día 18 de septiembre, con dos más. A todos ellos les asesinaron los matones del Chato Berbinzana, algunos de Peralta, entre estos hermanos Yeseros.

Las dos mujeres de Funes salieron más arriba, más cerca de la pared del cementerio, tenían la esperanza de reconocerlas, pues una llevaba un pañuelo blanco y efectivamente salió. Pilar Pardo tenía 9 hijos, Luciana Viguria no los tenía.

Ya habíamos recogido prácticamente a todos, seguíamos intentando recoger a Sebastián y Daniel para antes de hacer el funeral, pero como ya he expuesto fue imposible.

Uno de Peralta enterrado en Murillo el Cuende

Teodoro Asín Arpón, Cartucho, hermano del Caballero Asín, tenía 27 años, soltero, trabajaba en Mélida de jornalero, era miembro de la UGT. Mi madre me habló de él, que era una buena persona.

Nos enviaron recado por parte de un tal X de Murillo el Cuende, de que había uno de Peralta enterrado en una viña de Murillo. Nadie nos había dado señales de que hubiera algún fusilado más, pero fuimos a indagar. Nos dio todos los pormenores, pero cuando llegamos al lugar donde estaba enterrado había pasado por encima la autopista y de la viña había desaparecido un gran trozo, justamente donde se le había enterrado.

Mi madre intentaba recordar personas que pudieran faltarnos y un buen día me comenta «¿sabes que a un hermano de Máximo Asín, después de la guerra nunca le he vuelto a ver?, trabajaba en Mélida o por ahí cerca, pero ni se ha oído se haya muerto, ni he vuelto a verle y como fuimos vecinos, siempre venía a ver a la abuela Filomena».

En el momento que vi a Máximo Asín le pregunté por su hermano, si vivía. Me dijo que no y que le habían fusilado, «pero cuando la guerra». Me contó ciertos detalles que aunque no aclaraban bien todo, implicaban a dos de Peralta.

Tras las informaciones que me diera Máximo Asín, que decía que un peraltés conocía el lugar exacto donde se hallaba y qué había ocurrido con su hermano, le pedí informes a ese peraltés, que pensábamos que estaba limpio. Pero este individuo no permitió colaborar porque «le ponían muy nervioso aquellas cosas».

Finalmente conocimos exactamente lo ocurrido. Teodoro no sabía leer, llegaron a Mélida los dos percales de Peralta, entre ellos el de ;«los nervios», y mandaron a Teodoro a Murillo el Cuende para que entregara el papel a un tal X de Murillo. Teodoro marchó ni corto ni perezoso e hizo lo que le encargaron. El tal X de Murillo leído el papel, le ordenó le siguiese y llegando a la viña le ordenó hiciese una fosa y una vez terminada le dio un par de tiros y allí mismo le enterró.

Un pastor vio cuanto ocurría en la viña. El asesino tiró el papel y una vez se marchó lo cogió: «Haz que cabe una fosa y cuando la remate le das un par de tiros y lo entierras». Los de Peralta habían tenido la osadía de explicarle a Máximo lo ocurrido con su hermano, sin decirle que habían sido ellos los autores de la orden.

Cuando llegamos a Murillo para indagar sobre el enterrado en Murillo, acudimos al hijo de Jesús Ederra, alcalde del 36 asesinado en Monreal. El matrimonio no podían creer que el tal X nos hubiera enviado el recado, pues era «uno de los mayores criminales de aquí y de los alrededores». Repasando los nombres del pueblo, que es pequeño, se dieron cuenta de que un pastor se llamaba como el criminal, y así fue. Este pastor era el que nos mandaba recado con unos de Caparroso que conocíamos de las exhumaciones. (Hace cosa de un mes me comunicaron que todavía vivía el asesino.)

Uno de Peralta asesinado en Valtierra

Personas de Valtierra nos informaron de que a un señor joven de Peralta le habían asesinado en Valtierra, e indagamos sobre él.

Eusebio Ricarte Zoco, de unos 39 años de edad, hijo de Simón y Guillerma, soltero, carpintero en Valtierra, miembro de la UGT, al que le apodaban el Peraltica fue asesinado en Valtierra el primero de todos, el 20 o 21 de julio. Pretendían dar un rápido escarmiento y eligieron a Eusebio por no ser de Valtierra.

Su hermano Juan fue asesinado en Falces el día 27 de octubre, en el último grupo de fusilados de Peralta.

Don Eladio Celaya Zalduendo, párroco de Cáseda, asesinado por los nacionales

Habíamos quedado en ir a la Chantrea, para hablar con la señora de Cáseda, en cuanto Concepción Toledo nos concertase una entrevista. Allí nos habló de don Eladio, que se hizo por encima de todo amigo de los más pobres, y de cuantos le necesitaban, cualquiera que fuese su color.

Nos comentó que le hicieron sufrir mucho personas recalcitrantes de la derecha casedana. Intentaron desterrarle, le difamaron y se ensañaron con él cuanto les vino en gana. Finalmente, con un grupo de casedanos entre los que estaba su propio hermano se lo llevaron a matar el día 14 de agosto. Diario de Navarra informaba del hecho, incluyendo a «una mujer joven y no mal parecida», pero nada decía de que don Eladio iba en ese grupo.

Siguió contándonos que a don Eladio lo mataron al pasar de Cáseda hacia las Bardenas y «a mi hermano y a los otros con mi hermano le llevaron hasta el frente de Sanjurjo y allí les fusilaron el mismo día 14 de agosto». La expresión primera de esta señora fue: «A don Eladio le cortaron la cabeza igual que a San Juan». En aquellos momentos creí que era una expresión como cualquier otra, pero no era así.

El párroco don Manuel ya me había comunicado que «por el pueblo se hablaba sin tapujos de que a don Eladio se lo habían cargado los nacionales y tenía que ser verdad cuando éstos no decían ni palabra». Aunque hay diferentes versiones de la ejecución, todas indistintamente coincidían en que había sido asesinado, y no muerto de muerte natural.

Fue quien puso en marcha la Caja Rural Católica para que los más necesitados pudieran disponer de préstamos a bajo interés y poder comprar simiente para la siembra, abonos, aperos para trabajar la tierra. Aunque la Caja estaba abierta a cualquier persona que lo necesitase.

Llevaba con meticulosidad todas sus notas, y también las referidas a los préstamos que hiciera, el nombre y la cantidad del préstamo.

Aquello supuso en Cáseda que muchos pudieran hacer frente a la vida con más holgura. En aquel entonces muchas personas no sabían leer ni escribir, y de ahí su gran ayuda prestada cuando él les ayudaba en cuantos menesteres les era necesario conocer ciertas leyes o simplemente de cuentas, etc. Con ello evitó en muchos casos que nadie fuera engañado. Todo ello le hizo ser querido por la mayoría de las gentes del pueblo.

Otra de las obras que llevó a cabo fue la de construir un granero para recoger los cereales quienes no disponían de él, evitando los problemas de deterioro y pérdida de valor por las malas condiciones de almacenamiento.

Don Eladio apoyó desde un principio que los comunales fueran entregados a los vecinos del pueblo, con ellos dialogó y promovió entrevistarse con Rafael Aizpún…

Cuando comenzaron las matanzas pidió a la Junta de guerra que no lo hicieran, pero al continuar, el 8 de agosto marchó a Pamplona para denunciar estas cosas al Obispado, donde le respondieron: «Aquí no tienes nada que hacer, arréglatelas como puedas».

Un vecino de Cáseda se lo encontró en la calle de la Merced, próxima al obispado, y estaba descorazonado.

Al volver por la tarde a Cáseda, se encontró que le habían quitado los colchones de la casa.

Esa misma noche se pasó a la Parroquia, era el día 13 de agosto. Por la mañana del día 14 bautizó a un niño. (Entonces se bautizaban a primera hora de la mañana y no se tardaban muchos días en bautizarlos ya que la mortandad en niños era inmensamente mayor que ahora y las familias cristianas lo hacían cuanto antes por costumbre por un lado, pero así mismo previniendo no muriesen sin bautizar.)

La mañana del 14 comenzó a cursar el acta de nacimiento de un niño que acababa de bautizar, pero ésta quedó sin terminar.

Esa misma mañana recibió una visita del Jefe de la Junta de guerra para comunicarle que se había tenido una reunión de la Junta y se había acordado que se le fusilase, pero que él se había opuesto pues no estaba de acuerdo y para que no le pasase nada se estaría con él hasta la hora que saliese el coche de línea para que saliera del pueblo sin problemas.

Este señor seguía insistiendo entre vecinos del pueblo que no lo mataron porque «estuve con él acompañándole y le llevé hasta el coche de línea donde se marchaban varios vecinos para el frente».

Pero esos vecinos fueron asesinados en el tercio Sanjurjo ese mismo día, concretamente 8 detenidos acompañados por los matones para dejarlos en Zaragoza a buen recaudo.

Por eso, durante mucho tiempo los casedanos pensaron que lo habían desterrado y lo habían sacado ellos mismos del pueblo ya que Eugenio, Jefe de la Junta de guerra, fue quien le acompañó. Según la opinión de varios casedanos el tal Eugenio no era un angelito.

Cuando estaba terminando de escribir el libro una persona de Cáseda me informó de lo que ocurrió en aquella aciaga mañana del 14 de agosto de 1936, por boca de un testigo.

«Le acompañó hasta el autobús Eugenio, Jefe de la Junta de guerra, y cuando el autobús había pasado ya Cáseda, en terreno cercano o ya en las Bardenas, paró el autobús, le bajaron y le mataron pero no como a los demás, le cortaron la cabeza, separándosela del cuerpo».

Versión coincidente con la de la señora de la Chantrea.

El día 19 de septiembre de buenas a primeras llegó un coche con un féretro herméticamente cerrado. Los hombres que lo llevaban no eran del pueblo, y nadie les conoció.

Cuando le pidieron a Teresa Celaya ver a don Eladio respondía que no se podía ver: «los hombres que lo han traído me han prohibido terminantemente que se abra el féretro pues está en alto grado de descomposición».

En la misma mañana se trajo a Peralta, a la casa paterna, en la calle Tienda, 19, donde vivía su sobrino Jesús Celaya. Allí acudieron Juana Aráiz, laToleda, sobrina carnal de don Eladio y con ella su hija Concepción Toledo.

Pero el día 12 de septiembre, o sea 7 días antes de aparecer muerto, se recibe en la parroquia de la Asunción de Cáseda un comunicado del párroco de Peralta, Tomás Biurrun que les informa del fallecimiento de don Eladio, que se encontraba accidentalmente, y al que le dieron los sacramentos:

«El día 12 de septiembre de 1936, a las 9 y media de la mañana en ésta parroquia de la Asunción de Cáseda, tuvimos referencia de D. Tomás Biurrun, párroco de Peralta del fallecimiento de D. Eladio, párroco de esta parroquia. Recibió en Peralta, donde se hallaba accidentalmente los sacramentos de penitencia y Extrema Unción».

El año pasado las sobrinas pidieron que se les permitiera ver cuanto había relacionado con su tío pero no se pudo hallar. ¡Qué casualidad! ¿Ha desaparecido? Resulta que la nota fue vista y copiada por José María Jimeno Jurío entre 1975-1978 y ahora ¿ha desaparecido? José Mª Jimeno recopilaba en esos años todos los datos de los fusilados de Navarra en archivos parroquiales, ayuntamientos, sindicatos, etc.

En el 2º capítulo «Pasos Burocráticos», se encuentra el acta de defunción de don Eladio y puede comprobarse que efectivamente se inscribe el día 19 de septiembre, 7 días más tarde de que el párroco de Peralta comunicase a la parroquia de Cáseda que había fallecido.

La inscripción la solicita «Ignacio Campo», vecino o amigo probablemente de la familia. Ignacio fue una buena persona.

Aparece que «muere a las cuatro de la mañana, en su domicilio de Peralta, calle Tienda, 19, el día 19 de septiembre (era la casa paterna donde vivía su sobrino Jesús Celaya), pero, sin embargo, fue traído desde Cáseda por la mañana, no de madrugada, puesto que en Cáseda fue en la mañana temprano de dicho día cuando le llevaron a la casa parroquial.

En el acta se determina que «murió de bronquitis crónica».

Según se nos informó en 1978 en Cáseda había una doble acta de defunción en la que constaba «había muerto en Cáseda en su domicilio el día 19 de septiembre de 1936 a consecuencia de colitis crónica».

En el Ayuntamiento de Cáseda no queda ni rastro de don Eladio. Curioso.

Por último, en dicha acta aparece al final:

«Leída esta acta, se sellaron el del Juzgado y la firman el Sr. Juez los testigos no manifestantes por no saber de que certifico».

Tal cual suena, no sabe el juez, ni los testigos que certifican la muerte de don Eladio. Así de clara estaba su muerte, algo había que poner, como se hizo con el sobrino. Dos meses antes había escrito «muerto por hemorragias internas».

Naturalmente, las producidas por los asesinos.

Según me indicara la sobrina Concepción Toledo, se hizo el funeral y lo enterraron el día que lo trajeron. En la lápida del cementerio y en el recordatorio que de él hizo la familia pone que murió el día 19 de septiembre de 1936.

Nadie consultado en Cáseda, ha informado que hubiera muerto por enfermedad o en su cama, muchos no sabían qué había pasado exactamente pero de lo que sí estaban seguros era de que le habían matado.

Fue sobre todo en el 78 cuando muchas personas perdieron el miedo y expusieron claramente lo que había ocurrido.

Don Eladio fue enterrado en el terreno familiar del cementerio junto a un hermano fallecido en 1931 y una hermana en 1932.

La barbarie cometida en tres meses levanta ampollas

Ya habían asesinado a 86 personas de Peralta cuando un buen día acudieron por las oficinas de la Azucarera de Marcilla un grupo de matones de Peralta, Funes, Marcilla y Caparroso, solicitando del gerente Miguel Fernández (padre de Mª Jesús Fernández, boticaria de Peralta, que tenía toda la vida la farmacia en la calle Mayor, hoy calle Dabán 21) que se les facilitase todos los nombres de las personas de estos pueblos que fueran de izquierdas para llevarles a fusilar.

Miguel Fernández, requeté de toda la vida, al oir semejante petición les hizo ponerse firmes y se hizo responsable de todos ellos amenazándoles al mismo tiempo que si a uno solo de aquellos hombres les pasaba algo, ellos iban a pagar con su vida la de cualquiera de aquellos. Le habían presentado una lista de varios hombres, pero exigían todos cuantos fueran de izquierdas que por supuesto había muchos más. Él les despachó con cajas destempladas y volvió a amenazarles.

De la Azucarera de Marcilla asesinaron a 5 de Peralta dejaron a sus vecinos sumidos en una gran angustia, era rara la familia de izquierdas que no tuviera uno o varios familiares asesinados, incluso algunos derechas eran familiares de algunos de los asesinados y, si bien no todos, pero algunos comenzaron a pensar que aquello había sido una locura, que aquello se estaba pasando de la raya.

Alguno de los cabecillas a quienes apoyaban otros tantos mangarranes ávidos de sangre y también del dinero que les pagaban por matar, y las esposas de algunos de estos matones también, se dejaron decir por el pueblo donde quiera que fueran: «hay que pasar la peineta, se han matado los piojos, ahora hay que matar las liendres, a grandes y pequeños que no quede raza».

Las mujeres de dos de estos mangarranes, matones a sueldo, estaban riñendo en la entrada del jefe de la Junta de guerra, ya que a uno de los maridos le pagaban a 10 pesetas por cada hombre que mataba y al de la otra le pagaban 8 pesetas. Bajaba por las escaleras Martina Legaz Catalán, hermana de Pedro Legaz asesinado el día 2 de agosto en Muruarte. Martina era la encargada en el matadero de echar los cerdos a las cerdas y había marchado a recoger los permisos. Al oír discutir se paró en las escaleras y escuchó la discusión. No podían verle ya que entre la puerta de la calle y las escaleras había otra puerta.

Podéis pensar que si sólo hubieran matado a los de Peralta, puesto que había tantos asesinos a poco les hubiera llegado, pero ambos eran de los que marchaban por los pueblos para hacer el trabajo sucio de matar. Unos preparaban los pelotones y los otros asesinaban por cuatro cuartos y aún por nada. Les he llamado a todos ellos «emisarios de la muerte», pero se les decían «pelotones de matar», «juntas de matar», «cuadrilla de la muerte», «cuadrilla del águila negra», bien conocidas en Peralta, ya que casi todos ellos eran de Peralta y también de Funes, Falces, Berbinzana…

En las cárceles seguían algunos hombres como Alejandro Barcos, Caños, Juanito Castillo el Roíco y Manuel Pérez, Manolé. Fueron llamados los tres. A Juanito y a Alejandro se les propuso que fueran al frente como medio de salvar la vida más fácilmente. Alejandro le mostró la licencia que le habían dado por enfermedad pero estudiado todo y conociendo había una denuncia en el cuartel contra él, se le aconsejó que volviera al frente, pues en Peralta el mejor día se lo podían llevar y fusilar.

A Manuel, que era mayor, le dicen que su mujer le busque en cuanto pueda alguien que le firme un certificado de buena conducta del pueblo y con ello podrá salir de la cárcel, de lo contrario cualquier día pueden venir y llevárselo. Así pues, comunica a la señora Julia lo propuesto por el comandante de la cárcel, al tiempo que reciben notificación por parte de Gregorio Legaz de lo que le comentara el Capitán de Legionarios, esto es: que solicitase juicio de guerra y presentase la firma de alguien que hubiese sido de derechas de toda la vida.

Sin pérdida de tiempo la señora Julia comienza a buscar la tan necesaria firma. Primeramente acude al jefe de la Junta de guerra, el cual se la niega. La señora Julia le dijo: «Bajo su responsabilidad caerá, si matan a mi marido». A continuación, acudió al nuevo secretario, natural de Artajona, como ella, pero tampoco éste quiso firmarle. Era falangista, y se negó en redondo a dársela ni hacer nada por él: «Qué me importa que seas de Artajona, arréglatelas como puedas».

Julia acudió al párroco Tomás Biurrun, que también se niega. Manuel y su familia eran vecinos y Julia le increpó amargamente por su negativa, pero no cambió de opinión. Por último, acudió a Santiago Ruete y éste le firmó y se brindó a que si en algo podía ayudarles que contaran con él.

Con esta firma Manuel pudo ser juzgado y fue absuelto. Pero a pesar de todo, y de tener 50 años, por precaución se quedó en el requeté haciendo menesteres del cuartel, se sentía más seguro que viniendo a Peralta.

Juanita Pérez Gogorza hija de Julia y Manuel, Manolé, entre unas y otras cosas no se encontraba muy bien, pues ya he comentado le llevaron a las trilladoras, a recoger maíces y a barrer por las calles. Cada día buscaban algo nuevo con que humillarla y fastidiarla, su hermano Eugenio fusilado, su padre preso, todo hizo mella psicológicamente en ella y trastornó su salud, así que la señora Julia decidió mandarla una temporada a Zaragoza con unos amigos, hasta que pasara un poco aquella situación.

Estuvo unos tres meses, las cosas parecían haberse apaciguado un poco. Pero no hizo más que verle una vecina y amenazó a la señora Julia de que le iban a cortar otra vez el pelo a Juanita y que se esperase, que no le iban a dejar en paz.

Ni corta ni perezosa fue en busca de Santiago Ruete que le dijo que se fuera tranquila. Llamó al marido de aquella vecina, que era un buen lagarto, y lo puso a caldo diciéndole a su vez que no se enterase que la molestaban ni a ella ni a ningún otro miembro de la familia. Y ya le dejaron en paz.

Alguien puede pensar que mi amistad con Nieves Ruete, hija de Santiago, Koske, es lo que me hace hablar de su padre así, pero estos datos los he recibido de personas que fueron atendidas por él.

Ante todo este cúmulo de desgracias, de atropellos y barbarie, se comenzó a levantar una opinión de alarma. Por un lado, el capitán de Legionarios de Zaragoza, a través de las informaciones de Gregorio Legaz, tomó cartas en el asunto, unido a otros del pueblo que también se interesaron.

Conocemos las gestiones de Miguel Arricibita Revuelta a favor de Militón Castillo, Meletón, y la visita a la viuda del secretario asesinado en Muruarte, Amadeo García, y las represalias del cabo Timoteo Escalera.

Miguel Arricibita, hijo, habló con la Junta de guerra y con Anselmo Irigaray, muy preocupado porque al llegar del frente se encontró con casi un centenar de fusilados, más de 100 mujeres con el pelo al cero y un largo etc.

De los miembros de la Junta de guerra, Santiago Ruete se unió a ellos para acabar con todo aquello.

Muchas personas, incluidas mujeres, acudían a los asesinatos

Muy católicas y apostólicas también aquellas santas mujeres que acudían a los asesinatos, enteradas por sus maridos o amigos que iban a realizar la faena en nuestro pueblo y sus alrededores. Y después hacían comentarios morbosos, de cómo había muerto el uno, de cómo el otro se temblaba, o el otro había estado muy gallardo, de cuántos tiros y quiénes se los habían dado, etc.

Una testigo, que todavía vive, estuvo presente entre ciertas personas de relevancia religiosa, que comentaban las matanzas: «Hoy han caído 5 más», «Pues más abono para el monte».

Cada vez que sigo recordando tantos y tantos detalles, recuerdo al sacerdote que está escribiendo un libro sobre la participación en la guerra civil de la Iglesia y que se atreve a decir que solamente estuvieron implicados 3 o 4 sacerdotes, siendo repulsa. Cómo tienen valor de seguir mintiendo de esta manera, de querer encubrir unas verdades tan reales. Concretamente en Peralta, de 5 sacerdotes vinculados a la parroquia, tres de ellos estuvieron implicados hasta las orejas.

Amaina la represión

Es a partir de noviembre cuando la Iglesia comienza a moderar el discurso beligerante que le había llevado a calificar la guerra como una Cruzada. Actitud que en el caso de Peralta se vería reflejada en el apoyo del párroco a todo lo que sucedía, junto con la participación directa de dos de sus curas, formando parte de las cuadrillas de matones.

Cuando ya Navarra estaba empapada de sangre y las cunetas llenas de cadáveres se comenzó a oír por boca del obispo «¡No más sangre! ¡No más sangre!», a mediados de noviembre.

La represalia por un hombre de Tafalla que había muerto en el frente, se saldó con 67 asesinados el día 21 de octubre en Monreal.

José Mª Jimeno Jurío escribió sobre la falta de valor del Obispo Olaechea en «El clero y la guerra civil (1936-1939)», donde relata cómo, tras participar en varios actos de exaltación falangista, con bendición de bandera incluida, besamanos y canto del Cara al Sol, y habiendo callado durante el primer mes de asesinatos, el obispo calificó el Alzamiento Nacional como «Cruzada» el 23 de agosto («por la causa de Dios y por España, porque no es una guerra […] es una Cruzada y la Iglesia […] no puede menos de poner cuanto tiene a favor de sus cruzados»), fecha de la solemne procesión con la imagen de Santa María la Real por las calles de Pamplona, mientras enviaba confesores a la matanza que se celebraba en la corraliza bardenera de Valcaldera:

«Dos meses más tarde Falange Española celebró en Pamplona el aniversario de su fundación (22 de octubre) con una misa de campaña ante las autoridades y militares asistentes. El prelado dijo en el sermón que profesaba cariño a la Falange por ser obispo, por ser patriota y por ser amante del obrero.

Durante aquel verano trágico para millares de familias de campesinos pobres habían acudido al palacio episcopal sacerdotes y seglares para exponer el drama de las detenciones, encarcelamientos, ejecuciones y humillaciones impuestas en un sector de la población, solicitando su ayuda. Guardó un silencio tolerante. El pastor no tenía valor para dar la vida por sus ovejas perseguidas, reconoció que no tenía madera de mártir. Vires non habebat (No tenía fuerzas) según atestiguan Marino Ayerra, y el propio Iturralde.

No alzó su voz hasta el día 15 de noviembre, menguantes ya la locura en las ejecuciones arbitrarias. Lo hizo ese día en la parroquia pamplonesa de San Agustín con ocasión de la imposición de las insignias a favor de la Cruzada. En este discurso pidió que no se vertiera más sangre «que la que quiera el Señor que se vierta, intercesora, en los campos de batalla para salvar a nuestra Patria, la decretada por los tribunales de justicia y no otra sangre»».

Ante la petición del obispo, el párroco de Peralta se sumó a la campaña que estaban llevando a cabo el teniente coronel de la guardia civil Miguel Arricibita, Anselmo Irigaray, Santiago Ruete, Juanito Asín, José Mª Jiménez y algún otro de las fuerzas de derechas.

Esto le sirvió para dárselas después de salvador de los feligreses de Peralta, pretendiendo ocultar que participó en la preparación de algún grupo como el de Funes, y que con su visto bueno se asesinó a diferentes personas que guardaba en su punto de mira. En Peralta se habían asesinado para el 27 de octubre 87 personas. Quiso apuntarse al «No más sangre, no más sangre» del obispo, pero era ya demasiado tarde. Se hizo conocer bien en el pueblo desde mucho antes de la guerra y dentro de la guerra, y a fe que dejó huella.

Los familiares nunca olvidaron su participación activa en la represión, así como la de uno de los coadjutores adscrito a Peralta y a otro natural de Peralta, párroco en aquel entonces de Campanas, pero que con su coche andando de un lado para otro con sus pistolas encima, fueron conocidos ambos por muchos de nuestros pueblos colindantes y en la cuenca de Pamplona, a donde llevaban hombres de la Ribera, sobre todo, para ser asesinados por sus contornos.

Otro artículo del «corresponsal» de Peralta

Con 87 asesinados escribe el corresponsal en enero de 1937:

«como corresponsal del Movimiento de la población en 1936 […] este pueblo eran contados los que no habían cumplido las normas cristianas y cívicas y hoy gracias a Dios, las familias, con verdadero amor se han entregado en todo y por todo a la única verdad, que es la Iglesia Católica. al fin se arroja al demonio de las almas cristianas y que en la vida jamás se repetirán aquellas groserías que por añadidura la titularon «por lo civil»».

(El Pensamiento Navarro, 5-1-1937, p. 5)

Terminamos los artículos de este corresponsal que llenó de ignominia el nombre de Peralta por uno u otro lado. Su apoyo incondicional a la violencia desatada y la ideología que destilan sus artículos tienen nombre y apellidos en la porqueriza de la infamia.

Operación retorno. Los fusilados de Peralta. La vuelta a casa (1936 – 1978)

4.3 – Septiembre de 1936

Operación retorno. Los fusilados de Peralta. La vuelta a casa (1936 – 1978)

Dos nuevos asesinados el día 1

El primero de septiembre se llevaron a matar en Caparroso a José Legaz Castillo y a Valentín Vidondo Itúrbide.

José Legaz Castillo, Legaz, de 53 años de edad, casado con dos hijos, Fidel y Felisa. Jornalero de ideas socialistas. Según opiniones de personas que le conocieron, era un hombre muy formal, serio en su comportamiento y amable en el trato. Su hija Felisa estaba sirviendo en casa del párroco, y al enterarse de que su padre estaba amenazado le pidió al párroco que interviniese por su padre, con esta respuesta: «Yo no puedo hacer nada, ya veré». Días más tarde fusilaron a su padre. Era primo carnal de José Legaz, el paralítico asesinado el día 19 de agosto en Caparroso.

Valentín Vidondo Itúrbide, Curro, de 50 años de edad, casado con Josefa Osés, tenía dos hijos, Ángel y Ana Mari, la cual solamente contaba dos años, y su tercer hijo Valentín todavía no había nacido. La primera vez que fueron a por él se les escapó escondiéndose en casa de un buen amigo. Al no encontrarle llevaron a la cárcel a su esposa, que estaba encinta, por lo que Valentín se presentó para salvarla.

El amigo era Aniano Osés, a quien dijo: «Con quien vaya a matarme te mandaré mi reloj», y así lo hizo junto con una nota para su esposa que decía así: «No sé que suerte será la mía. Sólo me tranquiliza pensar que a nadie hice daño y así me lo corresponderán. Si por error de la Justicia ocurriera lo contrario, quereos mucho y ayudaros todos mucho. Besos y abrazos para todos. Valentín». Entre los que se lo llevaron a matar había un vecino, miembro de la «Cuadrilla del Águila Negra», que llevaba unas gafas negras, pero Valentín le reconoció enseguida. También estaba el novio de una sobrina carnal (las madres y los padres eran hermanos). Siempre se conoció el autor, si bien Aniano no quiso decirles su nombre para no hacerles sufrir más.

Valentín y sus hermanos eran republicanos. Luchó a una con ellos por un reparto más justo de los comunales, por la justicia social, éste era su ideal más firme. Labrador medio, no tuvo impedimento en unirse a los jornaleros pidiendo más justicia y el reparto comunal.

Fueron llevados a Caparroso donde serían asesinados. Ángel, el hijo mayor, se hizo salesiano. Vio sufrir a su madre y desde niño supo de su padre, y cómo le habían matado. Él presidió la misa funeral por los asesinados del 36 y suya fue la homilía. En toda la vida salesiana dio la cara y defendió la causa de aquellos hombres.

Fue la primera homilía que se dijo por boca de un hijo de fusilado. Hasta ese día se habían dicho muchas verdades, pero las que Ángel expuso fueron de gran regocijo entre tantos y tantos familiares que hasta entonces nunca pudieron decir las cosas cual eran. Ángel no se escondió y mucho menos se avergonzó de hablar como lo hizo.

Asesinan a Balbino Bados, maestro de Peralta

Balbino Bados García, de 29 años de edad, natural de San Martín de Améscoa, es asesinado el 1 de septiembre. Estaba casado con Carmen Astiz y tenían un hijo, Balbino, que fuera Presidente de Diputación en 1978.

Fue maestro varios años en San Martín y posteriormente fue trasladado a Peralta, donde era maestro cuando estalló el golpe militar. Balbino era hombre muy culto, de grandes virtudes humanas e inquietudes culturales y humanistas, era socialista. Saez Morilla fue su maestro en el socialismo. Para Balbino su socialismo consistía en ayudar a los más pobres y desprotegidos de la sociedad, e interesarse por aquellos que no sabían leer ni escribir. A estos les enseñaba en sus horas libres gratuitamente para que dejaran de ser analfabetos con lo que un día podrían aprender más fácilmente a defenderse de las injusticias que con ellos se cometían y darles la oportunidad de recibir una mayor educación.

Esto, no le convencía a la oligarquía, grandes patronos y terratenientes, por lo que por uno u otro lado ponían cortapisas a cuanto se intentaba hacer por potenciar la cultura, como hicieron con las escuelas de Peralta como vimos.

Cuando la República, nombraron una gestora en San Martín donde ejercía de maestro, y aunque no le nombraron alcalde, ejerció las veces de alcalde en cualquier cosa que se hacía. A uno de los nombrados le hicieron dimitir ya que había una orden de que si había algún representante de alguna asociación obrera sería de la comisión. Al hacer la primera Gestora del Ayuntamiento, certificaron que no había organizaciones obreras sindicales, pero Balbino reclamó que sí la había. Él mismo había fundado la UGT, y nombraron a uno. Hay copia de esos documentos. La derecha no se lo perdonó y llegado el Movimiento se vengaron.

Cuando estalló la guerra estaba en Abaurrea Alta, por motivos de salud, padecía de bronquios. De allí marchó a Francia, pero la mujer le hizo volver a San Martín. Nada más llegar le cogieron. «Ya le habían avisado: No te arrimes por aquí». Y en cuanto llegó a Estella comenzaron a sonar los teléfonos comunicando su llegada. Hubo un chivatazo en Zudaire.

Llegó Balbino a casa y en la puerta su padre le dijo: «Pero hijo mío, ¿qué has hecho?». Inmediatamente la casa fue rodeada por falanges y requetés, lo cogieron y lo llevaron a Eulate, donde lo tuvieron en la cárcel con otros dos más. El párroco le dijo a la familia que estuvieran tranquilos, que nada le iba a pasar.

Al día siguiente los sacaron de la cárcel y los llevaron a la boca de la sima de Urbasa. Cuando pasaba por la calle gritaba desesperado: «Adiós esposa mía querida, adiós hijo…». Los vecinos comentarían que la escena había sido desgarradora. Todo el pueblo estaba asustado.

En la boca de la sima le fue a matar un primo suyo y Balbino le dijo: «Tú vas a matarme», a lo que respondió: «No te mato yo, te mata la Justicia». Le dio un tiro en la sien y cayó a la sima.

Se decía que a las 12 del mediodía, cuando los rayos del sol caían sobre la boca de la sima, se le veía, y su padre mandó a un amigo íntimo de la familia, que se bajase con una cuerda y lo echase más abajo. Traerle al cementerio hubiera sido imposible, pues el terror reinante lo impedía.

Sobre la boca de la sima de la noche a la mañana, de forma anónima, poco antes de hacer los funerales en 1978, colocaron una plancha de hormigón, por lo que fue imposible recoger los restos de los que allí fueron arrojados.

Represión a varios maestros que ejercían en Peralta

El 24 de agosto, firmado por el párroco Tomás Biurrun, por Bernardo García, alférez de la guardia civil y por el alcalde José Busto Orduña, envían al Presidente de la Junta de Educación de Navarra un informe «sobre la conducta y actuación Profesional» de los maestros de Peralta: Eusebio Ortega Laorden; Balbino Bados García; Francisco Ibarra Aranguren; Sixto Leza Aranguren; Juan Otano Liberal; Felisa Arbizu Martínez; Eloisa Osete Cabello; Valentina Orue Rubio; Antonia Manzano Pérez y Romualda Migueliz Velaz.

Como muestra de la catadura moral de esta gentuza, reproducimos el informe sobre Balbino Bados.

«Don Balbino Bados García. A todas luces indeseable como Maestro. En su escuela se encontraron libros de matiz pronunciadamente revolucionarios y en su domicilio particular otros pornográficos. Siempre ha militado en las filas de extrema izquierda, sin prácticas religiosas, fuera del bautizo de su hijo. Amigo de todo el Frente Popular de Peralta y de los propagandistas de fuera. Afiliado a los Trabajadores de la Enseñanza, lector de la prensa de izquierdas, es una personalidad destacada entre los que han de recibir sanción para quitarlo de las escuelas de Navarra. Era director del cuadro Artístico en que los Socialistas representaban producciones francamente perturbadoras en el Orden Social, religioso y moral. Ni tan siquiera creemos adoptara esa actitud por medro personal o profesional, sino por sus propias convicciones a las que ha servido en todo momento».

Balbino Bados, su esposa e hijo no estaban en Peralta, por lo que entraron en su casa y la registraron sin estar ellos.

En cuanto a los libros «pornográficos», eran libros de ciencia y educación para los niños, historia, y de información socialista. Qué otra cosa se podía esperar de lumbreras como los firmantes.

Veamos detalles de otras denuncias:

«Maestro de Peralta recientemente nombrado, se llama Gabari, es de Murillo el Fruto, francamente izquierdista que debe ser sustituido.

Pamplona, 15 de septiembre de 1936, firma J. Amirez».

Quien le denunció era de Murillo el Fruto. De sus mismos pueblos se preocupan en denunciarles para que sean destituidos de sus puestos de trabajo.

También fueron destituidos de sus puestos Sixto Leza y Salvadora Frago. Juan Otano y Antonia Manzano fueron trasladados de escuelas por simpatizar con la izquierda, y Valentina Orúe, Rumualda Miguéliz y Francisco Ibarra fueron sancionados.

A Valentina Orúe, muchos la recordaremos como doña Valen. Muchos de nosotros la tuvimos como maestra en Peralta.

También en Peralta había otra maestra, Maribel, no recuerdo su apellido, pero en la guerra huyó. Era muy amiga de Beatriz Resano, La Morica.

Otros muchos maestros fueron asesinados en Navarra.

Persecución y muerte a personas de Peralta aun no viviendo ya en el pueblo

El día 6 de septiembre cuatro jóvenes naturales de Peralta, residentes en San Adrián y Calahorra, fueron sacados de sus casas: Aurelio, Emilio y Vicente Pérez Pellejero, y Gregorio Toledo Maestre. Los asesinaron junto con 18 personas más. Fueron a por ellos gente de Peralta.

Emilio Pérez Pellejero, Pellejero, hijo de José y María. Justamente había cumplido 17 años, fue el más joven de los que asesinaron de Peralta y el más pequeño de los hermanos.

Lo llevaron a la Barranca (Logroño) y allí fue asesinado entre varias decenas de hombres y mujeres.

Aurelio Pérez Pellejero, Pellejero, era el mayor, tenía 26 años, nacido en Peralta, residía entonces en Calahorra, soltero hijo de José y María de Peralta. Aurelio joven, formal de una gran honradez, trabajador, con una gran amabilidad en su trato con los demás, amante de la familia como lo fueron los seis hermanos, a tres de los cuales asesinaron. Era de la CNT, preocupado por la situación económica y social luchó por conseguir para los más necesitados, por unos jornales más justos tanto entre los campesinos, como entre los demás jornaleros.

Lo trajeron hasta Peralta con 19 personas más de Calahorra, entre ellos Gregorio Toledo Maestre, cuñado de la señora Juana, la Toleda. Fueron asesinados el día 6 de septiembre de 1936 en la carretera de Andosilla, entre el Raso y el cementerio de Peralta.

Al haber sido conducidos junto con el resto de Calahorra, que se sabía que estaban enterrados en Peralta, se creía que Aurelio y Emilio también lo estaban. Pero en el Raso en lugar de sacar los restos de 20 personas sacamos los de 19. Extrañados, se miró a uno y otro lado de la fosa común, pero no salió el que faltaba. Meses más tarde conoceríamos que Emilio no llegó a Peralta.

José, el hermano que vive en San Adrián, supo que Emilio había muerto en la Barranca a partir de «Operación Retorno». Como ya he comentado se movilizó también La Rioja y se levantó un gran monumento en Lardero en memoria de los más de 2.000 asesinados en la Barranca. Desde que se trajeron los restos, José, nunca dejó de venir el día de Todos los Santos para colocar un ramo de flores en el panteón.

Vicente Pérez Pellejero, Pellejero, cumplió los 22 años en el Fuerte de San Cristóbal.

Los tres hermanos eran muy apreciados dentro de Peralta. No tenían padre y eran 6 hermanos en total, 4 hermanos y 2 hermanas. Ellos seguían vinculados a Peralta estrechamente, venían en cuanto les era posible a casa de sus tíos Bruno y Juana.

Gregorio Toledo Maestre, Toledo, de 19 años de edad, cuñado de Juana, la Toleda. Solamente conozco de él que era un joven muy buena persona, que trabajaba de peluquero y era de UGT. Si ahora hubiesen vivido Juana o Conce, su hija me hubiesen dado más datos.

Junto a Gregorio y Aurelio había 3 mujeres y un crío de 14 años. ¿Qué males habría cometido? Una de las mujeres era maestra, la habían violado y venía desnuda. Cuando le vieron así, Vicente Villafranca se quitó la chaqueta cubriéndola, y después les enterraron a todos. Pedro Zapater fue testigo de aquel hecho y nos lo contó al sacar los restos. Vicente ya había muerto.

Cuando fuimos a recogerlos nos juntamos numerosas personas de Peralta, San Adrián y Calahorra. Muchos de nosotros éramos familiares y amigos de aquellos hombres y mujeres, otros vinieron a echar una mano aunque no tuvieran a nadie y los menos por curiosidad.

Nos costó encontrarlos, hacía muchos años que había sucedido y las piezas habían cambiado un tanto, pero tuvimos la suerte de que Pedro Zapater, que aún vivía, viniese al segundo día voluntariamente y nos ayudó a encontrarlos y a exhumar sus restos.

Manuel toledo maestre vivió como un topo

Esposo de Juana Araiz, Toleda, era hermano de Gregorio Toledo. Trabajaba de jornalero y era socialista, motivo más que suficiente para querer liquidarlo. Habían ido a por él para matarle nada más comenzada la contienda, pero escondiéndose dentro de la misma casa no lograron encontrarle. Alguno de sus perseguidores estuvo muchas veces a tan solo unos metros de él, pero no lo vieron. Entre quienes le fueron a buscar una y otra vez estaba un sacerdote de Peralta, aquel que ejercía con los pistolones encima.

Cuando el cerco se hacía cada vez más peligroso ya que iban ordinariamente en su busca a cualquier hora del día y de la noche. Manuel estaba escondido en una cueva en la misma casa, tapada con un armario. Vivía entonces en el Barrio Alto o Cuatro Esquinas. Cambiaron pues de domicilio ante el peligro que estaba suponiendo seguir allí, a otra casica muy cerca en Alto y Poyo.

En la mudanza se vistió de mujer, y salió con un colchón en la cabeza. En la nueva casa había un alborin (oquedad en una pared maestra o en una cueva, en lo alto de la estancia, que se cubría con muebles, cortinas o leña) y en él se escondía cuando se oteaba el peligro. La más pequeña de los cuatro hijos, Paca, era discapacitada, tenía entonces 3 años y su padre estuvo escondido los tres años de la guerra. Cuando venían a buscarle o, preguntar por él a casa, para avisarles de que venían, llamaba a su madre tía: «que quieren hablar contigo tía». Y así pasó toda la guerra, mas el pobre varios meses después, murió a consecuencia de la falta de oxígeno, de los sobresaltos continuos, por la inactividad.

El día 5 escribe Blas a María con emoción e ilusión

«Tafalla 5 de septiembre de 1936.

Querida esposa e hijos […] he recibido la tuya lo que me sirvió de mucha alegría pues el domingo te espero pero tienes que venir para las diez de la mañana pues son las horas de visita […] así que traes el hijo que quiero verlo […] No puedes figurarte el rato de alegría que yo he tenido […] pues he recibido los retratos de los hijos, a los que he besado sin cesar ya que no te puedo besar a tí, así que de los 45 días de cautiverio que llevo, éste es el día más feliz, pues hemos tenido días muy tristes, quizás te lo pueda contar algún día […] creo que mañana viene la Jesusa, hoy la esperaba el Apache y no ha venido pues ahora dan visita a todos, así que te espero pues dices que igual no podemos hablar […] los momentos de espera se hacen horas […] son momentos de enamorados y algo más así que veremos el aliento que dices te ha dado Dios, a ver si te lo da para presentarte ante mi vista, con la cara alegre y el melón espabilado. Pili ya le darás ánimo para que sea fuerte la María […] ánimo para vivir María, hasta que vengas que te espero

Blas»

La alegría se desvaneció para ambos, pues María fue a verle pero no se lo permitieron. Justo dos días después de haberle escrito, les suspendieron las visitas. Su estancia en la cárcel hacía ya eterna y si bien intentan con sus cartas tranquilizar a la familia, ellos se ve claramente que no lo están.

El día 10 de septiembre vuelve a escribir mi tío y en ella sigue preocupándose por el campo que imagina habrán trillado. Mi tío aún recibió el pan, y las peras que le había mandado mi abuela, pero el sastre sigue exactamente como al principio y mi tío dice a mi abuela:

«[…] Me figuro habrán trillado, si no, le dicen a Juanito que cuando pueda me trille y le da muchos recuerdos […]

José Orduña»

De parte del sastre le diga a la tía Julia que aquí no ha venido nada de lo que le mandaba y le da muchos recuerdos […]

¡Qué infelices! Este Juanito era hermano de Jesús, a quien acudió mi abuela pidiendo hiciesen algo por los que estaban en la cárcel y le contestó negativamente «porque era de los del puño en alto y aún le sobraba una hija en casa».

La situación sigue igual en la cárcel, como se comprueba en otras cartas.

Ya hemos visto que Vicente Pellejero estaba preso el día 11 de septiembre en el Fuerte San Cristóbal, con Roque Burdaspar, Guarra, y algún otro.

El día 19 de agosto escribía a sus tíos Bruno y Juana, que vivían en Peralta. Bruno era hermano de la madre:

«Castillo de San Cristóbal

Pamplona, día 19 de agosto de 1936

Queridos tíos Bruno y Juana y demás familia, me alegraré que al recibo de estas cuatro letras se encuentren bien. Yo hasta la fecha bien.

Tío el día 16 de este mes recibí una tarjeta de Calahorra de mi madre en la que me dice que lo que necesitara que, Uds me lo podrían servir, pues bien sea como sea tío haga Ud el favor de mandarme lo que le pida, es esto:

1. jersey, 2. 2 camisas, 3. 4 camisetas de verano, 4. unas alpargatas, 5. papel para escribir, 6. calcetines y jabón y algo de dinero si es que puede tío, no se asiste por lo que pido, pues me hace falta todo y dígaselo a mi madre que ella le dará casi todo y si no le lleve mi carta para que la lea y vea que estoy bien.

Tío, cando venga la recadista a Pamplona ella me lo puede traer todo lo que pueda para mí. Tío tráigame alpargatas o los zapatos de mi casa todo en la maleta, pongan jabón.

Tío aquí está Roque, Guarra, el hermano de la muda, está bien, dice que le manden algo de dinero.

Tío, ya me escribirá lo antes posible.

Vicente Pérez Pellejero»

Bruno escribe a su hermana informándole de la carta anterior y para ponerse de acuerdo con las peticiones de Vicente.

Hasta aquí todo era normal en cuanto cabe, pues creía que sus hermanos todavía vivían:

«Fuerte de San Cristóbal

Querida madre, espero que al recibo de estas cuatro letras estén bien. Yo muy bien de salud por el momento. Madre cuídese mucho y vosotros también cuidaros. Y tú, Aurelio, ¿Qué te pasa que no escribes una palabra en la carta? y tú Julia, también y todos los que podáis como Pilarín, el José va a trabajar, bien majo y de Emilio ¿Está bien? ¿Todos estamos bien?

Madre si es que puede mandarme dinero me lo mande por giro postal. El Mateo ya recibió lo que le mandó su mujer y le ha escrito una carta, ya me dirá en que frente está Moisés también los primos Pedro y Changuillo, a ver si van a casa a preguntar por mí y también me dicen si ha venido la Pilar de Zaragoza, y los tíos Pelayo y Paco y demás familia y sin saber que más decirle su hijo que mucho les quiere.

Vicente Pérez Pellejero

Recuerdos para todos los vecinos.»

Días después supo de lo que habían hecho con sus hermanos.

José era todavía muy crío cuando comenzó a trabajar, pero como tantos otros tuvo que hacerlo para ayudar a su madre y hermanas. Trabajó en Calahorra y acompañando a su patrón, uno de tantos, presenció reuniones en la catedral de Calahorra donde preparaban las listas de los que iban a fusilar, incluso los recluían allí y les trataban muy inhumanamente. Y entre ellos estaban algunos de los frailes.

El día 11 asesinan a 5 más y lo intentan con otro

Aniceto Jericó Osés, Jericó, de 56 años de edad, viudo, de IR, con un hijo, trabajaba en la Azucarera de Marcilla.

En las temporadas más fuertes de la remolacha vivía en Marcilla, en una de las casas de la Azucarera que pertenecían a Peralta. Hombre de una pieza, trabajador cien por cien y luchador por conseguir unos salarios más justos para todos los compañeros. Se cuenta que fue un luchador nato por la defensa de la Reforma Agraria y todo lo que fuera en beneficio de los más pobres. El día 11 de septiembre fue fusilado y enterrado en Marcilla.

Esa misma noche asesinaban en Andosilla a: Vicente Bermejo Basarte, Manolo, Manuel Campo Osés, Merdero, Fidel Chaurrondo Echalecu, Echalecu, y Ambrosio Pérez Pellejero, Pellejero.

Por la noche cogieron en un camión a Vicente, Manuel y Ambrosio, que vivían en Peralta. El chófer del camión le pidió a un amigo que le acompañara para descargar harina en Andosilla y no podía hacerlo sólo. Y allí fue sin pensar que en el camión iban los tres vecinos de Peralta y algunos matones, amigos de ambos, junto con otros de Funes.

En los Altos de Andosilla, para el camión y le dice el conductor y asesino: «Tenemos que parar aquí lo primero, pues llevo otra carga que me han pedido los deje aquí». Mientras, esperan a que traigan a Fidel Chaurrondo de Allo para matarle con los otros.

El chófer le invitó al amigo a que saliera, y al saltar del camión vio con estupor lo que estaba sucediendo. Se echó a llorar llamándoles sinvergüenzas, matones, asesinos… y echó a correr despavorido hacia Peralta, sin parar. Jamás volvió a dirigirle la palabra al asesino que le había conducido hasta allí, ni tampoco a su familia.

Venía de familia de derechas, pero ya su padre, Blas García, se había expuesto ayudando en lo que pudo a personas de izquierda, por ser totalmente contrario a lo que sucedía. Era Ricardo García, el fontanero. Cuántas veces hablaba con mi padre de todo aquello.

Ricardo fue protagonista de un suceso por el que algunas personas le creían entre los asesinos. Había un muchacho de Calahorra que bailaba con todas las mozas, lo que molestó a más de cuatro, que le dieron una paliza. Llamaron a Ricardo y le ordenaron que lo sacase del pueblo y lo matase. Cogió al muchacho y lo llevó hasta Calahorra diciéndole: «Procura no volver por el pueblo en mucho tiempo, pues si te ven corremos los dos el mismo peligro de que nos maten».

No hace muchos años que el agredido murió en Calahorra y siempre estuvo agradecido a quien le salvó la vida.

Vicente Bermejo Basarte, Manolo, de 48 años de edad, casado con Julia Huarte, que ya tenía dos hijos, jornalero.

Hombre de una pieza, formal y trabajador, consciente del problema agrícola que todos padecían se hizo de UGT y apoyó las propuestas que se hicieran para un reparto comunal más justo. Su vida era sencilla y familiar, pero ser de izquierda era suficiente para que los caciques se deshicieran de él.

Manuel Campo Osés, Merdero, de 40 años de edad, casado con Dolores Ruete, la Pita. Labrador, tenía dos hijos. Trabajaba sus propias tierras, pero esto no le impidió unirse al resto de peralteses que trabajaron por una Reforma Agraria en toda su extensión, y por la República.

Alejandro Barcos le había expuesto ya su decisión de marchar del pueblo, pero Manuel se resistió por no dejar a sus hijos pequeños y a la mujer solos. Conocemos las vicisitudes sufridas por Alejandro, aunque finalmente salvó la vida, pero días más tarde de tener ésta conversación Manuel fue asesinado con sus otros 3 compañeros en los altos de Peralta.

Fidel Chaurrondo Echalecu, Echalecu, de 39 años de edad, casado con Saturnina Larraiza, la comadrona, con tres hijas.

Era natural de Cirauqui. En cuanto Peralta fue tomado por los 330 voluntarios derechas de Peralta y Funes, les echaron de aquí. Saturnina era natural de Allo y allí se marcharon.

Fidel vendía abonos y en Allo continuó con el mismo trabajo. Su situación era buena, lo que no quitó para que, como secretario del Partido Federal de Acción Republicana (su presidente, Jacinto Manzano Liberal, fue asesinado el día 30 de julio), luchase con tesón por los jornaleros, sobre todo por alcoholeros y azucareros, no dejando a un lado la lucha por la Reforma Agraria.

Ambrosio Pellejero Sarnago, Pellejero, de 37 años de edad, casado con Pilar Orduña, con dos hijos.

Ya habían matado a su hermano Tomás en Milagro el día 12 de agosto, y a tres sobrinos, Aurelio, Emilio y Vicente Pérez Pellejero.

Ambrosio era labrador, con unas pocas tierras propias, pero consciente del mal reparto de la tierra, era de la Junta de UGT. Muy inteligente, supo poner al servicio de los demás su saber para ir alcanzando y los objetivos de la Reforma Agraria, justicia social, etc.

De carácter abierto y comunicador, serio pero agradable en el trato, sus hijos heredaron este carácter y su inteligencia.

Sus restos fueron recogidos el día 27 de mayo de 1978. En ese día se recogieron los restos de Andosilla, Caparroso, Milagro y Tafalla.

Intentan asesinar a Eugenio Campos Villafranca, mi padre

El día 11 de septiembre era día de fiestas en Peralta. Fiestas que ya no disfrutaron muchos peralteses. Mi padre llevaba 3 años de mili y estando para licenciarse llegó la guerra, le tocó en Madrid, el Asalto al Cuartel de la Montaña, estuvo preso del Frente Popular y nos hablaba del trato que les dispensaron, a diferencia de cuando estuvo preso de los nacionales.

Como era republicano se quedó en el Frente Popular como soldado, llegando a sargento y propuesto para teniente terminando la guerra. Le dieron tres días de permiso y vino a Peralta, donde pudo estar poco más de un día y unas horas. Era la primera quincena de septiembre. En cuanto se enteraron de que estaba en el pueblo fueron a por él para cargárselo, pero ya se había marchado. Los matones eran las mismas personas que se llevaron a los asesinados en Andosilla el día 11, amigos de mi padre y de Ricardo García.

Mi abuela, Gertrudis tenía una tienda de ultramarinos donde se vendía de todo, y al lado una carbonería de carbón vegetal. Los matones irrumpieron en la tienda buscando a mi padre, rompiendo todo cuanto tenían a su alcance. Rebuscaron por las habitaciones, armarios, por toda la casa, rompiendo todo.

Entre los matones había algún tramposo que le debía a mi abuela bastante, por lo que le rompieron los libros de cuentas. Se llevaron harina, aceite, bacalao, azúcar y cuanto les vino en gana. Le partieron a mi padre dos violines, con los que tocaba en el baile.

Mi abuela, a pesar de su edad, se encaró con aquellos rufianes, que se la llevaron a la cárcel, le cortaron el pelo al cero y le tuvieron detenida unos cuantos días. Tenía entonces 68 años.

Gloria Villafranca me decía hace ya varios años: «Qué pobrica, ella y la señora Juana, la Simeona, eran las más mayores de las mujeres que les cortaron el pelo, qué pena daban, tan mayores y con el pelo al cero».

Le dejaron sin nada, con mi padre en la guerra y más tarde en campos de concentración, y mis tíos también fuera; mi abuelo ya mayor murió cuando yo tenía dos años. Ella no pudo sobreponerse a todo, a su edad fue un golpe brutal.

Presos del fuerte San Cristóbal firman la libertad entre los días 21 y 23

Ya he comentado que se encontraban presos en San Cristóbal Roque Burdaspar, Guarra, y Vicente Pérez, Pellejero. En la última carta de Vicente a su madre, le dice que le han mandado medallas de los Santos de Calahorra, le da ánimos y pide a las hermanas que la cuiden.

A partir de esta carta del día 19 de septiembre ya no recibieron más y les devolvían las que escribían, por lo que María Pellejero escribe al fuerte San Cristóbal a un tal Eugenio Abizanda, que le responde:

«Pamplona Fuerte de San Cristóbal 18-10-36

Muy distinguida Sra. María:

Me es grato notificarle que con esta fecha su muy atta 12 de octubre y a continuación paso gustosamente a corresponder.

Sra. María, lamento muy vivamente no poderle complacer en su justo deseo de investigación acerca de su hijo Vicente y amigo mío. Es muy poco lo que puedo indicarle y a continuación lo hago.

Con fecha 21-23 del pasado fueron conducidos en compañía de varios compañeros más, según la orden iban desplazados a Logroño y me he entrevistado con el Sr. jefe del servicio de esta prisión y me comunica que nada sabía pero que lo más acertado era que Vd. comunicara con el servicio Militar de Logroño donde son factibles las informaciones y desearía que los datos que obtenga me los manifieste pues probablemente ya tendrán Uds. más que nosotros, pues a pesar de todo no deben alarmarse pues lo lógico es que nada desagradable le haya sucedido.

Agradezco los recuerdos de apreciables hijos y deseo se los vuelva con mis más sinceros afectos.

Aprovecho la oportunidad para despedirme atentamente y ofrecerle incondicionalmente a sus gratas órdenes.

Eugenio Abizanda

Ah, se me olvidaba indicarle que el día que salieron todos se llevaron su correspondiente equipo, así que Vicente su hijo también recogió todo, de no haber sido así yo con sumo gusto recogería su ropa. Adiós.»

Como se puede observar en esta carta de Eugenio Abizanda, les sacaron entre el día 21-23 de septiembre. La familia pudo ver en su día el informe y vieron que el mismo día que su hijo Vicente había salido con el mismo destino Roque Burdaspar, Guarra.

Los trasladaron en un camión militar y pasaron por Peralta, iban los dos, Vicente y Roque. Da la casualidad que el camión paró delante de la Fonda de Juanito Asín, Pelos, y bajaba una mujer por la carretera en el momento que levantaron la lona del camión y la mujer reconoció a Roque: «¡Es Roque Guarra, es Roque Guarra!», repetía a quienes cruzaban la carretera.

Se los llevaron hacia Logroño, concretamente en la Barranca fueron asesinándoles. Si bien Roque no llegó, pues lo mataron en Peralta.

¿Qué tuvo que ser para aquella madre, que en el plazo de quince días le llevaron a tres hijos para matarlos?

No me extraña que José, el hermano, llorara recordando a su madre. Ella recibió como tantas otras madres, una puñalada triple en el corazón.

En la Barranca están enterrados más de dos mil asesinados en La Rioja, bastantes de ellos navarros.

Roque Burdaspar Bermejo, Guarra, tenía 27 años de edad, hijo de José y Eusebia, soltero, miembro de UGT igual que su hermano Carlos, asesinado un mes antes en Milagro, con idénticos ideales, apoyó la Reforma Agraria. De temperamento alegre hacía que la vida fuera más alegre a cuantos con él convivían.

En el camión donde lo trasladaron iban los matones de Peralta, que al llegar a los Altos les abrieron la lona del camión diciéndoles: «No queríais tierra, pues ahí la tenéis toda». A Roque lo bajaron en la Castellana y allí mismo lo mataron. Esto, lo divulgaron por el pueblo los mismos matones y pocos días más tarde los pastores encontraron el cuerpo de Roque.

Pudieron encontrarlo porque le habían dejado un brazo al descubierto, viéndosele la camisa; algún perro le había comido la mano. Echaron más tierra encima y lo cubrieron. Por desgracia, en 1978 ya no vivían estos pastores y nunca supimos el lugar exacto.

Aunque se pensó que pudiera estar en la Barranca, una persona responsable del Monumento de la Memoria en Lardero comprobó si Roque figuraba en las listas detalladas que tienen, pero nada había de él. Luego hemos de pensar que cuanto nos dijeron los mayores era cierto, y que a Roque le tenemos en algún lugar de los Altos de Peralta.

Búsqueda en la Sierra de Peralta

Varios testimonios, como los de mi tío Nicolás, tras volver al pueblo, de mi madre, de Zósimo Medrano, Zorrilla, de Funes (músico de la Banda de Peralta que muchos hemos conocido) y otras personas más de Peralta pudieron ver en la sierra de Peralta gran cantidad de boinas ensangrentadas. El suelo estaba removido porque habían enterrado a varias decenas de personas de Calahorra, Alfaro, Milagro, San Adrián, Cárcar, Andosilla y otros pueblos.

Cuando se intentó sacar aquellos restos, un grupo de Funes y Peralta ayudaron dando a conocer lo que sabían. Si bien hubo un gran grupo de Alfaro que no se logró localizar.

Ocurría que uno de Funes, que dio bastante información, resultó ser uno de quienes habían hecho aquella escabechina. Nos lo contó un joven de Funes, al que le pedimos que mientras durase la búsqueda no dijese nada, para evitar enfrentamientos y tratar de sacarle la mayor información para recuperar al máximo de cuerpos.

Como no salían llamé a Zósimo que nos dijo que la tierra removida estaba a unos 30 metros de la carretera, hacia la izquierda de donde estábamos, pero el otro insistió en que estaban más hacia la carretera, y allí se abrió nuevamente. Pero zanja tras zanja sin salir nada, los de Alfaro lo dieron por perdido.

Algunos de Alfaro habían comenzado a dudar de las intenciones del informante, y aunque sabía lo que había, yo trataba de calmar los ánimos tratando de conseguir más información. Pero ante la falta de resultados, con un trabajo duro y costoso económicamente, el ambiente se caldeó hasta el punto de que le increparon, dándose por aludido. A partir de aquel momento ninguna de sus informaciones dieron resultado, dudando todos de sus intenciones.

Los de Peralta estaban convencidos de que había muchos más, pues habían visto boinas ensangrentadas por todo el terreno de Moratiel, Castellana, Vallacuera por la parte de atrás hacia la Sierra y sus contornos, cerca de la carretera y bastante más adentro, y así fue como fuimos sacando varios grupos.

El mes de septiembre de 1936 no fue tan sangriento como el mes de agosto, pero aún así fueron 13 personas las que asesinaron.

Operación retorno. Los fusilados de Peralta. La vuelta a casa (1936 – 1978)

4.2 – Agosto 1936

Operación retorno. Los fusilados de Peralta. La vuelta a casa (1936 – 1978)

Saca de presos de la cárcel de Tafalla y asesinan a 9 de Peralta

En este mes se efectuaron numerosas sacas, de la cárcel y de las casas, y cortes de pelo a las mujeres. Fue un mes sangriento.

El día 2 de agosto, a media noche, entre las doce y la una, irrumpen en la cárcel de Tafalla una cuadrilla de matones de Peralta, Berbinzana, y de otros pueblos, llevándose a unas 20 personas, entre ellos varios de los presos de Peralta. A unos les llevaron hasta Muruarte de Reta, y a otros ni supieron dónde les habían llevado.

Fueron asesinados: José Casarejos Villafranca, Alejandro Castillo Martínez, Amadeo García Leyaristy, Antonio Goñi Basarte, Pedro Legaz Catalán, Jesús Lorente Pérez, Eusebio Malo Falcón, Félix Medrano Díaz, Félix Moreno Urroz. Manuel Pérez Irigaray estuvo presente en la muerte de sus compañeros y al hacerse de día le volvieron a la cárcel, dejándole para otra ocasión.

José Casarejos Villafranca, Feo, de 22 años de edad, soltero, jornalero de ideas socialistas, no significado. Era, según me han informado, una gran persona, alegre y jovial, «un elemento» al que la gracia le venía de familia.

Los Feos han sido en general buenos joteros, graciosos, cariñosos con todo el mundo y si no que se lo digan a Carmen y a Gloria, las Feas. Y aunque hace muchos años que murieron, Pilar y Rosa, hermanas de José, y Justa, la madre de Carmen, no las dejemos atrás en cuanto a gracia. Fue un don natural que no perdieron a pesar de haber sido una familia represaliada.

Así era José. ¿Fue tal vez la envidia de que se hacía querer por compañeros y también por las mozas del pueblo, lo que hizo que, uno de los que le matara, pretendía matarlos a todos ellos a cuchillo, denegándoselo, pero se sentó encima de José a fumarse un cigarrillo?

Desde el principio se supo quiénes les habían matado. Casualmente, el esposo de Pilar Casarejos Villafranca, hermana de José, estaba de asistente en la guerra (se había tenido que alistar al requeté para no ser fusilado), con un capitán de requetés. A la mañana siguiente, Marcelino González, el Tintorero, que así se llamaba, estaba con el capitán como cada día y éste le dijo:

«Esta noche hemos fusilado a un grupo de tu pueblo que estaba en la cárcel de Tafalla, entre los de Peralta que han venido a matarles había uno que le dicen el C…. y quería matarles a cuchillo, no lo he dejado, pues ya era bastante con matarles de un tiro. Después que los hemos fusilado, este tan valiente se ha sentado encima de un tal José, que le decían el Feo y tan tranquilo se ha fumado un cigarrillo encima de él».

Como devolvieron vivo a la cárcel a Manuel Pérez Irigaray, el Torradillo, contó a sus compañeros, quiénes habían estado del pueblo matando al resto de compañeros.

Cuando se cortaron los fusilamientos en retaguardia, el matón que se sentó encima de José marchó al Frente del Norte. Contado por él mismo como la mayor de las gracias, decía que entró en un pueblo de Vizcaya y se fue al templo, encontrando que faltaba en la Iglesia el Niño Jesús. Esto le cabreó y reunió a todo el pueblo exigiendo que apareciera la imagen, y apareció. Entonces les «exigió que pasasen todos por la iglesia para visitar al Niño Jesús y si no lo hacían, por sus bemoles, que lo pagarían con un tiro», acompañándolo con una blasfemia. «Ya lo creo que pasaron ya, no faltó ni uno», fanfarroneaba. Muchas personas en nuestro pueblo le oyeron contar esta hazaña.

Alejandro Castillo Martínez, Todosio, de 30 años, casado con Juanita Boneta y con una hija pequeñita entonces. Juanita también tenía otro hermano preso en Tafalla, Pedro Boneta, que sería fusilado el 21 de octubre en Monreal, y otros dos hermanos más murieron en el frente, José y Tomás.

Alejandro era de tendencias socialistas, republicano de pura cepa, era una buena persona. Recuerdo a María Castillo, su hermana, que le quería con toda el alma y lloraba al recordarle y decía: «¿qué males había cometido? ¿A quién hizo mal? nunca en la vida, nunca. ¡Pobrico, con lo bueno que era…!».

Los cuñados de Alejandro y Pedro Boneta fueron llevados juntos a la Cárcel de Tafalla. Pedro trabajaba de pastor para Jacinto Sayés, por lo que Margarita, la madre de Pedro, decidió marchar a pedir que hicieran algo por el hijo y el yerno. Acudió a una señora muy religiosa y católica, cercana familiarmente al ganadero y ésta le respondió a Margarita: «Es que no puedo hacer nada por tus hijos y yerno; como se han hecho republicanos por eso les matan, no tenían que haberse hecho republicanos».

Con esta familia nos unía una buena amistad. Aunque mi tío Nicolás y los hermanos de mi madre no trabajaban juntos, los pastores tenían muy buena relación, al margen del ganadero para el que trabajaran. ¡Cuánto lloró Margarita a sus hijos y a su yerno! La recuerdo que subía mucho a visitarles, sobre todo a Irene, la hija que tenía paralítica. También venía mucho a mi casa, para que le cosiera mi madre, y las conversaciones siempre recaían en las barbaridades de la guerra, de la represión sufrida en retaguardia.

Por diversas circunstancias, Margarita y su esposo tuvieron que encargarse de diez personas, a pesar de que eran ya mayores, pasando muchísimo para poder sacar adelante a todos.

Amadeo García Leyaresty, natural de Corella, secretario del Ayuntamiento durante los últimos años de la República, casado pero sin hijos, tenía 50 años cuando le asesinaron.

Había sido contratado por los concejales de derechas que entraron en 1934. Era un hombre recto, que velaba porque las cosas se hicieran dentro de las leyes vigentes, fueran las propuestas de un lado o del otro, pero esto molestaba a los concejales de la derecha cuando contravenía sus pretensiones.

Era socialista republicano y de todos era conocido, ya que no se escondía. Así, pues, fue encarcelado el día 21 de julio con el resto de peralteses llevados a Tafalla. Lo destituyeron inmediatamente, porque su saber podría ser un grave obstáculo para sus intereses.

Es asesinado y enterrado en Muruarte de Reta, y a los tres días fueron a desenterrarle. Llevaba en el bolsillo algún documento importante y un anillo, después echaron tierra encima.

Antonio Goñi Basarte, Goñi, soltero de 22 años de edad. Luchador socialista con arranque y tesón por los comunales.

Jornalero al que acuchillaron los derechas en el bar La Bombilla, como se relata anteriormente, en el año 1933.

Antonio era muy claro y no se amedrentaba, la cárcel no le hizo callar ni esconderse en la lucha del campesinado, lo que motivó que de inmediato lo encarcelasen nada más establecerse el golpe.

Casualmente, entre los miembros de la Junta de guerra estaba el padre de quien le diera las cuchilladas

Antonio es apresado el primer día, 21 de julio, y encarcelado en Tafalla. En la primera saca de los presos de Tafalla fue uno de los elegidos. Había que eliminarlo cuanto antes.

A su madre Andresa y a su hermana Filo les cortaron el pelo. Su madre era republicana hasta la médula, como diría mi padre.

Recordaba mi madre que el pañuelo que se puso cuando le cortaron el pelo ya no se lo quitó jamás después de la guerra. Y no por lo que le hicieron, sino por la muerte de su hijo y por lo que fueron perseguidos, pues todos sus hijos tuvieron que escaparse de Peralta. Con el pañuelo se cubría la cara cuanto podía para no ver ni hablar con nadie. Lloraba amargamente la muerte de Antonio.

Pedro Legaz Catalán, Catalán, el más joven de todo el grupo, con sólo 19 años. Pertenecía a UGT. A pesar de su corta edad se dedicó con entereza y anhelo a favor de unos repartos comunales más justos. Su trabajo de vaquero así se lo dictaba, lo cual le condenará y el día 21 de julio será apresado y llevado a la cárcel de Tafalla. Excelente persona, buenísimo me comentaba una señora que le conoció.

Como recordaréis, estaba en casa de la familia Chivite esperando a su amigo Juan, y les acusaron de tener una reunión clandestina basándose en el Artº 7º del Bando de Mola, que prohibían todo tipo de reuniones.

Cuando iban a matar a Pedro, y lo sabemos por testigos presenciales, adelantándose a los criminales les dijo: «Venga ya, matarme, si lo vais a hacer», y disparándole cayó el primero de todos.

Los compañeros en prisión le trataban con su cariño, le arropaban cuanto podían, ya que Pedro era el más joven de todos.

Cuando comenzamos a dar los primeros pasos de «Operación Retorno» me encontré con Antonia, hermana de Pedro Legaz, en la calle Mayor. Le di a conocer nuestro proyecto, pero era tal su amargura que dio contra todo y contra todos. Su hermanico era para ella lo más hermoso, lo más bueno de la familia…..

Recogida de los cuerpos.

Como puede observarse, estaban enterrados al pie de un montículo. El lugar donde estaban enterrados era una acequia. Les echaron encima la tierra que pudieron con piedra, pues era un terreno muy pedregoso.

Todos arriman el hombro, jóvenes y mayores y también las mujeres. Al fondo se ve una mujer que está retirando la maleza que los hombres van quitando. Comenzaron a sacar los restos, todos miramos conforme se iban recogiendo.

Fue la recogida de restos algo tan deseado que desde los más niños pasando por la juventud hasta los mayores nos afanamos un día y otro sin descanso con gran ilusión y cariño por rescatarlos a todos.

Traerles a casa nos daba gran satisfacción y alegría.

El señor mayor de la boina es Pablo Casarejos Villafranca, Feo. Pablo es hermano de José. Él y Antonia, su esposa, eran ya mayores pero no les impidió estar presentes en todo.

Pablo amaba entrañablemente a su hermanico y tuvo siempre un espíritu luchador. Dos personas se ven dentro de la fosa, que comenzaban a sacar los primeros restos. Todos miramos con atención.

De nuevo: «Aquí salen más». Antonio Goñi lleva unos huesos en la mano, vuelve la cabeza y mira hacia donde estos nuevamente salen.

Antonia Legaz que está justo detrás seguía fija en su observación atraída hacia el mismo lugar.

Fue algo increíble, pero desde el primer momento su atención estuvo fija y finalmente recibiría su compensación.

Todos íbamos recogiendo los huesos, que salían a trozos, y las piedras y las raíces que se habían introducido entre ellos no facilitaba su recogida. De nuevo pudimos descubrir los restos de otra persona. Justamente donde Antonia Legaz miraba y remiraba. Todos habían sido enterrados en una hilera continua, las cabezas hacia el alto del terreno. Un detalle de quienes les dieron sepultura, entre ellos Adolfo, que fue quien nos ayudó. Los otros dos habían muerto ya.

Los restos se sacaban con delicadeza y de pronto apareció un mechero de mecha, que estaba bien enrollada al mechero, una petaca y un pañuelo, y dentro de éste dos monedas de plata.

En cuanto Antonia vio el mechero lo reconoció, era el de su hermanico, y es que además no salió otro.

Las dos monedas de plata se las había dado su hermana Martina, unas horas antes de que lo sacaran a matar.

En décimas de segundo la explosión de Antonia fue de alegría aunque llorando, de sentimientos encontrados como en todos. Había sido mes y medio de búsqueda y al fin allí estaban ante nuestros ojos, al alcance de nuestras manos.

Antonia repetidamente nos decía: «Es el mechero de mi hermanico, su petaca, las dos monedas se las había dado mi hermana Martina el día antes que fue a verle, es mi hermanico, es mi hermanico…»

Cuando salió la cabeza reconoció inmediatamente la boca de su hermano, pues tenía los dientes montados unos encima de otros, como estaban en aquella cabeza.

Jesús Lorente Pérez, Milagrés, tenía 25 años de edad, natural de Andosilla, casado con Gloria Lezáun Ochoa, Chapilla, tenía una niña de meses. Todos los de mi edad y mayores recordamos su nombre, Olga. Fue registrada por lo civil. Hoy día se pone Olga a cualquiera, pero entonces el nombre, olía a bolchevique se lo hicieron quitar llamándose desde entonces Alicia Olga, si bien seguimos llamándole Olga. Me comentaba un día que este nombre le causaba dolor por los recuerdos que de entonces tenía. Está en Argentina pero nos escribimos asiduamente.

Gloria se casó en segundas nupcias y marchó a Argentina con su hijita muy pequeña, y siempre, aunque hubiese tan larga distancia, nunca les olvidamos.

Jesús quedó malherido, así que una vez que vio que se marchaba el camión con los «emisarios de la muerte» se incorporó y corrió hacia la Ribera, hacia Peralta, pero no pudo alcanzar por pocos metros los pinos del monte donde podría haberse refugiado. En su escapada fue visto por sus verdugos y echando marcha atrás fueron tras él.

Nos enseñaron el lugar exacto donde cayó abatido; le faltaban pocos metros para llegar a los pinos y nos decían: «Si se hubiera estado quieto hasta que se marcharan del todo, se hubiera salvado», pero su afán era escapar hacia la Ribera. Hubo personas que creyeron que allí le habían enterrado, no sabían quién, ya que quienes nos acompañaban sobre todo eran de Campanas, Muruarte y Biurrun.

Intentamos rebuscar la pieza de Unzué donde cayó abatido, pero fue inútil. Primero con picos, palas y azadones, y se intentó de nuevo dos veces más, con palas mecánicas. Se trabajó a fondo, pero no se encontró la menor prueba de que hubiera estado siquiera allí enterrado. Cuando buscábamos enseguida nos dábamos cuenta si estaban o no, precisamente porque la tierra donde habían sido enterrados salía más hueca, y en esta pieza todo era igual, piedra y más piedra.

El párroco habló con el dueño de la pieza de 90 años y estaba dispuesto a venir pero la hija no le dejó. Había visto dónde cayó muerto y para cubrir la sangre habían echado dos grandes piedras, pero nadie informaba de que allí alguien le hubiese enterrado y por los significativos datos que nos dio Adolfo de Muruarte, Jesús pudo ser llevado nuevamente en el camión con el resto de compañeros, por lo que estaría en el panteón, con los demás.

Me contaba mi madre y ahora me lo han comentado otras muchas personas que le conocieron que Jesús era: «buenísimo, alegre dicharachero, siempre de buen humor, siempre dispuesto a ayudar si le pedías un favor o veía que algo necesitabas, se brindaba y te ayudaba, lo mismo en el campo que en la casa, o en la cuadrilla». Su madre, natural de Andosilla, como él, era viuda. Mujer de gran fe, creyente y practicante. Jesús adoraba a su madre y aunque ya estaba casado y tenía una hijita pequeña, en ningún momento la abandonó, ayudándole cuanto le fue posible para subsistir.

Félix Moreno Urroz, Pollo, hijo de Joaquín y Francisca, de 20 años de edad, soltero, jornalero. Se me ha dicho que era un «buenazo», e inclinaba sus ideas jóvenes hacia la izquierda republicana, si bien no se destacó, era todavía muy joven y no le dieron tiempo de más. Buen hijo por encima de todo y amigo de los amigos con su talante honrado.

Félix Medrano Díaz, Matute, de 30 años de edad, soltero. Vivía con sus padres y pronto pudo darse cuenta de la mala repartición de los comunales, por lo que se unirá a tantos otros para reclamar sus derechos vecinales y no le importará estampar su firma con la del resto de vecinos reclamando estos derechos vecinales de un mejor reparto de las tierras comunales.

Eusebio Malo Falcón, Malo, de 30 años de edad, soltero, hijo de Hipólito y Luisa, era aguador. Con gran amabilidad, abastecía las casas de agua ya que no todo el mundo tenía agua corriente, tratando a todos por igual.

Era de la UGT, pues como no, la familia sufría las consecuencias de la pobreza ocasionada por los comunales mal repartidos y debían trabajar de noche y de día para salir adelante toda la familia: los padres, tres hermanas, Julia, María y Pilar, sy hermano más pequeño Carlos, que estudiaba en un convento de frailes. Acababa de venir de vacaciones y el día 21 de julio les llevaron presos a Tafalla, si bien a Carlos le dejaron preso hasta el 21 de octubre, día en que mataron en Monreal a los que quedaban en la cárcel.

En aquel entonces se venía de vacaciones precisamente enjulio. En nada se había metido, ni del lado de los izquierdas ni de los derechas, pero la familia era de izquierda y esto bastaba.

El resto de sus días se los pasó llorando. Ya con 59 años, envejeció de tal manera que parecía un anciano. La imagen de sus compañeros asesinados tan brutalmente nunca se iría de su mente.

Hay detalles de los asesinatos que te hieren el alma. Era el día 2 de agosto en la madrugada. Se celebraba en Muruarte el día de la Virgen. En la madrugada se oyeron disparos y más disparos, saben que siempre hay muchos cazadores por allá. Nos contaban vecinos de Muruarte, Unzué, Campanas y Biurrun, que en un principio pensaron que eran los cazadores y no se alarmaron, pero poco a poco se dieron cuenta que algo estaba sucediendo. Algunas personas a escondidas se acercaron al lugar de los hechos y vieron claramente lo que estaba ocurriendo. Adolfo y otros muchos testigos nos dijeron: «No lo olvidaremos jamás, era el día 2 de agosto día de la Virgen, nuestra patrona».

«A uno de estos —nos decían—, si no le dieron 40 tiros, no le dieron ninguno. Le tiraban a las piernas, a los brazos, uno tras otro, no para matarle, sino para herirle y hacerle sufrir hasta que murió acribillado. Quienes lo mataron eran unos criminales sin escrúpulos, no crean que les mataron gentes de por aquí, no les conocíamos de nada y por aquí nos conocemos todos». Entonces les explicamos que los asesinos eran de Peralta y Berbinzana.

«Parece que tenían a mano las cuerdas de segadora, pues con ellas se valieron para maniatarles y torturarles». Adolfo contó hasta catorce cuerdas que ataban las piernas de uno.

A la mañana siguiente acudieron las mujeres de los alrededores y vieron la masacre. Algunas fueron a buscar al entonces párroco de Campanas, aquél de quien ya he comentado era de Peralta, que fue uno de tantos, y que en Pamplona le despacharon de conventos, iglesias y colegios religiosos por celebrar misa con las pistolas encima.

No sabían aquellas personas que los muertos y el sacerdote eran de Peralta, pero cuando el cura vio quiénes eran, que eran nada más y nada menos que vecinos de Peralta y de izquierdas, se negó a rezar y dijo: «¿Rezar a estos un responso? A éstos no los quieren ni los cuervos». Y dando media vuelta se marchó. Cuando fuimos a recogerles habían pasado 42 años, pero todavía mujeres y hombres de estos pueblos lo recordaban y ellos fueron quienes nos dieron todos los detalles.

Estaban enterrados en terreno de Muruarte, propiedad de Adolfo, que con dos más del pueblo les enterraron.

Sin embargo, la búsqueda y localización del lugar exacto, hasta que contactamos con Adolfo, nos llevó mucho tiempo, pues las informaciones iniciales eran equivocadas.

Fue la señora del Restaurante Teré y su hija, de Campanas, las que nos pusieron sobre la pista, junto con la viuda del alcalde del 36 en Muruarte, que nos atendieron con todo cariño.

Aunque no se ha podido saber a dónde les llevaron a los que quedaban del grupo de detenidos en Tafalla, sí puedo presentar unas cartas de tres de los compañeros de Peralta y por dos de éstas podemos saber que efectivamente les sacaron de la cárcel.

La primera es de Blas Díez, esposo de María Irigaray, Pitona, que escribe a su esposa. Aunque no pone fecha, Pedro Boneta escribe en la misma hoja por detrás a sus padres y es del día 3 de agosto:

«Querida esposa hijos salud os deseo así como nosotros gozamos de ella, me supongo que ya habrá alguna noticia nuestra, pues ahí verás si hay alguna persona que pueda informar bien por nosotros sin mas recibes un fuerte abrazo y besos a los hijos. Hasta la tuya.

Blas Díez»

Pedro Boneta escribe así:

«Tafalla 3 de agosto de 1936

Mis queridos padres, me alegraré que al recibo de mis cortas letras se encuentren bien, yo bien, la presente sirve para decirles que, en vista de los rumores que se corren, les escribo para que estén tranquilos, porque aquí, estamos bien.

Sin más que decirles un abrazo de su hijo.

Pedro Boneta»

Mi tío escribe también una carta el mismo día 3 de agosto. En una de las 26 que se guardan de Blas dice que: «si no las entregan al punto de la mañana no las echan hasta el día siguiente». Así pues ellos escribieron en cuanto pudieron hacerlo para que llegasen cuanto antes.

«Tafalla a 3 de agosto de 1936. [1ª carta del día 3 de agosto]

Querida madre, cuatro letras para decirle que me encuentro bien de salud. La siguiente sirve para decirle que mire de qué manera nos saquen de Tafalla, ya irá a casa de Juanito y le dice que haga lo que pueda y que le diga a Jesús.

Mirarlo enseguida, que urge. Sin más, se despide, lágrimas de su hijo, muchos recuerdos para todos.

Madre al mismo tiempo le habla a las personas más significadas de Peralta, que hagan lo que puedan por nosotros, por los 12 que estamos, pidan clemencia por nosotros, que estamos muy tristes. Adiós madre de mi alma. Hasta la suya.

José Orduña»

Las tres cartas tienen un denominador común, por una parte tranquilizar a sus familias, ya saben que se llevaron a unos compañeros e imaginan lo peor y por otra parte ven la necesidad que tienen de que se haga algo por ellos desde fuera, de ahí las cartas de Blas y mi tío José, como seguramente lo hicieron los demás, pidiendo que hablasen con personas influyentes.

Aquello no se lo esperaban, esperaban un juicio pero no una saca y los inmediatos asesinatos. Vuelven a escribir Blas y mi tío el mismo día 3 de agosto, ya están más sosegados, si bien les embarga una gran tristeza y preocupación y conocen ya lo ocurrido aunque sea a medias.

«Prisión de Tafalla 3 de agosto de 1936

Querida madre, cuatro letras para decirle que me encuentro bien de salud. Gracias a Dios.

La siguiente sirve para decirle que mire de qué manera se nos saque de Tafalla, ya madre mía creo que habrán sabido la gran tragedia de nuestros compañeros. Parece mentira que tengan el valor de matar a quienes siempre fuimos amigos y convecinos.

Estamos como tontos y con el alma en un hilo, nada hicimos de lo que pueda acusarnos la Justicia, pero no nos hacen juicio.

Por favor, madre, mire a ver que puede hacer por todos nosotros, hable con Jesús y Juanito, ellos saben bien cómo soy pues mucho he trabajado para ellos. Son personas influyentes, todos somos del pueblo y saben que nada malo hemos hecho.

Madre, no puedo seguir escribiéndole, las lágrimas se agolpan a mis ojos, la muerte de nuestros compañeros, entre ellos el primo Antonio, nos ha dejado consternados.

Madre, ¿quién va a trabajar ahora por vosotras? Vosotras hermanas cuidarla mucho, ya sabéis que nunca estuvo bien de salud. No se preocupe por mí madre.

En el Frente no todos mueren y mis hermanos ya volverán. Adiós, madre de mi alma, adiós hermanas mías. Quien mucho os quiere.

Blas Díez»

Eran cuatro hermanos y una hermana. Creía la madre que Ángel había muerto pero escapó, y el día 10 de agosto, cuando fueron a buscarle para matarle, fue nuevamente detenido e inmediatamente le mataron y se llevaron a la mujer a la cárcel. Nicolás estaba preso así mismo con Blas en la cárcel de Tafalla y el cuarto hijo, Gerardo, tuvo que alistarse al requeté y estaba en el frente, así que puede uno imaginar el suplicio de aquella madre y también de los hermanos.

Puede observarse que dice en la carta: «Ayer estuvimos de marcha sin saber dónde». Y conocen lo que había sucedido, pues mi tío dice claramente: «La muerte de nuestros compañeros, entre ellos el primo Antonio». Por ello, ambos vuelven a insistir en que hablen con personas influyentes del pueblo.

Anselmo Irigaray era uno de los citados. Dionisia es cuñada de Blas, hermana de María, ésta estaba sirviendo en Cadreita en casa de los marqueses de Cadreita y su marido era de derechas, y buena persona, si bien a Blas y a Carlos Burdaspar, cuñado también con su hermano José, de nada les sirvió. No pudieron hacer nada, como lo demuestra la gran amistad que siguieron teniendo con la hermana y sus hijos.

Las dos personas que nombra ni tío, Juanito y Jesús, eran hermanos; había trabajado mucho para ellos en el campo y conocían muy bien cómo era. Mi abuela, junto con mi tía Pilar -entonces de 14 años-, fue a casa de Jesús, llevó la carta y le suplicó que hiciese algo por todos ellos. Jesús le respondió: «Yo no puedo hacer nada por tu hijo ni por los otros, son de los del puño en alto y aún te sobra una hija en casa» (lo decía por mi madre).

Hasta comenzada la búsqueda no había sabido de estos hermanos, pero la relectura de las cartas de mi tío hizo que le preguntara a mi madre por ellos y me lo contara.

Un día pasé delante de él y venía cara a cara por la acera el criminal que además le robó la ropa a mi tío José y se la puso. A éste, ya entonces mi madre al encontrárselo en la calle y ver la ropa de mi tío que la llevaba puesta le trató de ladrón y asesino. Él se puso gallico, pues su estatura no le permitía ser gallo, si no tenía un fusil, pistola o mosquetón. Tras cruzarnos, se me ocurrió mirar hacia atrás y, qué casualidad, inmediatamente se juntaron. Sin pensarlo dos veces les dije en voz puesta: «¡Ah que bien, Dios los cría y ellos se juntan!». Ninguno respondió nada y se metieron en la cochera.

Con las cartas queda muy claro que habían sacado a más hombres que los que asesinaran en la madrugada del día 2 de agosto. Al final de su carta Blas comenta que están agradecidos del pueblo de Tafalla, desde los familiares y amigos de los presos que también se encuentran de Tafalla les llegan algunas ayudas y visitas dándoles ánimo.

Parece que Blas recibió carta de María, le da ya algunos datos de lo ocurrido e inmediatamente vuelve a escribir el mismo día 3 de agosto:

«Tafalla 3 de agosto de 1936

Querida esposa e hijos, salud os deseo así como nosotros gozamos de ella, yo bien. Gracias a Dios.

María he recibido la tuya la que me sirvió de mucha alegría, aunque veo que estás triste porque os han cortado el pelo, pues el pelo crece y se puede arreglar, pues dices que no escriba tan triste como la otra pues si la carta es triste según dices yo estuve más cuando me distes las noticias que nunca hubiera pensado yo, sabes que para ti es toda mi esperanza y sólo en ti puedo pensar así que cuanto te ponga en la carta es porque te tengo el pensamiento en ti y cuando veo visitas paso un rato triste.

María quien te viera con el pelo cortado y los pendientes largos, poco me importaría siempre que yo estuviera en libertad […] Hay que tener paciencia, solo estoy impaciente cuando espero tus noticias y tardan en venir. Cuando cojo tu carta en mis manos la beso así como cuando cierro ésta pues me parece que te beso a ti, así que ya que no te puedo ver deseo me des noticias cuantas sepas pues no me asustan por duras que sean y ya me mandarás aquel retrato de los hijos si es que esta ya que también quisiera tener el tuyo para verte a menudo y besarte así que estaré algún rato pensando que estoy con vosotros, puesto que no pasa ni un minuto sin tenerte en mi pensamiento.

Yo nunca hubiera creído el amor tan grande a la familia, aunque yo ya sabes que nunca he sido malo María […] sabrás que Ángel ha muerto y Gerardo está en el frente, así que no quiero decir nada de Berbinzana pues en todos los sitios hay algo, también te digo que aquí se encuentra Idelfonso hermano de Fortún, Paco el de los violines, Miguel el hijo de Alfaro […] así que aquí pasa como a vosotras con el pelo, cuando entramos mucho sonreímos y decíamos: otro al cajón […] Ya me dirás si la recibes la carta abierta o cerrada […]

Pili ya sé que te estarás aburriendo tanto escribir pero ya sabes la situación que me encuentro y deseo tener noticias, me dices también que mi última carta era muy triste y que no se la leíste toda a María pues a mí me parecía era de alegría algo más triste podía haber sido era el día que tuve la noticia de la muerte de mi hermano y después la carta que me hizo que pasara mal rato….

Blas Díez»

(Pili era hermana de los hermanos Chivite. María, la esposa de Blas, no sabía leer ni escribir correctamente y Pili se encargaba de escribir en nombre de María y de leerle las cartas de Blas.)

Las cartas de Blas son emotivas, largas, y se ve el cariño que tiene a su esposa e hijos. Aclara cómo su tristeza es debida a las noticias que le ha dado su esposa, «Las noticias que nunca hubiera esperado». Y por otra parte había conocido la muerte de su hermano Ángel. Conoce así mismo en la carta última de su esposa que le han cortado el pelo a María y aún le anima a tener paciencia.

Pablo Casarejos Villafranca, hermano de José, asesinado el día 2 de agosto en Muruarte y primo a su vez de mi padre, me explicó un día lo ocurrido con su hermano: «Al otro grupo de Peralta que estaba en la cárcel de Tafalla con mi hermano, los mataron los mismos y algunos más, que los que mataron a mi hermanico, pues se llevaron más de 60 de la cárcel, los de Peralta y de otros pueblos. C….., sabe muy bien dónde les mataron y enterraron».

Para mi madre era una tortura permanente que apareciesen todos salvo su hermano José y el resto de compañeros. A mí me dolía decirle un día y otro no sabemos dónde están, pero ánimo que ya saldrán. Así pues, informada por Pablo de estos detalles, me propuse de buenas maneras preguntarle al tal C…. nos dijera dónde estaban. Un día que habíamos tenido una reunión en casa de Juanjo, me marchaba a casa ero subí por la calle Matapadres, con intención de poder encontrarle, pues normalmente me marchaba a casa por la carretera.

Justamente comenzaba a subir la calle Matapadres (hoy Espoz y Mina) cuando le vi cruzar por la calle Mayor, en el trozo de bocacalle que hay entre lo que es hoy la Librería Irigaray y la Agencia de Viajes. Al reconocerle eché a correr con el ánimo de alcanzarle. Aunque era bastante mayor que yo, llegué a la calle Mayor en un voleo pero no lo vi. Era imposible que hubiera llegado a su casa, pues estaba a bastante distancia de donde le vi. Deduje que también corrió o se escondió. No vivía en la calle Mayor, pero sí en sus inmediaciones.

A partir de que comenzamos a trabajar en «Operación Retorno», este elemento cada vez que me lo encontraba volvía la vista para otro lado o daba la vuelta. Era familia lejana de mi madre, y siempre tuvo un comportamiento normal con nosotros hasta estas fechas.

Al Cándido Casarejos, padre de José, también le quisieron matar. Era muy mayor, pero enterado de que iban a ir a por él, acompañado por su hija Pilar —ya casada con Marcelino González— llegaron por el monte hasta Pamplona. Se escondían de día y andaban por la noche. En Pamplona se escondió en casa de una cuñada, hermana de su esposa, hasta pasar la revancha.

A las hermanas de José y a la madre, Teodora Villafranca Ruete, les cortaron el pelo. Les hacían ir al campo y trabajar para ellos desde que salía el sol hasta que se metía; mal alimentadas y a veces por no darles, no les daban ni agua para beber en aquel verano infernal del 36, y por supuesto, jornal mucho menos.

Como los hombres o estaban en la cárcel o en el frente o fusilados, los caciques del pueblo no tenían personal para realizar sus labores, por lo que echaron mano de las mujeres de izquierdas para hacer las labores del campo, trillar, coger maíces, remolacha, limpiar las escuelas, las calles, la iglesia y la casa consistorial, y todo con burlas grotescas.

Toda la familia de los Casarejos-Villafranca, fueron bien perseguidos y represaliados, algunos de ellos se libraron de la muerte gracias, por ejemplo, a Santiago Ruete, miembro de la Junta de guerra, y de Anselmo Irigaray.

Santiago Ruete supo que al marido de Justa Villafranca, Ricardo Irigaray, Pitón, iban a llevárselo a matar, a las pocas noches de que se llevaran al cuñado Félix Castillo. Santiago le avisó para que se escapara, y aprovechando la noche se escapó hasta Pamplona, a casa de Margarita, su cuñada, donde ya estaba escondido Cándido Casarejos.

Le cortaron el pelo a Justa Villafranca y a su hija María, de 16 años de edad. Curiosamente, el que llevaba la lista para los cortes de pelo no llevaba a ninguna de las dos, pero una vecina, energúmena como pocos, observando que no se llevaban a ninguna de esta familia, comenzó a vociferar que se las llevaran, les cortaron el pelo y aún la cabeza.

De inmediato llegó la orden de que a madre e hija les cortaran el pelo, y les llevaron a la peluquería de Juanito Antomás, el Fati. Éste se quedó muy apesadumbrado y Justa le animó a ejecutar la orden que le habían dado: «Corta el pelo sin temor, éste ya saldrá, a quienes les han cortado la cabeza ya nunca más volverán a la vida».

Finalmente, Gregorio Villafranca, hermano de Justa y Gregoria, conoce que está amenazado de muerte. Además, alguien que todavía no se sabe quién fue quería inculparlo, le colocó en la ventana de la cocina que daba a la Plaza Progreso una caja de municiones, a la vista de todo el mundo que pasara por la casa. (Conozco la versión por la familia y por Nieves Ruete, hija de Santiago Ruete, que a tantos salvó de la muerte). Gregorio avisó a Santiago Ruete, y éste salió del horno donde estaban amasando la harina para el pan del día siguiente, llegándose hasta la casa de Gregorio. Cogió la caja y se la llevó a su casa.

Anselmo Irigaray y Santiago Ruete, salieron al frente de esto y haciéndose responsables totalmente de Gregorio, le salvaron de ser fusilado. Dudando de los «emisarios de la muerte», se fue a Pamplona, a casa de su hermana Margarita. Así pues, en casa de Margarita, donde estaban escondidos Cándido Casarejos y Ricardo Irigaray. Gregorio había sido concejal republicano y todo esto ocurría en los primeros días del golpe.

Encuentran a Julián Orduña, Cleto, y lo asesinan en Peralta

Julián Notario Orduña, Cleto, de 30 años de edad, soltero, vivía con su madre viuda para la que era el único sostén, se inclinaba hacia las personas socialistas o de UGT con quienes trabajaba en el campo.

Por la noche logra llegar a casa de un tío carnal que antes de que amanezca pide a Julián salir de su casa, no vayan a encontrarle y tomen represalias contra su familia. Vuelve a huir y se esconde en el monte.

Su madre, Cleta, le llevaba comida por las noches, pero alguien le vio y la denunciaron a la guardia civil. Santiago García se entera de lo que estaba ocurriendo y avisa a Cleta para que evite llevar nuevamente comida a su hijo porque la estaban vigilando.

Pero los «emisarios de la muerte» que advierten que la madre no sale de casa, le obligan a salir por el monte y por el campo para llamar a su hijo. Al oírle gritar que le llevaba la comida Julián no respondió comprendiendo que algo sucedía.

El sacerdote don José Boneta, que estaba de vacaciones, se encontró con él y le dio dinero para que pudiese comer y se escapase por la noche, pero con la mala fortuna de ser vistos por dos matones. El día 2 de agosto de 1936, por la mañana temprano, lo encontraron escondido en la Cabaña del Chino y allí mismo le mataron.

Fue enterrado en una finca de Guillermo Castillo, Reniega, junto a una higuera de la que nunca volvieron a coger su fruto por respeto al allí enterrado.

En febrero de 1977, 41 años después de este hecho, estaba mi padre ingresado en el Hospital de Pamplona. En la habitación contigua había un señor de Funes que entabló trato con el compañero de mi padre y mi padre, hablando de aquellos tiempos, y nos comentó lo siguiente:

«Me mandó mi madre que le llevara la costa a mi padre cuando yo tenía 8 años, mi padre estaba trabajando en San Mauricio [lugar entre Peralta y Funes, de ambos pueblos] me encontré a dos de Peralta, fulano y mengano, y me dice: «Chiquito, ¿Quieres ver a un rojo muerto?» Yo pensé que sería algún animal que habían cazado pues iban los dos con pistolas y un fusil cada uno y les dije que sí, entonces me llevaron hasta la cabaña del Chino y allí estaba un hombre muy grande, muerto, envuelto en sangre, eché a correr y sin parar y asustado vivo, llegué hasta casa y ya no volví más al campo. No le he olvidado nunca, le recuerdo como si le estuviera viendo ahora mismo, tampoco se me olvidó la cara de los matones que después reconocí en Peralta».

Estos dos personajes eran ni más ni menos los que don José Boneta descubrió cuando hablaba con Cleto. Ambos, asesinos del pueblo. De uno de ellos particularmente recuerdo que murió rabiando como un cosaco y se le presentaban en su lecho de muerte todos los que había asesinado.

Cuando fuimos a pedir permiso a los Reniega para sacarlo y enterrarle con todos, nos quedamos de piedra cuando nos comentaron hacía dos años lo habían sacado y se habían llevado sus restos a Funes. J. Luis y Pedro Jesús Castillo, Reniegas, se quedaron consternados, después de tantos años respetando aquel sitio. Una persona de Funes, extrañado de que nunca labraran aquel corro ni comieran de la higuera, les preguntó el motivo, y se ofreció a hablar con el enterrador de Funes para llevar los restos al cementerio. Quedaba pues la posibilidad de que estuviera en Funes.

Hablamos del asunto con Emiliano Cid, El Chino, enterrador en 1978, imaginando que los restos se habrían echado al osario del cementerio de Funes, pero cual fue nuestra sorpresa cuando Emiliano, nos dice: «Tranquilos, no tenéis que ir a Funes, porque está aquí, el enterrador de Funes me habló de lo que ocurría y lo trajimos aquí y en lugar de echarlos al osario, por si acaso algún día se buscaban los enterré en frente». Así pues los recogimos también y reposan junto a los demás en el Panteón.

Es asesinado en Peralta un joven de Beire

En la mañana del día 4 de agosto Dionisio Zufía Escobés, de 30 años, natural de Beire, se encontraba descansando en una de las cuevas que estaban al comienzo de las eras, junto a Vallacuera.

Al llegar los trilladores le ven, lleva un hatillo de ropa y algo de comida, es preguntado por uno de estos (requeté por más señas) qué hace por allí, respondiéndole el joven que va huyendo de Beire porque allí se está haciendo una masacre con la gente, por culpa de los curas, los requetés y los falangistas. Mientras hablaban se presentaron los que le seguían, entre ellos uno de Olite que le decían El niño valiente, que junto con el requeté de Peralta lo mataron.

El requeté marchó a casa a comer muy ufano y lo habló en la mesa: «No he podido menos que matarle, madre, el canalla aún decía que la culpa de todo la tiene el clero, los carlistas y falangistas, así que no nos ha quedado más remedio que hacerlo».

Un hermano más pequeño estaba a la mesa comiendo y tras escuchar a su hermano dejó de comer y levantándose le dijo a su madre: «Esto no es para mí, así que me voy al frente, moriré defendiéndome pero nunca seré un asesino», y sin terminar de comer se marchó para no volver; tuvo la desgracia de morir en el frente.

Aunque fueran casos esporádicos e insuficientes, está claro que no todo el mundo estuvo de acuerdo con lo que se llevó a cabo en la retaguardia, y así como muchos hombres de izquierda marcharon al frente para librarse de una muerte segura si se quedaban en Peralta, también los hubo de la derecha que hicieron lo mismo huyendo del horror del que estaban siendo testigos.

La madre de Dionisio recibió la noticia por boca de un pariente presente en la ejecución. Tristemente, no pudieron recoger sus restos por ignorarse el lugar exacto.

Nuevas cartas desde la cárcel de Tafalla

El día 5 de agosto vuelven a escribir Blas y mi tío José.

«Prisión de Tafalla, 5-8-36

Querida esposa e hijos, salud os deseo así como nosotros gozamos de ella.

La presente sirve para decirte que he recibido tu carta y me ha servido de mucha alegría, pues cada día que pasa sin saber noticias, se me hace un año, así que haz por darme alguna noticia que no me asustan las que tú me des, pues anoche trajeron a 8 más, así que hay que tener paciencia.

Ya me dirás si va Carlos a trabajar pues no me das ningún pormenor así que dame las que más puedas darme, de aquí te puedo poner poco y de cuidado.

Tú verás de que pongan bien de nosotros, aunque nunca hemos hecho más que trabajar mucho, así qui no hay que estar dormidos y pueda pasar otro tanto como el hecho anterior, es muy triste […]

Así que ten tranquilidad y paciencia que yo bastante tengo […]

Blas Díez»

(Se refiere a Carlos Burdaspar, eran cuñados, estaba casado con Julia Irigaray, hermana de María, 7 días más tarde sería fusilado en Milagro.)

Es notable la preocupación que tienen después de haber ocurrido los fusilamientos de los compañeros. Ellos siguen pensando que nada malo han hecho, que solamente han hecho trabajar y más trabajar por lo que no es justo que les hagan nada, pero ante lo acaecido ya no tienen confianza de que así sea. Mi tío escribe el mismo día.

«Prisión de Tafalla, 5-8-36

Querida madre, hermanos, hermanas y demás familia. Salud les deseo cuando esta llegue a sus manos la mía es buena y la de mis compañeros. Gracias a Dios.

La presente sirve para decirle que he recibido su carta por la cual veo están todos buenos. Respecto a la mala suerte que hemos tenido, de que se lleven a los compañeros de aquí y no sabemos el paradero de ellos ni lo sabremos ya, para toda la vida, así que estamos medio tontos.

Madre, de todos los que nos hemos quedado aquí les dé un abrazo a la familia del primo Antonio.

Madre, si puede girar algo de dinero lo giren a nombre de Encarna porque las 20 ptas que traje las hemos gastado para todos, así que haga lo posible por girar algo porque no tengo ni un perra.

Sin más que decirle por ahora reciban un fuerte abrazo de su hijo que les quiere y no les olvida y dar muchos recuerdos para todos mis hermanos y hermanas y demás familia.

José Orduña

Madre le digan a la madre del sastre que le escriban que está intranquilo por no saber nada de la familia de Félix Blanco.»

El primo Antonio, no era otro que Antonio Goñi. Mi abuelo materno y la madre de Antonio eran primos carnales.

Félix Blanco era el hijo del alcalde el cual no sabía nada de la familia. Lo que va sabiendo, es gracias a los compañeros que pudieron ser visitados por sus familiares o por las cartas que estos recibían. Mi tío, en varias cartas escribe pidiendo noticias para Félix Blanco, lo que hace suponer que no le permitían que le llegase carta, paquete ni visita alguna.

Este comportamiento parece una forma de venganza por no haber podido coger al padre para matarlo. Los otros hermanos estaban ambos en el frente y uno de ellos, Pepe, moriría.

En la carta se comprueba la solidaridad que tenían entre ellos.

María Irigaray, esposa de Blas Díez, también acude a quien cree puede hacer algo por todos y ésta lo hace por medio de una carta que envía a Pamplona, donde se encontraban. No tenemos la carta que escribió, pero sí la respuesta de Petra, la esposa de Anselmo Irigaray, en cuya casa María había estado sirviendo, y siempre demostraron que la apreciaban. dice así:

«Pamplona, 6-8-1936

Apreciable María: Recibí tu carta ayer tarde y como Anselmo no viene a casa hasta muy tarde no le pude enterar de tu carta. Cuando vino se la entregué y hoy pensaba irar a ver si podía hacer algo, pero esta tarde ha tenido que salir para Guadarrama y no sé cuando volverá, pues como están todos sujetos a las órdenes superiores no sé cuando dispondrán de que venga. Cuando regrese hará cuanto le sea posible por poder atenderte. Mis chicos están con la tropa que va a Madrid hechos unos valientes defendiendo nuestra Santa Causa Dios y Patria, y no quieren venir ni a descansar pues en todos los lugares han entrado en fuego y Dios vela por ellos que no han tenido ni una pequeña herida ni un catarro.

En mis oraciones por España no os olvido y ruego a Dios cesen estas luchas y los equivocados vuelvan al verdadero camino.

Excuso decirte que esas pobres criaturas me rajan el corazón tanto por vuestra desgracia material como por el perjuicio espiritual que este estado de cosas les ocasiona.

No confíes en nuestro poder que es muy poco pues con los militares no sirven influencias pero de nuestra voluntad puedes estar segura que es grande y si es posible se le atenderá.

Pediré al señor sepas resistir esta actuación difícil pero vuelve tu corazón a Dios. Él te ayudará, pues en la ayuda de los hombres no encontrarás el consuelo verdadero. Te hablo por experiencia propia pues en las contrariedades mi consuelo ha sido el señor y Él me ha ayudado. Animo. Sabes que no te olvida tu afftma.

Petra.»

Imagino que nada pudo hacer Anselmo en esta ocasión por Blas y demás compañeros. Hemos visto cómo salvó a Gregorio Villafranca y meses más tarde fue uno de los que se preocupó porque no hubiera más fusilamientos.

De todas formas queda patente lo que muchas de aquellas personas de derechas pensaban de los republicanos y del Alzamiento Militar: «Santa Causa, Dios y Patria» y «los equivocados vuelvan al verdadero camino». Está muy claro cuál era el pensamiento, si bien en esta persona no se desprende el odio que en otras se vio tan palpable.

Estando mi padre en Madrid como sargento del ejército republicano, se enteró de que había una religiosa de Peralta, sor Juana Malumbres, tía carnal de Juana Mª y Javier Malumbres. Acompañado por dos soldados más, fueron a visitar a esta religiosa, y al verles se alborotaron.

Todas negaban que hubiera ninguna religiosa de Peralta en aquel convento. Mi padre no perdió la calma y las convenció de que nada iba a sucederles, que se había enterado que vivía allí una religiosa de Peralta e iba a visitarle, y al mismo tiempo a ofrecerles ayuda si la necesitaban, que Azaña incluso les había dado la orden tajante de que no se molestase a los religiosos.

Se calmaron y llamaron a sor Juana. Mi padre se presentó y habló con ella, se brindó a ayudarles si lo necesitaban, pidiéndoles que atendieran por igual a los heridos que les llevaran, fueran nacionales o republicanos, «todos estamos defendiendo a España, cada cual con sus propias ideas».

Cuando sor Juana vino a Peralta después de la guerra, al ser preguntada cómo lo había pasado en el Madrid republicano, constató que no se habían metido con ellas para nada… Inmediatamente, la echaron del pueblo y creo que no volvió más.

Casualidades de la vida, fue un sobrino carnal de esta religiosa, Ricardo Malumbres, médico en Zaragoza, quien después de dos años de enfermedad de mi padre con fiebres maltas y paralítico por una punción en la columna vertebral, mal hecha, le curó las fiebres e informó a mi madre de la causa de su parálisis.

Recientemente conocí el caso de otra religiosa de Peralta, de la Caridad, a la que le preguntaban por el calvario que habrían pasado con los republicanos en su zona, pero también respondió de igual manera que la anterior.

De nuevo Blas escribe el día 7 de agosto. En su carta se comprueba, como en todas las que escribió, el cariño hacia su esposa María y hacia sus hijos, pero por supuesto no olvida a vecinos y compañeros sobre todo si éstos han sido asesinados:

«Tafalla, 7 de Agosto de 1936

Querida esposa […] nosotros gozamos de ella a Dios Gracias.

María ya he recibido tu carta y por ella veo que ha sido imposible que vendrías pues para una vez que tenía permiso, he salido lucido y menos mal que han venido mi madre y mi hermanica y me han sacado de visita les había escrito que venías y quería venir mi madre para verte pues por ahora me he quedado de a pie así que toda mi ilusión se ha quedado una, otra vez será pero no quiero que me hagas consentir te estaba esperando en el auto y no has venido […] ven cuando quieras pero otra vez ni me hagas otra como esta que te estaba esperando en el auto y no has venido, pues yo nunca he visto una mentira tan clara como esta, no quiero que me alegréis para luego quedarme más triste […] llevo dos días disgustado y menos mal que he recibido esta carta que me ha tranquilizado un poco desde las 10 hasta las 11 mis pensamientos han sido malos pensando que algo iba a pasar, pero una vez en mis manos he visto que todos estabais bien, se corre que se van a hacer Consejos de Guerra, no sé si será cierto si se hacen y salgo libre ya estoy voluntario […]

Blas Díez»

Nueva carta de Blas:

«Tafalla, día 8 de agosto de 1936

Querida esposa e hijos […] Envíame todas las noticias que puedas todo cuanto puedas ponerme, ya sé que son mucho más largas que lo que me pones, pero mándame todas las que puedas de la familia que es lo único que deseo […] Quiero que escriba la Lola algunas letras y que me de noticias de la Juanita la de Todosio [Esta era, Juanita Boneta Irigaray viuda de Alejandro Castillo asesinado en Muruarte el día 2 de agosto] aunque estará muy disgustada puesto que es tan triste el perder un ser que tanto se quiere. También nosotros lo sentimos mucho y por los demás que han corrido la misma suerte […] Aquí estamos bien aunque hoy cumplo siete días que, gracias al sol que se presentó […] [Se refiere al día 2 de agosto en el que le sacaron de la cárcel para ser fusilado, pero les volvieron de nuevo a la cárcel] Así pues que ánimo María […]

Blas Díez»

Es apresada Encarnación Resano Falcón

El día 4 de agosto celebra la Iglesia la festividad de Santo Domingo de Guzmán, quien instituyó el rezo del Santo Rosario en honor de la Virgen María. Fue costumbre en Peralta, que, en honor del Santo y por supuesto de la Virgen del Rosario, se hiciese un novenario del rezo del Santo Rosario por las calles, pero en agosto, a partir del día 4 de agosto se rezaba por las tardes.

Según nos comentara a mi madre y Fermín Jericó Resano, el mudo Jericó, el día 8 de agosto le llevaron presa a su madre Encarnación Resano, la Morica.

Al atardecer del día 8 de agosto, coge el banco que guardaba en la entrada y lo saca a la calle a tomar la fresca, como lo hacía todas las noches de verano. Al sacarlo, en la calle lógicamente hizo ruido al dejarlo en el suelo. Se sienta de cara a la pared, costumbre entonces en las mujeres para evitar que ninguno que pasara por la calle les pudiera ver las piernas.

Encarnación era muy sorda, y había que gritarle para que te oyera. Justo en esos momentos en que ella sacaba el banco, llegaba el Rosario por la calle Tejedores —entonces Galán y García Hernández—, se sentó como cada tarde y por la sordera no se percató de esto.

Una vecina cuatro casas más arriba que ella y otra de la calle Mayor, rápidamente le denuncian a dos falangistas que acompañaban la procesión, acusándole de haber hecho ruidos y de haberle dado la espalda al Rosario. Inmediatamente, cogen a Encarnación llevándola a la cárcel, donde estuvo recluida hasta el día 26 de octubre, en que fue asesinada en Falces. ¿Esto era el celo cristiano?

Curiosamente, llegando a cierta edad, estas dos señoras quedaron mudas de por vida, por alguna enfermedad.

El citado corresponsal de Diario de Navarra y Pensamiento navarro, no tardó en enviar sus dardos envenenados sobre la pobre mujer, y así el día 19 de agosto, en las «GACETILLAS» de página octava, con el titular «Las hay zafias» escribía una más de sus despiadadas crónicas: (Ahora en los archivos electrónicos sin el encabezamiento insultante.)

«GACETILLAS

Peralta fue detenida noches pasadas la vecina de dicha villa Encarnación Resano Falcón de 57 años, porque al pasar por delante de su casa la procesión de la Hora Santa salió a la calle con un banco con el que pegó en el suelo para llamar la atención y se sentó de espaldas a la procesión en plan de mofa y escarnio a las imágenes en cuyo momento unos falangistas que le vieron la cogieron y la llevaron a la cárcel.

Esta individua según informes oficiales es de pésimos antecedentes y agitadora de masas de tal manera que en cuantas alteraciones de orden público han ocurrido en dicha villa siempre aparecía a la cabeza la individua de referencia».

Vi este artículo por primera vez en el 78, cuando estábamos recogiendo los restos de nuestros familiares. Me lo entregó, junto con otros documentos de interés, José Mª Jimeno Jurío. Me quedé de una pieza, porque había oído hablar siempre bien de esta mujer.

Todas las acusaciones vertidas por el corresponsal eran rechazadas tajantemente con mucha indignación por las personas a las que consulté. Aunque se quedaron más tranquilas al conocer la sucia pluma de quien lo había escrito.

En casa de Filo Goñi Basarte (hermana de Antonio Goñi, fusilado en Muruarte de Reta) le saqué el tema haciéndome eco de las palabras del corresponsal. Filo casi lloró: «Pero quién te ha dicho a ti semejantes embustes, qué pobrica, si se pasaba la vida trabajando lavando y planchando para todo el mundo…».

Es repugnante y nauseabundo comprobar la maldad que utilizó para tirar por tierra la fama de sus convecinos, porque no comulgaban con ruedas de molino y por supuesto, no eran de sus ideas políticas, ni semejantes.

En las actas del Ayuntamiento se encuentran numerosas denuncias de diversas personas, y ni en una sola se menciona para nada que Encarnación sea todo cuanto el corresponsal expone, ni que hubiera tenido la más leve disputa o denuncia.

En otro escrito titulado «Los brazaletes», del conocido corresponsal, publicado en Diario de Navarra el 16 de agosto, queda claro el engendro ideológico y la falta de humanidad de este individuo. Cuando lees tales «razonamientos» y otros por el orden, te parece mentira que se llegara a tales aberraciones de pensamiento y acción. Da escalofríos que existiera la frialdad y vehemencia febril de autoconvencimiento de que matar, robar, violar, marginar, humillar, de mil formas y maneras, etc., etc., etc., era lo que según el corresponsal «procedía hacer».

Llama la atención cuando se refiere a quienes «no los ahorcan por muchos miles de duros…». Entre estas personas se encuentran José Arricibita, Serafín Irigaray, Plácido Bayo y su esposa Mª Josefa Goizueta, y otros que, aun siendo de derechas, por ningún concepto, no solamente no dieron sus votos a nadie, sino que estuvieron en desacuerdo absoluto con el Levantamiento Militar.

«LOS BRAZALETES

Los primeros días de restauración y por orden de las autoridades militares, se dispuso que para distinguirnos las derechas de las izquierdas, estas en la bocamanga se colocasen un brazalete blanco y por parte, una indicación con los colores de la Patria, pero sin prescindir en ningún momento del blanco y las derechas, un brazalete con los colores nacionales.

Así se hizo con muy buen acuerdo para que las autoridades, sepan con quien tratan… Parece que muchos tienen a menos el ostentar el brazalete que les corresponde, o sea el blanco y digo que les corresponde porque hasta el día que estalló este glorioso movimiento militar han sido los elementos más significados y los mayores enemigos de las derechas.

Algunos se excusan diciendo que votaron a las derechas, pero lo pero es mentir, porque gracias a Dios en el comité de derechas, del que tengo sumo gusto de ser su secretario, sabemos al detalle, todos los electores, absolutamente todos en cualquier momento todos cuantos trabajamos en asuntos electorales (Que ojalá no trabajemos más) podemos decir: éste es de derechas, éste es de izquierdas, éste es abstenido (Estos últimos son los que desagradan a todos) y mucho más cuando se trata de alguno que hoy no los ahorcan por muchos miles de duros….

Que por ahora cada uno lleve el brazalete que le corresponde, en premio a sus actuaciones anteriores, que cuando purguen bien la falta, será ocasión para pensar lo que proceda».

No se olvide que para estas fechas en que escribió el corresponsal los suyos habían asesinado ya a 29 peralteses…..

El Ayuntamiento golpista beneficia al cabo Escalera

Mientras se va llevando a cabo la masacre organizada por la derecha, el Ayuntamiento se reúne el día 14 de agosto para tratar diversos temas.

¿Qué pactos hicieron con el cabo Escalera? Buscando datos en los libros de actas del Ayuntamiento, encontré una del día 14 de agosto de 1936, que sin lugar a dudas demuestra a las claras que los hubo:

«1º. Previa la conveniente discusión se acordó por unanimidad garantizar a D. Eusebio García Barcos, la renta de 600 pesetas en concepto de alquiler por el piso primero de la casa que posee y que se destinará para el Jefe de la guardia civil de este puesto, cuya renta será obligado el ayuntamiento a pagar al Sr. García por trimestres vencidos y aún cuando el mismo por cualquier circunstancia quedase algún tiempo sin ocupar o habitar ya que el piso de referencia se compromete el propietario a reservarlo siempre para el fin indicado. La duración del presente contrato será de un año y éste se considerará prorrogado por uno más si ninguna de las partes…..».

Hasta la fecha, los guardias civiles vivían todos en el cuartel, desde el mayor al menor, por lo que resulta evidente lo que significa el regalo que le ofrece el nuevo Ayuntamiento golpista, como bien se encargó él de demostrar.

Recientemente visité a una persona de la derecha de toda la vida, pero de los que no aprobaron tal masacre y se expusieron a la represión por su ayuda a personas de izquierda a quienes iban a fusilar.

Salió a relucir el conocido Timoteo Escalera y su expresión fue: «¡Aquel hombre fue un canalla, qué mala persona fue, era un demonio, cuántas salvajadas hizo, cómo trataba a la gente».

Alejandro Barcos, concejal republicano, tres años de aquí para acá

Alejandro Barcos Osés, Caños, concejal republicano, andaba preocupado ante lo que venía ocurriendo en el pueblo. Habló con su amigo y vecino Manuel Campo, el Merdero, y le comentó que había pensado marcharse al frente antes de que le matasen, pues bien sabía que estaba en el punto de mira y en cualquier momento podrían detenerle y asesinarle como venían haciendo con otros.

Manuel Campo le dijo que también él lo había pensado pero que no tenía valor para dejar a sus hijos tan pequeños y a su mujer. Aunque Alejandro le hacía ver el panorama, Manuel no cambió su forma de pensar. Manuel sería asesinado 4 días más tarde.

Alejandro Barcos salió de su casa con mucho pesar, dejando esposa e hijos, pero creyó que era lo más seguro y se marchó a la Legión a Zaragoza, siendo enviado al Tercio Sanjurjo.

Con el Tercio Sanjurjo fue llevado a San Gregorio, cerca de la Academia General Militar. Ya en San Gregorio, les ordenan que dejen todo el cargamento que llevaban, haciéndoles salir fuera. Felipe Marín, de Marcilla, estaba allí y consiguió sobrevivir, contándonos lo sucedido. Fueron formados por compañías y metidos en una nave «terrible».

De allí fueron sacando grupos de 20 personas y llevados a unos 200 metros de la Academia Militar, y en la ladera de un pequeño montículo iban siendo asesinados. Luego, los volvían a cargar al camión y atravesaban Zaragoza, dejando regueros de sangre por las calles por donde pasaban, hasta llegar al cementerio de Torrero. Allí habían abierto una gran fosa e iban echándolos en ella, cubriéndolos con tierra que habían sacado. Entre estos fusilados se encontraba el peraltés Aniceto Soto Pérez, fusilado el día 2 de octubre.

Comenzó esta masacre el día 2 de octubre y terminó el día 9. Gracias a un capitán de requetés que estaba al frente y que no estaba de acuerdo con lo sucedido, se dirigió a los presentes les dijo: «Todos ustedes están aquí para fusilarles, si alguno conoce a algún militar, político o alguien importante de un paso al frente».

Gregorio Legaz Silvestre, de Peralta, conocía que don Alfonso Goizueta estaba en Zaragoza. Era militar de alto cargo y era el responsable de la RENFE, así pues dio un paso al frente comunicándole al capitán lo referente a don Alfonso Goizueta, que, como él, era de Peralta.

Alfonso Goizueta fue puesto al corriente, acudió al campamento haciéndose responsable de todos aquellos hombres y logrando que se cortaran los fusilamientos. Muchos en Peralta le estuvieron agradecidos hasta su muerte.

Fueron muchos los soldados que trasladaron allí y entre estos la mayoría de la Ribera de Navarra. En 7 días fusilaron a más de 400 hombres, como consta en los libros del cementerio de Torrero y en los registros de la Academia Militar de Zaragoza.

El mismo capitán, al conocer que Gregorio tenía otros dos hermanos en el frente, Ignacio y Paco, le informó que de los tres uno tenía que volver al pueblo, tal como lo establecía la ley. El capitán dio curso al papeleo pertinente para que Gregorio volviera a casa, por estar ya casado y tener una hija. Los tres hermanos habían ido al frente por no ser asesinados en el pueblo, donde sí asesinaron a otro hermano, José, que estaba paralítico.

Gregorio, casado y con una hija, vivía en una casa de un derecha. Al estar Gregorio en el Tercio Sanjurjo, el derecha despachó a la mujer de la casa.

Estando Alejandro Barcos en el Tercio Sanjurjo es enviado a casa licenciado por enfermedad, porque una pierna se le inflamaba considerablemente. Vuelve a Peralta e inmediatamente se advierte su presencia y es advertido que se marche nuevamente, pues su vida sigue corriendo peligro.

Alejandro poseía un horno donde se preparaba la mimbre para hacer cestas, maletas, etc., que se hacían en su taller, en otros del pueblo y sus alrededores, dando trabajo a varias familias. Fue al horno, donde estaban trabajando, pero al estar debajo de la peña era prácticamente necesario pasar por delante del cuartel de la guardia civil, que entonces estaba donde hoy está el taller y casa de Pinillas.

Al pasar, lo hizo sin ningún remilgo, ni buscó esconderse, pues había cumplido en la Legión el tiempo que pudo y estaba licenciado por enfermedad. De vuelta para casa le detuvo el cabo Timoteo Escalera, que le llevó detenido por la calle Mayor vieja, donde vivía Alejandro y tenían una fonda. Josefina, la hija mayor, estaba fregando y vio la escena, y se lo dijo a su madre inmediatamente.

Dolores, su esposa, acudió a casa de su hermano Pedro, de derechas, casado con la baronesa, que vivía en la calleja Matapadres, para que intercediera por su marido, como así fue, evitando que le mataran. Sin embargo, Escalera le advierte que no se escapase del pueblo, que había sobre él una denuncia y ésta se mantenía.

Marchó a Pamplona y se presentó a la Falange, de donde le metieron preso en la cárcel provincial. Allí se encontró con Juanito Castillo, el Roico, José Martínes, Pastrana, y Manuel Pérez, Manolé, y en ésta permaneció varios meses.

Dolores marchaba a verle todas las semanas. Una señora que se llamaba Carmen, la Pescadera, muy amiga de los manolés, familia a su vez de los carrizos, vendía pescado en Pamplona, se comportó con ellos como si de un familiar se tratara; se encargaba de lavarles la ropa, de llevarles paquetes, recados y cuanto era preciso.

Hicieron una revisión en la cárcel y Alejandro les presentó el documento de licenciado por enfermedad que le habían dado en la Legión. El capitán que estaba al cargo le aconsejó volver al frente, ya que habiendo sido republicano era un peligro, y si bien el haber estado en el frente era un salvoconducto, no era seguro, por lo que le aconsejaban volver al frente para evitar que cualquier día saliera de la cárcel para ser fusilado como lo eran otros.

Un martes que era día de visita el centinela dice a Dolores que su marido va a ser liberado, pero le aconseja que los más jóvenes —Alejandro Barcos y Juanito Castillo— vayan nuevamente al frente, porque estarán más seguros.

Son enviados ambos a Oñate, donde encuentran a un tal Asín de Peralta, que tenía algún puesto de responsabilidad y les metió de inmediato en la cocina con la intención de librarles de estar presentes en las batallas, lo que salvó sus vidas.

Estando todavía en Oñate, un telegrafista que por aquellos años estaba en Peralta, animó a Dolores a que hablase con el gobernador, y así lo hizo. Dolores expuso todo lo acaecido con su marido y le preguntó la causa por la que fuera a la cárcel cuando le habían licenciado por enfermedad en los primeros meses de la guerra. El gobernador le informó que pesaba sobre Alejandro una denuncia en las dependencias de la Guardia civil desde el día 21 de julio.

La denuncia hacía referencia a los hechos ocurridos el 21 de julio cuando falangistas y requetés perseguían a José Celaya, acusándole de haberse enfrentado a ellos.

Aclarados los hechos, el gobernador le aconsejó que pidiera en el pueblo un certificado de buena conducta. Acudió Dolores al párroco con el que tenía la familia muy buena relación, mas éste se lo negó en redondo.

Dolores visitó a algunos miembros de la Junta de guerra, pero ninguno de ellos quiso darle este certificado y tampoco en el Ayuntamiento. Finalmente, fue dado de alta en el ejército mandándole jubilado por el informe de buena conducta de la Legión y ser enfermo crónico.

Santiago Ruete, miembro de la Junta de Guerra, salvó a cuantos pudo de la muerte

Santiago Ruete, Koske, era miembro de la Junta de guerra, pero ayudó y salvó a muchos de la muerte. Parece ser estaba al margen de lo que se cocía en las reuniones de la Junta de guerra, ya sea por su trabajo de panadero, ya porque prescindían un tanto de él cuando observaron su empeño desde primeras en salvar a la gente que podía. Ya he comentado que de alguna forma llevaban las cosas entre tres o cuatro.

Es cierto que Manuel Campo Osés, el Merdero, esposo de una prima carnal suya murió fusilado, pero sospecho que no sabía nada, pues salvó a todos los familiares de los que tuvo conocimiento que les iban a fusilar, a concejales republicanos que habían sido compañeros en el primer Ayuntamiento de la República, e incluso a otras personas que acudieron pidiéndole ayuda.

Un sobrino de Manuel Campo me comentó que Santiago Ruete no conocía que le iban a fusilar. Ya se lo habían llevado cuando alguien le avisó y de inmediato envió a buscarlo para salvarle, pero era ya demasiado tarde. Hubiese sido muy extraño que no hubiese salvado al marido de su prima carnal con quien además les unía una gran amistad.

Otro de los concejales de la República por los que intercedió fue Jesús Cabeza Osés. Llegado el alzamiento comienzan a meterse con su esposa Pilar, que en todo el tiempo que su esposo estuvo de concejal nunca se metió en política. Ambos eran unas maravillosas personas.

Jesús había sido un trabajador nato en la lucha por los comunales y por los objetivos que se habían planteado al presentarse para el Ayuntamiento, escuelas, sanidad, vivienda, bienestar social para todos, libertad, igualdad… Algo más que suficiente para que llegado el Movimiento se le tuviese en el punto de mira para fusilarle.

Jesús era cuñado de Santiago Ruete y, por supuesto, si lo hizo con quienes no eran familiares, con mayor razón lo hizo con el esposo de su hermana.

Nuevamente se llevan a dos personas de Peralta para ser asesinados el 11 de agosto

El día 11 de agosto nuevamente se llevan a dos personas de casa en la madrugada. Esta vez no van muy lejos, la carretera entre Peralta y Funes. Los asesinados Sebastián Castillo Pérez, Meletón, y Daniel González García Carretero.

Sebastián Castillo Pérez, Meletón, tenía 20 años, soltero; trabajaba con su padre en el campo, poseían tierras y a renta, lo que no quitaba para que fueran partidarios de que los comunales fueran equitativamente repartidos. Era de UGT.

Sebastián y su padre habían sido testigos del intento de quema de los maíces en la plaza de toros, y conocían a los provocadores, razón suficiente para ir a por ellos.

Supimos que habían sido asesinados a la izquierda de la carretera de Funes, frente de la pieza del Mayorazgo, dejándoles allí toda la noche. Les llevó un voluntario con su coche, usando los faros para que los asesinos cumplieran su cometido. Sebastián se enfrentó a los matones, retándoles uno por uno. Al dispararle dio vivas a la Virgen de Nieva. A la mañana siguiente les pasaron a enterrar a la pieza del Mayorazgo, donde hubo algún grupo más de fusilados.

El que los hubiesen matado a la izquierda de la carretera nos hizo pensar que estaban enterrados al lado de una puentilla que había, y se miró y remiró pero no encontramos nada, suponiendo todos que tal vez alguna riada se los hubiera llevado. Su madre, la señora Josefa Pérez de Meletón, cuando había riadas lloraba pensando que su hijo y el compañero fueran arrastrados por el agua.

Los abuelos y los padres de la Juli y Chata la gitana y demás hermanos, en aquel entonces solían acampar cuando venían por Peralta en esta pieza y alrededores, y pudieron ver algunos fusilamientos y sus tumbas, aunque no sabían de quiénes eran. A estas opiniones se sumaban otras similares.

Estuvimos con los que llevaban la pieza, pero sus informaciones, confusas y sin sentido, no llevaban a ninguna parte. Un día les dijimos que si los habían sacado al labrar que nos lo dijera claramente, contestándonos afirmativamente, y que los habían metido a todos en la mitad de la pieza a mucha profundidad. Pero la búsqueda fue infructuosa, perdiendo la esperanza.

Un día cercano a los funerales nos mandó recado un Fernandillo que vivía en Zumárraga, que nos diría exactamente dónde estaban, porque siendo un crío de 14 años estaba con las vacas de pastor en la pieza y, escondido, vio cómo y dónde les enterraron.

Nos llevó hasta el lugar exacto donde les habían enterrado, un brazal para el riego, al otro lado de la carretera. Pero al verlo, se dio cuenta de que había desaparecido casi todo: «Creo que no les encontraréis. Meletón estaba hacia el interior del brazal y el Carretero al otro lado, junto a la pieza, pero aquí ha desaparecido el brazal».

Cuál no sería nuestra alegría cuando apareció la suela de una alpargata de pie grande, que pudo ser de Sebastián. Pero esto fue todo lo que sacamos, justo donde había sido enterrado.

Al tiempo de celebrado el segundo funeral vino a casa una señora de Peralta y me comentó lo siguiente:

«Hace ya varios años estaban en el cementerio las hermanas Valentina y Mª Luisa Ezpeleta, que iban mucho, y escucharon un coche que paró en la puerta, el coche era rojo y pequeño. Salieron dos hombres y entraron unos bultos envueltos en periódicos; bajaron hasta el panteón de Boneta, dejaron los dos bultos y echaron a correr montándose en el coche nuevamente.

Fueron a ver qué eran los paquetes y encontraron los restos de dos personas; una de ellas había tenido que ser alta, los huesos eran muy largos. En cada uno de los dos paquetes había una calavera. Luego eran restos de dos personas».

Pero las dos hermanas habían muerto.

Supe que la señora Josefa, madre de Sebastián, había estado sirviendo en casa de Boneta. Llamé a Funes a casa de unos amigos para informarme si los que llevaban la finca del Mayorazgo habían tenido un coche pequeño rojo, y me confirmaron que sí, dándome hasta la marca del coche y la matrícula. También sabemos por personas de Funes que entre los asesinos de David y Sebastián había gente de Funes y de Peralta.

Son muchas casualidades para que no fueran sus restos, pero el enterrador que entonces estaba ya no vivía, por lo que poco pudimos conocer al respecto.

Daniel González García, Carretero, de 33 años de edad, soltero trabajaba con un hermano. De oficio carpinteros, entre otras cosas hacían carros. Según contaban en 1978 personas ya mayores, era una persona callada, servicial, nunca se metió con nadie, siempre trabajando día y noche. Pero el solo hecho de que fuera de UGT fue más que suficiente para sus asesinos. Tenía familiares muy cercanos a la CEDA, pero o no pudieron o no les interesó hacer nada por él.

Fue una gran pena no poder enterrarlos junto con los demás.

El 12 de agosto asesinan a otros cuatro vecinos de Peralta

Al atardecer del 12 de agosto, llevan a cabo cuatro nuevos asesinatos: Felipe Balduz Martínez, Carlos Burdaspar Bermejo, Tomás Pellejero Sárnago y Eugenio Pérez Gogorza.

Felipe Balduz Martínez, Cuca, de 34 años de edad, soltero, de ideas socialistas, labrador. Fue el primero que vio salir a los rebeldes armados desde donde trabajaba, cerca de la finca la Torre de Peralta.

Había estado preso con su hermano Benito, Carlos Burdaspar, Jesús Boneta, Pedro Boneta, Serapio Mena, Antonio Goñi, Félix Blanco y demás a raíz del consejo de guerra mencionado, por contestar los gritos antirrepublicanos de los manifestantes de derechas.

Como sus hermanos, Felipe poseía una gracia natural y especial y era consecuente con la problemática de la tierra, siendo uno más de los que lucharon por conseguir un reparto comunal más justo. Fue sacado de casa en la tarde del 12 de agosto y junto a los otros tres compañeros fue llevado a Milagro, donde fueron asesinados.

Carlos Burdaspar Bermejo, Guarra, de 32 años de edad, casado con Julia Irigaray, Pitona, con dos hijos, Oscar y Carlos. Como sus hermanos Roque y Matías era socialista.

Fue colaborador permanente de Jesús Boneta. Luchó codo con codo con ilusión y entusiasmo por alcanzar la Reforma Agraria. Procesado en el consejo de guerra de julio de 1935.

En la mañana del día 12 un alguacil que en su día no muy lejano se vendió al ayuntamiento del Movimiento tras haber estado en las filas socialistas, fue a su casa a buscarle. Carlos estaba en la trilladora trabajando, y así se lo dijo su esposa Julia, a la que el alguacil respondió como quien no sabía de que iba la cosa: «Pues cuando venga de trabajar le dices que se persone en el Ayuntamiento que quieren hablar con él».

Al volver a casa Carlos se encontró con el alguacil dándole el recado. Carlos subió al ayuntamiento y salió en la noche con sus tres compañeros, camino de Milagro donde fueron asesinados.

A su hermano Roque lo fusilarían un mes más tarde, Matías se libró por estar en el frente. Eran primos de mi madre, hijos de primos carnales, con quienes se mantenía una gran familiaridad. ¡Con qué amargura lloraba Matías la muerte de sus dos hermanos! En cuanto pudo se marchó a Pamplona con su esposa e hijos. Era muy sensible y vivió siempre con el recuerdo de sus hermanos.

Tomás Pellejero Sárnago, Pellejero, de 33 años de edad, casado con Asunción Echeverría, tenía dos hijos.

Tenía una taberna en la calle Solana Alta, al final, cerca de la iglesia. Según me han contado era un hombre extraordinario, de una gran bondad. Su esposa trabajaba desde niña de sirvienta en casa de José Arrecibita. Como en tantas otras, captabas en su rostro la bondad y el sufrimiento padecido.

Tomás era socialista y de gran inteligencia. Muchos de los que acudían a la taberna también lo eran, y poco a poco fueron fusilándolos o tuvieron que marchar al frente.

Eugenio Pérez Gogorza, Manolé, soltero, de 22 años de edad. Hijo de Manuel y Julia. Era de UGT.

De Eugenio y su familia sé bastantes cosas. Era novio de mi madre y la familia siempre la quiso como si de una nuera se tratara, tratándonos con mucho cariños. El señor Manuel siempre que me veía se le llenaban los ojos de lágrimas. Puesto que ellos me habían dado gran cariño yo les correspondí siempre por igual.

Eugenio, al ver lo que estaba sucediendo, decidió marcharse al frente. Se había librado de la mili por tener una pequeña lesión en el corazón, pero decidió marchar con los de su quinta. Por la tarde bajó a casa de mi abuela para merendar con mi madre y despedirse, pues se iban esa misma tarde, y se fue a su casa (vivía detrás de la parroquia, calle Tadeo 16, donde hoy vive su hermano Julio, Cholín).

Un rato después un vecino que horas antes pasó por buen amigo, le llevó a su casa a la guardia civil, exigiéndole que si tenía armas las entregase. Este vecino fue de los que se hicieron pasar por izquierdas y después, como diría mi padre, fueron los mayores vendidos y esquiroles, siendo capaces de denunciar a sus compañeros y aún matarlos.

Estaba a punto de irse al frente con los de su quinta, cuando el mismo vecino le dijo que había orden de que se presentase en el cuartel. Dudó qué hacer, y tras hablar con su hermano Eduardo y en casa de su novia, decidió saber qué era lo que había en el cuartel. Eran las 8 de la tarde y ya no le vieron jamás.

Eugenio no se dejó matar fácilmente, y aunque estaba atado intentó escapar saltando la tapia del cementerio, pero en la misma tapia le dieron un tiro en la rodilla. Cuando se recogieron sus restos buscaron la bala entre los huesos de la rodilla y allí estaba.

A Eugenio le asesinó uno de Falces, el Gato. Él mismo lo contó, bravucón, en un bar de Falces después de matarles: «Acabo de matar al chulo de Peralta». Le preguntaron quién era y añadió: «Eugenio Manolé. ¡Ahora que nos ha dado una murga… ha intentado escaparse, pero en la tapia del cementerio le he metido un tiro en la pierna y allí sa quedao, después le he dao el tiro de gracia y se acabó…!». En el bar se encontraba un tío carnal de Eugenio, el hombre, llorando, se marchó a casa con el corazón destrozado.

Cuando fueron a sacar sus restos iban con la convicción de que sería fácil. Mi tío Nicolás sabía por un amigo pastor de Milagro que estaban junto a una tumba al lado de la tapia de una señora que se apellidaba Larreina, en el cementerio se encontraron con que habían echado encima una plancha de cemento sobre la que se hizo el osario.

No obstante, ayudados por gente de Milagro, el enterrador, el alguacil, el secretario y otras personas, y con el permiso del Ayuntamiento, picaron incansables la plancha de cemento, pero los primeros restos que aparecieron eran de la huesera. Carlos Pérez y Carlos Osés siguieron afanosos sin perder la esperanza.

Por fin los encontraron, produciéndose escenas muy emotivas cuando Carlos recogió los restos de su hermano.

Los presos de la cárcel de Tafalla escriben el 11 de agosto sin saber nada de lo que está pasando. Veamos algún extracto de sus cartas.

«Prisión de Tafalla, 11-8-36

Querida madre y hermanos, y demás familia. Salud les deseo cuando ésta llegue a sus manos, la mía buena hasta la fecha, gracias a Dios.

[…] De lo que me dice de las parcelas pues haga Ud lo que quiera. También le digo que se ha corrido que se llevan hasta la quinta del treinta, así que si se llevan a Tomás y a Rafael, pues no pasen pena que ya volverán.

[…] y a la vez le digo que tengan mucho cuidado con hablar nada.

Sin más que decirles por ahora de mí. Recuerdos a toda la familia de mi parte y Ud reciba lo que quiera de su hijo.

José Orduña»

«Tafalla, 11 de agosto 1936 [1ª carta del día 11 de agosto]

Querida esposa e hijos […] tu carta me sirvió de mucha alegría pues estaba con mucha pena puesto que no sabía si estabas bien o no, pues aquí hay 8 mujeres de Tafalla de las más significadas, pues tú ten cuidado y haz de tu voluntad cuanto puedas ya que yo me encuentro entre paredes no nos encontremos los dos para dejar a los hijos solos, así que hay que tener paciencia y pecho, pues yo ya tengo bastante, pues según noticias que tengo van al servicio tres quintas y tendrá que ir mi hermano Gerardo, fíjate cómo se queda la abuela en casa sola y con tanto sufrimiento […]

Ya me darás noticias si sabes de tu hermano y me mandas las señas para yo saber de Guarra […] [Se refiere a Carlos Burdaspar, su cuñado que sería fusilado al día siguiente, así mismo era primo de mi tío, parecía como si presagiasen lo que iba a suceder.]

Blas Díez»

«Tafalla, 11 de agosto 1936 [2ª carta de este día]

Querida esposa e hijos, salud os deseo así como yo la tengo. A Dios gracias.

María acabo de recibir tu carta la que me ha servido de mucha alegría, ya hacía dos días que la estaba esperando. María me dices que no pudiste estar con los que vinieron pues han venido más que los que tú piensas pues no hagas caso de mí lo que me preocupa eso que dices que estás enferma pues no hace falta más que eso para que yo esté siempre pensando […] María me dices que le escriba a tu dueña pues yo más quiero que le escribas tú, pues puedes conseguir más y sabes puede hacer para que tú puedas venir pues mañana viene la mujer de Tororena y su cuñada.

María también quiera saber la vida que tú haces pues no me dices una palabra de si andas bien o mal, explícame algo sea como sea, ánimo no me asusta nada y procura por tí y por los hijos […] pues yo tengo poca esperanza así que quiero que me cuentes todo cuanto sepas ya que no puedo tener tranquilidad, hazte fuerte y échate el mundo por encima pues yo ya lo tengo, así que, pecho y que venga lo que quiera […] yo vivo de milagro así que por tí y por los hijos haz cuanto tengas a tu alcance, será difícil vernos pues yo estoy tranquilo esperando un día deseado, las noticias no son muy agradables para mí, no para ti y para los hijos, […] quiero saber quién aboga por ti, pues tú no me dices nada de nadie, también me dices que le escriba a la viuda de Ayerra pues no sé lo que escribir […] y como no me contestó a la otra y ame dirás si te tratas con ella y si le hace fiestas al chico así le podré escribir y si quieres que le escriba a tu amo me mandas la carta. Sin más recibe el corazón de éste que no te olvida besos para los hijos y recuerdos para todo el mundo.

Blas Díez.»

A la mañana siguiente de que les mataran, mi madre, Dolores Orduña, que todavía no conocía nada, se encaminó a casa de Eugenio tomando la calle del Río. al pasar por la casa de un carlista jaimista, primo carnal de mi abuelo materno, una hija que estaba en el balcón al ver a mi madre le grita a otra vecina: «¿Sabes a quién han matado esta noche?, al Eugenio Manolé», y a continuación se echó una sonora carcajada. (De qué poco te sirvieron tus carcajadas, con la cruz que te tocó llevar, tú la llevaste buena, ni fuiste feliz, ni dejaste que tus hijos lo fueran hasta que pudieron desprenderse de tus faldas.)

Mi madre quedó petrificada y llorando, corrió a casa de los Manolés para conocer lo que de cierto había. Se puede uno imaginar la consternación de toda la familia que ya conocían lo sucedido. Un hermano acompañó a mi madre hasta casa, y la noticia le afectó de tal manera que tuvo que hacer cama. De joven, no tenía una salud fuerte y esta noticia le propinó una gran tensión depresiva y anémica.

Tres o cuatro días más tarde mi madre es llamada al cuartel de la guardia civil. Acude y ya en el despacho del cabo Escalera, éste la interrogó sobre el paradero de mi abuelo Lorenzo. Mi abuelo había muerto cuando mi madre tenía 9 años, o sea, hacía ya 10 años, pero el gran canalla, y le pongo buen nombre, con un mosquetón en la mano daba de golpes a mi madre en el vientre, insistiendo en que le dijera dónde estaba escondido su padre, con amenazas de dejarle seca.

Apareció por el cuartel Julio Elcid (tesorero del Círculo Jaimista) y al conocer lo que estaba sucediendo se enfrentó al cabo Escalera dando por sentado que lo que respondía mi madre era cierto y que no se le ocurriera volver a molestarla, enviando a mi madre a su casa. Este incidente agravó la salud de mi madre considerablemente y tuvo que ser atendida por el médico.

Inmediatamente vuelve a escribir mi tío por cuya carta ya se ha enterado de lo que le ha ocurrido a Manolé y a los demás. Se le nota más preocupado. Desde la cárcel se comunica con mi abuela por carta y le va diciendo pormenores de las parcelas, dónde están, qué hay que hacer con ellas, trillar, recoger la fruta, la alfalfa, las maíces, etc. Mi abuela probablemente no le expuso claramente lo sucedido y él no sabía ¡que les habían quitado todo! Se preocupa de sus hermanos que están en el frente.

«Prisión de Tafalla, 16 de agosto del 36

Querida madre me alegraré que al recibo de estas cortas letras se encuentren con la más completa salud que yo les deseo, yo estoy bien gracias a Dios.

No me acordé al escribirle de la parcela de las maíces está al linte de […] estarán ya para coger […] ya irán lo antes posible no se las lleven […] de lo que dice de Rafael me figuro malas noticias de él, de que haya venido Tomás me he visto muy contento […]

Muchos recuerdos para la familia de Manolé y les acompaño al sentimiento y a las familias de los demás compañeros como del primo Carlos […] Recuerdos de Ramiro. Sin más se despide su hijo que no les olvida.

José Orduña»

Dos días más tarde vuelve a escribir mi tío, tranquilizando a su madre por no poder subir a verle. En la misma escribe Félix Blanco el sastre, que sigue sin saber nada por parte de la familia.

«Señora Filomena le hago saber que mandé la ropa con la de José, me extraña que no la hayan mandado con la de su hijo. Haber si le dice a la tía Julia, para saber su paradero que no sé a quién se la darían ya que iban las dos juntas. Sin más muchos recuerdos para la familia de mi madre y de la tía Julia, para Dolores, Pilar y demás de parte del sastre.

Félix Blanco»

¡Pobre Félix!, cuánto tuvo que costarle aquel silencio interminable sin recibir una sola letra de casa pues no le permitían recibir correspondencia. Por medio de la tía Julia, de mi abuela, mi tío y Encarna Rox, recibía ropa y las noticias que podían darle, pero está muy claro que hasta la ropa le negaban.

Sin descanso, día a día, infligieron tales vejaciones entre sus convecinos, hombres y mujeres sin importar la edad, el núcleo familiar. Nada les detenía, su sed de aniquilamiento físico y moral de sus convecinos fue incansable y cada día emprendían una nueva acción con la que esgrimir sobre sus víctimas el terror más atroz.

Las consignas de Mola se seguían en Peralta al pie de la letra:

«Es necesario crear una atmósfera de terror, hay que dejar sentir el dominio eliminando sin escrúpulos a todo el que no piense como nosotros. Tenemos que causar una gran impresión, todo aquél que sea abierta o secretamente defensor del Frente Popular debe ser fusilado. La acción debe ser en extremo violenta para REDUCIR lo antes posible al enemigo mediante castigos ejemplares, enérgicos y rápidos…».

Y nuestro corresponsal, fiel a lo dictado por Mola, hacía sus propias declaraciones e interpretaciones, como ya hemos podido leer en el artículo ;«LOS BRAZALETES»: «que cuando purguen bien la falta, será ocasión para pensar lo que proceda».

Tres de Artajona en busca de Melitón Castillo

Hacía 3 o 4 días que habían asesinado a Sebastián Castillo Pérez en Funes, cuando tres individuos de Artajona llegaron a Peralta a por su padre. Hacia el mediodía, Miguel Arrecibita estaba en la calle Mayor, delante de su casa, se le acercaron y le preguntaron dónde vivía Melitón Castillo. Miguel les indicó el recorrido. Pero se dio cuenta de que iban armados y les echó el alto: «Ni se les ocurra tocar un solo pelo de ese hombre, ya pueden correr del pueblo, y pobres de Uds si le ocurriese algo».

Eran de Artajona, pero venían llamados por gente del pueblo. Por la tarde Miguel Arrecibita tuvo que personarse en el cuartel reclamado por el cabo Escalera, que se puso como un energúmeno amenazándole que no se acordara de aquello.

Enterados algunos derechas de lo ocurrido, echaron el alto al cabo Escalera, pues Miguel Arrecibita tenía un hijo que era teniente coronel de la guardia civil, y ello pudiera tener malas consecuencias para todos.

Así las cosas con Melitón Castillo, le ordenaron que con Serafín Irigaray vayan enterrando a cuantos aparezcan muertos por terrenos de Peralta, de cualquier pueblo que sean, cosa que debieron hacer junto con otros como Pedro Zapater y Vicente Villafranca.

Dos nuevos asesinados en Marcilla, el día 16

Los incidentes se suceden sin cesar y el día 16 asesinan a Luis Boneta González y Serafín Portolés Salvatierra.

Luis Boneta González, Machillo, de 39 años de edad, soltero y jornalero. Estaba al cargo de sus padres y era de UGT. Hombre de gran corazón, que veía las injusticias con que se trataba a los jornaleros y la necesidad de un reparto comunal más equitativo, y el proceder más justo de la patronal.

Luis era cuñado de José Irigaray Osés, que permanecía preso en la cárcel de Pamplona, y cuñado de María, esposa de Blas, y de Julia, viuda ya de Carlos Burdaspar, asesinado 4 días antes en Milagro.

Serafín Portolés Salvatierra, Portolés, tenía ya 45 años, natural de Tudela, casado con Julia Balduz, que tenía 3 hijos de su primer marido, y una hija pequeña de Serafín. De oficio picapedrero, era de la UGT. Hombre de temple y buen trabajador, su trabajo no impidió que apoyara la Reforma Agraria. Siempre estuvo al lado de los campesinos.

Fueron fusilados en las Planillas, y enterrados en el cementerio de Marcilla. Al entonces enterrador y concejal por el PNV de Marcilla, muy amigo de Luis, le obligaron a enterrarles de noche bajo amenaza de muerte. Sus restos no pudieron exhumarse, ya que a causa de un incendio en el cementerio fueron echados al osario.

Otro hijo de Peralta es llevado a fusilar el día 17 de agosto

Benito García Calvo, Andarín, de 50 años de edad, casado con Lucía Resano, tenía 5 hijos, y vivía en Olite. Natural de Peralta, era de oficio caminero. Primo carnal de Antonio García Osés, asesinado en Tafalla el día 25 de julio. Como Antonio, era muy inteligente y trabajador.

El día 19 de julio un grupo de izquierdas se reúnen en casa de Benito García para oír la radio. Una mujer les denunció en el cuartel, fueron detenidos y la casa desmantelada de arriba abajo (la radio se la llevó un carlista). A Benito le desterraron a Peralta, donde tenía toda la familia.

El día 17 de agosto llegaron a Peralta 4 matones con un chófer de Olite, obligado. El pobre chófer se tapaba la cabeza con la chaqueta; Benito le reconoció enseguida y le dijo: «Ya te he reconocido, Jacinto, pero sé que han sido éstos los que te han obligado».

Le mataron en unas huertas de Marcilla. Su viuda e hijas pudieron ver en la audiencia de Pamplona los nombres de los dos vecinos denunciantes. No de todos los que fusilaban se exigía estos requisitos, pero se dieron estos casos. Más adelante expondré el caso del grupo que quedaba en la cárcel de Tafalla.

Cuatro personas son asesinadas en Caparroso, uno paralítico

Dos días más tarde, el 19 de agosto, fueron asesinados y enterrados en Caparroso José Legaz Silvestre, Esteban Osés Arbeloa, Julián Pérez Osés y Ricardo Zabal Taniñe.

José Legaz Silvestre, Legaz, de 36 años de edad, era paralítico, hijo de Román y María.

A pesar del analfabetismo existente, José sabía leer perfectamente, le bajaban hasta la plaza principal y allí hablaba con unos y otros, le gustaba mucho leer el periódico, sobre todo El socialista. Su mayor diversión era tocar la armónica, haciéndolo muy bien; una sobrina todavía la guarda.

Le acusaron de tener un arma, que no era sino la armónica. Subieron a por él algunos pájaros del pueblo, vivía en el monte, en la calle Alta Poyo de Tejedores, y le arrastraron por las calles para bajarle. De esto se encargó uno de tantos. La madre clamaba desesperada y dolorida ante tal monstruosidad, maldiciéndole: «No te deseo otra cosa, sino que el primer hijo que tengas sea igual que éste». Y aunque parezca mentira, así sucedió; el primer hijo de aquel individuo fue y sigue siendo paralítico. (Ninguna culpa tiene de lo que hiciera su padre, y es apreciado en el pueblo ya que siempre fue buena persona.)

La impotencia de la madre era grande, y se desahogó tratándoles de todo, por lo que también quisieron llevársela a matar. Se corrió por el pueblo y llegó a oídos de José Boneta (sacerdote). De inmediato intercedió por aquella mujer, y aún consiguió que a ella no le hicieran nada.

Don José se libró del castigo por ser de familia más rica del pueblo, con grandes influencias políticas. Su sobrino Felipe Sorrosal Boneta era del Comité de las fuerzas de la derecha, representante del Casino Agrícola (CEDA). Don José vivía con otro hermano soltero Manuel, y su casa estaba unida con la de su sobrino.

José Legaz debía permanecer siempre sentado en una silla o acostado en cama, por la parálisis de sus piernas. Sus restos fueron reconocidos inmediatamente, y en ellos se encontró que el tiro le había sido dado encima de la sesera, tirado en el suelo.

Esteban Osés Arbeloa, Carrizo, de 30 años de edad, casado con Pilar Romero, con una hija, Amelia.

Era de UGT y fue fuerte en la lucha por los comunales, una gran persona. Serio y responsable, al tiempo que cariñoso.

Su esposa, aunque casada en segundas nupcias, nunca le olvidó y habló a su hija de su padre para que supiera de él. Era natural de Lodosa y cuál no fue su asombro cuando un vecino de Peralta, natural de Lodosa, fue a por su marido a matarle. Viéndole le dijo: «¿Tú vienes a matar a mi marido? ¿Cómo tienes valor?».

Julián Pérez Osés, Primo, de 36 años de edad, soltero, labrador con inclinaciones socialistas, pero no pertenecía a ningún partido político ni a ningún sindicato.

He buscado datos sobre él y los he recibido de familiares tanto de ideas afines como de ideas contrarias, y tanto por un lado como por el otro me han hablado muy bien de él. Una hermana y sus hijas vivían con él, y no sabían dónde ponerle. Un vecino le delató al párroco: «No he visto en mi vida echar más disparates que a Pérez». Fueron a por él, encargándose de matarlo un vecino. Para que no le reconocieran se metió en una cochera de otro vecino, pero el padre de Julián lo conoció.

Ricardo Zabal Taniñe, Vinorría, de 34 años de edad, casado con Matilde Boneta Campo, de cuyo matrimonio tenía 2 hijas, Amelia y Blanca.

Ricardo era una excelente persona, trabajador, hombre responsable tanto en el trabajo como en casa, amante de sus dos pequeñas hijas y de su esposa, socialista, que a nadie hizo mal, con nadie se metió.

No estaba de acuerdo con las injusticias que se llevaban a cabo en el pueblo y fuera de él, y pretendía una mayor atención escolar, justicia social para todos. Esto y estar casado con Matilde, hermana de Jesús Boneta, eran motivos suficientes para matarlo.

Se habían propuesto acabar con todos los hombres de la familia Boneta, más al habérseles escapado de las manos Jesús, a quien tanto odiaban.

A Ricardo le asesinaron en Caparroso. Pero no les bastó con matarlo. Se ensañaron con él sacándole los ojos y, como al resto del grupo, le cortaron las orejas. Una prima carnal de Matilde, que vive en Caparroso, y otra prima de Esteban Osés, junto con dos o tres personas más, acudieron al cementerio al saber que eran de Peralta y llevaron unas sábanas donde les envolvieron antes de enterrarles, y se encontraron con todo esto.

Cuando fueron al cementerio no sabían quiénes eran, simplemente que eran de Peralta, encontrándose con que eran dos de ellos familiares. No saben si las atrocidades se las hicieron antes o después de asesinarlos.

Cortes masivos de pelo a jóvenes y mayores en la segunda quincena de agosto

A más de cien mujeres se les cortó el pelo, la mayoría jóvenes. Viudas, madres, hermanas, novias e hijas de fusilados en su gran mayoría. Algunas habían tomado parte en la manifestación del 1 de mayo de ese mismo año, o bien habían repartido papeletas de izquierda para las votaciones, otras ni eso.

Ya el 3 de agosto en carta de Blas Díez a su esposa se constata que habían cortado el pelo a algunas mujeres, como a su esposa María Irigaray. Y en otra respuesta de Blas vemos que, al menos, se lo cortaron dos veces.

Comenzaron con las casadas, pero en la segunda quincena de agosto lo hicieron con las jóvenes, de cualquier condición. También niñas, como a mi tía Pilar, con sólo 14 años.

Las primeras jóvenes fueron Juanita Pérez Gogorza, Manolé, hermana de Eugenio Pérez, asesinado el día 12 en Milagro, y Gloria Lezaún, la Chapilla, viuda de Jesús Lorente Pérez asesinado el día 2 de agosto en Unzué.

Cuando fueron a cortarle el pelo Juanita, de sólo 17 años, lloraba amargamente. Le habían matado ya a su hermano y el entonces alcalde, dándole una palmada en la espalda le dice riéndose: «No llores Manolé que esto no es nada para lo que os vamos a hacer».

Casi todos aquellos asesinos y salvajes han desaparecido ya, pero cuando vivían parecía como si nada hubiesen hecho, o que estuviesen satisfechos de lo protagonizado, no dando nunca el más mínimo detalle de arrepentimiento.

Ya en la democracia, venía una vez Juanita Pérez, Manolé, en el autobús, en el que viajaba el ex-alcalde del 36 leyendo el periódico. Iba sentado delante de Juanita y de buenas a primeras dice: «¡Ya volverá la tortilla ya, y el día que vuelva ya veremos lo que pasa!».

Al escucharle, Juanita le replicó con ganas y otra señora de Azagra que comprendió de inmediato de qué se trataba le dijo: «¿qué pasa, que es uno de tantos?, ya veremos si ahora haríais lo mismo…». El ex-alcalde tuvo que callarse. Lo cuento porque iba en el autobús y presencié lo ocurrido.

En una partida de cartas, recién comenzada la democracia, algunos le reprocharon su comportamiento en la guerra y el ex-alcalde contestó echándole la culpa al cabo Escalera «porque era mucho malo». Sin comentarios. En la misma mesa, otro día, por dar cierta contestación, un vecino de toda la vida de derechas, que no participó en la represión, le dio un puñetazo haciéndole tragarse el puro que fumaba.

Tras ser interrogada por el cabo Escalera tras haberle matado al novio, mi madre enfermó, teniendo que hacer cama. Dos noches más tarde, le comunicaron que por orden de Escalera tenía que cortarse el pelo. El médico Miguel Martínez lo prohibió terminantemente por el estado de salud en que se encontraba. Pero Escalera insiste.

Junto a la cabecera de mi madre estaba la señora Angelita García de Gorráiz y Carmelo Orduña, Culopaja, que aún vive y puede corroborarlo, y un joven barbero que tenía Juanito Asín, Pelos. Así las cosas, se personó el cabo Escalera dispuesto a cortarle él mismo el pelo.

Había custodiando la entrada de la casa dos requetés y dos falangistas. Carmelo habló con el cabo Escalera exponiendo cómo estaba mi madre y la orden dada por el médico, pero su respuesta fue fulminante: «Quiero los tirabuzones inmediatamente encima de la mesa de mi despacho, o yo mismo subo y le corto la cabeza con los tirabuzones puestos».

Ante la postura de Escalera, Carmelo habló con la señora Angelita, y convencieron a mi madre que se dejara cortar el pelo. Y así lo hicieron, entre los lloros del barbero, que era un crío, para llevárselos al capullo de Escalera.

Tantas y tantas cosas hizo este gusano en el pueblo y fuera; y aún tenía la cara de decir que él era de fuera y «que eran los del pueblo los que le denunciaban a unos u otros». La mala saña la demostró por Funes, Caparroso, Murillo, Falces, Carcastillo, Calahorra y otros pueblos de la Rioja, donde fue tristemente conocido.

Carmelo ha sido persona de derechas, también su padre, pero buenas personas que nunca mancharon sus manos de sangre ni apoyando el Movimiento. Incluso su padre apoyó y trabajó por la Reforma Agraria y así consta en el Ayuntamiento durante la República.

Mi tío, enterado del estado de salud de mi madre y también de mi abuela y escribe una carta desde la cárcel de Tafalla:

«Prisión de Tafalla, 30 de agosto de 1936

Querida madre y hermanas […]

Recibí la vuestra por la que me llevé gran disgusto de saber estaban enfermas.

Madre no tenga pena por nada y se anime y a Dolores que deje las penas a un lado, pasarlo lo mejor posible, no vayas a hacer como siempre, no comer, pues no vas a arreglar nada y tienes que levantar la moral.

Pilar, a ver si cuidas de madre y de Dolores, ya que estás sola, dale lo que les haga falta […]

Muchos recuerdos para toda la familia, para la familia «Manolé» y para María.

José Orduña

Ya le dirá a tía Julia que le escriba al sastre.»

También Blas escribe a María. No tener noticias de casa para él es un martirio, más sabiendo lo que se está haciendo en el pueblo.

«Tafalla, 19 de agosto de 1936

Querida esposa e hijos […]

Recibí la tuya la que me sirvió de mucha alegría, pues aquí se ve la alegría en la cara de cada uno cuando recibes noticias de casa […]

No deseo otra cosa que estas cuatro letras, así que no dejéis de escribirme por ninguna cosa lo que te sea más urgente lo haces […] en medio de mi tristeza siento una gran alegría cuando estoy esperando tu carta y viene ésta, así que tú verás si quieres darme alegría escribe a vuelta de correo, pues se me hace el día tan largo cuando espero tu carta y no la recibo […]

Besos para todos.

Blas Díez»

El día 24 de agosto responde Blas a María:

«Tafalla, 24 de agosto de 1936

Querida esposa […]

De lo que me dices de venir pues tú verás pues sería mi mayor alegría, si dispones viaje me lo dices para pedir permiso, no sea que vengas y no me puedas ver, así que tú verás […] La Vicenta viene todos los domingos a verme [era la hermana a la que junto a su madre si les dejaban marchar desde Berbinzana].

De lo que me dices que vas a ir a trabajar a una fábrica pues tu verás si estás con fuerzas, si te obliga por los hijos ya sabes que yo también trabajaba cuanto podía por todos vosotros […]

Dime si te ha pagado el Chato y lo que te ha pagado que no me dices nada del campo, quiero saber todo lo que tenemos por el campo […]

Con todo mi cariño para todos.

Blas Díez»

Van pasando los días y la esperanza se va agotando, por lo que agradecen sobremanera recibir carta de casa; se interesan por todo y por todos, la incertidumbre que existe entre rejas es absoluta. Algunos tuvieron la suerte de poder recibir la visita de los suyos, pero Blas no pudo volver a ver a su esposa e hijos, como mi tío José.

Las mujeres a quienes les cortaron el pelo se pusieron unos pañuelos para cubrir sus cabezas, pero se los hacían quitar.

Cortaron el pelo a más de 100 mujeres, obligándoles a ir al Ayuntamiento para firmar que lo habían hecho ellas, voluntariamente.

Continúa la represión en Peralta

Mientras, en Peralta sigue la represión más brutal contra las familias de izquierda, destacados o no, miembros de UGT, socialistas, CNT, comunistas, en suma republicanos.

Ya le habían cortado el pelo a Juanita Pérez, cuando Simón Ciordia, Caramboto, avisó al señor Manuel, Manolé, que escapase, que iban a ir esa misma noche a por él, o a por su hija Juanita. Manuel lo piensa detenidamente, tiene fácil escapar, pues la trasera del corral y de la casa es monte, pero piensa que si escapa se llevan a su hija. Así pues, espera alerta toda la noche y decide marcharse a Pamplona a la mañana en el autobús y alistarse a la Falange, para intentar salvar la vida.

Coge la Tudelana a las 8 de la mañana y cuando llega a Pamplona le esperaba la policía, deteniéndole con un sinfín de acusaciones, que meses después, en juicio de guerra no pudieron probar. Fue llevado a la cárcel de Pamplona donde permanecería casi toda la guerra.

Desde la cárcel de Tafalla mi tío José y Blas Díez siguen escribiendo, sin conocer que les habían dejado sin nada.

Descansan una semana y el día 26, un nuevo asesinato

José Velasco Troyas, Velasco, es asesinado el día 26. Casado con Angelines Gil, de Calahorra, con una hijita de días, Mª Asunción.

José Velasco era maestro, y había ejercido en Yesa, durante dos años de interino, donde se le apreciaba sobremanera. Poco antes de comenzar el golpe se dio una charla en las Escuelas de Yesa y entre otras cosas se dijo a los asistentes:

«Vosotras mujeres ¿podéis permitir que vengan los comunistas y que delante de vuestras narices digan: «Esa mujer me gusta» y os la quitan? y que estéis padre y madre con una hija que esté guapa y bien y que lleguen y digan: «Esta pa mí». ¿Podéis consentir eso?».

José estaba presente y soltó un discurso desmintiendo tenaz y claramente la propaganda que estaban dando de los comunistas y dirigiéndose en primer lugar al conferenciante le dice: «Eso que estás diciendo es mentira, baja tú aquí a ver si te llevas a mi mujer, ni tú ni nadie».

Este episodio, fue el acicate para sentenciarle a muerte en cuanto tuvieron ocasión. Primeramente fue echado de su puesto. Al llegar el Movimiento, José se marcha a Pamplona, y en una visita a Peralta para ver a su esposa y a su hija recién nacida, le detienen. Lo llevan a Falces y le asesinan a media noche cerca de la calzada. Fue enterrado en el cementerio, de donde posiblemente pudo ser trasladado a Peralta.

Nuevo asesinato de otro peraltés en el Perdón

Félix García Resano, de 24 años de edad, soltero, hijo de Benito García y de Lucía Resano, ambos naturales de Peralta, fue fusilado en el Perdón el día 27 de agosto.

Félix residía en Olite, su padre hacía 10 días había sido fusilado. Inteligente como él, luchador nato por los comunales, fue teniente-alcalde del Ayuntamiento republicano de Olite. Su delito para ser asesinado.

Llevaba preso desde el día 31 de julio con otros 19 compañeros. Al igual que otros 12 compañeros más de Olite, fueron obligados a firmar un papel en el que constaba su puesta en libertad; fuera de la cárcel les esperaba el «camión de la muerte» para llevarlos al Perdón y asesinarlos.

Félix, como su padre, era caminero, muy inteligente y trabajador, de carácter afable y servicial, y luchador nato a favor de la Reforma Agraria y de una justicia social para todos.

La foto es de dos casquillos de balas que encontraron dos amigos en el Perdón tras la exhumación de alguno de los grupos de fusilados. Al construirse Potasas aparecieron esparcidos por la tierra gran cantidad de restos humanos. Todavía puede leerse el número en uno de ellos: «P 6º 3 29».

Tres nuevas víctimas del holocausto vivido en Peralta

El día 30 de agosto se llevan a tres hombres más: Esteban Echeverría Moreno, José Pérez Ramírez y Manuel Villar Osés.

Esteban Echeverría Moreno, Potochón, tenía ya 65 años, casado tenía un solo hijo. Esteban era de la CNT, luchó por los comunales, por los derechos de los trabajadores todos. Era cristiano practicante.

Todavía vive un testigo de aquellos hechos. Entre la casa de Esteban y la contigua quedaba un rincón, donde se escondió un familiar muy directo de él. Iban tres, los otros dos llaman a la puerta y le dice a Esteban que baje. Estaba ya vestido junto a la ventana esperando a que tocasen a la misa primera. Una vez en la calle le ataron y se lo bajaron por la cuesta. Aquel Caín marchaba detrás de él, tratando de que no le viese. Aunque en el viaje hasta Olite pudo comprobar Esteban quién era.

En casa del vecino testigo ya habían matado a uno de los hombres, otro había sido amenazado de muerte, lo que evitó gracias a Santiago Ruete. Cuando oyeron pegar en la puerta de Esteban los hijos del vecino se levantaron intranquilos esperando la visita y agachados en la ventana observaron cuanto ocurría, incluso vieron cómo el traidor se fumaba un cigarrillo mientras esperaba.

Amelia Elizondo, sobrina carnal de Esteban, se izo cargo en el 78 de los permisos para exhumar a su querido tía: «Era buenísimo, yo estuve en su casa y me cuidó y trató como si fuera su propia hija».

José Pérez Ramírez, Gato. Era el pregonero del pueblo, de 65 años de edad, soltero, vivía con su hermana Teófila.

Fue José una persona extraordinaria, de buen corazón, su trabajo lo realizó con gran esmero al servicio de los vecinos, fue querido por ellos. Cantaba bien las jotas como su hermana Teófila Pérez, pertenecía al cuadro de teatro de Peralta, y a su bondad unía el buen ánimo alegre y jovial a pesar de su edad, haciéndose querer por familiares, amigos y vecinos.

José fue uno de los alguaciles nombrados por la República después de que se les abriese el expediente a los tres serenos anteriores.

De los nombrados en la República, dos de ellos fueron fusilados, José y Félix Castillo Romeo, fusilado el día 25 de julio. Los otros huyeron al Tercio.

De todos los municipales, ya serenos o alguaciles, todo el mundo me ha hablado de ellos extraordinariamente, familiares y conocidos.

Recuerdo a Ricardo Antomás, el Brujo, una persona sencilla, amante de sus hijos, al que le tocó pasar bastante por haber sido sereno de la República. Tuvo que marchar al Tercio junto con Ángel Martínez. Persona cordial y respetuosa, y puedo hablar de ello con conocimiento de causa; fui amiga de su hija Josefina Antomás, durante muchos años.

Manuel Villar Osés, Chifla, de 49 años de edad, casado con Julia Gorostiza, tenían 8 hijos, algunos muy pequeños. Miembro de Izquierda Republicana. Hombre serio y trabajador, sabe que el reparto equitativo de las tierras comunales no se consigue de la noche a la mañana, ni diciendo amén a todo lo que digan los terratenientes y grandes patronos. Luchó al lado de tantos otros jornaleros por conseguir una Reforma Agraria y Social más justa.

Llegaron los asesinos con ellos a las afueras del cementerio de Olite, y dirigiéndose a Manuel Villar le exigen que grite «Viva España» y «Viva Franco». Manuel gritó bien alto «Viva la República» y «Viva Azaña». Los asesinos cayeron como alimañas salvajes sobre Manuel, le cortaron el pene con una navaja y se lo metieron en la boca diciéndole: «Ahora chifla cuanto puedas». Uno de los matones le dio el tiro de gracia.

Teodoro, hijo de Manuel, me lo comentó muchas veces. Sus ojos se llenaban de lágrimas, no podía resistir saber cómo había sido tratado su padre.

En Olite lo supieron de inmediato. Algunos acudieron a la ejecución y lo comentaron por las tabernas; pero aún hay más, abandonados a las afueras del cementerio, a los tres días sus cuerpos comenzaron a descomponerse y vecinos de Olite denunciaron los hechos y decidieron darles de arder y evitar contagios. Los enterraron dentro del cementerio, de lo que nos enteramos por vecinos de Olite cuando fuimos a sacar sus restos.

Asesinado al negarse a gritar «Viva España»

El día 30 de agosto por la tarde un señor de unos 50-55 años vino hacia el pueblo, llevaba un hatillo con ropa y algunos utensilios, una perola de porcelana y una botella. Viene acompañado por un perro, y al pasar por el huerto de los Meletones, Carmen y Pilar le dieron unos cuantos melocotones, al tiempo que le advirtieron que tuviera cuidado, y le contaron lo que habían hecho con su hermano y su padre. Recogió agradecido los melocotones y también las advertencias.

Cruzó el puente y en el paseo del Arga, dos de los matones le abordan exigiéndole que diga «Viva España», a lo que responde con vivas a Azaña y a la República. Vuelven a increparle, pero con más tesón responde lo mismo.

Estos dos personajes, de los más dañinos (aunque lo fueron todos) lo llevaron al cuartel de la guardia civil y el cabo Escalera mandó fusilarlo. Le llevaron hasta Zarrampablo (término del campo hacia Funes) y en la huerta del Chino, padre de Silvia Martínez, le asesinaron y le enterraron ellos mismos. Le echaron dos grandes piedras, una sobre la cabeza y otra en la tripa. Cuando las retiramos, encontramos sus restos y los de su perro, y junto con la perolica, atada la tapa con un alambre y una botella que todavía conservaba un poco de vino.

Silvia nos dijo cuando íbamos a recoger sus restos: «Entrad en la pieza y en el brazal, a 6 pasos del camino está enterrado». Y efectivamente, allí salieron sus restos.

Había pasado tiempo desde que sucediera esto, cuando vieron al cabo Timoteo Escalera que iba con muletas. Finalmente se enteraron del porqué. Aquel mendigo era hermano de un comandante del Ejército que, al desaparecer su hermano, comenzó a indagar y atando cabos, llegó a conocer lo ocurrido. Vino a Peralta y se presentó ante Escalera, y le dio tal paliza que le rompió una pierna.

Marieta Balduz es sacada de casa para ser fusilada

Marieta Balduz, Cuca, hermana de Benito y de Felipe, a quien mataron en Milagro, es visitada por los matones para llevársela a matar. La señora Petronila, esposa de Juan Barcos, vivía entonces al lado de Marieta (hoy es Julián Gayarre, 10 y 12, más o menos), con quienes les unía una estrecha amistad. Petronila estaba en el balcón y vio lo que estaba ocurriendo. Inmediatamente bajó a casa de los Pavolos, que vivían un poco más abajo. Llamó a José Jiménez, que era miembro de la Junta Directiva del Círculo Católico de Obreros. Era requeté e inmediatamente se puso el uniforme y fue a impedir se llevaran a Marieta.

Habían sido vecinos de toda la vida y se respetaban. Según informaciones recibidas por personas de izquierda, José Jiménez fue buena persona que nunca se manchó las manos de sangre y ayudó a salvarse a quien pudo.

José pide explicaciones del porqué de aquella detención y le informan de que había dado la orden el novio de Marieta… El mismo que llegó a ser secretario de UGT y llegado el Movimiento fue un traidor. ¿Se vendió o era un infiltrado en UGT?

A Marieta y a dos de sus hermanas les cortaron el pelo, e intentaron matarle por dos veces más. En la última tentativa, intervino nuevamente José Jiménez, que con su peso político consiguió que el párroco, así como Santiago Ruete, miembro de la Junta de guerra, se interpusieran y ya no volvieron a molestarla.

Operación retorno. Los fusilados de Peralta. La vuelta a casa (1936 – 1978)

4.1 – Julio del 36

Operación retorno. Los fusilados de Peralta. La vuelta a casa (1936 – 1978)

A continuación expondré la vida y asesinatos de 89 personas de nuestro pueblo, y dos más de fuera, asesinadas en Peralta. Más de 3.400 personas fueron asesinadas en Navarra, sin haber existido frente de guerra. Hubo retaguardia, hubo asesinos y asesinados.

Nunca hemos olvidado a los nuestros ni les olvidaremos, pero no hemos buscado venganza, no hemos buscado represalias, ni hemos exigido juicios y penas carcelarias a quienes originaron la masacre del 36, que por justicia les correspondían. Ahora bien, que nadie pretenda que dar a conocer sus vidas es revanchismo y buscar la crispación. ¡No! Deseamos que se sepa la verdad oculta y tergiversada de nuestros familiares y, por encima de todo, queremos que se sepa para que «NUNCA MÁS» vuelva a ocurrir una guerra entre hermanos que tantas víctimas costó.

A diferencia de los otros, nuestros familiares fueron ocultados, diezmada su memoria como si de malas personas se trataran, hasta el punto de que muchos de ellos todavía no han sido reconocidos, ni registrados en ninguna parte. Y todavía quedan en las cunetas, sin haber podido recuperarlos…

Vivían dentro de una República a la que se había votado mayoritariamente en toda España, luego era legal, a nadie se le había impuesto por la fuerza de las armas; pero por la fuerza de las armas fue derrotada por sus contrarios y para lograrlo provocaron el Alzamiento Nacional a costa de miles y miles de hombres asesinados en retaguardia y el resto muriendo en el frente, al lado de los suyos o donde fueron obligados a luchar, antes de ser asesinados a sangre fría en el pueblo; y los miles de exiliados que perdieron su vida en muchos casos o bien tuvieron que vivir alejados de sus familias, de su tierra, de su España también.

El día 21 de julio comienzan los encarcelamientos y el primer asesinato

La mañana del 21 de julio, Felipe Balduz Martínez, Cuca, estaba acarreando en el campo cerca del lugar denominado «La Torre», cuando vio cómo desde allí venían varias personas, conocidos algunos de ellos, vistiendo trajes de requeté y bien armados. Quedó alarmado al ver que desde «La Torre» se dirigían al pueblo.

Algunos ya habían oído por la radio la noticia, así como el bando de Emilio Mola, aunque nunca pensaron lo que les iba a ocurrir a los izquierdas en Peralta.

Hacia el mediodía se corre por el pueblo que vienen por la «Cuesta de la Castellana» un nutrido grupo de «rojos». Mucha gente sube al monte para ver si es cierto, no las tienen todas consigo, y observa claramente que quienes se acercan al pueblo son boinas rojas, «requetés», y el resto camisas azules, «falangistas». Varían en la cantidad, pero nadie dice que fueran menos de 500 hombres.

José Celaya Huarte también escuchó la noticia. Padre de familia, campesino asalariado sufriendo como tantos la falta de tierra, de jornales, cazador a su vez como cuantos otros de izquierda y de derechas que ayudaban al mantenimiento de la familia, comiendo y vendiendo lo cazado.

José toma su escopeta de caza y se va a su encuentro. Cuando bajaban la cuesta, José descubre que no son republicanos, sino requetés y falangistas, y corre hacia el pueblo. Descubierto, comienzan a perseguirle.

Atraviesa el campo, saliéndose de la carretera. Va por detrás de los corrales de Sayés, y tomando la calle del Río, se encamina hacia su casa. Escucha, sin embargo, el vocerío que va tras él y entra primero en la calle Venta Blanca, escondiéndose en un pajar donde el dueño de la casa lo esconde bien cubierto con las pacas de paja. Mas José recapacita que si le descubren pueden hacerle algo al dueño que tiene criaturas. Le llama y le comenta su decisión de salir de allí. El dueño le insiste en que no salga pero, decidido, José salta por los corrales de la parte de atrás, los cuales vana parar a la calleja de Serafín. Las voces cada vez están más cerca y cruza rápidamente a la calle Aguardienterías 4, a la casa de Petra Irigaray. Ésta le esconde en el pajar detrás de unas pacas de alfalfa, y baja con sus hijos que estaban en la cocina esperando para comer, era el mediodía.

La calle se llena de nacionales, falanges y requetés; los vecinos salen a ver qué sucede. La esposa e hijos de José desconocen lo que está ocurriendo; vivían arriba del todo, como se indica en el plano de estas calles un poco más adelante.

Una vecina comenta que: «La calle del Río, Venta Blanca, Méndez Núñez, la carretera, el Cascajar (hoy Paseo nuevo de la Hermandad), estaban llenas de carlistas y falangistas; no sé de dónde salían tantos hombres, estos no sabían donde comenzar a buscar, pero apareció fulano en el balcón y les señaló dónde se encontraba escondido». (Fue un vecino de la misma calle). Entonces comenzaron a disparar contra la casa de Petra y José les respondió.

Petra, mujer extraordinaria, a la que tuve la dicha de conocer, suplicaba que no la mataran, que tenía mujer e hijos. Pero le mandan retirarse o que le matan también. José se hace fuerte en el pajar, y en vista de que no consiguen herirle, deciden colocar una bomba. Entonces, Juanito Asín, Pelos, primo carnal de Petra, lo impide: «¿no veis siquiera que vais a tirar toda la barriada?». Ceden y comienzan a subir a la casa, mientras Petra suplica nuevamente.

Mientras tanto, en la misma calle, un poco más arriba, la señora Angelita García de Gorraiz grita a toda aquella turba, increpándoles por lo que van a hacer, pues para ese momento ya se sabía a quién querían matar.

Un familiar muy cercano de José estaba entre ellos, cerca de casa de mi abuela, a unos 30 metros de casa de Petra. Cuando supo quién era el acorralado se marchó llorando hacia el portal. Mi madre me lo ha comentado muchas veces, pues desde el balcón le vio. Todavía existen vecinos que recuerdan perfectamente lo ocurrido. Parece ser que, aunque siguió siendo de derechas, aquello le marcó y ya no se le vio más. Quiero aclarar que durante la «Operación Retorno» no fue acusado nunca de haber pertenecido a ningún grupo de fusilamiento.

A Angelita García los nacionales le amenazaron con matarla si no se callaba, pero les gritaba más desenfrenada: «canallas, sinvergüenzas, ¿qué es lo que vais a hacer?, es padre de familia, canallas…».

Mi tío Rafael y mi abuela, estaban también en la calle. Mi tío también increpó a los agresores, tratándoles de «asesinos, que se vaya del pueblo, que les dejen en paz que lo único que quieren es paz y trabajo». Volviéndose un criminal de tomo y lomo de Peralta, Curro, el Pintor (no tiene familia en Peralta), encañona a mi tío con la pistola. Mi abuela, al ver esto, se interpuso para defenderle, y el matón le encañonó.

La señora Angelita, que estaba junto a mi tío y mi abuela, pues vivían frente a frente, volvió a gritar de nuevo tratando en esta ocasión de sinvergüenza a Curro. Mi madre, que observaba desde el balcón, bajó corriendo a la calle gritándoles asesinos, al tiempo que fue a detener al agresor. Con los chillos, Juanito Asín pudo ver alarmado lo que ocurría, pues mi abuela era prima segunda. Los que estaban con Curro se volvieron amenazantes. Todos iban armados con pistolas, fusiles, mosquetones, bombas y granadas de mano.

Juanito intervino llamando a la moderación, y paralizando lo que podía haber sucedido con ellos quienes protestaban. Se impuso a los bravucones armados, en particular a Curro el pintor, que se distinguió en el manejo de las armas. Terminada la guerra, se marchó a Barcelona, de donde vino alguna vez, pero ni siquiera encontró calor en los suyos, que le daban la espalda, y ya no volvió.

Juanito Asín consiguió paralizar a los agresores, y pidió a los vecinos que se metieran en casa. Mientras tanto continuaban los disparos hacia casa de Petra intentando matar a José Celaya, lo que culminaron cuando varios de ellos subieron hasta el pajar. De nada servían las súplicas de Petra. En la cocina, con sus hijos pequeños, escuchó horrorizada numerosos disparos y disparates con los que trataban a José.

José Celaya Huarte tenía 39 años, casado con Jesusa Busto, de cuyo matrimonio tenían dos hijos. Jornalero de UGT, religioso practicante como su familia.

Después de ser asesinado de varios disparos, lo cogieron por los pies y le arrastraron por todas las escaleras hasta llegar a la calle. Bañado en la sangre que brotaba a borbotones de los balazos, de su cabeza y por los golpes recibidos. Varios de los vecinos, tras los cristales de sus casas, asustados, pudieron contemplarlo horrorizados, y nunca pudieron olvidarle. Y era sólo el comienzo.

Así terminó la vida de un buen hombre trabajador cien por cien, cariñoso con todo el mundo, amante de sus hijos y de su esposa; con el ideal de poder sacar adelante a su familia honradamente, como el resto de los fusilados. Como miembro de UGT, con razonamientos y la legalidad, intentó que los comunales volvieran a los vecinos, y que hubiera bases de trabajo más justas que las que tenían. Éste fue su delito, como el de tantos otros. Sin juicio alguno. Sólo hubo asesinos y asesinados.

Así dio comienzo la masacre más cruenta en Peralta.

Fue llevado al cementerio y al día siguiente le hicieron la autopsia, y según certificado médico había muerto de «hemorragias internas».

Esta fotografía, guardada por las hijas de su hermano Jesús, pone en un costado «tío José».

Varias veces, allá por el 78, hablé con Jesusa Busto, su esposa; mujer de una gran sencillez, en cuyo hermoso y dulce rostro se vislumbraba, como en tantos otros familiares, unos ojos bellos bañados fácilmente en lágrimas, una tristeza al tiempo que una gran dulzura. Perdió a su hijo por enfermedad y se fue a vivir con su hija a San Sebastián. Cuando hablaba de su esposo desgajaba con ternura los mil recuerdos de él, hombre sencillo y cariñoso.

Las opiniones que he recogido de personas que les conocieron, coinciden en lo mismo: «era una bellísima persona, y religioso». El párroco de Cáseda en el 36, asesinado por los nacionales por oponerse a que se fusilara a la gente, era tío carnal, hermano de su padre, y tenía dos hermanas religiosas.

Los asesinos y promotores de esta masacre han querido por todos los medios hacernos creer, entonces y después de la guerra, que eran poco menos que demonios, que iban en contra de la Iglesia y de la religión. Una cortina de humo para ocultar sus intereses económicos, políticos, autoritarios y antidemocráticos de la oligarquía, de la mano, en muchas ocasiones, del clero.

Petra Irigaray era votante de la derecha, como tantos otros, porque así lo aconsejaba la Iglesia, pero esto no fue impedimento para intentar salvar a José y enfrentarse a la jauría de asesinos que subieron a su casa amenazadoramente para matar a todo el que se les pusiera por delante.

También Angelita García era votante de la derecha por las mimas razones que Petra. Mujer de talla humana e inteligente, lo que vio aquel día y meses después, e incluso lo que sus hijos padecieron por culpa de Timoteo Escalera, siendo unos niños, fue terrible para ella.

El castigo que el cabo Escalera daba a los hijos de Angelita, poniéndolos con los brazos en cruz, y libros, fue una forma de castigarla porque se hubiese levantado contra la masacre de José Celaya Huarte, y un mes más tarde, intentando que no le cortaran el pelo a mi madre. (Muchas veces se ha hablado sobre el particular de esta valiente mujer y se tenía la convicción general de que lo que la salvó de una mayor represalia, fue que su esposo trabajaba para Nicanor Echarte, contribuyente y miembro de la CEDA en Peralta).

Todos ellos en éste día salvaron la vida gracias a la intervención de Juanito Asín, Pelos.

En los informes que recopilé encontré la razón de que Teresa Celaya, hermana de José, nunca se hablara con cierta familia, que resultó ser la que señaló dónde estaba escondido su hermano.

Se nos habla de perdón, pero, ¿han pedido alguno de ellos perdón por lo que hicieron? Nunca. Y lo que es más duro, todavía siguen manteniendo descendientes directos de aquellos, ya de sangre ya en ideas, que «fue algo que tuvo que hacerse». Nos «dejan» recoger a nuestros muertos, pero de Memoria histórica nada, que eso es crispar…

Lo ocurrido en éste día no se olvidó así como así, fue impactante y provocó gran dolor e indignación.

El Pensamiento Navarro, con fecha 25 de julio de 1936, recogía una nota en la página 2, del corresponsal en Peralta que decía así:

«Teodoro José Celaya Huarte, fue encontrado muerto con cinco tiros en las escaleras de una casa, días atrás, al hacer fuego contra la fuerza armada hiriendo levemente a un Guardia civil y a un fascista.»

Podía, evidentemente, haber herido a algún guardia civil o fascista, ya que llevaba la escopeta de caza y desde su escondite entre la alfalfa, cuando comenzaron a dispararle, aunque, de haberse producido, hubiera sido en defensa propia. Pero no fue así. todavía viven testigos presenciales, de diferentes ideas, y nunca han dicho cosa semejante, negándolo tajantemente.

Y como prueba definitiva está el comandante de la guardia civil, el cabo Escalera, que envió una nota al mismo periódico, justo al día siguiente de haber asesinado a Celaya, que decía: «Peralta, el comandante de la Guardia civil, comunica que en agresión contra el enemigo ha causado una baja este cuerpo», sin hacer alusión a ningún herido.

El día 26 vuelve a escribir el corresponsal en el mismo periódico, y en página 5 dice:

«De Peralta se ha recibido un parte oficial dando cuenta de que un individuo llamado Teodoro José Celaya Huarte, fue encontrado muerto días pasados de 5 tiros, en las escaleras de una casa, desde la que hizo fuego contra la Fuerza armada hiriendo levemente al comandante de la Guardia civil y a un fascista.»

Dice «un individuo llamado…» como si no lo conociera, pero ¡qué cara!, porque el corresponsal vivía a unos setenta metros de José. ¿Dónde estaba él cuando los «emisarios de la muerte» llenaban las calles Aguardienterías, Méndez Núñez, Venta Blanca, Río, Irurzun, la Tienda y el Cascajar? Está muy claro que lo que pretendían con estos comunicados era lavarse las manos como Pilatos y dar unas razones para que los lectores justificaran su muerte.

Mi tío Rafael inmediatamente se fue al frente y mi tío Tomás fue llamado a filas. Rafael fue herido de gravedad, fue atendido en Bergara (Gipuzkoa), estando varios meses hospitalizado. Para cuando vino a casa ya habían terminado los fusilamientos. Vino una temporada con permiso tras varios meses hospitalizado y sin tener noticias de él. Marchar al frente fue lo que les salvó de morir asesinados.

En la mañana del día 21 José Chivite, de 23 años, jornalero del campo, estaba almorzando en la cueva donde vivía en el monte, por encima de la iglesia. Su madre le había preparado el almuerzo para que se fuera a trabajar. Aparecieron ciertos «emisarios de la muerte», y lo detuvieron delante de su esposa Concepción y su recién nacida hija Josefina, llevándose también a Pedro Légaz Catalán, que se encontraba en el lugar. Se los llevaron con la acusación de reunión clandestina, basados en el artículo 7º del Bando de Mola.

En la cuesta se encontraron con Juan, hermano pequeño de José, que subía también a almorzar, llevándoselo también detenido al cuartel de la guardia civil.

No hacía mucho tiempo, Rosario Osés, madre de estos hermanos, viuda y con varios hijos, había solicitado ayuda para poder mantener a la familia. Los hermanos eran de la UGT, y aunque habían reclamado unos repartos comunales más justos para todos, no se habían destacado sindicalmente. Durante el resto del día estuvieron detenidos en el cuartel.

Presos el día 21 de julio

Mientras, «los emisarios de la muerte» fueron recorriendo las parcelas comunales que habían sido entregadas a la mayoría para ayudar a la subsistencia familiar, y detuvieron a bastantes hombres que llevaron al Ayuntamiento. Entre los detenidos del día se encontraba también el secretario don Amadeo García Leyaresty.

Los detenidos fueron: Tomás Asín Velasco, Torico, Juanito Bermejo Rox, Tororena, Félix Blanco Arbeloa, Sastre, Pedro Boneta Irigaray, Cagaderecho, Julio Busto Blanco, Julín, José Casarejos Villafranca, Feo, Alejandro Castillo Martínez, Todosio, hermanos José y Juan Chivite Osés, Chivites, Blas Díez Belloso, Berbinzana, Amadeo García Leyaresty (secretario del pueblo), Antonio Goñi Basarte, Pedro Légaz Catalán, Jesús Lorente Pérez, Milagrés, Juan Lezáun Pérez, Patán, hermanos Carlos y Eusebio Malo Falcón, Félix Medrano Díaz, Matute, Félix Moreno Urroz, Pollo, José Orduña Asín, Petiso, León Pérez Echarri, Apache, Manuel Pérez Irigaray, Torradillo, Justo Pérez Zuazo, Montaña, y Julián Notario Orduña, Cleto, que saltando del correo se escapó por el campo.

Llamaron a varios familiares para que se despidieran, mas no a todos les permitieron verse. La resistencia de los vecinos en la calle Aguardienterías cuando fueron a matar a José Celaya Huarte, se lo guardaron siempre, muy en especial el cabo Escalera.

Estos 24 hombres fueron atados con cuerdas y cargados en el Correo de Funes, el «Escachamatas», y llevados a la cárcel de Tafalla.

José Irigaray Osés, Pitón, Victoriano Irisarri Amatriáin, Tallador, Isidoro Itúrbide Campo, La Putana, Francisco Ulibarrena Catalán, Arroyo, y Félix Vidondo Itúrbide, Montañés, fueron cogidos en casa en la misma noche del día 21, y atados les llevaron a la cárcel de Pamplona, 29 hombres en total.

Nuevas personas encarceladas

Posteriormente fueron llevados a la cárcel de Pamplona: Cándido Jericó Resano, Juanito Castillo, Roico, Manuel Pérez, Manolé, y otros. Roque Burdaspar Bermejo y Vicente Pérez Pellejero, fueron llevados al fuerte San Cristóbal.

Con la imposición del nuevo Ayuntamiento golpista, ya tenían una excusa «legal» para legalizar sus crímenes. Así, en algunas Actas de defunción tuvieron la cara de poner que eran por «actos de guerra».

El Alcalde Félix Blanco y el concejal Jesús Boneta son sacados del pueblo

En la madrugada del 22 dos hombres más eran sacados de sus casas, pero esta vez para salvarles la vida.

El alcalde Félix Blanco Moreno tenía la suerte echada, como el resto del Ayuntamiento. A su hijo Félix ya lo habían llevado a la cárcel de Tafalla. Vivían en la calle Aguardienterías, junto a José Celaya.

En esa calle vivían muchas familias de izquierdas.

Al hijo del alcalde Félix Blanco y a José Orduña, mi tío, se los llevaron presos a la cárcel de Tafalla y serían asesinados conjuntamente el día 21 de octubre en Monreal.

También se llevaron preso a Serapio Mena, y su cuñado Juanito Castillo, El Roico, fue avisado por José Ciordia Rodríguez de que se escapara cuanto antes pues les había escuchado que iban a ir a por él. Aquella misma noche por la parte de atrás de la casa que daba al río se escapó, y fue a Falange para ir al frente, pero ya habían dado el chivatazo de su huida y en cuanto apareció por Pamplona lo detuvieron, donde estuvo prácticamente toda la guerra, con Alejandro Barcos Osés, Caños, Manuel Pérez, Manolé, Cándido Jericó Resano, Jericó, José Martínez, Pastrana, que les cogieron presos en Pamplona si bien eran de Peralta. Algunos otros vecinos de la calle Arguandienterías tuvieron que marchar al frente de inmediato, al comprobar en pocas horas de lo que eran capaces aquellas personas.

Juanito vivía en la calle del Río, hoy número 19, que da a la calle Aguardienterías, y Serapio Mena abajo del todo, en frente de su cuñado Juanito, justo hoy Aguardienterías 24, en frente de donde fue asesinado José Celaya.

Aquí se enfrentaron con los «emisarios de la muerte» cuatro mujeres y un hombre.

Orestes Guerendiáin había salido elegido concejal en las elecciones del 12 de abril de 1931, y lo fue con la mayoría de votos. A una con los concejales de izquierda, apoyó que los comunales fueran repartidos entre todos e incluso que se hiciese cuanto antes un estudio referente al Cascajo, reclamando a Rafael Aizpún que hiciese de inmediato el trabajo que se le había encomendado.

En la madrugada del día 22 de julio Orestes padre y su hijo Martín, que meses más tarde moriría en el frente, sacaron de Peralta, camuflado, a Félix Blanco. Le llevaron a Zaragoza y fue escondido en una casa hasta bien pasada la contienda. Félix no quiso volver ya más a Peralta, con la única excepción del funeral de su hermana Julia.

También colaboró para sacarlo Santiago Ruete. Era cuñado de Elisa, la hermana de Félix Blanco, y habían compartido el primer Ayuntamiento de la República, apoyando el reparto de los comunales.

En una ocasión Julia Blanco, hermana de Félix, marchó a Zaragoza y pidió le dijesen al menos el nombre de la calle que estaba escondido su hermano, pero no se la dieron por precaución, pues anteriormente le estuvieron siguiendo a Elisa, hija mayor de Félix, cuando en el tren, se dirigía a Zaragoza a llevarle víveres. Al darse cuenta, en Castejón hizo trasbordo hacia otro lugar y después volvió a Marcilla de nuevo.

Sabemos que entre las derechas hubo personas buenas, como la familia de Orestes. Su único varón, Martín, estuvo en el frente. Tenía 21 años y no fue voluntario sino por la llamada a filas desde los 16 hasta los 21 años.

Martín murió en el frente en diciembre de 1936. Unos días antes de morir vino con unos días de permiso, pasó a despedir a mi abuela: «Señora Filomena, vengo a despedirme, ya no nos volveremos a ver». Mi abuela le decía: «Hijo mío, no digas eso ¿por qué no te vamos a volver a ver?». «¡Si usted viera todo lo que está pasando! No, ya no nos volveremos a ver, no tenían que haber armado esta guerra, está muriendo mucha gente inocente. Le traigo este hornillo de carbón vegetal para que tenga un recuerdo mío». Mi abuela intentó animarle y dándole un abrazo se despidió convencido de que moriría, como así fue.

La otra persona que fue sacada del pueblo en la madrugada del 22 de julio fue Jesús Boneta Campo, trabajador incansable en defensa de los derechos de los trabajadores. Jesús vivía en Méndez Núñez haciendo esquina con Venta Blanca. Quienes le sacaron, los hermanos Velasco Troyas, vivían en la calle Aguardienterías.

Estas dos casas estaban cerca de la de José Celaya. Le sacaron del pueblo en una galera cargada de estiércol, por la noche, como era la costumbre. Estas galeras llevaban por debajo del fondo una lona fuerte donde se transportaba agua fresca, alimentos, utensilios de trabajo, etc., que utilizaron para esconderlo. Al pasar por el puente la guardia civil les echó el alto y repetidamente pincharon por todo el contenido de estiércol. Pasado el control lo llevaron hasta Tafalla. En una casa cercana a la iglesia de Santa María fue escondido varios meses hasta que pudieron pasarle por la frontera vistiéndole de cura. En Tafalla los sacerdotes de Santa María no estuvieron de acuerdo con el Alzamiento Nacional, sus parroquianos eran las familias más humildes.

Algunos se pasaron a Francia

Durante años escuché a mis padres hablar de esto y se alegraban de que se hubieran salvado. Recuerdo decir a mi madre muchas veces «toda mi vida hubiera dado mi pelo, para que dejaran a los hombres con vida, menos mal que algunos pueden contarlo», y me hablaban de Juanico y Marichu, de Pedro Arbeloa y Nati, de Gregorio Velasco Troyas, de Jesús Boneta, del primo carnal de mi madre Felipe Asín Pérez, El Gato, Justo Arbeloa, Chicholé, y Antonio Velasco Aranaz, Gemelo, de quienes nada se sabía. Algunos salvaron su vida en el exilio, otros murieron en campos de concentración después de la guerra.

Juanico cruzó la frontera el 10 de septiembre del 36 por Aragón, y el 9 de abril del 39 lo hizo mi tío Felipe Asín Pérez. Ambos fueron apresados y llevados al campo de concentración francés de GURS. Allí estuvieron Dionisio Alonso Campo y Pedro Arbeloa.

Con el tiempo, algunos aún pudieron disfrutar de su familia como Pedro Arbeloa y Nati, como Juanico y Marichu; Gregorio Velasco Aranaz, huido a Francia, nunca más volvió a Peralta, Jesús Boneta Campo volvió con la democracia, pero tan deteriorado de salud que pocos años después moriría en San Sebastián al lado de su esposa.

Recordemos que fueron asesinados su padre, su hermano y su cuñado. A su hermano Carmelo, de 14 años, cuando fueron para llevarle también a matar, al ver que era un crío se conformaron con darle una soberbia paliza.

Es asesinada la segunda persona en Peralta

Pedro Alfaro Urroz, de 39 años de edad, casado con Eusebia Orduña con dos hijos, jornalero del campo, afiliado a UGT.

El día 21 de julio, a la vuelta del campo, Pedro Alfaro, Pilastra, y Bibiano Goñi subían del campo, siendo cacheados e insultados en el puente por unos jóvenes, fanfarrones, armados con revólveres.

Al llegar a sus casas contaron lo ocurrido a sus esposas Jesusa Irigaray y Eusebia Orduña.

El día 23, hacía las dos y media de la madrugada llamaron a la puerta con fuertes golpes. Pedro preguntó quién era, respondiendo: «La Justicia». Pedro se malviste saliendo con las alpargatas fuera, y al hacer mención de llevárselo, Pedro hizo ademán de terminar de vestirse, respondiéndole que no hace falta. Le ataron las manos a la espalda y junto a casa, delante de su esposa, le dispararon a bocajarro sus pistolas los asesinos.

Brusca y animadamente lo arrastraron hasta las Cuatro Esquinas. Allí descansaron y uno de ellos se fumó un cigarrillo sentándose encima de Pedro. De los balazos brotaba la sangre en abundancia, que dejó un reguero por la cuesta. La esquina izquierda, calle Hornos Medina con Solana Alta, se quedó impregnada de tal forma de sangre, que al ser la calle de tierra no desaparecía la mancha así lloviera o nevara.

Tras descansar, volvieron a arrastrarle hasta la calle Mayor. Allí esperan los mandamases, los que no se mancharon directamente las manos de sangre, pero daban las órdenes de asesinar. No obstante, uno de los miembros de la Junta de guerra, al ver cómo le arrastraban, les ordenó traer una camilla y que lo llevaran al cementerio.

Entre los que esperaban en la calle Mayor había gente adinerada y muy amigos de los curas. Una y otra vez estuvieron presentes en los fusilamientos. Lo mismo ocurría con quienes organizaban los pelotones de fusilamiento, algunos de ellos pertenecientes a los grandes patronos y de mucha iglesia, que pagaron «para que se corte hasta la raíz, de todos ellos», como muchas veces dijeron.

Una vez que los asesinos se llevan a su esposo arrastrado por la cuesta, Eusebia llama al hijo y le pide que vaya a casa de su tío Jesús, hermano de su padre. Éste, informado de lo ocurrido, marcha al cementerio con su sobrino y allí se encuentran con un cuadro que nunca olvidaron: la cabeza de Pedro estaba serrada por la mitad.

Ante este espectáculo Jesús comienza a gritar llamándoles asesinos, junto con su sobrino, todavía un niño, que contemplaba el cuerpo destrozado de su padre. Se dirigen a Jesús diciéndole: «O te callas, o no sales vivo de aquí, y vete inmediatamente y traes una caja para tu hermano».

Tenían que justificar de alguna forma su muerte y, tras hacerle la autopsia, inscribieron su acta de defunción. Hacia las diez de la mañana del día 24 reza así el informe de su autopsia: «muere en su domicilio a consecuencia de hemorragias internas».

Pero esto no era todo; había que dar pública comunicación y encubrir la trágica verdad. Para ello, el corresponsal de Diario de Navarra y de El Pensamiento Navarro, la misma persona indicada anteriormente, escribiría el 26 de julio, domingo, en la página 7:

«En Peralta en noches pasadas en una colisión con la Fuerza Pública, resultó muerto el vecino de esta villa Pedro Alfaro Urroz, en cuyo poder tenía un revólver recién descargado».

No existía ningún revólver y mucho menos descargado, solamente tenía la escopeta de caza y se la habían quitado en el puente los mozos que le echaron el alto a él y a Bibiano Goñi el día de antes.

Pedro y su familia vivían por el monte, cerca de la calle Rincón de la LLorona, y allí vivieron su esposa Eusebia e hijos durante muchos años. Eusebia siempre evitó pasar por donde arrastraron a su marido.

Pedro defendió los comunales como lo hicieron tantos otros, reclamándose mediante solicitudes, pero nunca se metió con nadie, era callado, pero alegre, como su hermano Jesús, y nunca hizo mal a nadie.

Algunos de los emisarios de la muerte habían sido izquierdas

Hubo quienes habiendo pertenecido a grupos de izquierda, se vendieron al mejor postor y fueron los mayores asesinos y alcahuetes. Entre los más sanguinarios, uno que era de Izquierda Republicana y que comenzado el Movimiento cambió de chaqueta.

También de la noche a la mañana un personaje que llegó a tener puesto de secretario de UGT, que incluso envió algún escrito al Ayuntamiento, encabezándolo personalmente, al comenzar el golpe dio la vuelta a la chaqueta, hasta el punto de mandar matar a su novia Marieta Balduz.

Por ciertos datos que tengo, ese personaje pudo estar metido en UGT por mandato de un primo suyo de la derecha de bastante poder, patrono acaparador de tierra, para saber quiénes eran afiliados, y controlar los movimientos de UGT y demás grupos de izquierda. Tras la guerra fue bastante apoyado por el citado primo y patrón.

Llegada la Democracia, los hijos de dicho acaparador coaccionaron a peones y familiares a quienes habían ayudado económicamente, amenazándoles con quitarles los privilegios que gozaban si votaban a la izquierda. De algunos lo consiguieron, de otros no.

Peralta vivía cargada de incertidumbre y terror, viendo a los criminales pulular por el pueblo y no sabiendo dónde se habían llevado a sus familiares apresados, convencidos a su vez de que aquellos «emisarios de la Muerte» serían capaces de todo.

De la noche a la mañana se había convertido en una guarida de rufianes, ávidos de sangre y rapiña, de villanía y sadismo. Su hacer fue nauseabundo, monstruoso.

Exhumación de los dos primeros asesinados

Cuando encontramos las actas de defunción de José y Pedro en las que se inscribía que se les había practicado la autopsia, pensamos era pura burocracia. Ni Juanjo Orduña, sobrino carnal de Eusebia Orduña, esposa de Pedro Alfaro, sabía lo ocurrido.

Sacamos primeramente los restos de José Celaya, que estaba en sitio propio, pero su esposa e hija dieron su permiso para que fuera enterrado en el panteón con todos. Al sacarlos pudimos observar que tenía la cabeza serrada. Se hacían cábalas, no encontrando sentido a esto.

Tardamos en encontrar los restos de Pedro por los cambios habidos en el cementerio durante 42 años, pero finalmente salieron y cuál no sería la sorpresa general cuando observamos que la cabeza de Pedro también estaba serrada.

Informamos en el Ayuntamiento de lo que habíamos comprobado, y puede uno imaginarse la protesta de todos ante aquel doble crimen. El hijo, que estaba presente cuando lo sacamos, nos comentó lo que había sucedido, según ha quedado expuesto.

Para comprender el proceder inhumano de los asesinos es importante conocer el «Bando» de Emilio Mola, que da sentido a todo ello.

No voy a entrar en consideraciones al respecto, cada cual que lo haga por sí mismo, pero las órdenes de Mola eran precisas:

«los castigos sean ejemplares, por la seriedad con que se impondrán y la rapidez con que se llevarán a cabo, sin titubeos ni vacilaciones».

Como así lo llevaron a la práctica.

Muchas personas y sacerdotes, incluidos obispos, han querido echar un tupido velo sobre lo ocurrido, negaron durante años que hubiesen hecho nada, no parecía sino que nuestros familiares se hubieran matado a sí mismos o se hubieran esfumado. Por ello he querido dar testimonio precisamente de dos sacerdotes que fueron testigos presenciales de toso aquello. Se nos ha acusado a las familias de vulnerar el buen nombre de ciertos sacerdotes de nuestros pueblos y de ciertas personas muy católicas según ellos, pero la realidad no es otra. ¡Si lo que hicieron es de católicos!…

Está escribiendo un libro un sacerdote en el que quiere hacernos ver que no fueron tantos los sacerdotes que tomaron parte activa en la represión, unos cinco o seis según me ha dicho un colaborador del libro, pero desde estas líneas no me queda más remedio que contradecir su opinión, ya que los hechos son muy, pero que muy diferentes, y es triste, sí, reconocerlo, pero la realidad no es otra y como dice don Casimiro Saralegui «Soy más amigo de la Verdad».

Los acontecimientos iniciales ocurridos en Peralta se asemejan a lo ocurrido en cualquier rincón de nuestra querida Navarra. Si recorriésemos pueblo por pueblo veríamos que fueron bastantes más los que de una u otra forma tomaron parte activa en la represalia y que si bien hubo quien dio su vida por mantenerse contrario, los hubo en mayor escala apoyando el Alzamiento Nacional.

Recorrí prácticamente toda la Ribera de Navarra y varios pueblos de La Rioja entre 1978-1981, ayudando a recoger los restos de los fusilados, y aunque me duela decirlo fue en muchos pueblos, incluida Calahorra, donde el clero y religiosos de diferentes congregaciones estuvieron a una con los promotores, cuando no fueron ellos mismos. Y repito que los hubo y muchos que no estuvieron de acuerdo, y aunque parezca mentira otros fueron manejados como marionetas por sus propios superiores y éstos a su vez por otros semejantes.

Fueron manejados por los que ostentaban el poder capitalista y latifundista de las tierras, lo que no hubiese ocurrido si antes de todo esto, ellos, los sacerdotes, la Iglesia, hubiese estado más abierta a las nuevas culturas, si hubiese estado más al lado de los más necesitados, no con unas limosnas, no con palabras de paciencia, etc. ¡No!, sino exigiendo Justicia. Pero en la mayoría de los casos, salvo excepciones no lo estuvo. Hubo pueblos, como en Azagra, que ya el día 19 de julio se presentaron numerosos camiones de Estella con gentes armadas y de uniforme de requetés y entre ellos numerosos curas y frailes a los que se les conoció por la coronilla que entonces llevaban bien marcada en la cabeza.

Era imprescindible que se nombrara la Junta de guerra, si bien como ya ha quedado expuesto ésta fue formada antes de pronunciarse el Alzamiento Nacional. Teniendo ya la Junta de guerra registrada y el Nuevo Ayuntamiento constituido era perfecto para dar curso a todos los atropellos que se produjeron. Los unos a los otros se acusaban entre sí y entre sí se apoyaban. Tenían prisa de empezar y el mismo día 8 de julio de 1936 dos miembros destacados carlistas de la Junta de guerra, fueron al cuartel preguntando si comenzaban ya. Como hemos podido ver en páginas anteriores en Navarra no se tomó parte en el Golpe de Estado hasta el día 19 a las órdenes de Mola.

De todas formas, conforme vaya exponiendo los hechos nombraré a quien hizo cuanto pudo por sus convecinos, familiares y no familiares.

Primera saca de siete hombres para asesinar

En la madrugada del día 25 de julio, día de Santiago, comienzan las sacas de grupos de personas, para llevarlos a asesinar. Fueron siete las personas que asesinaron ese día:

Pedro Basarte Lorente, Leocadio Boneta Antomás, Santiago Boneta Campo, Félix Castillo Tomeo, Antonio García Osés, Félix Manzano Pérez y José Pérez Antomás.

Pedro Basarte Lorente, Churrero, de 38 años de edad, era natural de Funes, casado con Teodora García. Con tres hijos, el mayor Benito Basarte, fue sacerdote salesiano; todos en Peralta le conocemos y conocemos su bondad. Pedro era churrero, como trabajo extra para ayudar al mantenimiento de la familia; su ocupación como la de tantos otros era el campo.

Como ya hemos visto, se destacó solicitando al Ayuntamiento el reparto de los comunales. Por ello sufrió boicot de trabajo; más tarde fue procesado con otras 9 personas por gritar al paso de una manifestación antirrepublicana el 18 de noviembre de 1934, y condenado a 6 meses de prisión.

Tanto sus hijos, como vecinos y familiares de Peralta y Funes no dudan en catalogarle como «una bellísima persona». Era todo cariño con la gente, religioso practicante, pero contrario al orden establecido desde siglos pasados por los latifundistas terratenientes de toda España y, sobre todo de Peralta. Este fue su delito.

Cuando iban a matarle junto a sus compañeros, en la Venta San Miguel, pidió confesar y se le oyó rezar a la Virgen de Nieva una salve. Quien escuchó y observó lo que estaba sucediendo en aquella madrugada del 25 de julio de 1936 lo contó en su día.

Leocadio Boneta Antomás, de 59 años de edad, casado con Petra Campo, tenía 5 hijos, algunos de ellos ya casados y el más pequeño, Carmelo de 14 años de edad.

Leocadio era padre de Jesús Boneta Campo, nuestro querido concejal, y padre de Santiago Boneta Campo al que asesinaron con él.

El parentesco con Jesús fue suficiente para darles un buen escarmiento, hasta el punto de que fueron tres los asesinados, Leocadio, Santiago hijo y Ricardo Zabal Taniñe, yerno, Carmelo golpeado y azotado y Jesús en el exilio.

Económicamente no estaban tan mal como otros. Trabajaba en la azucarera de Marcilla, tenían una tienda de ultramarinos atendida sobre todo por Petra, su esposa, a la que todos ayudaban si era necesario, y a su vez tenían tierra propia. Sin embargo, esta situación no les impidió luchar por quienes no tenían nada.

Entonces las tiendas de ultramarinos vendían de todo: piensos, harina, calzados y demás. Tanto ella como mi abuela Gertrudis, que también tenía tienda de ultramarinos, tenían buena clientela, pero también algunos asiduos tramposos, los mismos que el día que fueron a por Leocadio entraron en la tienda y además de llevarse lo que querían una y otra vez, le rompieron los cuadernos donde estaba anotado cuanto debían.

Su vida en Peralta era intachable, persona de criterio, hombre de gran temple, trabajador en cuanto cabe, amante de su familia, de su pueblo; estaba unido a sus hijos en sus inquietudes de lucha reivindicativa por una vida más justa y en libertad para todos sus convecinos.

Curiosamente, Leocadio ingresó en el ejército como soldado con 19 años de edad y permaneció 12 años en la guerra de Filipinas por lo que, una vez licenciado, le concedieron licencia absoluta, junto con un informe sobre su comportamiento ejemplar.

Cuando fue a la mili era pastor de Carmen Arricibita. Cuando volvió se casó con Petra Campo, y se dedicó a la agricultura, pero esto no impidió que su antigua patrona siguiera siendo una gran amiga de la familia, ella y sus familiares más directos, la experiencia que habían venido con él mientras fuera pastor, fue excelente.

He tenido la suerte de conocer a tres de sus hijos, Matilde, Felisa y Carmelo, y a sus nietos: Otur y Gali hijos de Jesús, Amelia y Blanca, hijos de Matilde, Roberto hijo de Santiago y Antonio, Pedro y Jesús hijos de Felisa, y puedo decir que la semilla de su humanidad cayó en tierra buena, transmitida de generación en generación.

Santiago Boneta Campo, de 25 años de edad, hijo de Leocadio, casado con Jesusa Campo, quienes tuvieron un hijo, Roberto, que era un bebé de meses cuando su padre fue asesinado.

Muchas personas coinciden en que Santiago «era una bellísima persona, trabajador, y atento con su esposa e hijo pequeñito todavía». Con su hermano Jesús, si bien más en la sombra, luchó también por los mismos ideales de justicia.

La situación económica de Santiago no era tan alarmante, como lo fuera para otros. Él trabajaba en el campo a una con su padre. Su esposa Jesusa Campo era una modista de primera, por lo que con el trabajo de ambos podían mantenerse con más facilidad que otras familias.

cuando fue llamado en la madrugada, todavía besó a su pequeño hijo Roberto. Tan solo tenía unos meses, lo abrazó contra su pecho y también a su esposa. Fueron breves momentos, mientras aguardaban los «emisarios dela muerte».

Santiago vivía en la calle La Tienda, número 21, donde hoy existe una gran casa nueva sobre el terreno de dos casas anteriores.

Padre e hijo, los dos juntos, sin poder salvar sus vidas, ante sus asesinos…

Félix Castillo Tomeo, Castillico, de 52 años de edad, casado con 5 hijos, era cabo de serenos.

Vivía frente a frente de los hermanos Chivite, a quienes hacía 4 días se los habían llevado a Tafalla presos. Vivían en las casas detrás de la Parroquia, que eran medio cuevas, y conforme iban naciendo más hijos las iban ampliando con piedra o ladrillos. A pesar de las condiciones en que sobrevivían, teniendo que bajar diariamente a lavar al río, o a coger agua de algunos grifos cercanos, aquellas mujeres llevaban a sus hijos y esposos bien limpios.

Aquella noche Félix descansaba en su cama. Hasta hacía cuatro días había sido sereno, pero como sus otros compañeros, alguaciles y serenos, les habían echado del puesto, como al resto de concejales, incluido el alcalde y el secretario.

Los que habían sido destituidos de sus cargos en 1931 por su comportamiento contra los vecinos, entraron nuevamente a sus puestos y alguno de ellos fue un látigo, un desnaturalizado contra sus convecinos.

Como los otros compañeros, Félix es despertado a golpes en la puerta y voces descompuestas. «Un momento; ya me visto» responde. Y desde la calle le dicen: «No hace falta, sal como quieras». Su esposa Gregoria Villafranca, tiembla, presagiando lo peor. No hay tiempo de despedirse, de afuera meten prisa, todavía se dan un abrazo temblorosos ambos, pues ya estaba demasiado claro el proceder de los asesinos.

Un nieto hijo de su hija Margarita, me informó de que Félix, como cabo de serenos, hizo una visita a la cárcel de Peralta para atender a una pobre presa, y se encontró a un antiguo concejal del Ayuntamiento anterior a los nombrados en la República, abusando de ella. El exconcejal tenía llave propia y Félix denunció el hecho, siendo sancionado el concejal tras devolver la llave.

Así pues, en cuanto el exconcejal se pudo vengar lo hizo sin dilación. Es verdad que Félix era socialista, pero también lo es que, el exconcejal fue el causante de su captura y ejecución. Uno de sus nietos me aseguró escuchar muchas veces esto en boca de su abuela, de su madre y de sus tíos carnales.

Todavía vive su hija Margarita, y sobrinos carnales, como Carmen Irigaray, Gloria y Luis Villafranca. También viven nietos pero estos no lo conocieron. Fueron los hijos y Carmen Irigaray, que vivía junto a ellos, quienes escucharon y vieron salir a Félix de su casa en la madrugada del 25 de julio para no volver más. Carmen les conocía muy bien, las madres eran hermanas. Cuando me hablaban de él, repetían que: «Era un bendito, ¡si era de bueno! ¿Por qué, por qué lo mataron y a los demás, por qué?», opinión compartida por quienes no tenían lazos familiares con él.

Conocí a sus hijos y a su esposa Gregoria. Era prima de mi abuela paterna, y recuerdo su rostro como si ahora lo viera, reflejo de bondad y del sufrimiento que tuvieron que paras, primero, arrebatándole el marido, y luego por la muerte de su hijo Félix en el frente, y tantas cosas que sufrió.

Antonio García Osés, de 34 años de edad, casado con Carmen Medrano, y con una hija de 6 años, Rosina.

Había estudiado en un colegio de frailes, al parecer era muy listo, pero no tenía vocación de fraile y se salió, poniéndose a trabajar con su padre como pastor, para José Arrecibita, padre de Alfredo. Estuvo durante la República de presidente y secretario de la UGT a una con Jesús Boneta Campo, con quien trabajó codo con codo por el bienestar social del pueblo, prioritariamente por un reparto comunal más justo, sanidad, cultura, etc. Incluso dio algunos mítines.

Su cultura e inteligencia las puso al servicio de quienes no sabían ni leer ni escribir y trabajó tenazmente. También formaba parte del grupo de teatro de Peralta. Las obras representadas eran a veces una llamada a la concienciación popular, denunciando ciertos atropellos e incidiendo en temas de importancia.

Todo el grupo de teatro fue castigado de una u otra forma; fueron fusilados, Antonio García, José Pérez Antomás, José Pérez Ramírez y Balbino Bados, que fue director mientras estuvo en Peralta, y sufrió el exilio Felipe Asín Pérez; a las mueres les cortaron el pelo, e incluso a Marieta Balduz quisieron matarla.

La detención se produce en iguales circunstancias que sus compañeros. vivía en la calle Tejedores, actualmente el número 11. Carmen, su esposa, inmediatamente baja tras de él y corre a casa de José Arricibita, y cuando ya está cerca de la casa del amo (así decían a los patronos), se encontró con otro ganadero que al verla le saludó: «Hola chiquita, ¿qué vida llevas?». Carmen le responde: «Se han llevado a mi marido y voy a casa del amo para ver si puede hacer algo por él». El ganadero le dice: «Ahora mismo se iba el camión, han bajado a coger gasolina y se van ya». Cualquiera se preguntará qué hacía el tal ganadero a esas horas de la noche —aunque fuera verano, pues en aquellos tiempos que se iban a la cama bastante antes que ahora—, conociendo, además, el detalle del camión y la gasolina. ¿No? Por lo visto fue Antonio al último a quien cargaron en el camión.

Antonio trabajaba para José Arricibita, que trataba a sus asalariados con respeto y cariño. Cuando salía el tema de sus pastores tanto los padres como los hijos, Alfredo y Blanquita, siempre lo hicieron apesadumbrados por lo que les habían hecho. Nuestra amistad con esta familia ha sido grande y aunque parezca mentira por la distancia social que en aquel entonces existía entre patronos y asalariados, existió una relación muy importante. Cuando comenzamos «Operación Retorno», hablé varias veces con Alfredo, tenían gran estima y aprecio por Antonio y por todos sus pastores, por los que nada pudieron hacer.

Los Arrecibita fueron contrarios al Alzamiento Nacional. Se salvaron de la muerte por intercesiones particulares de miembros de la Junta de guerra. A José le montaron incluso en un camión con otros más para llevárselo a matar, pero el Jefe de la Junta de guerra, que era cuñado, dio la orden de que le dejasen libre, librándole en más de una ocasión, como a Serafín Irigaray, ambos cuñados entre sí, y cuñados del Jefe de la Junta de guerra.

Antonio fue compañero de mi tío Nicolás, y les oí hablar de él muchas veces, como del resto de los pastores. Sus comentarios coinciden totalmente con los informes que en la actualidad he recibido de él. De su inteligencia y de su humanidad, buen compañero, alegre, afable siempre, y también de una profunda religiosidad.

Como secretario de la UGT apoyó el escrito de Jesús Boneta en el que pedía el respeto para quienes practicaban la religión, como para quienes no lo hacían.

Félix Manzano Pérez, de 23 años de edad, soltero y terminando la carrera de Magisterio. Como su padre, de Izquierda Republicana.

Desde siempre he escuchado sobre este joven, de su padre y de toda su familia, que eran extraordinarios. Se dice de él: era un joven modelo de virtud en todos los sentidos, religioso, humano, inteligente, comprensivo con sus semejantes sobre todo con aquellas personas que no sabían leer ni escribir, a los que gratuitamente les enseñaba en sus horas libres.

como al resto de compañeros, en la noche aparecen por casa y le ordenan les acompañen en nombre de la justicia. Su padre era militar y estaba en casa, pero nada pudo hacer; incluso a los seis días justos le matarían a él también. Félix era sobrino carnal de Pedro Basarte. Su madre y la esposa de Pedro eran hermanas, luego también en esta ocasión se llevan a dos familiares nuevamente.

Félix tenía novia, Pilar Orduña, Mingorra, y antes de ser asesinado se quitó el reloj y se lo mandó con Félix Alonso, Chupacha, (al que obligaban a llevar a quienes iban a asesinar). Pilar era peluquera, y a muchas de las que les cortaron el pelo, conforme les iba creciendo ella se lo iba arreglando.

José Pérez Antomás, de 32 años de edad, casado con Pilar Castillo, con una hija muy niña todavía, Ana Mari.

José era pastor, trabajaba para Jacinto Sayés. Como tantos pobres, aspiraban a un reparto de los comunales y a unos sueldos más justos y acordes con la carestía de la vida. Pertenecía al Grupo artístico de Teatro y cantaba muy bien las jotas.

Era de UGT, si bien no fue significado, un gran hombre, alegre y bondadoso, amante de su familia y de su hijita que era la alegría de su vida.

Una vez que tuvieron a los siete hombres montados en el camión se los llevaron hasta la Venta de San Miguel y allí fueron asesinados. Les acompañó algún sacerdote y alguno como Pedro Basarte se confesó, mientras algún otro les contestó: «¿Con vosotros vamos a confesarnos? ¿Qué males hemos cometido para que nos matéis y vosotros no hacéis nada para evitarlo? Dios os juzgará».

Una vez asesinados, los cargaron en el camión trasladándolos fuera de las tapias del cementerio de Tafalla. Al día siguiente personas de Tafalla fueron obligadas a enterrarles dentro, no sin antes haberles practicado a todos la autopsia.

Después de Jesús Celaya y Pedro Alfaro era el primer grupo que mataban de Peralta. Ayudados de los focos del camión, les dispararon a bocajarro sobre el cuerpo, piernas, brazos, en sus partes. Aparte del camionero que fue obligado a llevarles, hubo otros testigos, que ya desde entonces contaron a sus familias los hechos.

Sus ropas estaban impregnadas de sangre y podía contemplarse la cantidad de tiros recibidos. En la de Félix Castillo, contaron hasta siete disparos.

La familia de Félix Manzano Pérez compró el terreno donde estaban enterrados. Eran dos grupos de tres, y uno solo, Pedro Basarte. Teodora, su esposa, no se enteró que había que pagar el sitio cada cierto periodo de tiempo, y cuando se quisieron exhumar sus restos no se puso, ya que habían sido depositados en el osario.

En Tafalla, sin embargo, los inscribieron en el libro del cementerio, como se puede comprobar en la fotografía 27. Allí no tuvieron problemas para llevar unas flores o visitar la tumba.

En las ropas que les entregaron los familiares pudieron comprobar la saña de los asesinos. Primeramente, las guardaron tal cual, después las lavaron y volvieron a guardarlas, pero llegó un momento en el que decidieron quemarlas por los recuerdos tan dolorosos que les traían. Tanto Carmen Villafranca como Amelia Zabal sintieron haberlo hecho, después de haberlas guardado tantos años, pues me decían: «Ahora podían ser una prueba de cuanto decimos».

Al sacar sus restos el día 26 de mayo de 1978, en ambas tumbas se confirmó que se les había practicado la autopsia, las dos tumbas salieron con tres cráneos serrados de lado a lado. En la fotografía 26 se pueden ver tres de ellas, así como una lápida dedicada, en la que se lee: «Recuerdo de su esposa hijos y hermanos».

No todo el mundo tuvo las facilidades habidas en Tafalla.

En el libro del cementerio están inscritos todos el día 26, aunque todos conocemos muy bien en Peralta que fueron asesinados en la madrugada del día 25 de julio de 1936.

Ensañamiento tras los cortes de pelo a las mujeres. achuchan a los nilos para que también se mofen de ellas

El día que le cortaron el pelo a Petra estaba sola en casa. Fueron a por ella y a por sus hijas Matilde y Felisa, pero estas estaban con Carmelo en el campo, librándose del corte de pelo. Cuando volvían del campo se encontraron con bastantes mujeres a las que les habían rapado la cabeza, llevándolas en procesión por todo el pueblo para que todos las vieran, para escarmiento de unos y mofa de otros. Incluso hubo quien achuchaba a los niños para que se riesen de ellas.

Las hicieron salir cuando los niños salían de la escuela y las pasearon desde las escuelas, carretera, calle mayor, vuelta por el cuartel de la guardia civil ubicado éste donde hoy está la casa de Pinillas, frente al puente, y vuelta de nuevo por la carretera hasta llegar al Ayuntamiento.

Les hicieron llevar escobas y pozales. En la esquina de la casa que había en la hoy calle Irurzun 21, estaba una mujer joven entonces, forastera ella, casada con el chulo que le quitó a mi abuela las tierras que llevaba mi tío José.

Esta individua se mofaba vilmente de las pobres mujeres, jóvenes, niñas y mayores que pasaban con el pelo rapado, e incitaba a los críos para que se rieran de ellas. Esto sucedía en la esquina de las hermanas Martínez, las Trompetas. Justo en frente vivía el Bayo, hoy está ubicada la C.A.N. Testigos, las mismas mujeres a las que se les había rapado el pelo y la veían y escuchaban.

El matrimonio Plácido Bayo y Mª Josefa Goizueta (hermana de quien salvara en el tercio de Sanjurjo a unos 1.600 hombres destinados a ser fusilados) vieron desde el balcón el cortejo o procesión, como muchas describían aquella cruel mofa: «Nos llevaron en procesión por la carretera, calle Mayor,… para que se rieran de nosotras». El matrimonio Bayo se metió para adentro exclamando: «¡Por Dios, esto no se puede ver, qué humillación!». Así lo atestiguaron personas que iban el el cortejo, que vieron y escucharon las palabras del matrimonio Bayo-Goizueta, como de la burlona con saña de la esquina de enfrente, y otras más por supuesto.

Era este matrimonio de los más ricos del pueblo, pero fueron totalmente contrarios al Alzamiento Nacional, por lo que ni directa ni indirectamente se mezclaron con la masacre y con quienes la provocaron y ejecutaron.

Los hijos de Petra, viendo aquello, inmediatamente volaron a casa a buscar a su madre, la cual no estaba y pensaron lo peor, sintiéndose impotentes sin saber qué hacer. Cuando apareció la madre con el pelo rapado, todavía recuerdan las nietas, y los dos hijos que viven su expresión, llorando: «Dios mío, Dios mío, cómo han podido hacerme esto a mi edad».

Cuando hablé con Antonia Manzano, hermana de Félix, y le expuse el propósito de exhumar todos los restos y traerlos al Panteón (entonces todavía en proyecto), respondió de inmediato afirmativamente. Entre otras cosas me decía por carta: «Como sabes están enterrados mi hermano y demás compañeros todos juntos en Tafalla en sitio propio que compramos la familia, pero el saber vuestra intención de que todos estén juntos nos parece bien y por consiguiente doy el permiso en nombre de toda la familia», y firmaba Antonia Manzano, la cual vivía en San Sebastián.

Así pues, teniendo el consentimiento de todos, en posesión de los permisos de Sanidad, y avisados todos los familiares de que se iba a realizar la exhumación de los restos, el día 26 de mayo de 1978 por la mañana se exhumaron.

En Peralta arrancaron la hoja del libro de defunciones del 36 en el cementerio

Cuando ya estábamos sacando los restos de Peralta vinieron familiares de dos personas de Calahorra y de Funes, que habían sido asesinadas justo enfrente del cementerio de Peralta, en una viña, el día 8 de septiembre de 1936.

Quienes les fusilaron eran de Calahorra y de Funes. Quien daba las órdenes era un significado industrial de Calahorra, tanto por su posición social, como por su participación en la represión. Personas de Peralta recordaban el hecho e incluso fueron de Peralta quienes tuvieron que enterrarles. Y cuando los familiares de Calahorra y Funes vinieron a buscarles, los enterradores como Pedro Zapater nos ayudaron, y vieron que uno de los asesinados llevaba una placa de taxista en la camisa.

El industrial de Calahorra sabía muy bien que el taxista más el joven, a quienes trajo obligados, eran amigos de uno de los que iban a fusilar. el taxista fue engañado por el industrial diciéndole que le llevaban a Pamplona para llevarle al frente. Al llegar a Peralta le ordenó parar y atándoles les mandó matar.

Era tan canalla, que trajo a un chaval que era como un hijo de uno de los de Calahorra, que le había enseñado a leer y a escribir, y les había ayudado a la familia porque eran muy pobres. Sólo tenía 16 años, pero el industrial le trajo para que le matara. Lloraba cuando nos lo contaba cuando vino también para recoger los restos. El mismo sentenciado dirigiéndose al joven le tranquilizó con palabras de compresión: «Tranquilo hijo, no te preocupes, haz lo que te dicen, yo ya he vivido muchos años, ahora tienes que vivir tú», y encañonado por un mosquetón, llorando y cerrando los ojos disparó hiriéndole tan sólo, luego el cabecilla le dio el tiro de gracia.

El taxista, volvió a Calahorra y, una vez dejó al magnate industrial en su casa, se vino de nuevo a Peralta. En el lugar de las ejecuciones se quitó la placa de taxista y la colocó en la camisa de su amigo, por si acaso un día podían sacarle, para que le reconocieran.

Los de Peralta nos informaron que habían sido enterrados dentro del cementerio, cerca de la pare de abajo del panteón de los Arrecibita, junto al pasillo central. Buscábamos y no salían, entonces Emiliano Cid, El Chino, el enterrador que teníamos en 1978, decidió mirar en el libro del cementerio y buscar la hoja del 36: cuál sería su sorpresa y la de todos los presentes cuando al abrir el libro, había sido arrancada de cuajo y lo fue en aquellos días, se notaba perfectamente pues el corte no estaba envejecido. Por más que Emiliano buscó no se encontró, no obstante se siguió cavando y al final se encontraron un poco más abajo de donde se empezó, cerca de donde sacamos a Pedro Alfaro Urroz.

El otro compañero asesinado era de Funes, Esteban Monasterio Cárcar, de 46 años de edad, tenía ocho hijos y era caminero. Llevaba tiempo de guarda en la caseta de camineros que había en la Cuesta de la Castellana.

Al comenzar la sublevación, el cabo Timoteo Escalera y algunos otros cabecillas de Peralta y Funes le obligaron a desnudar a los asesinados por terreno de Peralta y Funes, sobre todo por Moratiel y Altos de Peralta, incluida la Castellana y carretera de Andosilla, donde fueron fusilados cantidad de hombres, mujeres y niños de Navarra y de La Rioja, sobre todo de Calahorra, Arnedo y Alfaro.

Asesinado un caminero al que le obligaron a ser testigo de los horrores

El día 8 de septiembre a eso de las 11 de la noche llamaron, como tantas otras noches a la puerta de Esteban Monasterio, éste les contestó: «ahora me visto» y le respondieron «no hace falta, date prisa». Salió y fuera le esperaban los «emisarios de la muerte» de Peralta y Funes. Le hicieron montar en uno de los vehículos que llevaban y le trajeron hasta la viña de enfrente al cementerio donde fue asesinado con los otros dos de Calahorra. Con los asesinos estaba Escalera.

¿Cómo fue que de la noche a la mañana, aquel caminero al que obligaban a proveerles de ropas, anillos, relojes, estilográficas, etc., fueran a matarlo?

Muy sencillo, uno de los grupos que habían matado entre Funes y Peralta, por Moratiel, era de Alfaro. Entre ellos había un médico, hijo de personas muy representativas de Alfaro, y éstos movieron todos los hilos que fueron necesarios para que su hijo fuera exhumado e inmediatamente llevarle a Alfaro.

Cuál no fue la sorpresa de los familiares cuando encontraron a su hijo desnudo totalmente junto con los demás. Ante aquella nueva canallada exigieron responsabilidades y los cabecillas acusaron al pobre caminero. Éste, mientras no se llevaban las cosas, las guardaba en casa, donde encontraron un traje azul marino del médico exhumado, pero no la estilográfica y un anillo.

Antes de que Esteban Monasterio pudiera contar lo que le obligaban a hacer, aquella misma noche lo asesinaron.

Justamente habíamos hecho los funerales nosotros cuando vinieron buscando a mi casa información sobre otro grupo de Calahorra. Casualmente apareció en aquellos momentos una hija de Esteban, que vivía fuera de España, y al venir de vacaciones se informó de lo que estábamos haciendo y quiso buscar a su padre juntamente con sus otros hermanos.

Estaban los de Calahorra en casa cuando ella apareció y nos explicó lo ocurrido realmente con su padre. El de Calahorra se echó a llorar, pues sabía que a su padre le habían quitado el anillo y que había sido un caminero de Funes. Guardaba gran rabia contra aquél caminero, pero al conocer que aquella persona también era hija de un fusilado y conocer lo sucedido fraternizó totalmente con la hija y perdonó al padre que no había sido el culpable de lo ocurrido.

Sacan a otra persona para asesinar el día 30

Jacinto Manzano Liberal, de 59 años, natural de Aliseda, casado con María Pérez natural de Peralta, de cuyo matrimonio tenían 3 hijas y un hijo.

El día 30 de julio se había dado la orden de que se presentaran los que estuvieran bajo juramento de armas. Jacinto Manzano Liberal ni se había enterado de la orden dada, consternados como estaban con la muerte de su hijo Félix Manzano hacía 5 días en Tafalla.

A comienzos de la República Jacinto estaba al frente del Partido Republicano Federal; en 1934 crea el Consejo Local de Acción Republicana, ejerciendo como secretario Fidel Chaurrondo, quien sería fusilado un mes más tarde.

Jacinto Manzano era bien conocido entre sus convecinos. Como militar era recto, pero de una gran sensibilidad ante los problemas ajenos, de ahí que tomara parte y aun formara estos dos grupos republicanos con el fin de mejor servir a sus convecinos.

Nadie en absoluto, ni aun personas de derechas con las que en diversas ocasiones hemos hablado de Jacinto y de su hijo Félix, han hablado mal de éstos, al contrario las consideraban «personas extraordinarias y de profundos principios religiosos practicantes todos ellos».

El hecho de que no se presentara fue más que suficiente para que la Junta de guerra le sentenciara a muerte. Y así, en la noche de este mismo día fueron a por él. Le llevaron en un carro hasta Unzué, pasando por la Venta de San Miguel, donde habían asesinado a su hijo Félix hacía sólo 5 días. Al pasar por los Escolapios de Tafalla pidió confesarse, y se lo permitieron. Le estaba confesando el superior al tardar piensan que los frailes le van a ayudar a escapar y llaman nuevamente a las puertas inquietos: «Ya está bien». Entre los verdugos iba un militar conocido de Jacinto, y de otros muchos del pueblo.

El escolapio que le confesó salió con él y les dijo a los verdugos y acompañantes: «¿Sabéis acaso lo que vais a hacer?, vais a matar a un santo». Le arrancaron de su lado y se lo llevaron. Para ellos Jacinto era un republicano, un rojo más a quien había que exterminar.

Conocemos estos detalles porque, entre otros, el que llevaba el carro era obligado. Por otra parte los mismos asesinos solían contar sus hazañas fanfarroneando y así fuimos conociendo muchas de las cosas. Cuando contaban lo que les había dicho el sacerdote se mofaban todavía y le añadían insultos.

Jacinto fue fusilado y enterrado en Unzué. Una persona que vivía allí engañó a la familia durante muchos años diciéndoles que cuidaba la tumba, que se encargaría de que no la cambiaran, etc. La familia, agradecida, incluso le habían hecho algunos regalos. Lamentablemente, cuando en 1978 se fue a recoger sus restos y traerlos a Peralta se pudo comprobar cómo habían sido engañados. Según los vecinos de Unzué hacía mucho que no existía la tumba, por lo que se supone que los restos de Jacinto Manzano reposan en el Osario.

Testigos presenciales en Unzué, comentaron que murió con una medalla entre los dedos y cuando fueron a enterrarle no pudieron cogérsela.

A pesar de las informaciones recibidas, después de hacer el primer funeral, seguimos intentando buscar a los que faltaban y con esta ilusión de encontrarles le escribí al alcalde de Unzué, el cual me respondió así:

«UNZUE a 19 de enero de 1979.
Dña. Josefina Campos.
PERALTA

Estimada señora: Recibí su muy atenta carta de 27 de noviembre último, a la que con agrado quiero corresponder.

No le había contestado antes porque he estado empeñado en conocer el sitio donde pudiera hallarse enterrado el Sr. que cita en la suya. La verdad es que he preguntado a casi todos los vecinos que puedan dar razón de aquella época y muchos de ellos recuerdan que efectivamente, saben que se halla enterrado en el cementerio de esta localidad, pero que como existen muchas tumbas en el lugar, más o menos, que me indica, es difícil apreciar de una manera segura la que corresponde al que Ud. indica.

Por otra parte no conocemos detalle de la persona o personas que pudieron enterrarle y por ello se nos hace muy difícil encontrar el cuerpo del mismo.

Ya sabe Ud. que me tiene a su disposición para ayudarle y darle toda clase de facilidades. Seguiré preguntando y me ocuparé de este asunto y claro está, si averiguo algo seguidamente se lo comunicaré.

Reciba un afectuoso saludo de su afmo.

Firmado: Ángel María Ojer»

Después de esta carta la familia Manzano contactó con quienes les habían prometido cuidar de la tumba, pero nada nuevo se supo. Pudieron echarse sus restos al Osario como ya comento, pero la carta del alcalde indica que había enterrados más personas de esa época y asesinados que no sabían quienes eran, si bien estaban enterrados dentro del mismo cementerio y no los habían tocado. No todo el mundo sabía donde estaban sus familiares, y así mismo algunos pueblos no se movilizaron para sacar los restos. Así pues don Jacinto Manzano Liberal no pudo ser recogido.

Solamente en 10 días de julio habían asesinado a 10 personas y habían llevado a la cárcel a 32 personas. Éstos, con la excepción de 5 personas, fueron asesinados uno u otro día.

Operación retorno. Los fusilados de Peralta. La vuelta a casa (1936 – 1978)

Escuela en la colonia agrícola Pedro Sánchez

Jesús Boneta Campo – Exilio

Tras la sublevación militar que se produce en Navarra el 19 de julio de 1936, Jesús es buscado insistentemente por los falangistas y requetés de Peralta. Jesús pudo salir de Peralta en la madrugada del 22 de julio, ayudado por la familia Velasco Troyas.

El hecho de que no encontraran a Jesús hizo que la ira se volviese contra sus familiares. Su padre Leocadio, su hermano Santiago y su cuñado Ricardo Zabal, casado con su hermana Matilde, fueron asesinados el 25 de julio; a su hermano Carmelo que tenía tan sólo 14 años se conformaron con darle una paliza cuando fueron a buscar a su padre; a todas las mujeres de su familia, junto a muchas otras familiares de militantes de izquierda, les raparon el pelo y las pasearon así por el pueblo; los hermanos de Julia, su mujer, tuvieron que sufrir todo tipo de vejaciones.

A Jesús lo sacaron del pueblo en una galera cargada de estiércol, por la noche. Era práctica habitual que con el calor del verano, para evitar malos olores durante el día, se sacara el estiércol por la noche. Estas galeras tenían en el fondo una lona fuerte que servía para transportar agua fresca, alimentos, utensilios de trabajo, etc. Ahí metieron a Jesús y al pasar por el puente a la salida del pueblo, la Guardia Civil les echó el alto y repetidamente con las horcas anduvieron pinchando por todo el contenido de la galera. No encontrando nada que les interesase, les dejaron pasar.

Le llevaron hasta Tafalla donde lo escondieron en una casa cercana a la iglesia de Santa María, propiedad de un amigo de derechas al que Jesús había ayudado en una ocasión anterior. Allí permaneció durante todo un año sin salir de un zulo, sentado en una silla en un espacio entre dos paredes en el que ni siquiera podía caminar y al que le pasaban la comida por un agujero practicado en una de las paredes y tapado con un armario. Su familia no tuvo noticias de su paradero durante todo el tiempo que estuvo escondido.

La represión se desató contra su familia. A menudo iban a su casa de Peralta, y le decían a su mujer que lo habían cogido y lo habían matado, que llevaba puesto el jersey rojo que su mujer le había tejido. Este detalle tranquilizaba a Julia, su mujer, ya que ella tenía guardado ese jersey en casa y así sabía que aun seguía vivo. En una de estas «visitas» le quemaron la mayoría de sus libros, entraron también en la tienda de ultramarinos que regentaba su madre llevándose sin pagar cuanto quisieron y quemando el libro en el que muchos de ellos aparecían como deudores.

En agosto raparon el pelo a las mujeres, madres o novias de los militantes de izquierdas del pueblo, entre ellas estaban su madre Petra Campo con 59 años de edad, su esposa Julia Taniñe, su suegra Ruperta Ricarte (59 años) y sus cuñadas: Jesusa y Carmen Campo, y Teodora y María Taniñe.

Más de una vez, un miembro de la Junta de Guerra, que había sido concejal junto a Jesús, tuvo que borrar los nombres de Julia y Teodora Taniñe de la lista de personas que iban a «fusilar». Ante esta situación Julia abandonó Peralta junto a su hijo mayor, José Manuel, con un salvoconducto falso, dejando a sus otros dos hijos Galileo y Octubre al cuidado de los abuelos maternos y trasladándose a San Sebastián donde entró a trabajar en casa de la familia Sánchez.

Mientras tanto, cuando la situación lo permitió, ayudaron a Jesús a cruzar la frontera vistiéndole de cura. Debido a la larga inactividad que había padecido llegó a la frontera con grandes problemas de movilidad, por lo que una vez cruzada ésta, cuando le dijeron que le estaban esperando al fondo de una pendiente, no pudo hacer otra cosa que dejarse caer rodando por ella.

Repuesto su estado de salud, en noviembre de 1937, cruzó a la zona republicana pasando a residir en Barcelona. Esta fecha coincide con la instalación en Barcelona del Gobierno de la República y con el III Congreso de la U.G.T. de Cataluña. En Barcelona ayudó a varios navarros a instalarse y a encontrar trabajo, tal como se lo recordarían medio siglo más tarde cuando una señora, apellidada Barace y natural de Isaba, le telefoneó agradeciéndole cuanto había hecho por ella y su hermana.

Según avanzaba la guerra y se hacía inminente la caída de Cataluña en manos insurgentes, el Gobierno de la República fue movilizando a los diferentes reemplazos para su incorporación al ejército. Así el 14 de septiembre de 1938 se publica en la «Gaceta de la República: Diario Oficial» el decreto del día 12 del mismo mes por el que se moviliza el reemplazo de 1919, al que pertenecía Jesús, para aquellos cuyas profesiones fueran del ramo de la construcción y de la tierra. El 13 de enero de 1939, se movilizará sin excepción a todos los del reemplazo de 1919, según publica la Gaceta de la República al día siguiente. Por una carta manuscrita de Jesús sabemos que se incorporó al Ejército Republicano y que estuvo destinado en Figueres, donde el 1 de Febrero de 1939 se celebró la última sesión de las Cortes de la II República en territorio nacional. A dicha sesión asistieron 62 diputados, y en ellas dio su último discurso el presidente del gobierno, Negrín. Tan sólo una semana más tarde las tropas golpistas entran en Figueres.

Tras la caída de Cataluña en febrero de 1939 el Ejército Republicano cruzó la frontera en dirección a Francia donde fueron desarmados e internados en campos de concentración. Jesús contaba que durante esta travesía conoció al poeta Antonio Machado con el que mantuvo largas conversaciones. Antonio Machado moriría a los pocos dís de cruzar la frontera. Por otra carta se sabe que el 25 de mayo de 1939 Jesús se encontraba en la residencia vasca sita en el número 19 de la calle Victor Hugo en Pezenas (Herault), cerca de Montpelier. En dicha carta, dirigida a José Antonio Agirre Lehendakari del Gobierno Vasco, solicita que sean considerados como ciudadanos vascos los navarros internados en los campos de concentración y reciban ayuda del Gobierno Vasco. El 1 de junio el Lehendakari le contesta: «Para su tranquilidad he de decirle que las órdenes más terminantes han sido dadas, como no podía ser de otra manera, para que todos los nabarros (sic) sin excepción sean conceptuados, como hasta ahora lo han sido, al igual que el resto de los vascos».

En mayo de 1939 las tropas nazis invaden Francia. El S.E.R.E. (Servicio de Evacuación a los Refugiados Españoles) es la organización encargada de sacar de Francia a los exiliados españoles en estas fechas. Amaro de Rosal es el consejero de la U.G.T. en dicho organismo. A él se dirige el 11 de agosto de 1939 para solicitar la inclusión de dos navarros en las listas de evacuados, «si no altera nuestras normas de inmigración». Son Juan Alonso Allo y Máximo Solana Añaños. El 30 de noviembre de ese año, él mismo embarca en Burdeos en el buque Lassalle con dirección a la República Dominicana, donde desembarcará el 19 de diciembre de 1939.

En la República Dominicana, el dictador Trujillo se había comprometido a aceptar hasta 100.000 refugiados procedentes de Francia para mejorar su imagen frente a la opinión pública internacional, luego de la matanza de haitianos en el 1937, desmarcarse de los dictadores fascistas europeos y repoblar la frontera dominico-haitiana con grupos de origen caucásico que se ocuparan de las colonias agrícolas que poseía el estado.

Un numeroso grupo de los inmigrantes procedentes de este buque Lassalle son destinados a la colonia agrícola «Pedro Sánchez», entre ellos va Jesús. Su experiencia en las labores del campo y su capacidad de liderazgo le colocan como director técnico de esta colonia. Solo 14 de los 194 inmigrantes inscritos en la colonia declaran ser agricultores, la mayoría proceden de Cataluña y tienen una marcada tendencia comunista. La colonia «Pedro Sánchez», de entre todas en las que internaron a los refugiados republicanos, será la que más tiempo permanezca activa.

Jesús, enfermo de paludismo desde el verano de 1940, intenta salir de la República Dominicana. Consigue un visado para entrar en Venezuela así como la ayuda «moral y material» de Juan Ignacio Irujo, hermano de Manuel Irujo quien fuera líder nacionalista vasco y ministro de justicia durante la II República. Juan Ignacio, perteneciente al Frente Popular en Pamplona, había entablado gran amistad con Jesús antes de la sublevación militar. Logrado el visado, a principios de 1940, solicita a la J.A.R.E. (Junta de Auxilio a los Republicanos Españoles) le ayude económicamente para comprar el pasaje a Venezuela.

Al mes de hacer esta petición, y sin que haya recibido notificación alguna sobre la misma, las autoridades venezolanas revocan su visado. Jesús no ceja en su empeño, el 5 de julio de 1941 consigue un nuevo visado esta vez para entrar en Cuba. Vuelve a solicitar ayuda a la J.A.R.E. para el pasaje a Cuba, pero sigue sin recibir contestación.

La situación en Santo Domingo, mientras tanto es cada vez más difícil para los refugiados republicanos. El 19 de julio de 1941 el periódico España en Exilio publica un artículo titulado «¡Salvemos a los de Santo Domingo!», en el que denuncian el estado en el que se encuentran allí los exiliados republicanos y exigen la puesta a disposición de los 2.000 refugiados de la isla, de un barco que los traslade a México. Su petición no será atendida ni por el S.E.R.E. ni por la J.A.R.E.

Enfermo y sin visos de poder salir de la isla, abandona la colonia agrícola y se instala en la capital, Ciudad Trujillo (actual Santo Domingo), en casa de un amigo para presionar de cerca a los representantes de la J.A.R.E. en la República
Dominicana. El 24 de septiembre de 1941, sigue sin tener notificación alguna por lo que envía una carta a Amaro del Rosal en la que a título personal le solicita ayuda económica para cubrir los gastos del pasaje a Cuba y de la documentación necesaria, éstos ascienden a $70.

El 17 de octubre de 1941, Jesús sigue en la isla. El periódico «España Popular» publica un artículo titulado «Un numeroso grupo de españoles residentes en Santo Domingo se adhieren a la unidad nacional». En dicho artículo se hace eco de un escrito de apoyo a Negrín como legítimo Jefe del Gobierno Republicano, en el que, entre otras muchas, aparece la firma de Jesús Boneta como Secretario de la UGT de Navarra.

El 18 de noviembre de 1941 se le notifica la decisión de la J.A.R.E., se le niega la ayuda solicitada. El informe firmado por Jaime Roig no deja lugar a dudas: «Su filiación auténtica es P.C. (Partido Comunista) Trabaja en la Colonia Pedro Sánchez y es estimado por los de su partido por ser persona técnica que dirige sus trabajos agrícolas». Tampoco el firmado por Luis Romero Solana: «Tanto en la colonia agrícola como en esta ciudad, sus relaciones y actividades son claramente comunistas. Por esta causa y por la calidad de su visado, no recomendamos su petición».

De alguna forma logró Jesús el dinero necesario para trasladarse a Cuba, él mismo contaba que residió en la isla durante una temporada y que de allí se trasladó a Nueva York donde permaneció hasta su vuelta a Francia.

El 28 de noviembre de 1946, terminada la II Guerra Mundial, se encuentra de nuevo en Francia, esta vez en París. El semanario Euzkadi Roja, órgano del Partido Comunista de Euzkadi en su portada se hace eco de la «Gran Conferencia del Partido Comunista de Euzkadi» que ha tenido lugar en esas fechas. En dicha conferencia la Presidencia Efectiva está compuesta por «Vicente Uribe del Buró Político del P.C. de España, Leandro Carro miembro del C.C. del P.C. de Euzkadi y Consejero del Gobierno Autónomo, Ramón Ormazábal y Teodoro Ibáñez miembros del C.C. del P.C. de Euzkadi, Cristóbal Errandonea, Mariano Bautista, Luis Fernández, Francisco Cuenca y Jesús Boneta, de la Comisión que dirige el P.C. de Euzkadi en Francia.» En esta conferencia, ante la necesidad de reforzar la Dirección del Partido, se resuelve incorporar a los trabajos de dicha Dirección, cooptándolos al Comité Central, a Jesús Boneta junto con Cristóbal Errandonea, Luis Fernández, Mariano Bautista, Francisco Cuenca, Luis Zapirain y Ricardo Castellote.

A lo largo de 1947 publica varios artículos: «Navarra en la lucha contra el franquismo» en el número 27 de la revista Euzkadi Roja, «El campo español bajo el régimen franquista» en la revista de Capacitación Sindical de la U.G.T. en su primer número y «Por qué Navarra se abstuvo en el Referéndum» en el número 56 de la revista Euzkadi Roja. En enero es citado por el recién instalado en Francia Consejo de Navarra para participar en reuniones que se celebrarán mensualmente. En marzo participa como orador en el X Congreso de Obreros Agrícolas Franceses y en agosto preside la primera sesión del III Congreso de la U.G.T. de España en Francia.

Hacia 1950 pudo reunirse con su esposa Julia y su hijo mayor José Manuel en Hendaia por unas horas. Era la segunda vez que veía a su esposa desde su huida y la primera vez que podía estar con su hijo mayor tras más de 10 años de ausencia. Galileo y Octubre, sus otros dos hijos, tuvieron que esperar a que volviera del exilio para poder verlo.

En 1954, ante la ofensiva francesa contra las organizaciones comunistas españolas ubicadas en su territorio y coincidiendo con el V Congreso del Partido Comunista de España a celebrar en Praga (entonces Checoeslovaquia) se instala en esta capital. Pasó también una temporada en el balneario de Karlovy Vary por problemas de salud.

En marzo de 1957, desde el ministerio de marina, un primo de Ana Mari, la señora para la que trabajaba Julia la esposa de Jesús, le indica los trámites que han de realizar para que éste vuelva junto a su familia. Para ello Jesús presenta la solicitud ante la embajada de España en Austria. El embajador le notifica que con fecha 27 de septiembre ha remitido su solicitud al Ministerio de Asuntos Exteriores. Tras esta carta, transcurridos casi dos años y sin haber recibido ninguna contestación oficial, Julia Taniñe presenta el 27 de mayo de 1959 una nueva solicitud ante la Dirección General de Seguridad en Madrid. Esta vez su petición es atendida por las autoridades franquistas que el 15 de junio de 1959 autorizan su vuelta.

Al poco tiempo de volver con los suyos, Jesús hizo una visita a Peralta, su pueblo natal. Al cabo de casi 25 años todavía tuvo que soportar que uno de los vecinos lo denunciase ante la Guardia Civil y tuviese que justificar su presencia en el pueblo. Ante este hecho decidió no volver a pisar Peralta y podemos dar fe de que cumplió su palabra.

Tras la vuelta del exilio estuvo trabajando en una fábrica de ladrillos situada en el barrio donostiarra de Loiola propiedad de la familia Sánchez, para la que trabajaba también su mujer. Al poco tiempo, sin embargo pudo trabajar como jefe de taller en la empresa «Manterola y Cia.» de San Sebastián en la que trabajaba también su hijo José Manuel y en la que se jubiló en 1966.

Una vez en San Sebastián, si bien solía juntarse con antiguos camaradas con los que charlaba y escuchaba las emisoras de radio en la clandestinidad, dejó a un lado la militancia política. Tras la victoria del P.S.O.E. de Felipe González en las elecciones generales de 1982 le telefonearon con la intención de felicitarle por el triunfo socialista. Cogió la llamada su nuera y cuando fue a buscarlo no quiso ponerse al teléfono diciendo: «No tienen por qué felicitarme, estos socialistas no son los míos».

En los últimos años fue perdiendo la memoria y el sentido de la realidad. Viendo una película en la televisión, se asustaba al ver soldados, pensando que iban buscándole. Su mente le jugaba malas pasadas haciéndole recordar los momentos en los que tuvo que andar escapando de un lugar a otro. En otra ocasión, estando su nuera limpiando su habitación, decía: «Cuánto trabaja esta señora, ¿ya le pagan a usted?». Al contestarle la nuera que no, que lo hacía porque era su suegro le decía: «¡Un pleno!, ¡Hay que convocar un pleno en el Ayuntamiento para poner un jornal a esta señora!». Fue fiel a sus ideas y acciones hasta el final.

Falleció en Donostia-San Sebastián el 28 de julio de 1989 a los 88 años de edad. Sus restos reposan en el cementerio de esta ciudad, no muy lejos de donde vivió durante sus últimos años en la capital guipuzcoana.

Concejal en el Ayuntamiento de Peralta

El 12 de abril de 1931 Jesús es elegido concejal en el Ayuntamiento de Peralta por la Conjunción republicano-socialista con 180 votos. Estas elecciones tuvieron que repetirse el 31 de mayo del mismo año en varios municipios de la Ribera, entre ellos Peralta. La derecha decidió no presentarse, por lo que los concejales de izquierda elegidos fueron mayoría en el consistorio. Tras esta segunda elección, Jesús fue nombrado segundo Teniente Alcalde.

El 19 de abril de 1931 se celebra en la Sala Consistorial del Ayuntamiento de Peralta la sesión constituyente del nuevo Ayuntamiento con la asistencia de los concejales electos en las elecciones del día 12 de ese mismo mes. Los asistentes a esta primera sesión son: Orestes Guerendain Irure, José Marzal Irisarri, Antonio Busto Gómez, Pedro Orduña Casas, Alejandro Barcos Osés, Miguel Ruete Resano, Jesús Boneta Campo, Santiago Ruete Resano, Lázaro Osés Peñalva, Fermín Chueca Jericó, Jesús Cabeza Osés y Jacinto Asín Caballero, junto a Esteban Aranaz que ejercía como Secretario Municipal.

Puesto que hay un triple empate a 158 votos entre los Concejales presuntos Santiago Ruete, Fermín Chueca y Lázaro Osés, se procede a efectuar entre ellos un sorteo, teniendo que abandonar el salón de plenos Lázaro Osés al no salir elegido en dicho sorteo. Así el consistorio estará formado por seis concejales de derechas y cinco de izquierdas.

Antes de continuar con la elección del alcalde, Jesús Cabeza y Alejandro Barcos protestan contra la intervención de Fermín Chueca porque entienden que está incapacitado para el cargo por ser arrendatario de un arbitrio municipal. Secundan esta protesta los otros tres concejales de izquierdas, Miguel Ruete, Jesús Boneta y Jacinto Asín. Esta protesta será recogida en acta y será enviada a la Comisión Provincial para que decida al respecto.

A continuación se procede a votar cada uno de los diferentes cargos del Ayuntamiento. Excepto para el cargo de Interventor en el que habrá unanimidad, en el resto se repetirá el mismo resultado de seis votos contra cinco, ocupando así la derecha todos los cargos que quedan de la siguiente manera: José Marzal, alcalde; Santiado Ruete, primer teniente-alcalde; Orestes Guerendain, segundo teniente-alcalde; Antonio Busto regidor y síndico interventor; Fermín Chueca regidory síndico suplente.

Así terminó este primer pleno de constitución del primer Ayuntamiento de la República. Sin embargo, la protesta realizada por los concejales de izquierda será atendida por la Comisión Provincial y el Gobernador Civil de Navarra ordenará repetir estas elecciones en Peralta, así como en otros pueblos de la Ribera. La derecha de Peralta decidirá no presentarse a estas segundas elecciones que se celebrarán el 31 de mayo de ese mismo año.

Tras la revolución de octubre de 1934, Jesús es detenido y encarcelado. Son destituidos varios de los Ayuntamientos de la Ribera navarra regentados por partidos de izquierda, entre ellos el de Peralta, y clausuradas sus Casas del Pueblo.

A principios de 1936 son restaurados los Ayuntamientos destituidos tras la revolución de octubre de 1934 y vuelve a ocupar su cargo de segundo teniente-alcalde en la corporación.

Jesús Boneta Campo

Jesús Boneta Campo

Jesús nació en Peralta el 27 de Enero de 1.901, siendo el primogénito de Leocadio y Petra. Tan sólo acudió a la Escuela Pública de su localidad natal hasta los 8 años. El maestro fue a visitar a su madre Petra para convencerla de que Jesús siguiera con sus estudios dada la capacidad que tenía, sin embargo Petra le contestó: «Hijo de pastor, pastorico».

Así, tras dejar la escuela, se dedicó a labores de pastoreo, pero no debió de durar mucho tiempo en estos quehaceres, ya que dedicaba el tiempo a su pasión por la lectura y no cumplía con las labores propias de pastor. Esta afición por la lectura le proporcionó una educación superior a la que podía esperarse de una persona nacida en el seno de una familia jornalera. La lectura del periódico «El Socialista» era una de sus preferidas.

Padre e hijo, militantes ambos de la U.G.T., compaginaban el cultivo de un pequeño trozo de tierra del que eran propietarios, con el trabajo de temporada en la Azucarera de Marcilla. Jesús comenzó a trabajar allí en la temporada 1921/1922 y lo hizo de forma continuada hasta la temporada 1932/1933.

Casado con Julia Taniñe Ricarte el 10 de octubre de 1928, el 1 de junio de 1930 nace su primer hijo al que dan el nombre de José Manuel. El 7 de diciembre de 1932 nace su segundo hijo al que ponen el nombre de Galileo. El 20 de abril de 1936 nace su tercer hijo al que llamarán Octubre, en honor a la revolución socialista de octubre de 1934. Tras el golpe militar, en agosto de 1936, Galileo y Octubre tuvieron que ser bautizados y en 1940 fueron obligados a cambiar de nombres en el registro civil por Antonio y Jesús respectivamente. En Peralta, sin embargo, todavía son conocidos como «Gali» y «Otur».

El 12 de abril de 1931 Jesús es elegido concejal en el Ayuntamiento de Peralta por la Conjunción republicano-socialista. Estas elecciones tuvieron que repetirse el 31 de mayo del mismo año en varios municipios de la Ribera, entre ellos Peralta. La derecha decidió no presentarse, por lo que los concejales de izquierda elegidos fueron mayoría en el consistorio. Tras esta segunda elección, Jesús fue nombrado segundo Teniente Alcalde.

A partir de este momento, sus esfuerzos por dar trabajo a los jornaleros y remediar los problemas de la gente necesitada del pueblo, así como su actividad política, son intensos y continuos. Es raro el pleno en el que no presenta alguna iniciativa en este sentido. Es uno de los fundadores del Centro Republicano de Peralta en junio de 1931, participa en el primer Congreso Agrario de la UGT de Navarra en octubre de ese año, interviene en mítines junto a Julia Álvarez y Tiburcio Osácar en Falces, Funes, Marcilla y Peralta en marzo de 1932. En marzo-abril de este año es uno de los promotores de la Agrupación Socialista de Peralta y vocal de su primera directiva. Impulsó también la Sociedad de Socorros «Mutualidad Obrera» y fue tesorero de su primera junta en noviembre de ese año.

En junio de 1932 participa en la asamblea de Ayuntamientos vasco-navarros, representando a Peralta, en la que vota en contra de un estatuto conjunto para las provincias de Álava, Gipuzkoa, Bizkaia y Navarra. Un mes antes había publicado en el semanario «¡Trabajadores!» las razones por las que se oponía a dicho estatuto. A pesar de esta firme oposición, su grupo fue el único en toda Navarra que repartió ejemplares del texto entre sus vecinos con el fin de recabar sus opiniones al respecto.

En 1932 participa también en el II Congreso Nacional de la Federación Nacional de Trabajadores de la Tierra y en noviembre de ese año es nombrado vocal del Jurado Mixto de Trabajo Rural de Navarra.

A principios de 1933 es uno de los cuatro firmantes de una carta pidiendo al gobernador que intervenga para la cesión del 15% de las tierras del pueblo por parte de sus propietarios y participa en el II Congreso Provincial de la Unión General de Trabajadores de Navarra como delegado de la sección de Peralta formando parte de la ponencia sobre «Colonización de Bardenas y Corralizas» e interviniendo en el debate que suscitó su exposición.

En junio de 1933 es secretario de mesa en la Asamblea de las secciones de la UGT de la Ribera celebrada en Villafranca con la asistencia de 73 delegados. En agosto del mismo año firma como secretario de la Sociedad de Trabajadores de la Tierra de Peralta un informe de las obras que podrían acometerse en el pueblo con la ayuda económica de la Diputación para mejorar el paro en Peralta.

En julio de 1934 y ante la crisis por la que pasa la Azucarera de Marcilla, y en consecuencia, las cosechas de remolacha de los pueblos de alrededor, participa junto a Atilano Leza y Silviano Acedo en la comisión de obreros parados de esta Azucarera que redactará un pliego de conclusiones con el que pretenden encauzar los pasos a seguir para asegurar su continuidad.

En agosto de 1934 Jesús Osés, presidente de la Sociedad «Trabajadores de la Tierra» denuncia el boicot que ejercen los Patronos pertenecientes a la sociedad «Centro Agrario» a la hora de contratar jornaleros para el campo a distinguidos militantes de izquierda del pueblo entre los que se encuentra Jesús Boneta.

En octubre de 1934, tras la revolución liderada por el PSOE, es detenido y encarcelado durante seis meses y el Juzgado de Instrucción de Tafalla le abre causa «por desorden público, coacción y tenencia ilícita de armas». Lo defendió en este juicio el abogado socialista Salvador Goñi Urriza.

Tras la revolución, son destituidos varios de los Ayuntamientos de la Ribera navarra regentados por partidos de izquierda, entre ellos el de Peralta, y clausuradas sus Casas del Pueblo.

En junio de 1935 consta en las fichas de las sociedades obreras de la UGT como secretario de la sección de Peralta, con 320 socios, estando presidida por Jesús Osés. En diciembre sustituye provisionalmente a Miguel Escobar en el cargo de secretario del Consejo Obrero del Secretariado provincial de Trabajadores de la Tierra y se convierte en colaborador asiduo de la revista «¡Trabajadores!», órgano de la UGT escribiendo sobre la situación del momento en la sección Panorama.

A principios de 1936 son restaurados los Ayuntamientos destituidos tras la revolución de octubre de 1934. Es nombrado Secretario General del Comité Ejecutivo de la Federación Provincial de Sociedades Obreras de Navarra y firma la circular enviada a las secciones en la que les pide información sobre obreros represaliados, la composición de los Ayuntamientos, los excesos de las fuerzas de orden público e informa sobre la celebración del tercer congreso provincial el 13 de marzo.

En abril de 1936 se celebra el III Congreso ordinario de la Federación Provincial de Trabajadores de la Tierra, en el que se tratan entre otros temas, la reforma agraria, la constitución de cooperativas agrícolas, los contratos de arrendamiento y las Bases del Trabajo Rural. Se procede a la renovación del Secretariado, siendo nombrados Jesús Boneta y Corpus Dorronsoro Secretario y Tesorero respectivamente.

En junio de 1936 firma como representante de la UGT y junto a otros dirigentes del Frente Popular navarro un escrito dirigido al Presidente del Congreso de los Diputados denunciando un supuesto plan de las derechas de suprimir en el texto del estatuto vasco la cláusula adicional que dejaba un portillo abierto para una futura incorporación de Navarra, y planteando los riesgos de un estatuto navarro, que afianzaría el dominio de las fuerzas derechistas en la región.

Esta larga trayectoria de lucha por los derechos de los trabajadores de la tierra navarros se vio truncada de forma violenta tras el golpe militar en julio de 1936.

Fuentes:

  • Operación Retorno. Los fusilados de Peralta, la vuelta a casa (1936-1978). Josefina Campos.
  • «¡Trabajadores!». Órgano de la Unión General de Trabajadores. Hemeroteca Koldo Mitxelena.
  • Navarra 1936: De la esperanza al terror. Altaffaylla Kultur Taldea.
  • Coyuntura económica y conflictividad social: la Azucarera de Marcilla (1900-1936). José Miguel Gastón.
  • Diccionario biográfico del socialismo histórico navarro (I). Angel García-Sanz Marcotegui.
  • La cuestión agraria navarra (1900-1936). (III). Juan Jesús Virto, Victor Manuel Arbeloa.
  • El socialismo en Navarra durante la II República. Manuel Ferrer Muñoz.
  • Navarra y el Estatuto Vasco: de la Asamblea de Pamplona al Frente Popular (1932-1936). Santiago de Pablo.
  • La UGT de Navarra: Algunas aportaciones al estudio del socialismo navarro. Juan Jesús Virto Ibañez.
  • Familia Boneta Taniñe.
  • Fotografía: Familia Boneta Taniñe.

0.2 – Presentación. Josefina Campos

Nací en el seno de una familia marcada a fuego con los estigmas producidos por quienes provocaron la masacre más inhumana e irracional, de la fatídica guerra civil española que siguió al golpe militar de 1936.

Desde mi más tierna infancia fui conociendo todo cuanto mis padres y otras muchísimas familias de nuestro pueblo habían sufrido durante los años de la guerra y seguían sufriendo todavía en la posguerra.

Mi padre, paralítico desde que yo tenía tres años y medio, era visitado por numerosas personas, en su mayoría víctimas de la guerra, en cuyas conversaciones trataban sobre todo lo acaecido.

Así fuimos conociendo esta tragedia, abrigando en nuestro corazón un gran cariño hacía todos ellos; sobre todo, hacía quienes fueron vilmente asesinados, los más jóvenes de nuestras familias.

Entre los más niños, que en algunos casos ni habíamos conocido aquellos hechos, iban grabándose las tragedias que nuestros mayores padecieron, y al llegar a cierta edad las preguntas y respuestas nos aclararon lo sucedido: la violencia de la guerra y los asesinatos de muchos de nuestros familiares y de otros tantos vecinos.

Me propongo escribir de forma especial la vida de aquellos hombres y mujeres de nuestro pueblo que fueron víctimas inocentes de toda aquella barbarie.

Conocimos los nombres de las víctimas y de sus asesinos y los responsables. Es fácil dar a conocer uno por uno a los responsables directos de aquella tragedia, más por cariño a nuestros familiares, emparentados numerosas veces con los propios verdugos, o descendientes de éstos, no pondré el nombre de los asesinos para no provocar enfrentamientos, ni heridas nuevas en quienes fueron víctimas o en sus familiares.

Nuestros mayores en general nos inculcaron que «los hijos no tienen la culpa de lo que hicieron sus padres, hermanos o abuelos» por lo que no daré sus nombres, aunque sí sus malas acciones.

No obstante, sabemos muy bien que si tuvieran la ocasión de volver a repetir lo que hicieron sus mayores, más de cuatro, sin lugar a dudas, habían de ser iguales y aún peores; pero no todos los descendientes de los asesinos de nuestros familiares son iguales que ellos.

He titulado este libro Operación Retorno en recuerdo de todos los que trabajamos para conseguir la vuelta a casa de los restos de nuestros familiares, pues con ese nombre denominamos a los trabajos de todo tipo que llevamos a cabo para poder rescatarlos de las entrañas de la tierra en la que fueron enterrados y posteriormente abandonados.

Grupo de la UGT - Primavera 1936 - Peralta

Trabajadores de la Tierra de Navarra

Eguzkiak urtzen du goian
gailurretako elurra
uharka da jausten ibarrera
geldigaitza den oldarra.

Gure baitan datza eguzkia,
iluna eta izotza
urratu dezakeen argia
urtuko duen bihotza.

Bihotza bezain bero zabalik
besoak eta eskuak
gorririk ikus dezagun egia
argiz beterik burua.

Batek gose diraueno
ez gara gu asetuko
bat inon loturik deino
ez gara libre izango.

Bakoitzak urraturik berea
denon artean geurea
etengabe gabiltz zabaltzen
gizatasunari bidea.

Inor ez inor menpekorikan
nor bere buruaren jabe
herri guztiok bat eginikan
ez gabiltz gerorik gabe.

J. A. Arze

Hacemos los funerales
de los hombres que murieron
atados de pies y manos
por sus propios compañeros.

Fueron treinta y siete hombres
que a nadie le hicieron mal
solo pedían trabajo
Justicia y pan sin maldad.

Un respeto se merecen
los que caen al luchar
sobre todo si han luchado
por bien de la humanidad.

Será poco un homenaje
por mucho que lo gritemos,
será mejor que nos queme
hasta la entraña su ejemplo
y que nunca se repitan
estos actos tan horrendos.

Rincón de Soto, 1979.

Operación retorno. Los fusilados de Peralta, la vuelta a casa (1936 – 1978)
Josefina Campos